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Chile: la Concertación derrumbada y la CUT de Martínez

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1.
El 3 de abril, ante la expectación de la clase política, la versión de la derecha histórica del bloque en el poder agrupada en la Alianza por Chile y seguida por los desprendimientos demócrata cristianos cada vez más francos hacia ese sector, dieron un golpe de fuerza política por arriba, con la acusación constitucional,  e inminente caída de la Ministra de Educación, Yasna Provoste, primera jefa de cartera suspendida de su cargo por mayoría simple parlamentaria desde la inauguración de los gobiernos civiles post dictadura. Si bien todavía falta la votación del Senado para sancionar definitivamente la exoneración de Provoste, la actual composición de la Cámara Alta, hegemonizada por la Alianza por Chile y la ala derechista de la DC y el ex PPD (llamada Chile Primero, hoy), debería, simplemente, confirmar la sanción de los parlamentarios (considerando que en el propio Senado están las jefaturas que indujeron lo ocurrido en la Cámara de Diputados).

En la forma de un castigo a un posible incidente de corrupción asociada a la dotación de recursos fiscales a la subvención escolar privada y la ausencia de la supervisión adecuada para evitar la millonaria pérdida, la derecha histórica, políticamente de fondo, dio un nuevo golpe a la Concertación, mientras Bachelet lucía de académica medieval en Londres y alentaba la inversión de capitales británicos en Chile.

Con el giro hacia la diestra del llamado “sector colorín” de la DC, Adolfo Zaldívar –hermano de uno de los enemigos acérrimos del Presidente Salvador Allende durante la UP , Andrés Zaldívar- y ex líderes del PPD, la derecha ya es mayoría en ambas cámaras de acuerdo a los últimos hechos.

Ante los resultados de la votación –que descubren la descomposición profunda y explícita del conglomerado en La Moneda- el vocero del gobierno, Francisco Vidal, enfrentó la expresión “nueva mayoría”, acuñada por la derecha histórica, afirmando demagógicamente que “la mayoría se expresa en las urnas”. Vidal sabe perfectamente que ante un padrón electoral envejecido y descreído, donde más del 50 % se resta de cualquier opinión política en las encuestas, el impacto mediático del infortunio de Provoste, contribuye poderosamente a la creación de condiciones “atmosféricas” para evitar un quinto gobierno concertacionista.

Desde la llegada de los gobiernos civiles al Ejecutivo, verticalmente se ha propiciado la despolitización de la sociedad chilena, procurando su manipulación mediática y clientelar. El bloque en el poder, cuyos dos rostros únicos ofrecen sustento jurídico y político a los intereses del gran capital transnacionalizado, y cautelan con maña ejemplar el actual patrón de acumulación capitalista, ahora renuevan su polarización pre electoral en un escenario relativamente nuevo y descompensado. La Concertación -más por su agotamiento de sentido, errores de conducción, episodios de corrupción, disputas endógenas ligadas a la repartición política del complejo estatal, e incapacidad estratégica para revertir las condiciones de empobrecimiento y desigualdad de las grandes mayorías producto de una dinámica que, lejos, favorece al capital sobre el trabajo- concede enormes flancos a una ultra derecha, reaccionaria, rentista y atávicamente conservadora. Escaso de méritos propios, el rostro derecho del sistema político sin pueblo imperante en Chile, avanza a pasos agigantados, inclinando a su favor el equilibrio precario del articulado político dominante de cara a las elecciones, primero municipales, y luego parlamentarias y presidenciales.

Como se planteara en otro artículo, la mejor forma de inyectar “legitimidad” a un sistema político genéticamente antipopular y con una de sus expresiones en crisis, es el recambio aparente de la componenda en el gobierno.

La fotografía del actual escenario que protagoniza la camarilla política repetida y administradora del Estado burgués desde hace casi dos décadas, indica, provisoriamente, que ni con la incorporación de la izquierda tradicional y su magra votación –acaso más mellada ante su derechización- a su polo de influencias, se asegura el porvenir de la Concertación. Por el contrario. La derecha histórica, desmarcada formalmente de un Pinochet ya extinto, cuenta hoy con más  posibilidades presidenciales  para hacerse del Ejecutivo el 2009. Independientemente de que la Concertación jamás comportó una alternativa de consistencia popular y horizontes de una sociedad justa, igualitaria y democrática, en todas sus dimensiones. Ni siquiera encaró seriamente la redistribución del ingreso y la participación política de las mayorías; principios que cualquier gobierno capitalista y burgués con proyecciones estratégicas, considera y resuelve para contener la lucha de clases y cautelar su perpetuación.

La Concertación y la Alianza por Chile forman la trama bicéfala de un mismo bloque en el poder. Sus distancias sólo pueden advertirse –y no siempre- en el ámbito de las libertades privadas (como el derecho a la anticoncepción) y cierto diferendo en el plano cultural –desposeído, vaciado de contenidos auténticamente transformadores- por la ladera concertacionista respecto del conservadurismo de la Alianza. Sin embargo, en el mundo de las relaciones económicas estratégicas, maneras políticas y represión popular, se diluye toda contradicción sustantiva. La desesperación de la administración de la Concertación tiene más que ver con sostenerse en el Ejecutivo por prestigio político y prebendas estatales que por proyectos de país distintos en juego. Eso lo saben ellos, los empresarios y cada vez más, el pueblo. ¿No es posible ya prever un alto abtencionismo en las elecciones de 2009 ante un panorama confuso y distante para los de abajo?

2.
El domingo 6 de abril terminó el VIII Congreso de la Central Unitaria de Trabajadores, que, pese a ser la principal multisindical del país, sólo conjunta, formalmente –mediante un sistema de representación indirecta que fortalece el control político sólo de militancia tradicional, principalmente de la Concertación- a alrededor de 400 mil trabajadores de los más de 6 millones de chilenos que forman la fuerza laboral.

Arturo Martínez, presidente de la Central y militante disciplinado del Partido Socialista del cual es parte la primera mandataria, Michelle Bachelet, señaló que en las elecciones de agosto de 2008 se presentará de nuevo “si no hay acuerdos y nos arriesgamos a debilitarnos.” Asimismo, es claro en exponer sus ganas de ser diputado en el Congreso, bajo la figura de “una gran alianza político social con los sectores democráticos y progresistas del país.”

Respecto del aumento visible de luchas laborales en el último tiempo –que abre un nuevo ciclo en alza gradual de la lucha de clases- y consultado sobre el eventual aterrizaje de un gobierno de la Alianza por Chile el 2009, Martínez dice que “eso cambia el cuadro totalmente, porque en la CUT buscamos muchas veces resolver (los conflictos) con diálogo, pero en un gobierno de derecha eso no va a ocurrir, nosotros no le vamos a apagar los incendios. Al contrario, vamos a estar en la calle permanentemente”.  Al menos, los dichos del máximo dirigente de la CUT manifiestan con transparencia inmejorable el verdadero rol de “bombero” de las luchas sociales, luchas que, históricamente, han sido el único medio de enfrentar la dominación del capital y obtener mejoramientos auténticos de las condiciones de vida de los asalariados.

No es ningún secreto la relación de camaradería y apoyo a Arturo Martínez por parte del actual líder de la burguesía gremializada en la Confederación de la Producción y el Comercio (CPC), Alfredo Ovalle. Para un importante costado de los dueños de todo, Martínez garantiza ser, justamente, un experto “bombero” y pieza significativa para cautelar la paz social –a costa de la expoliación mayoritaria que sufren los trabajadores- necesaria para mantener las millonarias tasas de ganancia del capital transnacionalizado imperante en Chile desde el golpe de Estado de 1973. Hasta hoy, al menos, una CUT de mando domesticado, extensión del Ministerio del Trabajo, cara “socialista” y nula autonomía, es el resultado de una fórmula del poder que ha rendido excelentes frutos. Es decir, por una parte, la burguesía tolera con indolencia ciertos discursos “aleonados” oportunistamente por Arturo Martínez, mientras tanto, por otro lado, en la vida  real aumenta su tonelaje oligarca, la concentración de la riqueza, la tercerización y precarización del empleo, y la aplicación concreta del capitalismo a ultranza.

Con extraña transparencia, Martínez afirma que, de ganar la derecha histórica, ahora sí que la multisindical saldrá a la calle. En fin, ahora sí que luchará. Ahora sí que cumplirá el deber ético, político y social que dibujara estelarmente el fundador de la CUT , Clotario Blest en 1953, símbolo de la unidad anticapitalista y antiimperialista de los trabajadores chilenos.

No se puede servir a dos amos. No es posible representar los intereses profundos de los asalariados y al mismo tiempo, ser clave del puzzle colaboracionista y complementario de la burguesía reinante, en su expresión concertacionista o aliancista. La posición política de Martínez, en este caso, contraviene, “tranca la pelota”, obstruye y confunde la posibilidad de reconstruir a una fuerza de trabajo en lucha justa y que mañana aspire a un gobierno donde, en efecto, manden las mayorías castigadas por una minoría privilegiada.

En este escenario, es dable advertir cómo la táctica de la izquierda tradicional es finalmente, su estrategia. El espaldarazo e intento de ser tabla de salvación (con enormes y razonables dudas respecto de sus aportes electorales) de la izquierda tradicional a la Concertación, ante la debacle del conglomerado en el Ejecutivo, a cambio de lograr ingresar accesoriamente al parlamento articulado por un sistema político desacreditado popularmente, y funcional al orden capitalista, sólo crea confusión y desorientación entre las mayorías. Simplemente, la apuesta de Arturo Martínez revela, una vez más, su desconfianza respecto de los trabajadores en lucha, y que privilegia su tensa familiaridad y  arribismo político y social en relación a la patronal.

En tanto, paulatinamente, acentuando los acuerdos, conviniendo los diagnósticos, traspasando la lucha puramente economicista y de colaboración con el empresariado, y apuntando los titulares de una plataforma de lucha para el actual período, distintos sindicatos, federaciones y confederaciones de trabajadores de diversos ámbitos apuran su reunión. Críticos a la actual dirección de la CUT , otros sectores de trabajadores organizados postulan su reconstitución sobre las vigas maestras de la independencia política de los trabajadores respecto del Estado y el empresariado, y la lucha a largo plazo hacia el establecimiento de un gobierno de los trabajadores y el pueblo. Aquí   la CUT y el movimiento de los asalariados en general, aparecen en la forma de una refundación sindical  en el marco de una amplia constelación de pueblo en lucha. Es decir, las organizaciones sindicales y la propia CUT se admiten como instrumentos  necesarios, pero nunca únicos ni fetichizados, para la emancipación de las grandes mayorías en Chile. A través de una dinámica de cara al pueblo y los trabajadores, ya camina el proceso de acumulación de fuerzas anticapitalistas de una franja sindical con convicción de unidad, mayoría y poder.

El derrotero convenido está lleno de dificultades. No hay duda. Pero el imperio de  la esperanza urgente alberga en su seno las potencias de un futuro donde, latinoamericanamente, ética insobornable y proyecto de alcances históricos y liberadores, funda el horizonte en la humanidad de un pueblo que recupera a diario su conciencia. Y por la convicción política y existencial de que la libertad auténtica sólo amanecerá cuando se termine con el reinado de la necesidad, la sobrevida, el  capital y el egoísmo.
07 de abril de 2008

– El autor es miembro del Polo de Trabajador@s por el Socialismo

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