«Dicen algunos, sobre todo en los países más ricos y que más contaminan, que la tecnología va a resolver el problema del calentamiento global. Así van a poder continuar gastando y viviendo despreocupadamente, como los impíos en tiempos de Noé.
Otros, más sensibles, hablan de cambios de actitud y se preocupan por los países pobres, que son, en principio, los más vulnerables. La solución sería disminuir el crecimiento de los ricos e impulsar el desarrollo de los pobres para llegar a un punto común sostenible. Pero, ¿quién cree en eso? ¿No es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de la razón?
Los proyectos desarrollistas tipo Alianza para el Progreso, a pesar de la buena voluntad, no han impedido la concentración de la riqueza y la agudización de la pobreza.
Pero había gente más reflexiva que veía en la ayuda al desarrollo solamente una pequeña restitución de lo mucho que se había arrebatado a los países pobres, y creía que estos programas deberían de ser movidos por el espíritu de corresponsabilidad con el bienestar colectivo de la familia humana. No era mucha gente, y a lo largo del tiempo fueron derrotados por la realidad de los hechos.
Lo que más se oye hoy en día es que los ricos, que son los que más han contribuido al calentamiento global, se protegerán de alguna forma, mientras que los pobres, que son los que menos gases de efecto invernadero han emitido, serán los más vulnerables y, en consecuencia, sufrirán más, acumulando dolor sobre dolor. Poco se oye hablar, en la mayoría de los discursos, sobre responsabilidad colectiva, pues, al final, como siempre, los ricos acabarán llevándose la mejor parte, y los pobres la peor. Los discursos éticos parecerían estar fuera de lugar en medio de los discursos científicos. Pero nosotros no podemos dejar que sea ignorada la cuestión de la justicia, pues es uno de los temas centrales de los profetas y del Evangelio.
Pienso en el diluvio devastador que sobrevino por causa de las iniquidades humanas. Me acuerdo de que Sodoma y Gomorra fueron devoradas por el fuego y el azufre. Recuerdo las plagas de Egipto, ocasionadas por la brutalidad del faraón contra los judíos esclavizados. Recuerdo las bendiciones y maldiciones que acompañan la observación o no de las leyes grabadas en piedra. Recuerdo finalmente al Nazareno camino del Calvario: “llorad por vuestros hijos”. No consigo imaginar el mismo destino para los idólatras del becerro de oro y para los adoradores del Dios vivo, para los científicos engreídos y para los humildes condenados al analfabetismo, para los banqueros sin escrúpulos y para las viudas con mísera pensión, para los epulones de banquetes interminables y para los lázaros llagados a las puertas de la abundancia.
¿No serán los cambios climáticos el látigo de Dios, que restablecerá la justicia, aunque sea temporalmente? Lo que no se quiso hacer mediante la razón y el amor, será hecho, con gran sufrimiento para todos, a través de las grandes y eternas leyes naturales. Mal consigo apartar la mirada del día del ajuste de cuentas, del día del juicio. Si sucederá en esta generación o en las venideras, no lo sé, sólo Dios lo sabe. Pero así no es posible continuar. El planeta está sufriendo y clama por un nuevo equilibrio y por un poco de paz».
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