Gente de la tierra en la hora de su verdad
por Tito Alvarado (Canadá)
17 años atrás 4 min lectura
Por azares de la vida hubo un tiempo en que trabajé clandestinamente en Temuco, allí aprendí a respetar a la gente de la tierra. Por esa infeliz herencia occidental estudie Alemán en el único instituto que impartía clases de ese idioma y por esa misma herencia no había ningún lugar que enseñara el idioma de la gente más valerosa y luchadora de América: la Gente de la tierra. Trescientos años demuestran esa cualidad de gente luchadora y valerosa.
Ahora entre las muchas noticias, que nos hablan anecdóticamente de como van avanzando los azares de la vida, me encuentro con una que nos habla de la muerte de un estudiante a manos de la guardia nacional de Chile (carabineros). Estos leones verdes de la estepa verde, ¿sabrán que están en territorio mapuche? ¿sabrán que una parte importante de chile, antes de ser lo que es, estaba habitada por los ancestros de esta valerosa gente de la tierra? ¿sabrán que ellos tienen una historia, una cultura, unas tradiciones y un apego a la tierra que los hace indomables?
Veo una foto de estos disfrazados de valientes, escudados en sus trajes de guerra y bajo un casco y tras un escudo y armados con modernas armas de muerte, enfrentan a personas que no tienen otro armamento que su coraje y su derecho a la tierra.
Aquí falta algo grande, un gesto de reconocimiento, un gesto de humildad, en realidad falta visión de futuro y falta valor político para enfrentar de una vez la audacia de las soluciones.
Y la solución al problema mapuche es la solución al problema de la tierra. Los dueños de esas tierras en disputa son los que antes que nadie ya estaban allí. Luego llegaron los huincas invasores con sus armas y sus sinrazones y su codicia, levantaron un tinglado legal al amparo de sus dudosos códigos de conducta.
El hecho actual es que en las tierras mapuche ahora aparecen como dueños los hijos de aquellos ladrones y asesinos. Para mantener este estado de cosas deben recurrir a cada instante a denostar a los únicos que lucharon trescientos años contra los invasores. Fueron derrotados por las ametralladoras, a este proceso de muerte se la ha llamado “Pacificación de la Araucanía”. Ahora sumamos otro muerto a un problema que tiene una muy distinta solución, pero para enfrentarla debemos dejar de ejercer el deporte nacional de la hipocresía y reconocer que esa tierra es de ellos.
Vendrán todos los del aparato a decir que estoy loco. Bueno, en cierto modo si, salvo que me respalda la historia, locos estaban los cristianos de un reino, ahora país-reino, que en ese tiempo no existía, España, y expulsaron, luego de setecientos años, a los moros de su territorio. Lo de fondo es que este conflicto no es un asunto de verdades sino de poderes y de lejos el pueblo mapuche no tiene la fuerza para imponer sus razones.
Lo que estamos aprendiendo en estos inicios de siglo XXI es que a veces hay miles de personas sin dignidad y hay unas pocas que reúnen la dignidad de todas. En estos momentos esa persona que reúne la dignidad de muchas se llama Patricia Troncoso, ella puede aportar su muerte y dejar a la actual Presidenta, cuyo nombre no quiero escribir, con el triste mérito de no haber actuado con grandeza o por lo menos actuar como la Presidenta del país todo.
Un estado que no reconozca sus pueblos formadores y no les de el sitial que corresponde, solamente tiene dos alternativas o los masacra y borra de la historia a todos o se refunda.
Ambas soluciones están en la mesa de discusión o quizá deba decir que ambas están en el campo de batalla. Por un lado se levanta la idea de una asamblea constituyente, ese es el camino refundacional de Chile y por otro lado está la nefasta gente armada que, al más puro estilo de las estrategias militares del funesto y fenecido capital general, dispara desde un solo lado, para que siempre el lado contrario aporte los muertos.
Pobres gentes la que habita en las ciudades al resguardo de sus puestos de mando. Ahora tienen una oportunidad para actuar con grandeza de espíritu, pero prefieren el camino del idiota, actuar desde el desprecio, como si nada pasara y seguir en lo mismo de ocultar siempre la mano asesina.
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