Vivimos en tiempos de desconcierto ético. La sociedad, las instituciones, las costumbres, casi todo ha cambiado con demasiada rapidez y con demasiada profundidad, de forma que, en este momento, no resulta exagerado afirmar que los problemas éticos son los grandes problemas del momento. Lo son en política, en economía, en educación, en religión, en casi todo lo que forma parte del tejido social y de la vida privada de las personas.
Por eso, ahora más que nunca, necesitamos un referente que nos sirva de luz en el camino. Y así las cosas, para nosotros los cristianos, ese referente está, ante todo, en el Evangelio. De ahí, la actualidad de la ética de Cristo. ¿Qué se puede decir, de forma resumida, sobre este asunto?
Tal como la presentan los evangelios, la ética de Jesús se estructura sobre tres pilares fundamentales:
1. No es una ética del «deber», sino una ética de la «necesidad»
La ética, que casi siempre han defendido las religiones, ha sido la ética de la obediencia a las leyes divinas o a las normas de la institución sagrada. En Israel, sobre todo a partir del exilio, adquirió una importancia absoluta la sumisión a la Ley (Torá). Por tanto, en la cultura en que nació y se educó Jesús, el principio determinante de la conducta era el «principio del deber». Un principio que se acentuó a partir de la Modernidad.
Baste recordar el «imperativo categórico» que, desde Kant, ha sido determinante hasta los desconcertantes tiempos de Posmodernidad en que vivimos ahora. Pues bien, así las cosas, resulta reconfortante recordar que Jesús insistió en un criterio ético que va por otro camino: «Por sus frutos los conoceréis». Decir esto es situarse decididamente en el planteamiento de una ética «consecuencialista». Es decir, una ética que se organiza, no a partir de unos «deberes» que nos imponen, sino a partir de las «necesidades» de la gente», para ponerles remedio.
Y, por tanto, una ética que se estructura en función de los «resultados» o «consecuencias» que se siguen de nuestras decisiones. Nuestros actos son correctos cuando producen paz, respeto a los demás, bienestar, felicidad. Y son incorrectos cuando producen lo contrario, por más que lo que se haga esté basado en mandatos de una presunta «ley natural» o cosas por el estilo. No olvidemos que las leyes (divinas y humanas) siempre están «mediadas» por las instituciones. Y entonces, lo que prevalece no son ya las «necesidades» de las personas, sino los «intereses» de la institución. Con razón Miroslac Milovic ha dicho: «el sufrimiento de un niño no necesita de ninguna interpretación ética posterior… El imperativo categórico es superfluo en este encuentro con el niño que sufre».
2. Una ética de «Lo Humano»
El Evangelio contiene principios éticos claros y firmes. Sin embargo, el Evangelio es el gran relato de un conflicto. El conflicto de Jesús con la religión. Porque Jesús vivió, habló y actuó de forma que la religión vio en Jesús el máximo peligro. Hasta el punto de llegar a la absoluta incompatibilidad. Es lo que queda patente en el relato en el que se nos informa de la sentencia de muerte contra Jesús (Jn 11, 47-53).
Por los elementos que allí estaban en juego, el Templo, la Ley, los Sacerdotes, se comprende que el problema no está en el conflicto de Jesús con «aquella» religión, sino con «la» religión, como hecho que la contraposición entre «lo sagrado» y «lo profano», «lo religioso» y «lo laico», «lo natural» y «lo sobrenatural», «lo humano» y «lo divino». Las religiones se mueven casi siempre entre esta terminología. Lo que supone una ideología sumamente peligrosa.
Porque, desde el punto de vista de los dirigentes religiosos, lo lógico es que lo sagrado, lo religioso, lo sobrenatural, lo divino, todo eso, está por encima de todo lo humano, de todo lo profano, de todo lo meramente natural, de todo lo laico. Ahora bien, desde el momento en que, en la sociedad y en la intimidad de las personas, entran en juego estas clasificaciones, estas convicciones, estos criterios, para la visión de la vida y para organizar las conductas, desde ese momento se mete en la sociedad y en la vida un «elemento extraño», una cuña, que se clava en lo más hondo de la convivencia y de la subjetividad.
Lo cual puede hacer de la vida un infierno. ¿Por qué las religiones matan, humillan, someten, exigen privilegios, dividen a la gente y generan conflictos en lo más secreto de muchas vidas, que terminan siendo carne de psiquiatra? Sin duda alguna, Jesús se dio cuenta del enorme problema que entraña el modelo convencional de la religión. Y por eso él, vio que la solución estaba, no en abolir la religión, sino en proponer otro modelo de religiosidad, es decir, una «religión alternativa». Jesús centró sus preocupaciones religiosas en tres cuestiones vitales para todo ser humano:
+la salud (curaciones de enfermos),
+la alimentación (comidas con toda clase de gentes, sobre todo con los pobres),
+ las relaciones humanas (Sermón del Monte…). Pero se dedicó a estas tres tareas de forma que, por estos motivos, entró en conflicto con los hombres de la religión. Jesús antepuso la vida y la felicidad de las personas al sometimiento a las normas de la religión. Al final, declaró que el Templo ya no era una casa de oración, sino una cueva de bandidos. ¿Qué había en el fondo de todo esto? La cosa está clara: para Jesús, el bien del ser humano (de cualquier ser humano) está antes que lo «sagrado», lo «divino», lo «religioso», lo «sobrenatural», cuando todas esas denominaciones (y lo que implican) se utiliza para obtener privilegios, para crear divisiones y para generar violencia.
3. Una ética de «Los Últimos»
Jesús dijo muchas veces que «los últimos serán los primeros» (Mc 9, 35; 10, 31; Mt 19, 30; 20, 16; Lc 13, 30; cf. Mt 20, 8; Lc 14, 9. 10; Mc 10, 35-45 par; Lc 22, 24-30 par). Se sabe que en las culturas mediterráneas del s. I, el valor supremo no era la riqueza, sino el honor (B. J. Malina). Pues bien, en un mundo que veía así las cosas, Jesús planeó una ética subversiva. En cuanto que le dio la vuelta a la situación. Cortó en sano las repetidas discusiones de los apóstoles cuando planteaban quién era el más importante.
No toleró a los que apetecían los primeros puestos. Y puso como modelo a los pequeños, los pobres, los excluidos, los niños, los samaritanos, etc. La ética de Cristo es la ética que, en caso de duda, se pone siempre de parte del débil: el pordiosero, el inmigrante, el preso, el enfermo… El día que los Gobiernos y, sobre todo, la Iglesia tomen esta ética en serio, el mundo cambia radicalmente. Ese día se acabaron los problemas del hambre, la exclusión, la crisis económica, el cambio climático, la violencia… ¿Un sueño? No, es la utopía del Evangelio. Lo que pasa es que entre todos hemos hecho que, en los países más cristianos y más católicos, tengan más presencia ética los deberes y sus imperativos, los religiosos y sus privilegios, los primeros y sus dignidades. Y así nos va.
* Fuente: Redes
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