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Perversidad neo liberal

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El ser humano tiene múltiples necesidades. Una de ellas es estar informado de lo que ocurre en su país y el mundo, de tal manera de poder analizar, estudiar y opinar acerca de los acontecimientos que afectan su vida cotidiana.

Lamentablemente, para tener conocimiento, no queda otra que leer los periódicos, escuchar algo de radio y también mirar los programas de noticias de la televisión. Esta simple necesidad, en nuestro país, se ha transformado en un acto de masoquismo del que es casi imposible escapar. Un verdadero círculo vicioso: no quiero saber, pero debo conocer… para conocer, tengo que saber.

Los hechos trascendentes pasan soplados y sin mayor análisis de quienes tienen la obligación de informar. La farándula, los escándalos protagonizados por “actores y actrices de fama”, los escarceos amorosos del futbolista de turno, los crímenes y asaltos ocupan casi todos los espacios. Otro tanto son los despiadados ataques públicos entre políticos de distintos bandos, tratando de sentar diferencias, aún cuando todos sabemos cuanto se aman y protegen en privado, comparten los mismos apetitos para repartirse recursos entre ellos, sin dejar migajas para el pueblo ingenuo que les cree y confía en sus “planteamientos ideológicos”, que se reducen a una simple apetencia por el dinero y el poder que les puede dar aún más de lo que ya tienen.

De tanto en tanto, se nos muestra en las pantallas de la televisión y programas radiales “serios”, a sesudos economistas, diputados y senadores, jefes de partidos políticos y otros especimenes similares, a los que apreciamos pontificando sobre la crisis mundial que está confirmando como las apetencias de los más poderosos (vulgo ricos), han demostrado el estrepitoso fracaso del modelo económico que han dado en llamar “Economía Social de Mercado”, que de social nada tiene y que el “mercado” son ellos mismos y no las mayorías miserablemente expoliadas para beneficio de aquellos fabuladores profesionales.

Las críticas son variadas, con argumentos dichos en un lenguaje académico impecable y que nadie entiende. Sin embargo, ninguno de estos peritos ha tenido la capacidad o la decisión de llamar al pan, pan  y al vino, vino, ofreciendo alternativas correctas y valederas  que posibiliten enfrentar la crisis económica atacando el problema de fondo, creado precisamente por la ambición desmesurada de los modernos mercaderes, sinónimos del viejo avaro de “El Mercader de Venecia”, personaje que solía poner sus monedas de oro frente a un espejo para hacerse la ilusión de que había doblado o triplicado la fortuna acumulada…, a la vez que maquinaba la manera de que la ficción se hiciera realidad, de tal forma que en los próximos días los espejos le confirmaran que su avaricia y los métodos de acumulación de riqueza habían sido positivos. Otro círculo vicioso, acrecentado en el tiempo…, hoy seguido como una verdadera Regla de Oro por los dueños de fortunas y poder.

Como en este breve espacio es imposible, al menos para mí, analizar el conjunto de problemas, entrego al lector la tarea de meditar y ojala abrir un gran debate nacional acerca de uno de los grandes problemas que tiene la economía chilena. Me referiré específicamente al sistema bancario nacional, la actividad económica más rentable y menos riesgosa para sus dueños, causante a la vez de los males que azotan a Chile.

Leemos, a veces sin entender y considerándolo una “situación muy normal”, que  los bancos chilenos tuvieron una  increíble utilidad, superior a los MIL SEISCIENTOS MILLONES de dólares americanos, cifra que traducida a nuestros modestos pesos chilenos casi no alcanza a caber en una máquina sumadora. Estamos viendo, perplejos, que son más de NOVECIENTOS NOVENTA Y CINCO MIL MILLONES de pesos chilenos, cifra que escrita con números se ve de la siguiente forma: $995.000.000.000.

Recordemos el escándalo que produjeron las palabras del obispo católico, monseñor Alejandro Goic cuando tuvo la “osadía” de plantear que, para llegar a un sistema más justo al hombre de trabajo, éste debía tener, como mínimo, una salario ético de míseros 250 mil pesos. Pobre señor obispo. Recibió toda clase de improperios y descalificaciones. Un señor ex ministro de la dictadura y que se presenta como gran economista participante en un panel de un programa televisivo de análisis, quiso descalificarlo al sostener que monseñor Goic no tiene idea de economía y que mejor se recluyera dentro de un confesionario, perdonando pecados y no opinando acerca de temas que no son de su incumbencia… Concluya el lector quien era el equivocado; el señor obispo o el defensor del libre mercado. Valgan, como antecedente previo, las monstruosas utilidades de la banca nacional el año 2008. Saque papel y lápiz y divida esas utilidades por $250.000. Vaya sorpresa con la que se encontrarán. Las utilidades de la banca alcanzarían para pagar el salario ético propuesto por el señor obispo a tres millones novecientos ochenta mil trabajadores. Como jamás presentó cifras aventuradas, sigamos dividiendo, esta vez por los doce meses del año. Casi 332.000 asalariados financiados “éticamente” durante un año completo, sólo con los excedentes declarados por los señores banqueros.

Si usted, amable lector, ha tenido la paciencia de leer hasta aquí, con la mente abierta y sin prejuicios de ninguna especie, por favor continúe razonando conmigo y no me califique –estoy seguro que muchos lo harán- como un obcecado “viudo” de la Unidad Popular o un nostálgico del gobierno del presidente Salvador Allende, de quien sus adversarios todavía dicen que fue el destructor de la economía chilena, salvada por los militares que ejecutaron  el golpe del año 1973.

El programa de gobierno de Allende contemplaba, entre otras medidas que no viene al caso analizar ahora, la estatización de la banca chilena. Con ello, se quiso cambiar el sentido utilitarista y especulativo de los bancos nacionales y extranjeros que operaban en Chile, a fin de poner al servicio de la nación el sistema financiero, utilizándolo como uno de los grandes pilares del desarrollo económico y social del país.

Tuve la suerte de dirigir uno de esos bancos estatales: el ex Banco de Concepción, hoy con nombre cambiado a Corpbanca. Ese banco se fusionó con el ex Banco Francés e italiano y luego con el pequeño Banco de Chillán. Al revés de lo que es corriente en nuestros días, ningún trabajador de ese Banco fue despedido con motivo de las fusiones; muy por el contrario, en la medida que se fueron implementando las medidas para transformarlo en un gran motor del desarrollo en la entonces conocida como “la cuenca del Bío Bío”, ese Banco creció en todo sentido. En tanto que aumentaban las operaciones crediticias al servicio de la comunidad penquista, de Arauco, Ñuble, Bíobío, Malleco y Cautín, se crearon miles de empleos en el propio Banco y en las empresas productivas y de servicios de esa vasta zona. ¿Cómo era posible? La respuesta es muy simple. El sistema financiero trabajó para Chile y no para el enriquecimiento de unos pocos accionistas, acostumbrados a exprimir a quienes no tenían otra alternativa que recurrir al crédito para poder financiar sus actividades. ¿Qué vemos hoy?

En los últimos seis meses el sistema bancario ha despedido a más de cinco mil trabajadores bancarios, a pretexto de la crisis que está afectando al planeta entero. Sin embargo, las utilidades de la banca crecen y crecen. ¿Costo Social? A nadie le importa. Menos a los dueños de Bancos que se frotan las manos, celebran con champañazos y agrandan sus bolsillos para guardar la ganancia de una usura legal, con la mirada complaciente de las autoridades de turno.

Los medios opositores de la época [1971-73] cacareaban, con caracteres de escándalo, el hecho de que los bancos no producían utilidades. Es cierto. No había utilidades, pero tampoco pérdidas. Sin embargo, los grandes ganadores eran los esforzados habitantes de Chile. Se daba créditos al agro, a las industrias alimenticias, a los productores de bienes y todos aquellos que desarrollaran actividades en beneficio del desarrollo de Chile. Vino el boicot interno y el externo, hasta que los insaciables de siempre vieron coronado lo que buscaron con tanto ahínco: derrocar al gobierno y a la democracia para recuperar las perdidas prebendas. Igual que ahora, era la sed de dinero, riquezas y poder el gran motor que les movió a sacar a los militares de sus cuarteles.

Me atrevo a decir que ahora la voracidad es peor que antes del mandato de Salvador Allende y para sostener mi afirmación, me permito relatar un triste pero verdadero episodio que ocurrió luego de “retornada la democracia”, y bajo la presidencia de Patricio Aylwin. Veamos:

Al caer el llamado ‘Muro de Berlín’ se reunificaron las dos Alemanias, país dividido luego de terminada la segunda guerra mundial en el año 1945. Alemania reunificada se encontró con un problema que, a su juicio, era grave. Miles de exiliados chilenos trabajando allá, restando acceso a fuente laboral a sus propios connacionales. Los germanos son conocidos por sus habilidades para solucionar problemas. Idearon una ‘operación retorno’ para deshacerse de tanto chileno en sus dominios. Pusieron, gratuitamente, sin costo alguno para el Estado chileno, una gruesa y millonaria cantidad de marcos alemanes (moneda de la época), a fin de que Chile incentivara el regreso a la patria de los exiliados. La idea, muy ingeniosa por cierto, era que cada retornado tuviera la posibilidad de presentar diversos proyectos al Estado chileno, crear sus propias mini o medianas empresas, recibiera los recursos que señalaran los diseños y pudieran así reubicarse en Chile. Como casi todo lo nuestro, el plan fue un fracaso. ¿La causa? La misma de siempre. La vieja voracidad de los mandamases de turno. Veamos la verdadera historia:

Se dispuso que los fondos –regalados, repito- se canalizaran a los destinatarios a través del Banco del Estado (hoy BANESTADO), institución financiera estatal, que supuestamente analizaría cada proyecto presentado, lo que no dejaba de ser razonable dada la viveza y aprovechamiento de mas de alguno, que nada tuviera que ver con las intenciones de los alemanes. Sin embargo, el Banco del Estado actuó con el mismo criterio miserable y utilitarista de la banca privada, cobrando a los favorecidos intereses usurarios que no correspondían a la idea desarrollada por los alemanes. Peor aún, los intereses y condiciones que puso el Banco Estatal eran peores que los exigidos por cualquier banco privado que operaba en la época. No recuerdo si fue exactamente el año 1990, pero ese es un detalle sin importancia. Personalmente y en mi condición de recién retornado, asistí a una de las tantas reuniones informativas que hacía grupalmente esa entidad financiera, porque era de mi interés optar al financiamiento alemán, como una generosa ayuda para reinsertarme en la nueva sociedad chilena. Caí en cuenta de la sucia jugarreta de las autoridades de ese Banco y lo dije públicamente a quienes asistieron a dicha reunión. No me creyeron, o tal vez pensaron que mis valores habían cambiado, creyendo que ‘me había pasado a las filas del enemigo’. Todo Chile supo de los remates inmisericordes que hizo en Banco del Estado a los supuestamente beneficiados. Los receptores del crédito quedaron peor que antes, sus nombres mancillados en ese infame boletín que desnuda a quienes tienen la mala suerte de aparecer en él; me refiero al tristemente famoso DICOM, publicación inventada como autodefensa por los  banqueros, grandes tiendas y todos aquellos a quienes atemoriza la posibilidad de entregar algún tipo de crédito a quienes o han tenido mala suerte, o simplemente han caído víctimas de un sistema perverso.

Retornemos a lo que nos interesa hoy: las exageradas utilidades del sistema bancario, frío y egoísta, que se niega a reconocer una gran verdad. Todos los chilenos les salvaron del desastre creado por ellos mismos cuando los genios de Pinochet reprivatizaron oscuramente los Bancos. Quisieron recuperar rápidamente lo que habían perdido (relativamente porque sus acciones fueron compradas y pagadas por el Estado), crearon empresas de papel ficticias, a las que traspasaron los dineros de los incautos cuentacorrentistas, buscando el enriquecimiento fácil y poco lícito. Como es algo común y corriente en el medio que dominan los avaros mercaderes, no han tenido piedad ni intención para devolver la mano que se les tendió por la vía de ese invento que se llamó capitalismo popular. Muy por el contrario, se empecinan en apretar el cuello de sus otrora salvadores para no deberle nada a nadie. Simplemente por ese tipo de personajes se acuñó la frasecita “el pago de Chile”.

Confío en que el lector medite acerca de lo dicho y lo muchísimo que falta por decir, ya que los Bancos son apenas la punta del iceberg. Hay otras entidades, llámense Isapres, AFP o el nombre que tengan, pero que actúan con el mismo ensañamiento y alevosía que el sistema financiero para con los sufridos y aguantadores chilenos, con utilidades monstruosas y que no benefician ni la salud ni las pensiones de sus incautos afiliados.

Nos han hecho perder las capacidades de razonar, de protestar y aceptamos como corderos las reglas que nos imponen. Se ha producido una desocupación superior a los 56.000 trabajadores despedidos del sistema financiero, según señalan cifras oficiales. Con las rentabilidades de la banca, obviamente es un absurdo culpar a la crisis por la cesantía que han provocado los banqueros en ese sector de la economía. Afortunadamente, serios y estudiosos analistas de todo el planeta predicen la pronta muerte del sistema neoliberal. Esperemos que los cambios se produzcan más temprano que tarde, por la alta peligrosidad que ha significado la expansión de las teorías de Friedman para la población mundial, cada vez mas restringida en sus aspiraciones por una vida mejor y mas justa.

Sin afán de publicitarme, invito al lector que compare el antes y el después del período de la dictadura. En un libro de mi autoría, que sub titulé “Memorias de un Secretario Privado”, editado por el sello RIL Editores, podrán apreciar las diferencias entre un sistema financiero al servicio de la gente y el despiadado régimen bancario actual. (Páginas 201 a 266)
Febrero 6 de 2009.-

– El autor ingeniero comercial y escritor
– e-mail:
merkohr@vtr.net

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