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Chile: La historia de la huelga de los mineros de Tambillos y otras tragedias

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Piedra en la piedra. Y en medio de la piedra milenaria, cobre, metal embrutecido que el hombre hace arder con su trabajo inagotable. A 27 kilómetros de la Plaza de Armas de Coquimbo, en la IV región de Chile, en medio de la cordillera andina, opaca y entreverada, hay un poblado minero de 1.200 personas que se llama Tambillos. En la mina de cobre, soporte económico y de relaciones sociales del lugar que se hunde en el monte oscurecido por las explosiones y la explotación humana, laboraban más de 100 personas. Hoy los mineros llevan  dos meses de huelga.

El patrón
La mina, explotada desde hace 41 años,  es una de las propiedades del millonario y empresario derechista Francisco Javier Errázuriz, apodado “Fra–Fra” por su tartamudeo atropellado y maldiciente. Fra–Fra estudió en el Liceo Alemán, en la Escuela Militar y se recibió de Agrónomo, luego de lo cual, amparado por la desregulación antisocial impuesta a sangre y fuego durante la dictadura de Pinochet, hizo abundante fortuna con la creación de  las Administradoras de Fondos Pensiones (AFP) Invierta y Planvital y las Compañías de Seguros de Vida y Generales Renta Nacional y Leasing Nacional, además de desarrollar negocios en el área pesquera y minera. En 1982, Errázuriz compró la cadena de supermercados Unimarc, que en la década de 1970 pertenecía a una cooperativa de la Iglesia Católica. En forma paralela desarrolló negocios en los rubros computacional, inmobiliario, comercial y bancario. Pero el hombre tenía fuertes apetitos políticos. En las primeras elecciones post dictadura, en 1989, presentó su candidatura independiente de derecha, donde obtuvo el tercer lugar de tres competidores. En 1993 fue elegido con primera mayoría como Senador independiente dentro del pacto Unión por el Progreso de Chile para la legislatura 1994-2002, cargo que perdió por 1 año cuando fue desaforado por los Tribunales de Justicia para ser investigado por los delitos de secuestro y agresión contra un abogado de una empresa eléctrica por un litigio de aguas.

Fra-Fra es actualmente la contraparte de los trabajadores en huelga, el patrón que ha expresado a través de medios de comunicación que la mina de Tambillos le sale más cara “que mantener a una amante”.

El trabajo
La mina de Tambillos producía hasta antes de la huelga, más de 300 toneladas de cobre al mes. Cada camionada del metal representaba $ 28 millones de pesos (53 mil dólares), y cada día se llenaba una camionada y media del concentrado cuprífero. Al mes, la mina vendía a la Empresa Nacional de Minería (ENAMI) y a China, $ 1.300 millones de pesos (2 millones 400 mil  dólares). Sin embargo, la planilla total de salarios de los trabajadores sumaba apenas $ 32 millones de pesos (60 mil dólares). Es decir, el sueldo de los asalariados correspondía a  alrededor de un 2, 5 % mensual en relación al valor de la producción en el mismo período.

Un trabajador promedio ganaba en Tambillos $ 170 mil pesos (318 dólares), y las remuneraciones más bajas estaban en $ 140 mil pesos (262 dólares), esto es, menos que el sueldo mínimo legal.

Pero las utilidades bíblicas de Fra-Fra no eran suficientes. Los mineros percibían una parte del salario por el giro legal de la mina, y otra por el giro a honorarios de una agencia de publicidad desconocida. Ello, en los hechos, redundaba fatalmente a la hora de solicitar créditos, ahorrar para la vejez y distraer recursos para el sistema de salud público o privado.

Sin embargo, la pesadilla de los trabajadores de Tambillos no sólo tenía materiales de salario miseria. Tampoco contaban con los implementos de seguridad laboral mínimos. Cuando se enterraban mina adentro empleaban trompas cuyos filtros estaban inutilizados, en medio de cavernas escasamente ventiladas donde se respiraba el veneno gaseoso de la cordillera mineral. Los guantes y los bototos debían comprárselos ellos mismos, mordiendo parte del sueldo encogido.

Entonces, la paciencia y el miedo destruyeron sus límites y estalló la huelga.

La huelga
En marzo de 2009, los trabajadores agrupados en el Sindicato Mina de Tambillos entregaron su petitorio, ajustadamente a los tiempos de la negociación colectiva que se realizaba cada dos años. Ya de la negociación anterior, el patrón les adeudaba bonos de producción y jamás hubo fiscalización de las autoridades al respecto. La nueva negociación demandaba mejoras de seguridad laboral y un reajuste de $ 12 mil pesos por minero (22 dólares), a todos por igual. Es decir, alrededor un millón 300 mil pesos mensuales (2 mil 400 dólares) en la suma total de los salarios.

El 27 de abril, agotados los plazos legales, los mineros recibieron una negativa absoluta a sus reivindicaciones y la imposición de volver variable, contra metas imposibles, un 35 % de su sueldo. Allí mismo se votó la huelga que se hizo efectiva el 1 de mayo a las 8 de la mañana.

Fra-Fra no les pagó lo correspondiente a lo trabajado en abril. Los huelguistas comenzaron a acumular deudas, cortes de luz, morosidad en la escolaridad de sus hijos. A las pocas semanas, un grupo de trabajadores hizo la primera huelga de hambre en la historia de la IV región chilena. Para ello, los estudiantes de la Universidad de La Serena facilitaron sus dependencias. Como nada ocurría, los mineros solicitaron la colaboración del obispo Manuel Donoso, del gobierno regional y del ministerio del trabajo, pero Errázuriz, miembro de la corte en el poder, hizo oídos sordos y blindó sus bolsillos.

La gente de Tambillos no conocía los carros policiales lanza aguas, ni el aroma infame de las lacrimógenas, ni el traje romano de las fuerzas especiales de carabineros. Pero siempre hay una primera vez. Luego de la represión vino lo peor.

Tambillos en riesgo vital
El caso es que la mina de Tambillos, y de ello se enteraron el pueblo y los trabajadores en el transcurso de la huelga, estaba condenada de antemano a su clausura. La planta de tratamiento de cobre ya había cumplido hace tiempo su vida útil en lo que a relave se refiere. La procesadora se estaba agrietando por todos sus costados y en cualquier momento se podía y se puede provocar una fuga endemoniada capaz de contaminar las napas subterráneas que abastecen de agua al territorio. Agua para beber, para cocinar, para vivir. En Tambillos la gente extrae agua de posos porque no existe alcantarillado. Poco después de la clausura de la planta –producto de la sospechosamente tardía inspección del Servicio Nacional Geología y Minería y las instituciones de salud laboral y pública- el dueño de la mina esta vez no tartamudeó y sin aviso dinamitó las entradas a la propia mina, dejando en su interior materiales explosivos y de emanaciones tóxicas. Una verdadera bomba de tiempo en la barriga del monte.

En rigor, si los mineros no hubieran determinado la huelga, ya habrían sido despedidos sin un cobre. Y junto con la cesantía y el cierre de la mina, Tambillos, al igual que Lota hace algunos años, ahora perdería sentido en el mundo. Tendría que desaparecer, como una mota de humanidad ausentada de golpe por la explotación sin razón de la ganancia a costa de naturaleza y mujeres y hombres.

En Santiago
El martes 30 de junio arribó a  Santiago un piquete de huelguistas. Su vocero es Luis Robles. Tiene 43 años, cinco hijos y bromea a media voz. “Primero queremos que aquí en la capital nos reciba la presidenta Bachelet para que conozca lo que está ocurriendo en Tambillos, y Francisco Errázuriz nos pague los finiquitos legales”, dice en la medianoche del 1 de julio, albergado junto a sus compañeros por un sindicato amigo, “pero también necesitamos que el gobierno a través de la ENAMI o CODELCO confisque la mina. Errázuriz le debe plata al Estado por el subsidio al precio del cobre.”

Mientras se calienta el agua para el café enfatiza que “queremos que se les quite la concesión a empresarios inescrupulosos” y agrega que “no deseamos terminar como Lota. Tambillos vive de la mina. La agricultura es escasa y los que no trabajan en la mina se dedican a pirquines chicos, buscando cobre a punta de picota para hacerse un sueldo desgraciado.”

Luis Robles afirma que le provoca “impotencia la impunidad con la que actúan los empresarios. Nosotros también somos parte de este país, pero sólo se acuerdan de nosotros cuando hay elecciones.”

Para  el vocero del piquete de huelguistas que costearon sus pasajes para llegar a Santiago colectando monedas en las ferias y carreteras, “Errázuriz no conoce a los trabajadores que con su trabajo lo hicimos más rico. El nunca contribuyó con la comunidad, con la escuela, con los viejos. Simplemente nos usó para trabajar  la mina y ocupó los caminos de Tambillos para transportar el cobre.”

Al mediodía del 1 de julio, los dirigentes del sindicato sostuvieron una reunión en La Moneda con Viera Gallo, ministro de la Secretaría General de la Presidencia. La autoridad ofreció interceder ante el empresario, enviar comida al poblado y explorar planes laborales transitorios de emergencia para la zona. No hay ningún compromiso firmado.

Uno de los jóvenes mineros comenta que le gustaría “trabajar en una mina controlada por los propios mineros”, en tanto el grupo de trabajadores se enreda en uno de los paseos más caudalosos del centro capitalino para explicar su causa a quien quiera escuchar.
Julio 1 de 2009

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