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La Traición de Libby, el Jefe de Gabinete

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Libby, o I. Lewis ‘Scooter‘ Libby, es un ex asesor y ex jefe de gabinete del vicepresidente de Estados Unidos, Dick Cheney. Su historia ilustra cómo funciona una democracia con un poder judicial independiente, y las tenebrosas conspiraciones del gobierno republicano.
En 2003, en el período preliminar a la invasión de Iraq, los servicios de inteligencia occidentales, especialmente el norteamericano, difundieron en la prensa que Saddam Hussein había comprado uranio en Níger para construir una bomba atómica. Pero el embajador norteamericano Wilson, desmintió públicamente esas aseveraciones.
Tras la invasión, el gobierno de Bush decidió vengarse del ex embajador. Su vicepresidente Dick Cheney reveló a Libby, su jefe de gabinete, la identidad de la esposa del embajador, Valerie Plame. Esta era una agente de la CIA, y había trabajado para la agencia durante 20 años.

Libby acudió a algunos periodistas amigos del régimen a los que reveló la identidad de la señora Plame. Estos periodistas, a su vez, publicaron esa información a mediados de 2003. Entre ellos se encuentran Tim Russert, de la cadena de televisión NBC; Judith Miller, del New York Times (pero esta última no publicaría finalmente nada sobre la señora Plame); Robert Novak, comentarista de extrema derecha que publicó en Times la verdadera identidad de la señora Plame, y otros.
El plan de venganza contra el embajador Wilson fue tramado también por el subsecretario Richard Armitage, y el asesor político de la Casa Blanca, Karl Rove. Es imposible pretender que la orden original de divulgación de la verdadera identidad de Plame no fuera el mismo presidente Bush.

El juicio acaba de terminar y Libby ha sido condenado a dos años y medio de prisión, una multa de $250.000 y, cumplida la pena de prisión, varios años de libertad vigilada. Sus abogados alegaron que la filtración de la identidad de la espía no era un delito.
A mí me parece extraordinaria y terriblemente odiosa la determinación de la Casa Blanca de vengarse en la señora Plame de la actitud adoptada por su marido el embajador Wilson, que simplemente se negó a participar en la conspiración ordenada por Bush para difundir informaciones falsas sobre Hussein para justificar la invasión de Iraq. ¿Cuál podría ser el sentido de esta venganza? ¿Cómo se quería castigar a Wilson y por qué exactamente?

El matrimonio se encontraba entonces en áfrica, según entiendo, y/o viaja o viajaba frecuentemente a ese continente. La divulgación de la identidad de la espía la ponía en peligro de muerte. La señora Plame estaba siendo entregada en bandeja a los terroristas fundamentalistas de Al Qaeda y otros grupos terroristas en áfrica porque su marido había contado la verdad sobre las invenciones del gobierno de Bush. La señora Plame había sido entregada al que Bush dice que es, aparte él mismo obviamente, el peor enemigo de la humanidad: Bin Laden. ¿O es que hay otra explicación posible? La señora Plame hubo de regresar a toda prisa del continente.
Una venganza digna de Al Capone, aunque creo que este tenía más dignidad que el presidente Bush. Un ajuste de cuentas donde no murió nadie porque Dios es grande.

¿Es posible imaginar que semejante brutalidad la comete un gobierno occidental, nada menos que el gobierno o el presidente y sus amigos más cercanos de la mayor potencia del mundo? Ciertamente, este no es el peor crimen cometido por Bush. Pero estoy hablando de crímenes cometidos contra sus propios funcionarios y ciudadanos y por motivos absolutamente banales, porque, entre otras cosas, la muerte de la espía o de su marido el embajador, entonces o ahora, nada agregaría ni quitaría a las siniestras conspiraciones del presidente más memo en la historia de la democracia norteña.
Y lo que es igualmente extraordinario es que, en un país donde el presidente y el gobierno tienen tanto poder (como, por ejemplo, para continuar con una guerra pese a la oposición del parlamento y de la opinión pública), sea todavía posible enjuiciar como se debe, y distribuir castigos más que apropiados, a personajes arteros como Libby, dispuestos a matar a subalternos y funcionarios del propio gobierno para eliminar la fuente que dejó al descubierto uno de los aspectos o partes de la conspiración de Bush. Y se demuestra al mismo tiempo, una vez más, el grave peligro que representa Bush para la democracia de Estados Unidos, y la capacidad de resistencia de esa misma democracia.

Los abogados defensores alegaron que revelar o delatar la identidad de un espía no era un delito. Es un argumento de bachiller, endeble y mentecato. De modo similar argumentaba un comentarista hace unas semanas, que reconocía que Pinochet había cometido el delito de traición a la patria, para agregar que traicionar a la patria no era un delito demasiado grave. (No era grave porque todos eran, entonces, traidores. Vaya. Cree el ladrón que todos son de su condición.) Y este punto de vista francamente insólito lo defienden nada menos que personajes como Kissinger y Rumsfeld, que escribieron cartas de recomendación pidiendo clemencia para el delator. O para el traidor, pues creo que en realidad este delito -filtrar o dar a conocer la identidad secreta de un miembro de los servicios de espionaje- se llama traición.

Fuentes: mérici  
                reportaje en mQh
                columna de mérici

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