Entrevista al historiador Mario Garcés: Izquierda y Bicentenario: Las derrotas de 1973 y 1986
por Pedro Armendariz (Chile)
15 años atrás 11 min lectura
Frente al carácter mediático e intrascendente de los actos oficiales conmemorativos del Bicentenario de la República de Chile, el historiador Mario Garcés Durán propone el estudio y la reflexión sobre este período de la historia del país, particularmente lo relacionado con el devenir de los movimientos sociales y su lucha por la democratización y la justicia social.
Mario Garcés es Doctor en Historia de la Universidad Católica. Profesor de la Universidad de Santiago de Chile. Dirige la organización ECO Educación y Comunicaciones. Su trabajo profesional se orienta hacia los movimientos sociales, la memoria histórica y la historia de Chile y América. Ha escrito, entre otros, los libros El golpe en La Legua. Los caminos de la historia y la memoria (2005); Democracia y ciudadanía en el Mercosur (2006); Para una historia de los Derechos Humanos en Chile. Historia de la Fundación de Ayuda Social a las Iglesias Cristianas, Fasic. (2005). Todos ellos publicados por Editorial LOM.
¿Ve usted algún sentido a la conmemoración del Bicentenario republicano?
“Tengo la sensación de que el Bicentenario no va a trascender mucho. Habrá actos oficiales, actos mediáticos, pero ya sabemos que estos no son capaces de producir sentido trascendente.
Si hay espacio para pensar, es interesante poder pensar qué ha sido la historia de la clase popular en los últimos treinta, cuarenta años. Pensar cómo se revierten las grandes derrotas, y qué elementos nuevos pueden alimentar otros proyectos de asociación, de emancipación, de cambio, de sociabilidad, de cultura de nuestro pueblo. Porque claramente el pueblo es el gran ausente el Bicentenario, como lo fue en el Centenario”.
¿Hay algo más que compartan ambas épocas?
“Se pueden hacer algunos puentes, pero tiendo a pensar que, de manera más profunda o estructural, estamos en un momento distinto. La semejanza quizá tiene que ver con el carácter del Estado, un Estado liberal, con un componente represivo importante.
El famoso artículo de Recabarren “Balance de ricos y pobres a través de un siglo de vida republicana”, es un texto clave para entender esa etapa. Él llama la atención sobre las desigualdades y diferencias en el desarrollo entre la elite dominante y las clases populares. Es un llamado de atención que tiene un contenido, está asociado a la idea de la transformación de una situación que ya no se podía tolerar.
El siglo moderno, social, que se abría en 1903 con la huelga marítima de Valparaíso, desde mi punto de vista se cerró el año 1973. Es un gran ciclo, un siglo XX corto, marcado por la expresión pública del descontento, la organización y las demandas populares el año 1903, y el año 1973 por la represión brutal, sistemática, de gran envergadura al movimiento popular que se había constituido a lo largo del siglo XX.
Así, el Bicentenario nos sorprende en una situación tal vez de particular debilidad del movimiento popular en Chile, lo que no quiere decir inexistencia. ¿Cómo caracterizar esta situación, cómo explicarla? A raíz de tu invitación a sostener esta entrevista, he pensado plantear, de manera un poco provocativa, que la situación actual, desde el punto de vista de una posición política popular, tal vez está marcada por el impacto de dos derrotas: la del año 1973 y la del año 1986. La de la vía chilena al socialismo, y la salida revolucionaria de la dictadura de Pinochet. Ambas derrotas tienen algo en común: es la derrota de la revolución, que lo ha sido dos veces en los últimos cuarenta años en Chile.
Esta derrota es un dato duro, muy fuerte, que requiere de mucho análisis. Creo que parte de los problemas que enfrentan las organizaciones sociales hoy, y parcialmente las políticas, es que no se han generado las condiciones para procesar estas dos derrotas. En el análisis, en el procesamiento de las derrotas, existen grandes posibilidades de revertirlas. Pero si no se pasa por ese ejercicio duro, complejo, como dijo Benedetti: “Más que llorarse las mentiras, cantarse las verdades”. Si uno no se canta las verdades sobre su pasado, es muy difícil remontar una situación de dolor”.
Cantar las verdades
¿Y por dónde ve usted las verdades a cantarse?
“Me parece que hay algunos temas que son medulares. Por ejemplo, la política siempre se pensó de cara al Estado, como la posibilidad de transformación del Estado. Y en todos los casos esa alternativa fue derrotada, habiendo alcanzado desarrollos inéditos para América latina.
Pensar que el socialismo se podía conseguir por vía democrática, institucional, etcétera, es una proposición muy potente y probablemente la mayor o una de las mayores originalidades del movimiento popular chileno. Sin embargo esa opción, al fijarse en el Estado, encapsulada, atrapada en el Estado, inhibe sus propias posibilidades de desarrollo, impide que el propio pueblo modifique ese Estado. Y finalmente ese Estado al cual se apelaba es destruido por la derecha. Ese Estado democrático, que afanosamente se había construido entre el año treinta y el año setenta, es destruido por la propia derecha, y deja sin piso, sin soporte a la acción política popular. El golpe no sólo destruye la organización popular, sino que destruye también la democracia, o lo que se había alcanzado como democracia en Chile. Y eso se consigue por la vía de la represión y del control y la transformación del estado.
Entonces el tema está en que enfrentar este problema implicaba un mayor desarrollo de las propias capacidades de poder de las clases populares, o de un desarrollo de un nuevo tipo de relaciones de poder, incluso de una nueva institucionalidad, probablemente, que emergía del campo popular. Tal vez se hubiera requerido mayor negociación, es posible, no lo sé, –siempre un segmento de la Izquierda va a decir que esto fracasó porque no hubo negociación-, pero el problema no es sólo la negociación en sí misma, sino qué quieres negociar, y lo que la Izquierda parlamentaria chilena siempre buscó negociar fue cuotas de poder en el Estado, cuotas de transformación del Estado. Creo que una revolución siempre implica otra cosa: relaciones de poder donde las clases populares tienen efectivamente una posición mucho más relevante, protagónica.
A propósito del Estado, hay un segundo problema importante, que tiene que ver con las concepciones de la política. La política chilena, de alguna manera, fue Estado-céntrica, e incluso fue liberal también desde los partidos populares, porque pensó que ganando cuotas en el Estado y mejorando las formas de representación en él transformaba la sociedad. Pero la sociedad siempre es más ancha que el Estado, y la principal transformación siempre es en la sociedad civil. Las capacidades en que se modifican las relaciones sociales fundamentales. Ese es el campo revolucionario por excelencia. El Estado es casi secundario en este sentido”.
Asimetría entre la Izquierda y la sociedad popular
“Creo que la Izquierda chilena nunca aprendió a crear y sostener una relación más simétrica con la sociedad popular. Siempre predominó la idea del partido, de la vanguardia, la idea de la representación, la idea de la construcción, la idea de la claridad, del conocimiento del sentido de la historia, de las leyes de la historia, en fin, toda esa literatura y toda esa ideología que finalmente fracasó. Que fracasó el 73 y volvió a fracasar el 86 –‘el año decisivo’ para el derrocamiento de la dictadura-, porque en 1986 tampoco la Izquierda hizo un aprendizaje de cómo el pueblo se reorganizó en dictadura. Más bien puso al pueblo ante la exigencia de que ahora sí la revolución era posible. Y cuando la revolución no fue posible, no queda nada.
Porque incluso la vieja capacidad negociadora de la Izquierda no habría sido malo en los ochenta que operara al interior de la Concertación, con algún tipo de pacto. Por ejemplo, la demanda de una Asamblea Constituyente probablemente habría tenido un componente revolucionario extraordinario, si hubiese sido fruto de un pacto gestado entre las diferentes fuerzas políticas a mediados de los ochenta, más que plantear la revolución en un sentido clásico.
Y es que, como decía hace un rato, creo que hay diversos problemas que tienen que ver con las tradiciones de la Izquierda: Estado-céntrica, liberal, que se autoproclama como demiurgo de la historia, hacedora de la historia, a nombre de lo popular, cuando en realidad una revolución es inevitablemente una transformación en la sociedad civil. En este sentido digo: sí, en Chile la revolución ha fracasado, porque ha sido pensada de cara al Estado. Pero tal vez hay una revolución que no ha fracasado, y es la que imaginó en su primera etapa el movimiento popular a principios del siglo XX, que pensaba, con Recabarren, con la FOCH, que si la clase popular no era fuerte, despertaba, se organizaba y procesaba su propia cultura, no habría revolución. Y tenían razón. De hecho ellos ganaron posición en el Estado, ganaron posición política cuando se hicieron fuertes, cuando fueron capaces de expresarse, organizarse, confiar en sí mismos, pensar sus problemas, educarse, acceder a la música, al teatro, a la literatura. Fue en ese proceso que se gestó la clase popular como clase política, o sujeto político. La carencia de hoy es que no tenemos una clase popular constituida como sujeto político, ni siquiera en vías de constitución como sujeto político. Esto es parte de nuestra mayor dificultad.
Por eso el Bicentenario nos sorprende en una situación de tanta debilidad. Incluso, dialécticamente podríamos decir que, en comparación con el año 1910, probablemente hoy la clase dominante es más poderosa. Vive una coyuntura expansiva, de transformación, de capacidad de dirección de la sociedad, de capacidad de generar adhesión en la sociedad, en fin, de elegir a Piñera después de veinte años de Concertación.
Hay muy poca capacidad de contra-hegemonía frente al modelo dominante hoy en Chile, y creo que incluso desde el punto de vista social, -y esto vale para los intelectuales, los académicos-, sabemos poco de la sociedad en que vivimos, no terminamos de conocerla, y tienen que venir fenómenos tan brutales como el terremoto para que emerjan algunos rasgos”.
En las derrotas de 1973 y 1986, ¿cómo ve la relación partidos de Izquierda movimientos sociales y movimiento popular?
“En rigor, ambos fracasos son el fracaso de los partidos. La noción de partido popular requiere ser elaborada. Por lo tanto hay que pensar en un partido educador, participativo, democrático, de asamblea.
Pero, tanto o más que pensar un nuevo partido, hay que pensar en otras diversas formas en que se puede expresar la política popular y la política en general. Por lo tanto participar de una concepción más amplia de la política. Porque, como decía Antonio Gramsci, un periódico, una revista puede hacer tanto o más política que un partido. Ciertos liderazgos, formas de participación, de organización comunitaria, tienen un valor político enorme. Nosotros necesitamos de partidos, de intelectuales, de dirigentes que se abran a la posibilidad de reconocer que lo público se constituye de distinta manera, tiene distintos derroteros para su constitución.
Tal vez lo que es menos importante es arrogarse la representación de lo público, que probablemente mata la participación. El esfuerzo tendría que ser estimular y valorar esas distintas formas de organización, porque eso nos permitiría afrontar temas que la Izquierda nunca enfrentó seriamente.
Por ejemplo, un aprendizaje muy relevante de los años sesenta, pero particularmente de los años de dictadura, fines de los setenta y principios de los ochenta, tiene que ver con el desarrollo de las organizaciones territoriales. Primero fueron los comités sin casa, o las juntas de vecinos y los centros de madres, en otra etapa fueron comedores populares, organizaciones para comprar juntos, grupos culturales, etcétera. Esas son experiencias de organizaciones y de democracia potentísimas, de gran valor, que tendrían que ayudar a pensar en formas de democracia local, de democracia territorial.
Nosotros casi nunca hemos pensado la democracia territorial. Pensar que la democracia no es un problema que se resuelve en La Moneda o en el Parlamento, sino que se resuelve en los municipios, y en los barrios. Ahí puede tomar forma la democracia, con instituciones que aseguren participación como cabildos, presupuestos participativos, definición de políticas públicas en educación, en salud, trazado urbano, transporte público. Es decir, una sociedad capaz de hacerse cargo de sus necesidades y sus dinámicas más inmediatas. Eso tendría que fundar una política popular, no podría no hacerlo.
Sin embargo, cuando uno está pensando en la revolución, está pensando que aquellas tareas van a venir después, casi por añadidura. Se cree que una vez que nos tomemos el poder vamos a realizar todas las maravillas que hemos soñado respecto a la sociedad, y eso es mentira. O la sociedad genera capacidades de transformación que van teniendo expresión hoy día, y por eso es que es posible una revolución, o sino no hay revolución posible. Habrá revoluciones desde arriba, elitistas, pero no populares.
domingo, 30 de mayo de 2010
– Entrevista publicada en revista Punto Final Nº 710 del 28 de mayo 2010
* Fuente: El Clarin
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