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Siúticos, abajistas, rotos, chinas y cuicas

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1. Siúticos

El libro "Siútico, arribismo, abajismo y vida social en Chile", de Óscar Contardo Vergara 2008

Siempre he sostenido que los periodistas escriben mucho mejor historia que los historiadores de oficio. El libro de Contardo, además de pescar al lector de comienzo a fin, zarandea el bestiario, cruel, despectivo y racista de la sociedad chilena. La palabra siútico se usa para herir, aun cuando nadie acepta ser calificado como tal. Siempre el siútico es el otro.

Es cierto que el término siútico hoy no tiene el poder de antaño: ya pasaron los balmacedistas, los alessandristas y los radicales, a quienes el calificativo siútico les caía de perillas. En el libro que comentamos se desliza, por boca de uno de los testigos, que Ricardo Lagos Escobar podría ser un poco siútico, y que el columnista Colodro lo es del todo. Alberto Espina quedó marcado como siútico, no sólo por sus ojos azules, sino también por haber dicho, a viva voz,  que había mucha gente rara en tan exclusivo balneario. Si se tratara de de cazar siúticos, como antaño lo hacían Luís Orrego Luco, Joaquín Edwards Bello, Inés Echeverría, mi tío Mario Rivas y Benjamín Subercaseaux, y otros, podríamos entretenernos llenando páginas de páginas. ¿Cuántos siúticos podremos encontrar en el Partido Socialista o en la Democracia Cristiana? ¿Entre los parlamentarios o en líderes de la farándula? Nos saltaremos ese juego tan entretenido.

Para los grandes críticos de nuestra historia siempre existieron los rotos y los caballeros, los ricos y los pobres. Así ocurre con las obras de Valdés Canje, Carlos Vicuña Fuentes, Benjamín Subercaseaux, y otros. La clase media siempre estuvo ausente de estas críticas.

¿Qué diablo es ser siútico? De poco nos sirve recurrir a José Victorino Lastarria, que trató de siútico a un contradictor prepotente y que se vanagloriaba de sus orígenes aristocráticos? Mucho menos apelar a don Juan Tenorio, cuyo ayudante se llamaba cuiti, un personaje servil que se enorgullecía de los éxitos amatorios de su patrón; tampoco nos sirve el siútico Amador Molina, del Martín Rivas, de Blest Gana, ni menos la familia Canaleja, de los Trasplantados, del mismo autor; los Cepeda, personajes de la Chica del Crillón, de Joaquín Edwards Bello, que se creían herederos de Santa Teresa de Ávila, cuyo apellido era Zepeda y Ahumada. En 1920, fueron calificados como siúticos Arturo Alessandri y Eliodoro Yánez.

Según Edwards Bello, la siutiquería es una enfermedad que se pasa con dos generaciones: el que antes era siútica, se convierte en un caballero e –incluso tiene calles con su nombre-.

La siutiquería fue un arma política en la guerra civil de 1891: Balmaceda era el balma-siútico; la oligarquía condenaba al elegante Claudio Vicuña por andar con siúticos, como Julio Bañados Espinoza y Acario Cotapos; a este último lo definían como un caballo moro, de cincuenta años de edad, y ocho octavos de sangre india; Carlos Ibáñez fue también el prototipo del paco siútico. Cuenta el historiador Jocelyn-Holt que la familia Letelier no podía explicarse cómo la Graciela se había casado con un paco, por muy presidente de la república que él fuera. El colmo de los siúticos lo constituye la “casta” militar. Según la escritora Totó Romero, toda la siutiquería del idioma las dejó Augusto Pinochet: “Yo diría toda la vida siéntate, ¿cómo voy a decir tome asiento? Es una estupidez. Uno dice un cuarto para las cinco, pero no las cuatro y cuarenta cinco, como dicen ellos. Se dice mi tía se murió, nunca mi tía falleció. ¿Has visto algo más siútico que fallecer?. Siúticos ha habido siempre, pero yo creo que la época crítica fue la de los milicos”.

Los aristócratas se llaman, a sí mismos, la gente bien, la gente como uno, la gente de familia, la gente de sociedad. En El Tapete Verde, del talquino Francisco Hederra Concha, obra publicada en 1910, uno de los personajes, Enriqueta, considera siúticas a todas las provincianas. La ciudad del Piduco tiene fama de ser la capital de la siutiquería, incluso, el libro que comentamos ha provocado polémica en la Región del Maule.

Para una aristócrata, la gente se divide entre conocida y no conocida: todos los extraños son siúticos. La siútica nunca paga las cotizaciones de la empleada doméstica. Para Mónica Echeverría sus padres hablaban de siútico para referirse a la clase media.

Mi tío Mario Cayo Rivas era más bien un pije abajista, que se burlaba de los siúticos y, sobretodo, de las siúticas en su columna de La Noticia Gráfica, en su columna “Donde va Vicente…”. Mi abuelo Manuel Rivas Vicuña, uno de los líderes más avanzados de la República parlamentaria, trató de conducir a sus dos hijos hombres, Manuel y Mario, a la tarea política y, para tratar de lograrlo, les encontró un puesto en el Ministerio de Relaciones Exteriores, que siempre ha recibido aristócratas que sólo saben idiomas, pero mi tío Mario duró apenas un mes en el trabajo, pues no se le ocurrió nada mejor que tratar de siútico al mismísimo Ministro. Cuando vivía en la calle de los Obispos, cerca de Seminario, se paseaba desnudo, de un departamento a otro; una dama lo retó por tan procaz conducta, a lo cual respondió que ella era una sapa por mirarlo con lujuria.

Los siúticos triunfaron con Pinochet: fue la dictadura o tiranía absoluta de la siutiquería. Cuenta uno de los testigos que los Matte no entraron al Diego Portales hasta que no  llegaron los Chicago Boys, verdaderos caballeros de la Universidad Católica. Una señora aristocrática explica muy bien esta relación entre la aristocracia y los militares: si usted tiene una empleada, que le plancha la ropa prolijamente y, además, prepara excelente menú diario, no la va a despedir porque usa un perfume que no le agrada; los militares hicieron muy bien el oficio de empleada, sirviendo a los ricos.

Constanza Vergara, ex directora la de la revista Paula, sostiene que bailó por primera vez el vals de la novia en una fiesta de un oficial de la Fach. Ester Edwards dice que no conocía a los militares antes de la llegada de Pinochet: “Yo, al menos, no había visto uno de cuerpo entero en mi vida”. Totó Romero dice que “Si cuando joven me hubiera ido a ver un cadete a la casa lo habrían echado. En mi casa se consideraba que el tonto de la familia se metía al ejército”. Los milicos tienen un poder enorme, pero antes no los consideraba nadie.

Jorge Edwards sostiene que el régimen de Pinochet tiene mucho de revancha, pues los milicos odiaban a los pijes de izquierda. 

Las señoras de los milicos se caracterizan por su mal gusto; según Totó Romero, creen que porque usan carteras café deben llevar zapatos del mismo color, y si es blanca, zapato blanco; “no hay nada más siútico que zapato blanco”, exclama. La mujer del general sigue la carrera del marido y sólo es dueña de casa. Hay que tener mucho tiempo para ser siútica. El arquetipo de las siúticas es el de Lucía Hiriart de Pinochet. Laura Rivas, diseñadora, encargada de vestir a la “primera dama” dice que no pudo negarse a hacerlo y, además se vio obligada a vestirla bien, a pesar de lo resiútica que era. Lucia Hiriart roteaba a todas las mujeres que le caían mal y las trataba de chinas o de comunistas ordinarias.

Doña Lucía hablaba contra el divorcio, pero sus hijos e hijas se divorciaron, salvo el menor de ellos. Todos se casaron con siúticos y siúticas, salvo la Jacqueline que, en tercera instancia, se casó con un Noguera. Según mi hermana Manuela Gumucio, Jacqueline posa de pituca. Los militares viajan por todo Chile y viven todos juntos, en poblaciones destinadas a ellos; sólo iban al extranjero como agregados militares para comprar armas y organizar fiestas patrióticas del 18 de Septiembre. En la transición a la democracia, el agregado militar enviaba, directamente al comandante en jefe la valija, sin que la viera el embajador. A Pinochet  le dio por viajar y meter la pata en todo el mundo, tal como lo hacía en Chile cuando improvisaba, y al fin, por este vicio y su prepotencia, terminó preso en una clínica de Londres.

2-  Pitucos, caballeros y acaballerados  

La aristocracia chilena es una casta de mercachifles, pero funda su orgullo en la “limpieza de la sangre”; según una encuesta, el 6% de los chilenos se declara indígena. Para Gloria Errázuriz Pereira, a sus padres no les interesaban los títulos nobiliarios, pues habían hecho la historia de Chile. En los caballeros se mezcla el apellido y el dinero, lo importante es que sea producto del ocio y no de una actividad productiva; claro que, en dos generaciones, las familias mineras del Norte Chico se convirtieron en aristócratas – es el caso de los Ossa, los Edwards y los Urmeneta. Según Luís Barros y Ximena Vergara , en El modo de ser aristocrático, el dinero habido mediante el trabajo productivo se lava con el correr del tiempo. En dos generaciones los turcos y los croatas se convirtieron en socios del Club de la Unión y en dueños de los principales monopolios chilenos.

El caballero desprecia, no sólo a los siúticos y a los rotos, sino también a un artista de origen humilde, como Gabriela Mistral, que acababa de ganar los Juegos Florales, en el Teatro Municipal. La madre de Vicente Huidobro, que aspiraba a que su retoño fuera el rey de Chile, le escribía a Europa, en el siguiente tono: “tienes que volver pronto. Aquí hay que poner orden: hay una rota, una pobre mujer que está escribiendo poemas”. Cuenta un memorialista que antes de un baile de estreno, el señor Larraín le mostraba El Gotha chileno y sólo debía invitarse a jóvenes que aparecieran en ese libro; lo peor que le podía pasar a un caballero era que una hija suya se casara con un siútico, especialmente militar. Uno de los personajes de Mama Rosa exclamaba, “yo no permitiré que mi hija se case con un siútico.

En la película de Raúl Ruiz, Diálogo de Exiliados (1974), unos de los personajes es Fernando Vial Errázuriz, que es entrevistado por un periodista brasilero: “Vial por parte de padre y, sobretodo, nieto de José Manuel Balmaceda y el presidente Erràzuriz por parte de madre”; con esta frase, el aristocrático desterrado cree haberlo dicho todo, sin embargo, el periodista aludido no entiende nada. Vial sigue perorando: “¿habrá Viales que quieran ser Vidales o García Huidobro que le borren el Huidobro?”.

El roto y la china eran vistos de distinta forma por los aristócratas; hay algo de mítico en el roto y el indio, en la figura de Lautaro y los soldados en guerra contra la Confederación Perú-Boliviana, incluso, existe aún un monumento en la Plaza Yungay, y Lautaro es uno de los personajes más respetados de la historia de Chile. Algo muy distinto es el roto real, que es hábil, un poco “básico, flojo y borracho”, como los tilda el prejuicio aristocrático.

En el Mito Aristocrático, de Luís Barros y  Ximena Vergara, aparece la familia campesina de los Ponce, vasallos muy leales del señor feudal –dueño de fundo-, entre patrón e inquilino existen relaciones de dependencia y servicios muy distintos del mundo del mercado capitalista. La “nana” es otro personaje campesino que se transforma en parte de la familia al dar leche a los caballeritos. El historiador Jocelyn-Holt dice que sus primeras palabras pertenecen al vocabulario campesino de su nana. El pobre es como un niño que no logra captar lo triste que es su vida desde la cuna a la muerte.

También hay lo que se llama rotos acaballerados, es el caso de quienes siendo pobres, votan por los partidos de derecha, porque creen al tener riqueza, no van a robar, o que en sueños, pretenden parecerse a ellos. En el pasado, el Partido Conservador tuvo obraros apatronados, hoy no debe falta en la UDI alguno de estos rotos despistados. En las manifestaciones pro Pinochet se juntaba lo peor de las “viejas rotas” y sus caras eran dignas de Los Miserables, de Víctor Hugo.

Cuenta Roberto Matta que trabajaba con los muralistas de Ramona Parra para pintar en la Comuna de la Granja; él los invitaba a desayunar en el elegante hotel Crillón. “…ellos no tenían nada y yo los invitaba a comer. Primero, si no hubiera sido el gobierno de la Unidad Popular no los habrían dejado entrar…Pero como yo estaba ahí…Estábamos en la mesa y pedían cosas. Y los mozos, que eran siúticos, estaban como ofendidos de tener que servir a rotos y se acaballeraban y servían a caballeros…Estaban todos con las bocas fruncidas”.

Doña Victoria Subercaseaux, madre de Benjamín Vicuña Mackenna, fue consolada por el obispo Mariano Casanova ala muerte de su hijo, diciéndole que la Virgen María había sufrido también mucho por la muerte de su marido, José. “¿Cómo puede comparar don Mariano a ese carpintero siútico con mi Benjamín?”.

A veces, el roto se convierte en un “salvaje”, en un personaje terrible, cuando se trata de defender sus derechos ante el orden oligárquico, instigados, según los patrones por los agitadores. En la huelga de la carne, la oligarquía tuvo mucho miedo como lo indica el siguiente texto de Balmaceda Valdés, en su  novela Desgracia: “Me parece estar viendo la figura gallarda y varonil de mi abuelo Valdés, siempre tieso como un huso a pesar de sus años, entre el doctor Gregorio Amunátegui y don Vicente Correa Vergara y rodeados de los vecinos de esa calle, todos de carabina al hombro, formando una barrera infranqueable que las turbas no osaban acometer”. De las Brigadas Blancas a Patria y Libertad la oligarquía reaccionó, ante el miedo, matando rotos, actividad que llamaban “palomear rotos”.

3. Cuicos y cuicas

El término despectivo corresponde a los habitantes del Alto Perú, hoy la actual Bolivia. Sólo en Chile el cuico es equivalente al pituco, perteneciente al ABC1. Los cuicos, como los siúticos deben ser medidos como la escala Mercali, según como se siente el terremoto. Hay el cuico absoluto, ABC1, que es socio del Club de Golf, alumno, por lo regular, del colegio de los Legionarios de Cristo, de antepasados dueños de fundos, ingeniero o abogado de la Católica; hay también el cuico intelectual, laico o católico. En las cuicas encontramos a oro perla y la cuica zafada, es decir, la Rita Salas Subercaseaux, que publicó un libro llamado Antenas del Destino; aunque sus parientes compraron dos ediciones de esta obra, al fin sigue siendo un clásico del naif chileno, provocando la risa de los pocos que la han leído.

De Rita Salas se cuenta la siguiente anécdota: “…ella y una familiar visitan la casa de un par de mujeres con dinero. Toman el té y a la hora de la despedida Rita le comenta a su acompañante, frente a sus anfitrionas ¡qué siúticas más encantadoras!”. Otras cuicas zafadas fueron la Marta Montt, que se bañó en bikini desafiando la prohibición del obispo Tagle, María Luisa Bombal, que mató por celos a su amante, en el salón de honor del hotel Crillón; la más famosa de todas es Teresa Wilms Montt, que murió por sobredosis en un hospital de parís.

4. Los abajistas

Son aristócratas que se identifican y se sienten mejor con los pobres que con los seres desagradables de su clase. El héroe máximo de los abajistas, según Contardo, es Ernesto Che Guevara, un joven de buena familia argentina que decide jugarse la vida por los pobres. Muchos de los abajistas pertenecen al campo católico, en primer lugar, inspirados por la Encíclica Rerum Novarum, entre ellos se encuentran Bernardo Leigthon y Jaime Castillo Velasco; en segundo lugar, cristianos inspirados en el Concilio Vaticano II y las Conferencias del CELAM, de Medellín y Puebla, entre estos abajistas los más destacados son los sacerdotes Mariano Puga, José Aldunate y mi tío, Esteban Gumucio. Todos ellos se identifican totalmente con sus poblaciones, hasta tal punto de vivir como ellos.

En otro plano, también abajistas laicos, como Miguel Enríquez, que viene de la aristocracia de Concepción, y antes Eugenio Matte Hurtado, que fundó el Partido Socialista y fue uno de los jefes de la República de los doce días.

De todas las categorías, los abajistas son los que me caen mejor, pues creo que son los más auténticos y verídicos.

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