El hijo de un buen amigo mío, que egresaba de su carrera de estudiante de teatro, me pidió que le ayudara con alguna idea, puesto que para su proyecto de título tenía que declamar un monólogo –de su autoría- y que debía reflejar alguna situación dramática en nuestro país. Al correr de los días, le redacté lo que entrego a los apreciados lectores de piensaChile. El hijo de mi amigo fue calurosamente ovacionado por el público, sus compañeros y profesores, que le pusieron distinción máxima. Creo que fue mas por el histrionismo de su actuación que por lo que dice este pequeño artículo, fiel reflejo de una realidad cada vez más agravada en Chile.
Chile, ¿copia feliz del edén?
Estoy confuso… no entiendo nada… ¡Todo el mundo me ve, los conocidos me saludan con un HOLA , ¿CÓMO ESTAS? Y yo me pregunto ¿A quien saludan? No puede ser a mi, ya que yo ¡ESTOY MUERTO! No existo porque un pedazo de papel llamado DICOM así lo acredita. No tengo acceso a la vida, que es el trabajo… No accedo a ninguna de las “maravillas” que este mundo globalizado le brinda a los privilegiados que no han recibido, todavía, su certificado de defunción….
Mis amigos de la infancia y de la juventud… ¡que envidia!… comentan en sus encuentros… ¿Viste que maravilla es la televisión digital?… ¡Me compré un microondas de última tecnología! ¡A mis hijos los tengo en la mas cara y privilegiada Universidad privada, gracias a mi excelente crédito! ¿Te gusta mi vehículo 4×4?… ¿Te gusta mi nueva Palm?…
Desde las sombras de la muerte civil, les escucho y no entiendo como yo, que soy –o fui- inteligente , de buena presencia, con talento, el líder entre mis amistades, no soy capaz de comprender de que hablan… y menos tener lo que ellos tienen
El día que morí, hacía poco que había egresado de la Universidad, lleno de ilusiones… Me sentía dueño del mundo… Era un orgulloso profesional y el ancho mundo se abría ante mis ojos. Lo conquistaría para mí y para los míos… ¡Adiós privaciones! ¡Adios angustia y correrías para pagar mis cuentas! Ahora, podría comprar ese precioso traje que me cautivaba desde la vitrina de una tienda de Vitacura!… Esos zapatos preciosos de cuero exhibidos en las vidrieras, contrastando con mis zapatos rotos, que no brindaban protección del frío y de la lluvia en el invierno y me quemaban los pies con el sol del verano, ya podrían ser mios… muy pronto.
Tenía un currículo impecable… mi hoja de notas universitarias había sido la envidia de quienes no se habían esforzado como yo… me sentía el dueña del universo…
¿POR QUÉ MORÍ? ¿QUIÉN ME MATÖ? ¡Nadie físicamente! Sólo un miserable pedazo de papel.
Las almas en pena, como soy yo ahora, muerto en vida, me responden… y también preguntan… ¿Estás en DICOM? ¡Pobrecito! Ese infame papel te mató…
Esta es la triste historia que me sumió en las sombras de la nada…
Nací en cuna de oro. Mis padres eran trabajadores y excelentes empresarios. Les iba muy bien. Vivíamos con todas las comodidades… nada nos faltaba… su empresa daba mucho y buen trabajo a quienes les colaboraban para que siguieran prosperando… y yo con ellos….
Llegó la modernidad… la globalización… los tratados de libre comercio… se abrieron las aduanas… Mi país se llenó de productos importados, con precios de venta muy por debajo de los costos de lo que producía la fábrica de mis padres…
Sus clientes, los grandes compradores de sus productos y otrora orgullosos exportadores… no pudieron competir… Muchos… la mayoría… tuvo que cerrar sus puertas. Miles de trabajadores a la calle, condenados a la cesantía.
Las grandes cifras decían que mi país crecía y crecia… que el índice tal mostraba crecimientos insospechados y que el Banco Central hablaba de fabulosas reservas monetarias. Pero.. nada decían de la cesantía… del cierre de empresas… de la falta de trabajo. Los índices eran solo para una selecta minoría… Los más, cada vez mas y mas miserables… Los míos también cayeron. Tuvieron que cerrar su fuente de ingresos, de trabajo y de vida… todos sus colaboradores a incrementar el índice mentiroso de la cesantía… En mi país ya no hay trabajo… Las deudas -normales en todo negocio- se transformaron en una pesadilla. El deudor cambió de nombre… ¡Ahora se llama delincuente! ¡Le debe a los bancos, esos instrumentos financieros que tienen como única finalidad el lucro! SI NO PAGAS, MUERES! No los mataron físicamente… murieron asesinados por ese pedazo de papel… por ese famoso DICOM.
Mis padres, en la plenitud de sus condiciones intelectuales… también fueron declarados muertos civiles. Todas las puertas cerradas y en todas partes… Así comenzó mi agonía…
Mas de algún apiadado amigo o un benevolente conocido les decía: ¡Vengan a trabajar conmigo! Traiganme sus papeles y… por supuesto… una certificación de DICOM, porque mi Directorio así lo exige.
¿Pero… Cómo? Estás en DICOM? Cuanto lo siento… No me sirves… eres un muerto civil… ¡Que paradoja! Mis papás habían pagado todas sus deudas, que eran muchas… Sin embargo, para resucitar como el bíblico Lázaro, tenían que optar… O pagaban una millonada a ese malévolo Dicom para que les devolviera la vida, o los pocos dineros que habían podido salvaguardar se usarían para que YO, su hijo y MIS hermanas, tuviéramos una profesión… Por supuesto que optaron por lo segundo…
Sin embargo, LA POCA PLATA NO ALCANZABA. Vamos a suplicar por créditos y becas, nos decían… y así lo hicieron… Yo y mis hermanas, nos transformamos en DEUDORES… nos hicieron firmar muchos papeles, muchas letras de cambio… muchos compromisos que no entendíamos, pero que hipotecaban nuestro futuro. De no pagar, luego de nuestro egreso universitario, a la guillotina incruenta… a lucir nuestros nombres en ese gran diccionario alfabético nacional que se llama DICOM.
Lo inevitable sucedió. Mientras no encontrara trabajo, no podía pagar… mis papás, ya desgastados sus huesos y carne por la muerte civil, nada pudieron hacer. Yo tampoco. No pude pagar a tiempo, siempre pensando que… cuando trabaje, pagaré lo que debo y seré feliz. ¡Cruel autoengaño! La “Parca”, representada en esta tierra por el DICOM, no me perdonó. Me inscribieron en el registro de los malditos… de los muertos civiles.
El día que me contestaron una solicitud de trabajo… lleno de ilusiones… me presenté al llamado de mi potencial empleador… Tests de conocimientos… tests psicológicos de aptitudes… tests de idiomas… TODO superado con éxito, hasta que me entrevistó el señor Jefe del Personal. Fui feliz y esperanzado… Todos me habían felicitado. Había pasado la totalidad de las pruebas y solamente me faltaba la formalidad de firmar un contrato de trabajo.
El Jefe del personal, muy sonriente, tremendamente amable, también me felicitó con palabras que me llenaron de orgullo… “Serás un valioso aporte para nuestra importante empresa… Aquí harás una hermosa carrera profesional… Ganarás mucho dinero, porque tu vales mas de lo que esperábamos… A ver, dame tu número de cédula de identidad… por supuesto que, si vacilar se lo entregué.
El jefe, todavía sonriente, se dio vueltas hacia su computador, abrió un programa cibernético y escribió desconocidas palabras, que yo no ví.
Frunció el ceño cuando se desplegaron palabras que yo no alcanzaba a mirar desde mi silla, al otro lado de su escritorio…. Se dio vuelta hacia mí, ya sin esa afable sonrisa con la que me había recibido.
Lo siento, no puedo contratarte… ¡TU ESTAS MUERTO!
Desconcertado le dije: ¿Cómo que estoy muerto? ¿Acaso no estamos conversando? ¡Estoy vivo, animoso y con ganas locas de comenzar…!
NO chiquillo. Estás muerto. Mi Biblia así lo dice… DICOM lo certifica… Nuestra política nos impide contratar a un muerto civil. Adiós…, Requiescat in Pacem…
¿Entienden ustedes, como yo, un muerto, puedo escribir estas líneas? ¿O es mi mente febril la que me hace creer que ustedes me ven, escuchan y pueden leerme?
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