El otro Einstein, un radical imprescindible
por José Altshuler (Cuba)
17 años atrás 26 min lectura
El 7 de noviembre de 1919, casualmente en la fecha del segundo aniversario de la toma del poder por los bolcheviques en Rusia, el Times de Londres anunció otra conmoción revolucionaria de alcance mundial: «Revolución en la ciencia / Nueva teoría del Universo / Derribadas las ideas de Newton», decía el titular. «Todas las luces desviadas en los cielos / Einstein triunfa», corearía tres días después el New York Times.13:525 A partir de entonces, hasta nuestros días, transcurrido medio siglo de la muerte de Albert Einstein, el gran público no ha dejado de percibir a este creador extraordinario como una figura antológica de dimensión universal. Sin embargo, hasta fines de 1919 solo sus colegas más eminentes habían llegado al convencimiento de que se trataba de un científico fuera de serie.
No podía pensarse otra cosa de un hombre que en 1905, con solamente 26 años de edad, había enviado para su publicación en los Annalen der Physik, un trabajo fundamental sobre los cuantos de luz, dos importantes memorias dedicadas al estudio del movimiento browniano y otras dos sobre la teoría especial de la relatividad, más importantes aún.
Diez años después, había de dar los toques finales a su monumental teoría general de la relatividad, a la que nunca dejará de asociarse su nombre, con toda justicia. Fue precisamente la comprobación de una de las predicciones de esta teoría el fundamento de los titulares que mencioné al principio.
Un ícono mutilado
Nada más lejos de mi propósito que abordar aquí el porqué de la desusada celebridad alcanzada por Albert Einstein —tema que sigue siendo objeto de estudio—, y mucho menos discurrir una vez más en torno a la indiscutible trascendencia de su obra científica. Pero justamente en el centenario de su «año milagroso» que es este 2005, aclamado a propósito de tal circunstancia como el «Año Internacional de la Física», no falta quien haya llamado explícitamente la atención sobre una significativa omisión. Se ha señalado, en efecto, que no es posible hallar en la mayor parte de lo mucho publicado sobre Einstein «ninguna discusión seria de su participación como radical declarado en la vida política de su tiempo .especialmente en perfiles y biografías posteriores a su muerte».[14]
Con todo, algunos entre los menos jóvenes todavía mantenemos fresco en la memoria el apoyo moral que significaron para muchos de nosotros las valientes declaraciones del célebre hombre de ciencia, frente al avance de las fuerzas y situaciones más oscuras, retrógradas e incluso particularmente peligrosas que, en ocasiones diversas, tomaron cuerpo en el ambiente político-social de nuestro tiempo.
"En una larga vida —explicó Einstein en 1954— he dedicado todas mis facultades a alcanzar una comprensión algo más profunda de la estructura de la realidad física. Nunca he hecho esfuerzo sistemático alguno para mejorar a la humanidad, combatir la injusticia y la supresión, y mejorar las formas tradicionales de las relaciones humanas. Lo único que hice fue esto: a largos intervalos he expresado mi opinión sobre asuntos públicos siempre que me parecieron tan malos e infortunados que el silencio me hubiera hecho sentir culpable de complicidad".[7: Pág.34-35]
Sin que, en rigor, pueda decirse que sea inexacta esta descripción, mucho me temo que ella pueda sugerir la imagen de un intelectual recluido en su «torre de marfil», que de vez en cuando se ha asomado a la ventana para echar un vistazo al mundo exterior y hacer una crítica esporádica a lo que le disgusta del paisaje, para descargar su conciencia. Pero no creo que sea esa una imagen fidedigna de la actividad político-social de Einstein, porque él hizo bastante más, y de una manera muy consistente a lo largo de toda su vida. En lo que sigue, trataré de fundamentar esta apreciación.
Por la paz, contra el antisemitismo y por la justicia social
Recordaré, en primer lugar, que siendo miembro de la Academia de Ciencias Prusiana se convirtió en activista de la lucha en pro de la paz mundial, a contracorriente de la belicosa histeria patriotera que se desencadenó en Europa al estallar la Primera Guerra Mundial.
Así, lejos de adherirse al vergonzoso manifiesto justificativo de la violación a la neutralidad belga que al comienzo de las hostilidades habían firmado noventa y tres destacados científicos y otros intelectuales alemanes, Einstein colaboró con el fisiólogo y médico berlinés Georg Nicolai en la elaboración de un contramanifiesto titulado Llamamiento a los europeos, donde, entre otras cosas, se afirmaba que para las personas educadas de todos los países era «no solamente sabio, sino imperativo […] ejercer su influencia para llegar a un tratado de paz que no contenga el germen de una nueva guerra, cualquiera que sea el resultado del presente conflicto» [4: Pág.181] Este fue, probablemente, el primer documento político que nuestro hombre avaló con su firma. Solo la acompañaron otras dos, además de la de Nicolai.
Por aquel entonces, aun cuando trabajaba intensamente en la elaboración de su obra maestra, la teoría general de la relatividad, sobre la cual disertó en la universidad de Gotinga a mediados de 1915, Einstein halló tiempo suficiente para participar en mítines y pronunciar discursos pacifistas en Alemania. También lo halló para viajar a Suiza en septiembre de aquel año y entrevistarse allí con el escritor francés Romain Rolland, que había tenido que expatriarse, falsamente acusado de germanófilo en su país a consecuencia de su militancia pacifista.
Terminado el conflicto, Einstein se convirtió en blanco preferido de los grupos de odio revanchista, ultranacionalista y antisemita que por entonces cobraron gran fuerza y virulencia en Alemania. [2] «El antisemitismo es fuerte aquí y la reacción política es violenta», le escribió a su colega y amigo Paul Ehrenfest, en diciembre de 1919. Es en esta situación y la que sobrevino después en Alemania, donde ha de buscarse el origen de la clase particular de sionismo que favorecía Einstein.
"Cuando vine a Alemania hace quince años, escribió en 1929, descubrí por primera vez que yo era judío, y debo este descubrimiento más a los no judíos que a los judíos. […] Si no viviéramos entre gentes intolerantes, de mentalidad estrecha y violentas, yo sería el primero en lanzar por la borda todo nacionalismo en favor de la humanidad universal".[7: Págs. 171-172]
Mientras era atacado con saña en Alemania, Einstein recibía tentadoras ofertas de posiciones académicas en el extranjero. Sin temor a que alguien se lo reprochara, pudo haber aceptado alguna de las más propicias para su tranquilidad y su trabajo, pero decidió permanecer en Berlín porque estimaba su deber social y político contribuir a la consolidación de la joven república de Weimar, surgida de las cenizas del Imperio. Por lo mismo, en 1922 aceptó ser designado miembro del Comité de Cooperación Intelectual de la Liga de las Naciones, cuatro años antes de que Alemania fuera admitida a aquella organización internacional. Pero cuando los ultranacionalistas y antisemitas asesinaron a su amigo, el ministro de Relaciones Exteriores de la República, Walter Rathenau, Einstein decidió renunciar al Comité argumentando que no deseaba «representar a un pueblo que ciertamente no [lo] escogería como su epresentante» [4: Pág. 354 ]
Amenazado de muerte él mismo, en octubre de 1922 Einstein partió de viaje alrededor del mundo, para visitar distintos lugares del globo, entre ellos, Japón, Palestina y España.
De vuelta a Alemania en 1923, ayudó a fundar la Asociación de Amigos de la Nueva Rusia, de cuyo comité ejecutivo fue miembro hasta la liquidación de la asociación, en 1933. En 1924 se reintegró al Comité de Cooperación Intelectual siguiendo el consejo de Mme. Curie, también miembro del Comité, en el sentido de que «precisamente porque [existían] corrientes de opinión peligrosas y perjudiciales», era necesario luchar contra ellas y él podía ejercer, a este respecto, «una excelente influencia, aunque solo [fuese] por su reputación personal» [4: Pag. 355]
Fue precisamente alegando su condición de miembro del Comité de Cooperación Intelectual, que al finalizar su fugaz visita a La Habana en diciembre de 1930, de paso hacia California a través del Canal de Panamá, Einstein
"… insistió en recorrer «los barrios más pobres, pues habiendo visitado la víspera los parques, los clubs, las residencias de la gente acomodada, tenían ahora empeño en ver todo lo contrario», según la Revista de la Sociedad Geográfica de Cuba, donde puede leerse que se complació su deseo de penetrar «en los más miserables hogares, en los desordenados patios de los solares y cuarterías» y se condujo al grupo «al Mercado Único, a las tiendas más modestas de la calzada del Monte, y a los barrios típicos de la pobreza cubana, que sus moradores [habían] bautizado con los extraños apelativos de Pan con Timba y Llega y Pon» … Einstein se despidió de sus cicerones agradeciéndoles la amabilidad que habían tenido al complacerlo en sus raros empeños. A la una de la tarde, el [barco en que viajaba] zarpó rumbo al Canal de Panamá, luego de haber permanecido unas treinta horas en el puerto de La Habana. Atrás quedaba la Cuba neocolonial: «Clubes lujosos al lado de una pobreza atroz, que afecta principalmente a las personas de color», anotó Einstein en su diario aquel sábado 20 de diciembre de 1930" [1]
Ni que decir tiene que nadie mejor que los sobrevivientes cubanos de mi generación podemos dar fe de la exactitud de esta observación.
Contra el nazi-fascismo
Año y medio después, el 17 de junio de 1932, Einstein había de firmar en Berlín, conjuntamente con el escritor Heinrich Mann y la artista plástica Käthe Kollwitz, una carta dirigida al líder comunista Ernst Thaelmann y a los dirigentes socialdemócratas Leipart y Wels, donde se declaraba que los firmantes «habían llegado a la conclusión de que [Alemania se estaba dirigiendo] hacia el terrible peligro de la fascistización», peligro que, en opinión de los autores del documento, «debería evitarse con la participación conjunta de los dos grandes partidos obreros en la campaña electoral», y que para lograrla «[l]o mejor sería la presentación de listas unificadas de candidatos».
"Y añadían:
Llamamos fuertemente la atención de que los dirigentes tienen la responsabilidad de hacer esto. Hay que tomar la decisión de llamar públicamente a la unidad entre los trabajadores. Esa decisión es de vital importancia para todo el pueblo" [12]
Como se sabe, los temores expresados en aquella carta nada tenían de infundados. A fines de enero de 1933, Adolfo Hitler fue nombrado canciller gracias a la influencia de los industriales y banqueros alemanes. Antes de transcurrido un mes, los nazis acusaron falsamente a los comunistas del incendio del Reichstag, y tres semanas después asaltaron la casita de campo de Einstein con el pretexto de buscar armas supuestamente escondidas allí por el Partido Comunista. A los pocos días, Einstein retornó a Europa desde los Estados Unidos, donde se hallaba de visita. Pero en lugar de volver a Alemania, se estableció temporalmente en un pueblecito belga, donde el gobierno le asignó dos guardaespaldas para protegerlo de cualquier intento de asesinato, puesto que se sabía que los nazis habían puesto precio a su cabeza.
Desde allí envió de inmediato su renuncia a la Academia de Ciencias Prusiana. En octubre de 1933 Einstein se instaló definitivamente en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton. Siete años más tarde se le otorgaría la ciudadanía norteamericana. En ese lapso, se había librado la guerra civil española y había comenzado la Segunda Guerra Mundial.
Siempre me llamó la atención el mutismo de las biografías de Einstein sobre la posición asumida por él cuando se escenificaban en España los prolegómenos a la Segunda Guerra Mundial. ¿Sería que nuestro hombre había permanecido indiferente ante tan trágico acontecimiento? Tuve la primera señal de que no había sido así cuando topé con la feroz invectiva que José Ortega y Gasset lanzó contra él en 1937, donde le reprochaba haberse «creído con "derecho" a opinar sobre la guerra civil española y tomar posición ante ella»[8] Hace poco volví sobre el asunto y, con la ayuda de un colega, di con lo que probablemente es la clave del asunto: una nota que, bajo el título «Einstein en simpatía con la causa de Madrid», publicó el New York Times el 5 de febrero de 1937. Allí se dice, en efecto, que el eminente científico se había dirigido a «una prominente personalidad española» en los siguientes términos:
"En este momento no puedo menos que asegurarle cuán íntimamente unido me siento a las fuerzas republicanas y a su heroica lucha en esta gran crisis de su país. Pero al mismo tiempo me siento avergonzado del hecho de que los países democráticos no hayan encontrado en esta situación la energía necesaria para cumplir con sus deberes fraternales … Cuánto más orgullosa habrá de sentirse España si, pese a la abstención, y pese a la intervención de las potencias reaccionarias, pueda ella mantener victoriosamente su libertad".
Por supuesto que Einstein alude aquí a la llamada «política de no intervención» adoptada por Francia, Inglaterra y los Estados Unidos, la cual, en fin de cuentas, solo sirvió para bloquear cualquier ayuda al gobierno legítimo de España, mientras los sublevados recibían de la Alemania nazi y la Italia fascista tanques y aviones que funcionaban con combustible suministrado por las transnacionales estadounidenses.
De la colaboración de Einstein a la lucha contra el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial, suelen recordarse más que cualquier otra cosa, las famosas cartas que firmó el 2 de agosto 1939 y el 7 de marzo de 1940, donde llamaba la atención del presidente Roosevelt sobre las implicaciones militares de la energía nuclear y el peligro de que los nazis fabricaran una bomba atómica. Alguna vez se recuerda también que trabajó como consultor de la Marina de Guerra norteamericana, y que copió a mano su memoria de 1905 sobre la teoría especial de la relatividad, para que se subastara y donar el dinero de la venta —seis millones de dólares— como contribución al esfuerzo de guerra. Pero solo recientemente se ha sabido públicamente que si bien la Marina estadounidense le otorgó su autorización «en el limitado campo de estudios para el que se necesitaban sus servicios», el Ejército se la negó, [9: Pág.171] de manera que no puede decirse que Einstein haya intervenido directamente en la creación de la bomba atómica, aunque es posible argumentar que sí lo hizo indirectamente, por cuanto su ecuación E = mc2 permitió calcular la enorme cantidad de energía liberada en el proceso de fisión nuclear.
Notas:
1 ALTSHULER, J. (1993): Las 30 horas de Einstein en Cuba. En Galileo: 143-154. Ed. Gente Nueva, La Habana, 2003.
A propósito de
2 …. (1997): «Ciencia aria» y «ciencia judía» bajo el nazismo. En A propósito de Galileo: 95-114. Ed. Gente Nueva, La Habana, 2003.
3 CAUTE, D. (1978): The great fear:The anti-communist purge under Truman and
Eisenhower. Simon & Schuster, Nueva York.
4 CLARKE, R.W. (1971): Einstein: the life and times. The World Publishing Co., New York.
5 EDITORES (1992): Notas de los Editores. Monthly Review, 44(1/Mayo): cubierta posterior.
6 EINSTEIN, A. (1950): Out of my later years. Thames and Hudson, Londres.
7 …. (1954): Ideas and opinions by Albert Einstein. Crown Publishers, Nueva York.
8 HORMIGÓN, M. (1994): La ciencia fascista española: 17(32):168-174. un asunto urgente. Llull,
9 JEROME, F. (2002): The Einstein file: J. Edgar Hoover's secret war against the world's most famous scientist. St. Martin's Press, Nueva York.
{mospagebreak title=Solo hay un camino para eliminar estos graves males}
Contra las armas nucleares y contra el racismo
Jamás consideró Einstein que pudiera culparse a su famosa ecuación del lanzamiento de la bomba atómica, por lo mismo que nadie responsabilizaría a la invención de las cerillas de que se utilizara un fósforo para iniciar un fuego destructor de grandes proporciones. Lo que sí lamentó profundamente fue el haber contribuido a la creación de la bomba con sus cartas a Roosevelt (que hoy sabemos tuvieron apenas un impacto marginal) cuando, en agosto de 1945, tres meses después de la capitulación de Alemania, se enteró de que la aviación norteamericana la había lanzado sobre un Japón a punto de capitular. Lejos de limitarse a lamentar lo sucedido, de inmediato se convirtió en un obstinado luchador en contra de la amenaza nuclear, al igual que otros hombres de ciencia conscientes de su responsabilidad social y humana.
"Nosotros los científicos, declaró Einstein en 1948, cuyo trágico destino ha sido ayudar a la creación de los métodos de aniquilación más espantosos y más eficaces, tenemos que considerar nuestro deber solemne y trascendente el hacer cuanto esté en nuestras manos para evitar que estas armas se usen con el brutal propósito para el cual fueron creadas" [7: Pág.148]
Pero su participación en esta lucha no le impidió integrarse a otras, convocado por la conciencia de su responsabilidad social y política. Una de ellas fue su apoyo activo, el propio año 1948, a la candidatura presidencial del ex vicepresidente de los Estados Unidos, Henry Wallace, notorio por su progresismo en general y en particular por su posiciones tanto en favor de la prohibición de las armas nucleares como en contra del racismo.
"Hay […] un punto sombrío en la actitud de los norteamericanos, escribió Einstein en 1946. Su sentido de la igualdad y la dignidad humanas se limita fundamentalmente a los hombres de piel blanca. Incluso entre estos hay prejuicios de los cuales yo, como judío, tengo clara conciencia; pero que carecen de importancia en comparación con la actitud de los «blancos» hacia sus conciudadanos de complexión más oscura, particularmente hacia los negros. Mientras más norteamericano me siento, más me duele esta situación. Solo denunciándola puedo escapar al sentimiento de complicidad con ella" [6: Págs.132-133]
Es probable que al hacer esta declaración, Einstein, ciudadano estadounidense desde 1940, se sintiera fuertemente motivado por el hecho de que solamente durante el primer año de la posguerra, la violencia racista en los Estados Unidos había asesinado a cincuenta y seis negros, mayormente veteranos de la Segunda Guerra Mundial [10] Ante la gravedad de la situación, en el verano de 1946 aceptó la proposición del destacado cantante y luchador social afro-norteamericano Paul Robeson de aceptar el cargo de co-presidente de la Cruzada Norteamericana para Acabar con los Linchamientos. Poco antes, contrariamente a lo que por razones de salud acostumbraba en aquel entonces, pero en línea con su posición definidamente antirracista, Einstein había accedido a recibir un doctorado honoris causa de la Universidad de Lincoln, en Pensilvania. Significativamente, la prensa «seria» de la época guardó absoluto silencio sobre el acto académico que tuvo lugar, pese a que el homenajeado no solo disertó sobre la teoría de la relatividad en aquella casa de estudios, sino que confraternizó con sus únicos 265 estudiantes, todos ellos personas de color.
"La separación de las razas, expresó en dicha ocasión, no es una enfermedad de las gente de color, sino una enfermedad de los blancos [… y] no pienso mantenerme en silencio sobre esto" [10]
Abunda en lo que se refiere al grado de responsabilidad social de Einstein el hecho de que, desde la década de 1940, su actividad contra el racismo no lo desvió de la lucha en favor de la paz mundial, tal como la entendía. Desconfiado de la capacidad de la Organización de las Naciones Unidas para evitar una nueva guerra, esta vez con la utilización de armas nucleares de suficiente poder total como para destruir la civilización en el planeta, vio como única solución la renuncia solemne a la violencia que, en su opinión, podría ser efectiva
"… solo si al mismo tiempo se implantara un cuerpo judicial y ejecutivo supranacional, con poderes para decidir cuestiones de interés inmediato para la seguridad de las naciones. Incluso una declaración de las naciones en el sentido de comprometerse a colaborar lealmente en la realización de un «gobierno mundial restringido» tal reduciría considerablemente el peligro de guerra inminente" [7:Pág.160]
La idea de semejante «gobierno mundial restringido» fue rechazada inmediatamente tanto por los norteamericanos como por los soviéticos, rechazo que a fines de 1947 se expresó en lo que él mismo calificó de un «ataque benevolente» en forma de una carta abierta dirigida a él por cuatro miembros prominentes de la Academia de Ciencias de la URSS [6:Pág.134-146] Pero en vista de la manera en que muy pronto evolucionó la situación mundial, el propio Einstein comprendió que habían surgido peligros más inmediatos que era necesario atajar.
"Tiene usted razón en decir que la creación de un gobierno mundial es el objetivo realmente importante, le escribió al poeta Christopher La Farge, [pero] yo considero de la mayor importancia oponerse a la presente tendencia casi histérica hacia la completa militarización de este país [Estados Unidos] y un abierto conflicto con Rusia" [9:Pág.116]
Por el socialismo
Ni la discrepancia con los soviéticos, ni la derrota electoral de la candidatura de Wallace afectaron en absoluto la posición a favor del socialismo que llegó a adoptar Einstein. Así lo evidencia el hecho de que cuando se le pidió una colaboración para el número inaugural de la revista Monthly Review, correspondiente a mayo de 1949, él respondió remitiéndoles a los editores un artículo titulado «¿Por qué le socialismo?».
Aquel artículo volvió a publicarse en el número de mayo de 1992 de la misma revista, cuyos editores expresaron que creían oportuno hacerlo, «[después] del estruendo y la confusión de los dos últimos años. [… pues entendían que] el caso a favor del socialismo nunca ha sido argumentado más persuasivamente». Y terminaban diciendo del texto: «Leerlo de nuevo ayuda a restaurar la fe de uno en el potencial humano» [5]
Llama la atención el hecho que este importante documento ni se menciona siquiera en las principales biografías del creador de la teoría de la relatividad, pese a que él mismo lo incluyó en una antología de sus escritos [7:Págs.151-158] .
"Tal como existe hoy, explica Einstein en su artículo, la anarquía económica de la sociedad capitalista es, en mi opinión, la verdadera fuente del mal. […] El lucro, junto con la competencia entre capitalistas, es responsable de la inestabilidad en la acumulación y utilización del capital, inestabilidad que conduce a depresiones cada vez más severas. La competencia ilimitada conduce a una enorme pérdida de trabajo y a la mutilación de la conciencia social en los individuos […] Esta mutilación de los individuos es lo que considero como el mayor mal del capitalismo. Todo nuestro sistema educativo adolece de este mal. Al estudiante se le inculca una actitud competitiva exagerada, y se le adiestra en venerar los logros adquisitivos como preparación para su futura carrera. … Estoy convencido de que solo hay un camino para eliminar estos graves males, que es la instauración de una economía socialista acompañada de un sistema educativo orientado hacia metas sociales. […] La educación del individuo, además de promover sus habilidades innatas, procuraría desarrollar en él un sentido de responsabilidad hacia el prójimo, en lugar de la glorificación del poder y del éxito en nuestra sociedad actual" [7:Pág.156-158]
La lectura del artículo que nos ocupa pone a las claras que, como señaló el destacado físico brasileño José Leite Lopes en 1979,
"Einstein no era un sabio puro, exótico, apolítico, [sino] un ciudadano del mundo preocupado de los grandes problemas humanos. [… No] es muy cómodo para los científicos citar los trabajos de Einstein en el dominio político. En el caso de que se trate de un físico [norte]americano, ¿sería de su interés mencionar los escritos de Einstein sobre el socialismo? ¿no correría el riesgo de ser tomado como un radical y quedar así aislado en su ambiente universitario?"[11]
Por mi parte, quiero creer que la obstinada omisión en las biografías publicadas de Einstein, de toda referencia a los textos del biografiado que revelan lo más radical de su pensamiento sociopolítico, se ha debido no tanto a la autocensura de los autores, como a la intervención de unos editores temerosos de exponer la realidad a unos posibles lectores condicionados por el «establishment» en contra de las ideas de izquierda en general y especialmente en contra de las ideas socialistas.
Contra la histeria belicista y el macartismo
Pero Einstein no solo se arriesgaba a exponer sus opiniones sobre temas de carácter ideológico, que sabía muy mal vistas por la clase dirigente norteamericana. Tampoco dejaba de abordar directamente cuestiones del momento que por sus implicaciones requerían una toma de posición inmediata. Así, por ejemplo, el 13 de febrero de 1950, en plena Guerra Fría, al intervenir en un debate por televisión, organizado por Eleanor Roosevelt, sobre la decisión del presidente Truman de fabricar la bomba de hidrógeno, nuestro hombre advirtió sobre el tremendo poder que se estaba acumulando en manos de los militares estadounidenses, y añadió:
"Se está adoctrinando sutilmente al pueblo por medio de la radio, la prensa, las escuelas. […] La carrera de armamentos entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, que al principio se inició como una medida preventiva, asume un carácter histérico" [7:Pág.159-160]
Como es de suponer, aquella intervención fue acogida con desagrado por los medios oficiales norteamericanos y no faltó quien acusara al sabio de no ser otra cosa que un instrumento de los comunistas, un fellow traveler, como solía decirse entonces. ¿Será necesario recordar que la histeria anticomunista alcanzó su clímax en los Estados Unidos precisamente en los años cincuenta, con los nuevos tribunales inquisitoriales del Congreso norteamericano?[3] En realidad, la situación no había tomado por sorpresa a Einstein, puesto que en vísperas de la aparición del macartismo, le había expresado a Wallace en una carta de enero de 1949, que el ambiente político estadounidense era ya «medio-fascista» [9:Pág.117]
Bien se sabe que entre las principales rutinas preferidas por uno de los tristemente famosos comités congresionales de la época, se contaba requerir de los convocados a declarar ante ellos, que delataran a sus compañeros de «militancia comunista» so pena de perder sus empleos, quedar inscrito su nombre en unas famosas «listas negras», e incluso ir a prisión por desacato. «No me pongan a escoger entre desacatar a este Comité e ir a la cárcel, o forzarme a arrastrarme realmente por el fango para convertirme en un informante», suplicó un actor de Hollywood al ser citado para declarar en 1951 ante el Comité Congresional sobre Actividades Antiamericanas. Pero de nada le valieron los ruegos y en definitiva se quebró ante las amenazas de ir a prisión y perder su carrera [3:Pág.506]. Otros, los menos, fueron más firmes y se arriesgaron a sufrir las consecuencias de su actitud.
En respuesta a la comunicación de un maestro de Brooklyn, que se había negado a testificar ante el tribunal inquisitorial del notorio senador «come-rojos» Joseph McCarthy, Einstein escribió una carta que quiso no dejara de darse a conocer con la mayor amplitud. Publicada el 16 de mayo de 1953 en el New York Times, contenía la siguiente incitación:
"Todo intelectual que sea llamado ante uno de los comités debiera negarse a testificar, es decir, que tendría que prepararse para la cárcel y la ruina económica, en dos palabras, para el sacrificio de su bienestar personal en interés del bienestar cultural de su país. … Si suficientes personas están dispuestas a dar este grave paso, tendrán éxito. Si no, entonces los intelectuales de este país no merecen nada mejor que la esclavitud que se prepara para ellos".[7:Pág34]
En otra carta, dirigida en 1954 al líder del Partido Socialista Americano Norman Thomas, que era enemigo acérrimo de los comunistas, Einstein volvió sobre la idea anterior en los siguientes términos:
"A mi ver, la «Conspiración Comunista» es principalmente un eslogan […] que deja completamente indefensa a la [gente]. De nuevo, tengo que retrotraerme a la Alemania de 1932, cuyo cuerpo social democrático había sido debilitado ya por medios similares, de manera que […] Hitler pudo propinarle el golpe de muerte con facilidad. Por lo mismo, estoy convencido que los de aquí harán igual a menos que vengan a la defensa hombres con visión y voluntad de sacrificarse" [9:Pág.151]
Evidentemente, la expresión de criterios de este corte no podían sino hallar un lugar de preferencia entre las 1 800 páginas del expediente policíaco que, durante veintitrés años, le mantuvo abierto el FBI del Sr. J. Edgar Hoover al creador de la teoría de la relatividad. Hoy desclasificado, aquel documento pone en evidencia el interés personal de Hoover en que se removiesen cielo y tierra para hallar algún indicio de apariencia creíble, que permitiera implicar a Einstein en actividades de espionaje a favor de la Unión Soviética. Pero aquel empeño fracasó, y nadie se atrevió a llevar al célebre creador de la teoría de la relatividad ante los tribunales inquisitoriales norteamericanos de entonces.
Un radical imprescindible
A medio siglo de su muerte, el nombre de Albert Einstein sigue siendo familiar para todos; se trata una figura que nadie duda en identificar como la representación emblemática del hombre de ciencia. Ampliamente votado como la personalidad más destacada del siglo XX, la imagen que suele tenerse de él es la de un viejo genial y exótico, invariablemente sumergido un mar de ecuaciones, ingenuo a más no poder e indiferente a las realidades de la vida. Esa es la idea de Einstein que han forjado los medios de difusión y las biografías asépticas, una idea que oculta el otro aspecto esencial de su personalidad al que hemos tratado de hacer aquí alguna justicia.
Einstein nunca vaciló en asumir decididamente su responsabilidad social, tal como la entendía, hasta el final mismo de su vida, cuando en la clínica en que se hallaba recluido rubricó, el 11 abril de 1955 .una semana antes de morir., el hoy llamado “Manifiesto Russell-Einstein” contra el empleo del arma nuclear. Se recordará que cuarenta años antes, en plena Guerra Mundial, había respaldado con su firma otro documento político en favor de la paz, siendo miembro de la Academia de Ciencias Prusiana.
Creo que nunca estuvo Bertoldt Brecht más acertado que cuando escribió:
Hay quienes luchan una hora
y son buenos.
Hay quienes luchan un año
y son mejores.
Hay quienes luchan muchos años
y son muy buenos.
Pero pocos
luchan la vida entera.
Esos
son los imprescindibles.
En armonía con este criterio, pienso que no solo fue un radical imprescindible el Einstein que todos reconocen y veneran por su magna obra científica, sino también el otro Einstein, el que luchó toda la vida contra la guerra, el racismo, la reacción y la injusticia social.
* Este texto fue presentado como ponencia en el Taller «Albert Einstein y la responsabilidad social del científico», celebrado en La Habana el 29 de septiembre de 2005, bajo los auspicios del Comité de Sociedades Científicas de Ciencias Sociales y Humanísticas de la Academia de Ciencias de Cuba y el Movimiento Cubano por la Paz y la Soberanía de los Pueblos.
Notas:
10 …. (2004): Einstein, race, and the myth of the cultural icon. 95(4/Dic.):627-639. Isis, 10
11 LEITE LOPES, J. (1979): Einstein: a paixão de um cientista pelos problemas sociais. En Castro Moreira, I. de, y Passos Videira, A.A. [Eds.] (1995): Einstein e o Brasil. Editora UFRI, Río de Janeiro.
12 MANN, H., KOLLWITZ, K. y EINSTEIN, A. (1932): Documento No. 146. En Kirsten, C. y Treder, H.J. [Eds.]: Albert Einstein in Berlin 1913-1933, Teil I. Darstellung und Dokumente. Akademie-Verlag, Berlín, 1979, p. 223.
13 PAIS, A. (1982): 'Subtle is the Lord…': The science and the life of Albert Einstein. Oxford University Press, Nueva York.
14 SIMON, J.J. (2005): Albert Einstein, radical: A political profile. Monthly Review, 57(1/Mayo).
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