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La guerra de la Copa del Mundo

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La legendaria divinidad del fútbol Diego Maradona ha prometido que si
Argentina, el equipo que dirige, gana la Copa del Mundial de Sudáfrica
que comienza el viernes, recorrerá desnudo el Obelisco en el centro de
Buenos Aires. Semejante striptease especial seguramente divertiría a una
“comunidad internacional” exhausta que encara las mismas antiguas
sanciones contra Irán, los drones en AfPak, las invenciones de Israel,
los enfrentamientos en Corea, los colapsos en Europa, el crecimiento de
China y el vertido de BP.

Ante todo, dejemos algo en claro. No hablamos de soccer [nombre dado al
fútbol en EE.UU.] Es fútbol, como los británicos lo inventaron (aunque
los chinos –¿quién iba a ser?– ya pateaban una pelota hace 5.000 años). Y
el fútbol, no el soccer, es el máximo narcótico de la gente
frenéticamente consumido en todo el mundo. El formidable historiador
británico Eric Hobsbawm ha señalado cómo el fútbol muestra el conflicto
esencial de la globalización: la relación muy compleja entre el
sobre-comercialismo y el profundo apego emocional en lo que se refiere a
cada uno de los fanáticos del deporte.

El conflicto existe incluso cuando fanáticos que miran los partidos en
el terreno son tratados ahora como simples extras en lo que ahora se ha
convertido cada Copa del Mundo: un megaespecial de televisión de un mes
de duración con estrellas que son el equivalente futbolístico de
megaestrellas de Hollywood. El fútbol es la mayor industria del
entretenimiento global –y también un imán para el lavado de dinero-.

¿Cuánto vale el futbolista del mundo del año, Lionel Messi de Argentina?
¿150 millones de dólares, 200 millones, 300 millones? Otros jugadores
también son conocidos en todo el mundo: Cristiano Ronaldo de Portugal,
Didier Drogba de Costa de Marfil, Wayne Rooney de Inglaterra, (y luego
tenemos a los muy lamentados ausentes como Ronaldinho de Brasil –no
seleccionado– y el lesionado capitán alemán Michael Ballack).

En todo el creciente mundo en desarrollo, y en toda Europa, el fútbol es
el deporte más globalizado porque en el subconsciente colectivo rompió
de alguna manera el patrón forjado en EE.UU. –Hollywood, música pop,
novelas en la televisión– todo lo que tiene que ver con la cultura de
masas. El poder estadounidense no puede satisfacer por sí solo el deseo
global de fantasías rituales masivas –jugar por jugar, jugar como una
metáfora para la vida misma, jugar como guerra-. En el fútbol, el
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas –con poder de veto– son
realmente Brasil, Italia, Argentina, Alemania y un activo grupo que
compite por el quinto lugar, desde Inglaterra y Holanda a España y la
Costa de Marfil.

El fútbol permite compasivamente que se reconstruya una noción juguetona
de identidad nacional: guerra por otros medios (juguetones). Escuchad
el sonido de un millón de vuvuzelas –los instrumentos sudafricanos
parecidos a una larga trompeta que serán un fondo extremadamente audible
de los partidos); juegos de guerra es lo que ahora habrá en Sudáfrica-.
Pero de un cierto modo sigue existiendo un sentimiento fastidioso, como
si a fin de cuentas hubiera sido siempre el mismo maldito vencedor.

Vosotros jugáis, nosotros cobramos

El destacado escritor uruguayo –y fanático del fútbol– Eduardo Galeano,
dijo una vez: “La FIFA es el FMI del fútbol”. De manera muy parecida al
Fondo Monetario Internacional, la Federación Internacional de
Asociaciones de Fútbol es obscenamente rica, extremadamente poderosa y
está dirigida como un club hiperexclusivo.

La FIFA se fundó en 1904. Sólo 310 personas trabajan en la sede en
Zúrich. Y sólo unos 1.000 trabajan en los asombrosos 208 países miembros
(“sólo” 192 naciones son miembros de la ONU, que emplea a más de
40.000). Los 24 miembros del consejo de la FIFA –a los que paga unos
50.000 dólares al mes– pasan su precioso tiempo viajando por el mundo y
haciendo tratos con Estados-naciones y corporaciones. De un modo muy
similar al FMI, la rotación de personal es mínima. La mayoría de los
empleados de la FIFA han ocupado sus puestos durante más de 15 años.

La FIFA es responsable de la comercialización de cada producto vinculado
al fútbol profesional, el patrocinio y los derechos de la televisión.
Está en el epicentro de un mercado de 250.000 millones de dólares. En
2009, la FIFA ganó 1.000 millones de dólares. Sólo con la Copa del Mundo
en Sudáfrica, la FIFA recibió 3.800 millones de dólares.

Como ícono del capitalismo salvaje, la FIFA nunca pierde dinero. Está
totalmente asegurada. Para esta Copa del Mundo y la próxima en 2014 en
Brasil, eso asciende a 650 millones de dólares. En cuanto a los
gobiernos nacionales, esos tratos no son tan ventajosos. El Gobierno
sudafricano planificó el gasto de 450 millones de dólares para esta Copa
del Mundo. Los costes crecieron a no menos de 6.000 millones; y siguen
aumentando. Esto incluye la construcción de nueve estadios nuevos y la
reconstrucción de otros cinco. Se espera que el de Durban se convierta
en un hito al estilo del museo Guggenheim de Bilbao.

Sin embargo, el muy elogiado tren de alta velocidad de Pretoria a
Johannesburgo está retrasado. Sólo se ha abierto un tramo entre el
aeropuerto de Johannesburgo y el lujoso vecindario Sandton, la milla
cuadrada más acaudalada (sobre todo blanca) en África, donde residirán
los cerca de 200 delegados de la FIFA, y su presidente el superburócrata
Sepp Blatter, dormirá en las falsas Torres Michelangelo protegido por
cinco guardaespaldas, con acceso a un baño en suite al estilo Disney,
así como a un mini bar personalizado con el mejor chardonnay sudafricano
y con cubos de hielo hechos con agua de Evian.

Cualquier país que desee organizar una Copa del Mundo debe someterse
virtualmente a la autoridad de la FIFA, lo que incluye cambios en la
legislación nacional. Hace cuatro años, el Parlamento de Sudáfrica
atribuyó a la Copa del Mundo el estatus de “evento protegido” regido por
una legislación específica. El país organizador debe ceder a la FIFA
los derechos para todo, desde la publicidad y el mercadeo hasta el
control del perímetro que rodea los estadios (La FIFA es de hecho un
Estado soberano en todos los estadios en Sudáfrica). De un modo muy
similar al FMI, la FIFA no es un organismo humanitario. Para las
corporaciones asociadas, la tarea de la FIFA es abrir mercados, África
en el caso actual. A continuación describo un ejemplo de cómo trabaja
realmente la FIFA.

Un estadio en Athlone, un suburbio pobre de Ciudad del Cabo de mayoría
“de color”, habría podido asegurar numerosos puestos de trabajo en el
área y ser el catalizador de un proceso de pavimentación de calles,
construcción de nuevas casas y la mejora del transporte público. En su
lugar, la FIFA prefirió el estadio Green Point construido entre el mar y
la tarjeta postal favorita de Ciudad del Cabo, Table Mountain, a cinco
minutos de un centro comercial de lujo y cerca de un campo de golf –y
financiado con fondos públicos-.

Un inspector de la FIFA dijo al periódico sudafricano Mail and Guardian
que miles de millones de espectadores no desearían ver “chabolas y
pobreza” en la televisión. Como si la Copa del Mundo no se estuviera
celebrando en un país con casi 40% de desempleo, en el cual la mitad de
la población vive con menos de un dólar al día. El semanario alemán Der
Spiegel por lo menos puso una parte en perspectiva, con la publicación
de un informe especial en el que compara la sed de Europa por jóvenes
futbolistas africanos con una nueva trata de esclavos.

Numerosos estudios académicos coinciden en que es más razonable que un
país anfitrión de la Copa del Mundo construya lo que necesita en
infraestructura que gastar una fortuna en un evento que en última
instancia sólo beneficia a los organizadores y a los patrocinadores
corporativos. Los productos autorizados disponibles en el país durante
el Mundial son todos importados de China. Cuando la Copa del Mundo haya
terminado el 11 de julio, no menos de 150.000 trabajadores en Sudáfrica
perderán sus puestos de trabajo.

La identidad de dios

Sin embargo, la mayor parte del mundo no es consciente de todas las
distorsiones; el deslumbrante atractivo del fútbol como farándula es
demasiado seductor. Además, una Copa del Mundo todavía tiene que ver
sobre todo con capas y más capas de intriga bizantina que alimenta la
“guerra”; guerra con todos sus comandantes y soldados condecorados,
desde el “Rooney asiático” Jong Tae-se, uno de los pocos norcoreanos que
hizo sonreír verdaderamente al Querido Líder Kim Jong-il, hasta la ex
pareja de Paris Hilton y portada de Vanity Fair Cristiano Ronaldo (“No
juego solo y no hago milagros”).

– Pepe Escobar es autor de Globalistan: How the Globalized World is
Dissolving into Liquid War (Nimble Books, 2007) y Red Zone Blues: a
snapshot of Baghdad during the surge.Acaba de publicar su nuevo libro
Obama does Globalistan (Nimble Books, 2009). Puede contactarse con él
en:pepeasia@yahoo.com

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Publicado en: Atimes

* Fuente: Rebelión

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