Lo que tengamos que construir, ahora y para el futuro, no podrá sustentarse sino en la verdad. Las ventajas de su ocultamiento o falsificación podrán responder, a lo más, a una coyuntura transitoria; pero ni se sostienen ni pueden ser útiles más allá de su manipulación inmediata.
Muchos de nosotros podríamos acumular testimonios sobre lo que, paradójicamente, ante tanta tergiversación, hubiera de defender como “el otro Allende”. El de profunda convicción revolucionaria; el de la decisión permanente de sostener el proceso de transformaciones, la reforma agraria, hasta erradicar el latifundio, la constitución del área social en la que se entregaban a los trabajadores las actividades económicas estratégicas que antes dominaban el imperialismo y la burguesía; el dirigente que siempre buscó no aislarse de las masas, y apelar a ellas; y también el que estuvo dispuesto a asumir responsabilidad personal por las consecuencia de errores y torpezas de otros.
Y si tales testimonios no merecieran la confianza plena en su fidelidad, recordemos otros de quienes tuvieron oportunidad privilegiada de reunirlos sin que tengan el mismo grado de participación y compromiso personal en el proceso, en sus fases de ayer y de hoy. Como ocurre con Joan Garcés y los antecedentes de información que reúne en su libro Allende y la experiencia chilena.(1) Recurramos, pues, a ellos, para referirse al menos a dos de las cuestiones más decisivas y respecto de las que con mayor frecuencia se transfieren a Allende unas responsabilidades que tiene que ver muy directamente con el fracaso y la derrota.
Se trata, en un caso, del entendimiento y la actitud [de Allende] frente a la institucionalidad heredada, su sostenimiento o transformación, su compatibilidad o incompatibilidad con el proyecto socialista. A propósito de lo cual resulta ser más que suficiente comparar ese juicio de Altamirano que atribuye a Allende “la pretensión estéril de asirse ciegamente a las instituciones liberales”, con los siguientes hechos, en parte de conocimiento público, narrados por Garcés:
“El 18 de abril de 1972, ante una concentración de más de medio millón de personas, Allende planteó por primera vez en público el agotamiento de una forma de estado […] El 5 de septiembre siguiente, en un acto público, Allende evocó ante el gobierno en pleno y varios miles de cuadros dirigentes de la UP la necesidad de reemplazar las instituciones del Estado y del régimen juridico-institucional. Pidió la organización de un amplio debate sobre el particular a nivel nacional […] Sólo el MAPU y la Izquierda Cristiana, los [Partidos] más pequeños, manifestaron por escrito que aprobaban la iniciativa y el contenido del proyecto de reemplazar las estructuras del Estado. El resto nunca se pronunció de modo explícito y categórico. No aprobaron el proyecto ni lo rechazaron. Tampoco lo reemplazaron por otro. Pero quedó ahogado dentro del comité político […] Allende, solo, continuó planteando en sus discursos lo esencial de esta iniciativa […] Todavía ocho meses después […] se refirió a la necesidad de plantear el cambio de las instituciones del Estado…”
Y lo segundo, en relación a la disposición y a la previsión de defender el proceso, en la habilitación de las masas para la lucha y en la decisión para detener el desarrollo de la conspiración golpista dentro de las Fuerzas Armadas. Dice Garcés:
“[…] la necesidad de preparar el movimiento obrero para disuadir o resistir una insurrección burguesa fue ya planteado durante las primeras semanas del gobierno. La contrapartida a nivel de masas de la política en relación con las Fuerzas Armadas fue objeto de varias iniciativas del Presidente Allende a partir de febrero de 1971; no sólo privadas, como su intervención en el pleno del Comité Central del PC de junio de ese año, a puerta cerrada, sino también públicas. El 29 de febrero de ese mismo año, en Punta Arenas […] Allende proclamó la necesidad de organizar a las masas populares para dotar a la política militar de disuasión de la UP de una base social propia.
[…] los planteamientos centrales que informaban el discurso del Presidente Allende del 29 de febrero de 1971 […] fueron llevados de modo distinto a la mesa de discusiones con al dirección de los partidos obreros. Pero no fueron compartidos. Quedó así abierto un flanco en la capacidad de defensa y de maniobra del movimiento popular que se demostró decisivo
[…] Aun el 5 de junio de 1973, entre las recomendaciones de Allende al comité político de la UP se puede leer: 1. Frente de masas: organización popular para resistir el enfrentamiento a partir de tres-cuatro meses […] tampoco se hizo después del 29 de junio, cuando los blindados rodearon y dispararon por primera vez contra el palacio de La Moneda […]
Ese día, el 29 de junio, debemos poner énfasis en el hecho de que la UP no pudo aprovechar su éxito circunstancial y atacar las bases mismas de la insurrección y desarmar a sus adversarios. Apenas dos meses después, Allende se lamentaba de no haberse encontrado el 29 de junio en La Moneda y haber obligado a disparar sobre la unidad insurrecta […]
[…] cuando se llega a la segunda mitad de agosto de 1973, un amplio sector de la UP todavía no percibe hasta qué punto es inminente la insurrección armada de la burguesía […] De ahí que el Secretario General del PC, Luis Corvalán, se pronuncie desfavorablemente el 21 y el 23 de agosto cuando Allende le comunica su intención de llamar a retiro esa misma semana a los seis generales del Ejército que se sabía estaban encabezando la insurrección: Bonilla, Ñuño, Baeza, Arellano, Javier Palacios y Torres de la Cruz. Mientras Corvalán es partidario de que no se lleve a efecto tal medida, por temor a la reacción que pudiera provocar dentro de las Fuerzas Armadas, Allende cree que o se impone el Gobierno o lo derroca un golpe militar […]”(2).
Innecesario decir más.
“Vendrán otros hombres…”
O tal vez unas líneas adicionales, para que la reconstrucción histórica, cuando se la emprenda de veras, no olvide dar cuenta de esa relación dramática que va a conformarse entre Allende y la dirección político-partidaria; y que el análisis político busque explicarla.
Recojamos también sobre ello dos testimonios registrados en el libro de Garcés, referidos a dos momentos particularmente críticos. El primero, la víspera de la tragedia, cuando nadie desconocía la inminencia del golpe y todos reclamaban una decisiones angustiosamente impostergables:
“Allende convoca al comité político de la UP para que escuche el informe del Ministro de Defensa sobre la situación militar. La reunión tiene lugar el miércoles 5 [de septiembre de 1973] y en ella le Presidente expone la urgencia de una opción […] si los partidos no se ponen de acuerdo […] el presidente solicita que durante un período máximo de tres meses acepten que él tome decisiones, según su discreción, sobre la opciones fundamentales, pues el gobierno no puede permanecer semiparalizado en medio de la insurrección. La respuesta de los partidos políticos debía serle entregada, por escrito, el día siguiente, jueves 6 […] No se pone de acuerdo. Transcurre el día 6 y la contestación no llega a Allende. Pasa el día 7 y tampoco […] la noche del sábado 8 Adonis Sepúlveda ha redactado la carta-respuesta del comité político al Presidente de la República. Allende […] comprobará una vez más cómo, en el momento de la decisión principal, las divergencias estratégicas y tácticas tiene paralizada a la dirección del movimiento popular. La comunicación fijaba la posición del órgano resolutivo común de los partidos políticos sobre sus proposiciones: acuerdo con la DC, rechazado; formación de un gobierno de seguridad y defensa nacional, rechazado; voto de confianza al Presidente para que adopte temporalmente decisiones inaplazables, rechazado. Recomendaciones propias del comité político en sustitución de las anteriores; ninguna”.
Y el segundo [testimonio de Joan Garcés], referido a las horas mismas de la tragedia desatada la mañana del 11 de septiembre de 1973, con la inevitable comparación angustiosa que sugiere:
“En los mismos momentos en que Allende y su equipo personal resolvían rechazar la oferta de rendición y continuar resistiendo, otra reunión tenía lugar en la industria SUMAR. La del comité político de la Unidad Popular. Tras media hora de deliberaciones, los dirigentes de los partidos llegaban a una conclusión: no ofrecer resistencia […]”(3)
Acaso haya que recorrer toda la historia del proceso, cada uno de sus capítulos, hasta ese desenlace, para comprender debidamente el sentido profundo de las últimas palabras de Allende. Porque releídas una y otra vez, repetidas hasta memorizarlas, sintiendo en ellas la expresión de una larga reflexión, reconociendo todo lo que tuvieron de generosidad, fuera toda duda sobre la honestidad absoluta con que las pronuncia un hombre que tiene la certeza de su muerte inminente, deja como claves enigmáticas de su testamento político dos interrogantes que no siempre se las advierte, acaso por la misma emoción con que se las lee.
La pregunta de por qué, en tales circunstancias, el hombre, el dirigente que las pronuncia, no olvida referirse a los trabajadores, a la modesta mujer, a la campesina, a la obrera, a la madre, a los profesionales, al obrero, al campesino, al intelectual; pero al mismo tiempo, no las refiere en momento alguno a sus compañeros de dirección política, ni los convoca a ocupar el papel de dirección que deja. ¡Ni una palabra [sobre ellos], en ese mensaje final!
Y la pregunta de por qué, cuando anuncia en su comunicación esperanzadora la apertura de las grandes alamedas del futuro, y expresa su seguridad de que el momento gris y amargo será superado, siente la necesidad de decir sobre quiénes se harán cargo de esa superación: Vendrán otros hombres…
Notas:
(*) Pedro Vuskovic Bravo (1924-1993), Ministro de Economía de Allende (1970-1972) y autor de la plataforma económica del gobierno de la Unidad Popular. El presente texto, transcrito por H.H.B, ha sido tomado del libro: Una sola lucha, México D.F., Editorial Nuestro Tiempo, 1978, págs. 74 a la 80.
(1) Joan E. Garcés, Allende y la experiencia Chilena, las armas de la política. Santiago, Ediciones BAT, Segunda edición, 1990.
(2) Joan E. Garcés, Op. Cit., págs. 249-250; 280-281
(3) Joan E. Garcés, Op. Cit., págs. 332-333; 338; 397.
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