Entre el nacimiento de la clase obrera en Chile y su constitución como sujeto político (II Parte)
por Miguel Fuentes M (Chile)
16 años atrás 8 min lectura
Dedicado a Luis Vitale
Entre el nacimiento de la clase obrera en Chile y su constitución como sujeto político. El “Congreso obrero” de 1885 y la Huelga general de 1890 como antecedentes históricos de la matanza de Santa María [1] (Segunda Parte).
3. La década de 1880. La eclosión de la lucha y organización obrera en Chile.
Ya desde la década de 1860 comienzan a desarrollarse las primeras experiencias de organización y lucha del proletariado chileno [3]. Al calor del proceso de industrialización de aquellos años, empiezan a proliferar las huelgas de obreros urbanos, las cuales adquieren una mayor magnitud y se vuelven cada vez más continuas. Posteriormente, durante la década de 1870, aparecen las primeras formas de coordinación permanente entre obreros y artesanos [4]. Sin embargo, es sobre todo a partir de la crisis económica de 1876 y la “Guerra del Pacífico”, cuando se produce un verdadero salto de la huelga y lucha obrera en nuestro país.
“El desarrollo de las organizaciones y luchas populares […] tuvo su principal punto de arranque en las transformaciones económicas resultantes de la expansión territorial hacia el norte (a expensas de Perú y Bolivia) y hacia el sur (a costa de los mapuches). La estructura social sufrió profundas modificaciones: la población urbana saltó del 27% en 1875 a alrededor del 38% en 1890; en las regiones sureñas, recientemente arrebatadas a los indígenas, surgió una nueva clase de propietarios agrícolas, más “moderna” y “burguesa”; en Tarapacá y Antofagasta se consolidaron importantes concentraciones proletarias (mineros, portuarios y obreros industriales) y también creció la clase obrera en las ciudades principales de la zona central. […] En segundo término, se debe señalar el efecto en la combatividad popular que causó el empeoramiento de sus condiciones de vida en los años posteriores a la Guerra del Pacífico. Como se recordará, la conflagración puso término a la crisis económica gracias a un nuevo dinamismo generado por las necesidades propias de la guerra. […] Sin embargo, la prosperidad de posguerra no alcanzó a beneficiar substancialmente a las clases laboriosas; una nueva crisis estalló […] los precios de las mercaderías, especialmente los de los artículos de primera necesidad, subieron en una proporción aún mayor” [5].
Consumado en varios sectores el proceso de proletarización [6], la clase trabajadora comienza ahora a forjar sus primeras armas en la lucha de clases. Así, entre los años 1883 y 1890 empieza a tomar forma un potente ascenso del movimiento obrero a lo largo y ancho del territorio nacional. Proliferan por primera vez las huelgas, las cuales aumentan en una proporción casi geométrica [7].
“[…] las huelgas obreras se desarrollaron con una asiduidad inédita en las ciudades, involucrando una gran variedad de sectores. Además de los tipógrafos, fleteros, lancheros, cigarreros, para quienes esta forma de lucha no constituía una novedad, recurrieron a ella los ferroviarios, panificadores, carreteros, cocheros, trabajadores de tranvías, obreros carrilanos y de otras obras públicas. Los conflictos más importantes en el ámbito urbano –tanto por su frecuencia como por sus repercusiones- fueron los protagonizados por los obreros portuarios, tipógrafos, panificadores y ferroviarios […]
La proliferación de la actividad reivindicativa entre 1886 y 1889, que culminó con la huelga general en Tarapacá, Antofagasta y Valparaíso en julio de 1890, concernió a una gran variedad de gremios obreros, tanto a los que tenían tradición organizativa como a aquellos que daban sus primeros pasos en la lucha social organizada, sin contar aún con estructuras estables de organización. La característica común más frecuente de estos movimientos fue su tendencia a sobrepasar el marco de la empresa y a establecer coordinaciones a nivel de toda la ciudad, lo que redoblaba su fuerza y repercusión” [8].
Hacia finales de esta década, la huelga y las formas de lucha del joven movimiento obrero son ya comunes en todo el territorio [9]. Aunque dispersas, sin formas de coordinación permanente, sin organizaciones sociales y políticas propias, y sin todavía poseer una estrategia independiente, la clase obrera comienza a nacer a la vida política.
En un comienzo, esta hecha mano de lo que encuentra a su alcance para salir a la lucha. Efectivamente, aún sin la existencia de organizaciones sociales y política específicamente obreras, el proletariado se vale de las organizaciones mutualistas para unificarse. Estas comienzan a ejercer, en la práctica, las funciones propias de un sindicato [10]. Surgen así las primeras coordinaciones de huelga. Estas últimas, junto con permitir la unificación de algunos conflictos obreros, tienden a empalmar con la lucha y las reivindicaciones de otros sectores sociales; por ejemplo, la del artesanado y, sobre todo en el sector minero, con la del peonaje. Sin poseer todavía una conciencia de clase plenamente constituida, el movimiento obrero empieza de esta manera a tomar como propias las reivindicaciones de los sectores populares en su conjunto [11], planteando así la posibilidad de su constitución como actor protagónico de la lucha de clases; es decir, como caudillo de la nación oprimida.
En este escenario, dos experiencias marcarán la entrada definitiva de la clase obrera en la escena política nacional, su constitución como sujeto histórico. Estas serían la convocatoria al Congreso obrero de 1885, por haber sido una de las primeras instancias de coordinación obrera a nivel nacional, y la huelga general de 1890 [12], por el profundo impacto que esta tuvo en el desarrollo de la lucha de clases del periodo.
4. El Congreso obrero de 1885 y la huelga general de 1890. El nacimiento de la clase obrera como sujeto político nacional
Como habíamos dicho, entre los años 1883 y 1890 comienza a desarrollarse un importante ascenso de la lucha obrera en nuestro país. Es al calor de las huelgas de este periodo que el movimiento obrero empieza a discutir la necesidad de la unificación nacional de sus demandas. Esta importante discusión se tradujo pronto, al nivel de las distintas organizaciones obreras y populares que existían dispersas a lo largo del país, en una serie de iniciativas tendientes a buscar la unidad de las mismas. Entre estas, la más importante fue la convocatoria al “Congreso Obrero” del año 1885 [13]. Este último habría de constituirse, con el pasar del tiempo, en uno de los más importantes precedentes para la creación de otras instancias de unificación obrera; entre otras, por ejemplo, la “Asamblea Obrera de la Alimentación Nacional” (AOAN) y la “Federación Obrera de Chile” (FOCH), nacidas durante las primeras décadas del siglo XX.
Con respecto a la convocatoria, realización y resultados de este congreso, el cual apuntó a la formación de una coordinación permanente entre las sociedades obreras y artesanales de todo el país, Grez nos indica lo siguiente:
“[…] A mediados de los años ochenta, “La Unión” [se refiere a La Unión de Santiago, la principal y más prestigiosa de las mutuales chilenas] propuso la idea de organizar un “Congreso Obrero” donde debatir los medios para proteger los intereses de los trabajadores. El proyecto fue bien acogido en el mundo asociativo y la reunión pudo concretarse el 20 y 21 de septiembre de 1885 en los locales de la Sociedad Filarmónica José Miguel Infante de Santiago. Estuvieron presentes delegados de las sociedades de artesanos y obreros de Chillán, Valparaíso, San Fernando, Rancagua, Talca, Antofagasta, Concepción y Santiago. Otras organizaciones, como la mutual de Copiapó, no enviaron delegados, pero dieron a conocer su adhesión. El evento fue ampliamente representativo del movimiento popular. Sus conclusiones comprendían una vasta gama de aspectos sociales, económicos y reivindicativos, subrayándose la necesidad de la unificación del movimiento” [14].
Igualmente, entre los objetivos más importantes que se planteó el congreso obrero de 1885, estos:
“preveían [entre otras cosas] la celebración de pactos recíprocos y generales entre todas las sociedades que persigan un mismo objeto”, y “la publicación de un diario o periódico que sirva de órgano de los obreros, debiendo todas las instituciones contribuir para sus sostenimiento” [15].
Finalmente, una de las características más importantes de la realización de este congreso fue la decisión de sus participantes por darle continuidad, planteando así la necesidad de la creación de un órgano estable de representación de los intereses del naciente movimiento obrero.
“La voluntad de seguir avanzando hacia la unificación de la acción de las asociaciones populares se expresa a través del nombramiento de una directiva que funcionaría en Santiago con el encargo de aplicar las conclusiones del Congreso, de permanecer en contacto con todas las instituciones y con poder de convocar a un nuevo evento cuando lo estimase necesario o a solicitud de a lo menos cinco sociedades” [16].
La relevancia que tuvo la convocatoria al “Congreso obrero” de 1885 tiene que ver así con que el movimiento obrero se planteó, por primera vez, la necesidad de unificarse para poder dar solución a los principales problemas que aquejaban al conjunto de los sectores populares. El proletariado chileno daba con esto, como en otras partes del mundo por este mismo periodo, un importante paso en el camino de su desarrollo político de clase. La huelga general de 1890 consolidaría este avance, dándole una perspectiva superior.
Notas
1. Este artículo ha sido presentado como ponencia en el “II Encuentro de Historiadores. A Cien Años de la Masacre de la Escuela de Santa María. 1907-2007”. Universidad Arturo Prat. Iquique, Diciembre 2007.
2. El autor es licenciado en Historia. Estudiante de Licenciatura en Antropología con mención Arqueología (IV año). Universidad de Chile. casilla2009@hotmail.com
3. Grez, S., De la regeneración del pueblo…, op. cit.
4. Ídem.
5. Ídem, pp. 566-567.
6. Salazar, G., Labradores, Peones…, op.cit.
7. Grez, S., De la regeneración del pueblo…, op. cit.
8. Ídem, pp. 574, 584.
9. Ídem.
10. Ídem.
11. Ídem.
12. Ídem.
13. Ídem.
14. Ídem, pp. 590-591.
15. Ídem, p. 591.
16. Ídem.
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