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La guerra contra el mapuche o la increíble historia de la democracia terrorista

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En la profunda oscuridad de los ojos del lonko de Neltume se dibujaba una tristeza de siglos. Es como si llevara a cuestas el dolor de su pueblo en aquella mirada oscura, pero de una ternura tan abrumadora que desnudaba el alma y el corazón se te  arremolinaba en la garganta, aunque no quisieras. Y uno no sabía si abrazarlo para pedirle perdón por todos los crímenes del Chile racista, o guardar un silencio de muerte hasta que las lágrimas brotaran solitas de pura pena. Pero, en su inmensa generosidad mapuche,  aquel anciano   nos regaló una sonrisa antigua y en ese mismo instante un choroy sobrevoló el cerro en un fulgente vuelo. Y yo pensaba en las noches estrelladas de aquel mapuche cordillerano y de sus padres y de sus abuelos, que habían vivido en la misma ruka oteando el lago añil. Y pensaba en los chilenos y en los colonos foráneos que, de a poco o de un solo golpe mortal, les habían arrebatado sus tierras. A sangre y fuego  les declararon la guerra, porque les molestaba el olor a humo, no soportaban su orgullosa morenidad y no podían tolerar su indianidad.

Entonces simplemente había que someterlos, reducirlos, dividirlos, exterminarlos para que jamás nunca les recordaran al chileno sus raíces de tierra. Pero la tierra se te pega al cuerpo, te entra por la nariz,  se te posa en el vientre, te insufla los pulmones, te desordena el pelo y te acaricia la mirada. Y, a pesar de todo, volvemos a ser mapuche, aunque no les guste a algunos y les moleste a otros tantos. Y esos algunos y esos tantos, declaran nuevamente la guerra a  muerte contra el pueblo mapuche y lo seguirán haciendo por los siglos de los siglos hasta que la muerte los separe. La muerte del indio, por cierto, por eso no trepidan en asesinar a mapuche que, en medio de la noche, ven estallar sus sueños de libertad en un explosión de relámpagos con un balazo incrustado en la espalda. Como matan los cobardes, como asesina Carabineros de Chile en nombre del  Estado de Derecho y del orden social.

Y esta es la increíble historia de una democracia terrorista que viola impunemente los derechos humanos, porque los mapuche son humanos sin derechos en una sociedad donde tantos hombres y mujeres arriesgaron su familia, su integridad física e incluso sus vidas en la lucha contra la dictadura, para que  jamás nunca en Chile se enseñoreara nuevamente el terror. Sin embargo, eso es precisamente lo que  acontece en territorio mapuche. En las comunidades los niños viven aterrados por los allanamientos, las golpizas, las amenazas, las detenciones, las muertes.  La violencia y odio policiales son omnipresentes, así como la incertidumbre y la imposibilidad de llevar una vida normal mientras el Estado les hace la guerra con helicópteros, tanquetas, bombas lacrimógenas, zorrillos, balines de goma y armamento militar. Al mapuche se le acusa de terrorismo, pero los únicos muertos del supuesto extremismo mapuche, son ¡mapuche! Entonces, uno no puede menos que reflexionar al respecto  y preguntarse: ¿No hay aquí algo extraño? ¿No será que el gobierno y los medios de comunicación dominantes no dicen toda la verdad. Y, la verdad son preguntas con respuestas.
 
Preguntas con respuestas
¿Cómo se puede hablar de terrorismo mapuche en esta última década, cuándo las utilidades de la industria forestal  se incrementaron desde 1.800 millones de dólares en 1997 a la sideral suma de 5 mil millones de dólares el 2008?

¿Cómo se puede hablar de caos y de imposibilidad de inversión en la región de la Araucanía cuando las empresas forestales han aumentado la superficie plantada desde 300 mil hectáreas en los años setenta a 2.5 millones de hectáreas en la actualidad?

¿Cómo se puede argumentar que el mapuche no tiene derecho a tierra cuando el Estado chileno, mediante la violenta ocupación militar del territorio mapuche en 1881 le usurpó el 90% de sus tierras?

A la machi Adriana Ancamilla, autoridad religiosa y sanadora mapuche,  se le allana en su comunidad José Kiñon, se la golpea y se le humilla, atándola frente a sus hijos y dejándola tirada en el suelo ¿Qué pasaría si los mapuche hicieran lo mismo con el cardenal Francisco Javier Errázuriz y lo dejaran inerte en medio de la Plaza de Armas de Santiago?

En el Alto Bio- Bio construyeron la represa Ralko que inundó un cementerio sagrado pewenche ¿Qué pasaría si los mapuche hicieran lo mismo con el Cementerio general en Santiago?

En Liquiñe y Neltume van a construir cinco represas que destruirán al menos un guillatuwe, lugar sagrado ceremonial mapuche ¿Qué pasaría si los mapuche hicieran lo mismo y destruyeran la catedral de Santiago o cualquier iglesia de Chile?

A Alex Lemun, de tan sólo diecisiete años, lo mataron de un balazo en la cabeza; a Matías Catrileo y Jaime Mendoza los asesinaron por la espalda y argumentando legítima defensa ¿Qué pasaría si los mapuche mataran a policías por la espalda y  arguyeran legítima defensa?

Las respuestas son de perogrullo: todo el peso de la ley, de la fuerza y del odio caerían sobre los mapuche, pues en este país hay ciudadanos de primera y segunda categoría y los mapuche son, sin duda, los más excluidos de los excluidos, los más discriminados de los discriminados, los más pobres de los pobres. La verdad es que no hay, ni nunca ha habido, terrorismo mapuche; la verdad es que el Estado está al servicio y es agente activo del modelo neoliberal y el mapuche molesta a las grandes empresas generadoras de energía, a las mineras, a las forestales, entonces simplemente hay que exterminarlos en nombre de la civilización, la modernidad o del mercado. Da lo mismo, por eso inventan aquello del conflicto mapuche que, en rigor, es el conflicto del chileno contra el mapuche.

Por eso, en el pozo de sus ojos azabache, el lonko de Neltume lleva a cuestas el dolor antiguo de su pueblo. Y yo llevo en mi corazón la vergüenza de ser chileno sin tener culpa alguna por los crímenes cometidos por otros. Y, además, me abruma el desconcierto por no entender la increíble historia de esta democracia terrorista que prometió alegría y que sembró violencia.

– El autor es Sociólogo, Director del Centro de Estudios de América Latina y el Caribe – CEALC Chile

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