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Profesor Ricardo Lagos Escobar, Doctor Angélico

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Quienes conocen un poco  la historia de Chile suelen no creer en el encabezado de la entrevista a Ricardo Lagos, de El Mercurio, 5/10/2008. Don Arturo Alessandri repetía con frecuencia “no quiero, ni debo, ni quiero”, para referirse a la propuesta de sus partidarios como candidato presidencial, sin embargo, fue tres veces candidato y, en dos de ellas, electo presidente de la república. Cuando su hijo Fernando fue nominado candidato por el Partido Liberal, don Arturo exclamó: “¿Acaso este niño no tiene padres?”.

Nadie, salvo Antonio Varas, renuncia irrevocablemente a la posibilidad de ser candidato a la presidencia de la república. Tendremos que creerle a don Ricardo Lagos, que es un hombre muy honesto, consecuente y asertivo en sus declaraciones, sin embargo, queda una posibilidad frente a la mediocridad de los candidatos que, por el bien del país, todos los dirigentes de la Concertación vayan a pedir, de rodillas, que el ex mandatario encabece una combinación bastante periclitada.

Tiene toda la razón nuestro gran docente en no prestarse para participar en primarias o convenciones, que casi siempre, en nuestra historia, se termina eliminando a los grandes líderes y nominando a los más vivos y mediocres. Veamos algunos casos: José Tomás Urmeneta era mucho más creador de riquezas que Federico Errázuriz Zañartu, cuyo único haber consistía en ser pariente del arzobispo de Santiago; Benjamín Vicuña Mackenna aventajaba, enormemente, en capacidad intelectual a Aníbal Pinto. En el siglo XX, la mayoría de los líderes parlamentarios tuvieron que ceder ante personajes sin ninguna vocación política, como Germán Riesco, un anciano como Ramón Barros Luco, o un especulador como Juan Luís Sanfuentes; el radical Esteban Montero era buen jurista, pero un pésimo presidente. No tengo ningún ánimo de defender a los candidatos de la Concertación para presidente, pero hay una enorme distancia en las cualidades de estadista entre ellos y el genial profesor Lagos.

Por lo que he leído de las obras de don Ricardo Lagos, colijo que es un admirador de Diego Portales y de Manuel Montt, y que en cierto grado su actuación se podría asimilar a estos grandes estadistas; hay algo de autoritario y de formación profesoral republicana que lo acerca a Manuel Montt, ambos grandes institutanos. Por lo mismo, la Prensa satírica lo presenta como Luís XIV, llamándolo Ricardo I. Chile siempre ha necesitado una especie de “pater familia” que rete a los militantes y demás ciudadanos cada vez que tengan la tentación de ser díscolos o que procedan irracionalmente. Don Ricardo es la antítesis de la dulce presidenta Michelle Bachelet.

Ricardo Lagos no será recordado por el “dedo” que indicó y desafió al monstruoso tirano, Augusto Pinochet, tampoco por haber fundado el PPD -un conglomerado tan complicado como los famosos bonos infectados- o obra como ministro de Educación o gran constructor de carreteras, sino como el mejor docente de este país. Chile siempre tuvo grandes profesores como conductores; es que hasta el fin del gobierno de Ricardo Lagos el liderazgo consistía, fundamentalmente, en educar a las masas ignorantes. Hoy, con Michelle Bachelet, ya no parece necesario un gobierno educador sino participativo y cercano a la gente.

Todo profesor está obligado a enseñar su doctrina y los resultados de sus investigaciones y búsquedas; para convencer a sus alumnos es necesario que sea lo más asertivo posible- cualidad que ostenta don Ricardo Lagos en grado heroico, como diría el historiador Francisco Encina-.

Según Hegel, la filosofía se construye en base a ruinas: un sistema viene a reemplazar al otro; por ejemplo, del metadiscurso moderno al relativismo del posmodernismo, del racionalismo, al irracionalismo, del mercado libre, al estatismo, y así usted puede sumar al infinito. Lo mismo le ocurrido al profesor Lagos: tuvo una idea de Chile, como él dice, bastante enraizada en nuestra historia, quiso unir al país, de norte a sur, por  veloces ferrocarriles, como el Ave que une Madrid con Barcelona, o el TGV, que lo hace desde París hasta Marsella. En este gran sueño sólo se hermana con José Manuel Balmaceda y don Pedro Montt, grandes promotores del progreso por medio del ferrocarril. También quiso un sistema moderno de transporte para Santiago; que estos grandes proyectos hayan fracasado no desmerecen en nada la magnitud del intento.

En este país de envidiosos sólo se perdona a los grandes hombres una vez muertos: O´Higgins fue odiado por Diego Portales, que no le permitió volver al país desde el exilio de Montalbán; Balmaceda fue vilipendiado por los triunfadores de 1891; lo mismo ocurrió con Salvador Allende, incluso con Manuel Montt, que fue acusado constitucionalmente cuando era presidente de la Corte Suprema. Parecía que el doctor emérito, Ricardo Lagos, iba a quebrar esta constante de un pueblo de malcriados y malagradecidos, como decía Balmaceda; terminó su período con el 70% de apoyo ciudadano, según las encuestas de El Mercurio y La Tercera, y con el aplauso cerrado de los contertulios del “parlamento de la Casa de Piedra”. Pocos hombres de Estado pueden  igualar el cariño tanto de los pobres, como de los empresarios.

Este apoteósico acontecimiento, al dejar el poder, fue un verdadero veranito de San Juan – duró mucho menos que una luna de miel política- pues la miserable derecha chilena se ensañó contra el presidente, que antes admiraba, acusándolo de todos los males de Chile, a través de los medios de comunicación de masas y del parlamento. Es demasiado generoso el ex presidente al exclamar, en la entrevista citada, que la derecha del 5 de Octubre aquel, ha tenido un “tremendo progreso”. Personalmente, pienso que la derecha siempre se tentará con las dictaduras cuando tenga miedo de perder sus privilegios, lo que ocurre es que, actualmente, la Concertación administra sus negocios con un fideicomiso “tuerto”.

Nuestro gran catedrático es un expositor de primera calidad: genialmente compara los logros de la Concertación con los de la dictadura y el abismo, evidentemente, es notable –en tiempos de Pinochet, Chile creció 58%, en democracia, 140%; en 17 años de dictadura sólo hubo un año con inflación menos de un dígito, mientras que en el período de La Concertación ha ocurrido 14 veces con menos de un dígito; el ingreso per cápita, 2,6%, versus 5,8 en la Concertación.

El entrevistador intenta contradecir discursos tan optimistas preguntándole sobre el agotamiento de la Concertación, cuyos signos son bastante visibles: don Ricardo sale con una genial frase “¡Cambiamos a Chile, ahora tenemos que cambiar nosotros…es el esfuerzo que tenemos que hacer nosotros!”. Propone, nada menos  que realizar un gran seminario “el Chile que queremos”, como si sirvieran para algo los seminarios de la Casa de Piedra, donde se lucen el presidente del Banco Central, el ministro de Hacienda, economistas, publicistas y senadores, quienes aseguran que Chile está más blindado que la Línea de Marginot, en la Primera Guerra Mundial, cuyo aniversario de su fin recordamos este año.

En la política, como en la vida, siempre han existido los pesimistas y los optimistas y uno que otro realista trágico; los complacientes y los flagelantes, los conservadores y los revolucionarios. El discurso del ex presidente Lagos se ubica, mas bien, en el de los autocomplacientes y optimistas: le cuesta ver aspectos negativos e inmovilistas de esta combinación de partidos, que ha gobernado más de 18 años; por ejemplo, hoy votan casi los mismos siete millones de ciudadanos que se inscribieron para el plebiscito del 5 de octubre de 1988; en aquella gloriosa epopeya democrática se inscribió el 45,96% de ciudadanos jóvenes; hoy apenas un 4%. Está claro que seudo democracia actual está vacía de jóvenes, y pocos nuevos ciudadanos quieren inscribirse en los Registros Electorales.

La Concertación ha ido de más a menos en la preferencia de los ciudadanos: un 55,7% con Patricio Aylwin, en 1989, un 57,98% con Eduardo Frei Ruiz-Tagle, un 47,96 con Ricardo Lagos, que empató con Joaquín Lavín, en la primera vuelta, y sólo ganó en la segunda vuelta gracias al voto de Juntos Podemos; en la primera vuelta de 2005, si sumamos los sufragios de Joaquín Lavín y Sebastián Piñera, daría un 48%, y Michelle Bachelet obtuvo el 45,96%, ganando la segunda vuelta nuevamente con el auxilio del Partido Comunista.

Durante estos 18 años, el sistema binominal se ha mantenido incólume: los partidos son grupos de amigos y sólo se milita buscando algún pituto o pega pública, aun cuando sea una inútil gobernación –mientras menos se trabaje, tanto mejor-. Los distritos, las circunscripciones y las comunas son propiedad personal de los senadores, diputados y alcaldes, que siempre se reeligen, pues tienen cautivos a los electores, como antes se cohechaban o se arrastraban como piños a los carneros.

Seguimos con la democracia protegida: no basta con el recauchaje realizado en el período de Ricardo Lagos, es imprescindible una nueva Constitución que surja de la soberanía popular. En derechos humanos seguimos siendo deficitarios: mientras haya detenidos desaparecidos, Chile seguirá siendo el paraíso de la iniquidad.

Es cierto que hemos mejorado en la cobertura de la educación, pero sigue habiendo procesos de enseñanza-aprendizaje para ricos y para pobres –como clínicas y hospitales-, un alumno de colegio particular se le subvenciona con 200.000 o 300.000 pesos mensuales, mientras que el municipal, para los pobres, 35.000 pesos mensuales; ¿alguien puede dudar de los resultados de aprendizaje en ambos casos? 

El ex presidente Ricardo Lagos escribió su tesis de grado sobre “la concentración del poder económico en Chile”. Durante tantos años, la situación sigue siendo más o menos igual: sólo tres empresas monopolizan la generación eléctrica y, para más remate, son dueños de las aguas. En los medios de comunicación de masas hay un bipolio; algo similar ocurre con las farmacias, la madera y la celulosa; uno puede contar con los dedos de la mano los dueños de Chile. 

Los más grave es que, a pesar de que se ha disminuido la pobreza, la distancia entre ricos y pobres sigue siendo abismante: el 75 por ciento de los asalariados gana menos de 250.000 pesos, suma considerada por el presidente de la Conferencia episcopal, como un salario ético.

Es brillante la relación que el economista Lagos hace entre la sociedad, el mercado y losa ciudadanos. En los clásicos neoliberales, la sociedad y los ciudadanos son absorbidos por el mercado, único y exclusivo dios. Sería injusto acusar a la Concertación de neoliberal, aunque muchos de sus políticos, ministros de Hacienda y Economía se han dedicado a repartir loas a la herencia de Pinochet y los Chicagos Boys. ¿Quién puede negar que se han hecho esfuerzos para humanizar el capitalismo salvaje? Son valiosos los programas de salud, como el Auge que protege a los pobres cuando padecen enfermedades catastróficas, y la Reforma Provisional, sin embargo, los hospitales permanecen atosigados en algunos períodos del año, y un importante sector de trabajadores está obligado a participar en la Bolsa y en un sistema financiero que, en estos días, no le circula la sangre; si no lo salva el Estado, estaría seis pies bajo tierra.

En todos estos planos, la Concertación ha sido en extremo prudente, palabra predilecta de don Patricio Aylwin; un poco tibia y “Dios vomita a los tibios”, como se lee en el Apocalipsis, o en el Infierno, de Dante. Tanta falta de audacia y aún temor, tienen a la Concertación prisionera, después de 20 años de la transición pensada por Jaime Guzmán.
07-10- 2008 

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