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Ciudadanía y Catástrofe

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El trauma como consecuencia de un desastre natural va seguido de una doble herida, de acuerdo a la literatura y a la experiencia, como consecuencia  de las perdidas humanas, la perdida de status, la perdida de la historia de la comunidad, el  deterioro del lazo social, con la consecuente desconfianza en las relaciones con las personas e instituciones. La catástrofe es un quiebre de la cotidianeidad.

El impacto emocional y comunitario puede ser mitigado a través de intervenciones que conjuguen estas dimensiones  las que han construido el imaginario de seguridad en las personas, el derecho, la Ley,  y las instituciones que dan contorno a la vida social comunitaria. 

En medio del drama,  esta es la oportunidad de reponer al Otro desde la perspectiva de la ciudadanía, en el entendido que ser sujeto de derecho es una parte importante en la reconstrucción del imaginario de seguridad, y también porque en el stress post traumático se instala la desconfianza en las relaciones sociales, como hemos dicho, la catástrofe de la naturaleza y consiguiente catástrofe humana, saqueos, falta de autoridades e instituciones, etc… Catástrofe y saqueos están asociados en una ecuación propia de las sociedades fragmentadas.

Desde un modelo fundado en los DDHH, es una oportunidad para que las personas reconsideren su ciudadanía, traducida en; sus pertenencias comunitarias  (adscripciones),  sus memorias, sus referencias personales y recobren las potencialidades grupales y comunitarias a través de la potenciación de organizaciones locales y sus acciones participativas.

La mirada  psicodinámica  pretende dotar de competencias técnicas de contension – derivación a grupos locales con los recursos disponibles in situ, complementado con una perspectiva de constitución de redes y desarrollo organizacional para que las intervenciones puedan tener sustentabilidad a través del tiempo. Esta perspectiva pretende aportar ante la ausencia de recursos profesionales en salud mental que puedan afrontar la demanda de grandes cantidades de personas requiriendo atención especializada.  

De acuerdo al modelo de “Daño y Acción sin daño”, sistematización de intervenciones en salud comunitarias realizada en Colombia, los fundamentos éticos mínimos de estas acciones han de resguardar  la dignidad, la autonomía y la libertad,  en el modelo que proponemos  estos fundamentos éticos se traducen en la no victimización de las personas y comunidades, permitiéndoles generar sus propios medios para administrar tanto sus propios recursos como los que las comunidades reciben de la ayuda central, solidaria e internacional.

Parte de la catástrofe se sitúa en la administración de la ayuda, así comunidades y personas no reciben apoyo en la comprensión de sus nuevos contextos sociales  y en la reposición de la  confianza en Otras y si mismos/as, marginados de sus propias soluciones. 

El Derecho reconoce que hay daños cuyo contenido no es dinero, ni una cosa comercialmente reducible a dinero, sino el dolor, el miedo, el sufrimiento emocional, la afrenta, la aflicción física o moral y, en general, una sensación dolorosa experimentada por las personas. De esta manera se atribuye a la palabra dolor su más extenso significado.

Los desplazamientos forzados con la pérdida de lo que representa el arraigo a la tierra, las costumbres y el vecindario, son otro ejemplo de daño al proyecto de vida de comunidades, personas y familias enteras” (op cit), abrir la comprensión de los nuevos contextos, las memorias colectivas y la potencialización de sus organizaciones en las tareas de reconstrucción no solo construye tejido social sino también fortalece la respuesta psicológica individual.

Mas allá de la emergencia psicológica, las catarsis necesarias, la contensión, el tratamiento individual psicológico y psiquiátrico, cuando corresponda,  las intervenciones deben fundarse en una perspectiva ética basada en las potencialidades de personas y comunidades, se añade también, la ausencia de dispositivos socializadores suficientes para enfrentar la emergencia, particularmente la ausencia de trabajadores/as de salud mental.

El imperio de la naturaleza fragiliza el orden simbólico, imponiendo lo real, desnudando las jerarquías sociales y las semióticas dominantes, el dinero no vale nada, el status perdido. Las necesidades de sobrevivencia se imponen sobre las convenciones segregacionistas, esta es una ventana de tiempo cronológico en la que las instituciones se devalúan ante la urgencia demostrando la fragilidad del imaginario de seguridad que las personas han forjado  a partir de las acciones ideologizadas de la publicidad, fundamentalmente el valor del dinero y todos su significantes vinculados. 

Algo se ha conmovido luego del terremoto tsunami, el sentido de la vida en sociedad. 

La catástrofe iguala en la desprotección, en la indefensión, la colaboración es la formula para sobrevivir, promoviendo vínculos entre las personas perdidos en el canibalismo neoliberal.

Sin embargo, las fuerzas sociales, las instituciones reponen y clausuran ese “tiempo de igualdad”, similar  a la barbarie, pero que evoca otras formas posibles de relaciones sociales, y que establece otras prioridades existenciales y comunitarias, mas vinculadas a lo real.

Las personas, en general, fueron obligadas por la fuerza de los hechos ha establecer otros imaginarios de seguridad, mas evidentes y próximos, él o la vecina, aquel que disponía de alimentos o agua para compartir, o con quien hacer rondas para proteger el perímetro del vecindario desalentando saqueos, aquel que acompaño a saquear porque  su familia carecía de los alimentos básicos para su familia, impulsado  a la acción por la desconfianza en el imperio de las instituciones paralizadas, y en algunos casos criminalmente ineficientes. ¿Quien es el Otro/Otra, que queremos reponer después de estos eventos?, el de la señorita o joven que nos recuerda que atrasamos el pago con una multitienda o de algún  crédito de cualquier orden?, ¿Aquel contratador que niega un empleo por estar en DICOM?, ¿Aquel que asalta impune  a los/as mas débiles?, ¿Aquellos que profitan del Estado en las cadenas de  abastecimientos  de ferretería y construcción?, ¿Las mafias organizadas que saquearon?, ¿La  inconmensurable falta de sensibilidad de autoridades políticas y representantes del mundo empresarial?. 

Las personas reaccionan de acuerdo a sus historias previas, a las circunstancias presentes y a la impredictivilidad de los seres humanos atravesados por líneas  que conforman la urdiembre simbólica que  nos sostiene y que como piedra de roseta o tablillas parlantes Rapanui se resiste a la interpretación.

Como un cristal descompone la luz solar, el Otro o la alteridad, ese concepto que ronda las ciencias sociales, que interpela la ciudadanía, se nos despliega en formas inesperadas en la catástrofe y propende, como siempre lo ha hecho a su antigua cristalización.

Este es un  momento para comprender, disponemos de un tiempo lógico distinto al del cronológico1, hay personas que aun no tramitan los eventos traumáticos, podemos apoyar este proceso para avanzar comprendiendo  las posibilidades que abre la tragedia para reponer relaciones sociales, aquel ya deteriorado lazo social que heredamos de la impunidad, en estos sucesos  victimas y victimarios nos enfrentaron a las fuerzas de la naturaleza en la relación mas esencial entre humanos, por cierto, ni la mas temible catástrofe podrá implantar el olvido ni el perdón, pero si  reponer la justicia sobre el pasado y construir nuevas solidaridades  porque lo vivido permite subjetivar al Otro/a como un igual desprovisto de las prebendas sociales.

Los y las estudiantes voluntarios acudieron al socorro de comunidades devastadas demostrándonos la perdurabilidad de la vida colectiva, durante meses han sostenido apoyo a ciudades, aldeas, pequeños caseríos a través de muchas organizaciones amparadas en las federaciones estudiantiles. Con el heroísmo juvenil han llevado esperanza, ayuda material, fuerza de trabajo antes que los recursos fiscales, ellos y ellas tienen también cosas que enseñar sobre una ciudadanía renovada. Estos y estas estudiantes refuerzan la idea de que la seguridad como imaginario se encuentra en otros vínculos.  Aquella cuya única seguridad es la fraternidad, la igualdad y la libertad,  resuenan los ecos  bicentenarios.
Junio 2010

– Artículo enviado a piensaChile por la antropóloga Adriana Goñi

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