Misterio: cómo la riqueza causa la pobreza en el mundo
por Michael Parenti (Sin Permiso)
18 años atrás 8 min lectura
En la segunda mitad del siglo pasado, los bancos y las industrias de EE.UU. (además de otras empresas occidentales) invirtieron mucho en las regiones pobres de Asia, áfrica y América Latina conocidas como “Tercer Mundo”. Las trasnacionales son atraídas por los ricos recursos naturales, el alto rendimiento debido a los bajos salarios, y de casi la completa ausencia de impuestos, regulaciones medioambientales, derechos laborales y costes de seguridad laboral.
El gobierno de EE.UU. ha subsidiado esta fuga del capital mediante la concesión a las empresas de exenciones fiscales de estas inversiones en el mundo, e incluso con el pago de parte de los gastos de traslado, lo que ha escandalizado a los sindicatos que ven como en casa propia los puestos de trabajo se evaporan. Las transnacionales expulsan a los negocios locales en el Tercer Mundo y se apoderan de sus mercados. El cártel estadounidense de la industria agropecuaria, generosamente subsidiado por los contribuyentes estadounidenses, inunda el mercado de otros países con sus productos excedentes a bajo costo y hunde a los agricultores y granjeros locales. Como lo describe Christopher Cook en su Diet for a Dead Planet (Dieta para u planeta muerto): expropian la mejor tierra para el cultivo industrial de estos países, para convertirla habitualmente en monocultivo, lo que requiere grandes cantidades de pesticidas, reduciendo cada vez más las áreas cultivadas de cientos de variedades de cosechas que tradicionalmente servía de alimento a la población local.
Mediante el desplazamiento de las poblaciones locales de sus tierras y el saqueo de sus fuentes de autosuficiencia, las empresas crean mercados de trabajo saturados de gente desesperada y forzada a vivir en villas miseria y a trabajar duro por salarios de miseria (cuando puede trabajar), violando a menudo las leyes de estos países sobre salario mínimo.
Por ejemplo, en Haití, a los trabajadores se les paga 11 centavos por hora cuando trabajan para empresas gigantes como Disney, Wal-Mart y J.C. Penny. EE.UU. es uno de los pocos países que ha rechazado firmar la convención internacional para la abolición del trabajo infantil y el trabajo forzado. Esta postura proviene de las prácticas del trabajo infantil por parte de las empresas estadounidenses en el Tercer Mundo y en el propio interior de los EE.UU., donde niños de 12 años padecen una alta proporción de accidentes y muertes, recibiendo a menudo pagos inferiores al salario mínimo.
Los ahorros que los grandes negocios cosechan de la fuerza de trabajo barata en el extranjero no se transforman en precios bajos para sus consumidores de otros lugares. No es para que ahorren dinero los consumidores de EE.UU. que las empresas contratan a fuerza de trabajo barata en regiones remotas. La contratan para aumentar su margen de beneficio. En el año 1990, el calzado hecho por niños indonesios que trabajaban 12 horas diarias por 13 centavos la hora, costaba solamente 2,60 dólares, pero era vendido por 100 dólares o más en los EE.UU.
La ayuda de EE.UU. a países extranjeros normalmente va de la mano de la inversión transnacional. Aquélla subvenciona la construcción de las infraestructuras que necesitan las empresas en el Tercer Mundo: puertos, autopistas y refinerías.
Una buena parte de la ayuda monetaria nunca ve la luz del día, al ir directamente a los bolsillos de funcionarios corruptos de los países receptores.
La ayuda (o lo que sea) también proviene de otras fuentes. En 1944 las Naciones Unidas crearon el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). El poder de voto en ambas organizaciones está establecido según la contribución financiera de cada país. Como mayor “donante”, los EE.UU. tiene la voz cantante, seguido de Alemania, Japón, Francia y Gran Bretaña. El FMI opera en secreto con un selecto grupo de banqueros y altos funcionarios de los ministerios de economía seleccionados mayoritariamente de los países ricos.
El BM y el FMI se supone que debe prestar asistencia a las naciones para su desarrollo. Lo que en realidad ocurre es otra cosa. Un país pobre solicita un préstamo al BM para el fortalecimiento de algunos aspectos de su economía. Si se diera el caso de que no pudiera devolver los altos intereses porque decrecen las exportaciones o por cualquier otra razón, se verá forzado a pedir un nuevo préstamo, pero esta vez al FMI.
Pero el FMI impone un “programa de ajuste estructural”, que asigna a los países deudores la concesión de exenciones fiscales a las transnacionales, la reducción de los salarios, la no protección de las empresas locales de las importaciones y de las adquisiciones extranjeras. Se presiona a las naciones deudoras para que privaticen sus economías y vendan a precios escandalosamente bajos sus minas, ferrocarriles y servicios públicos a las empresas privadas.
Estos países son forzados a abrir sus bosques para su tala y sus tierras para destriparlas en beneficio de explotaciones mineras a tajo abierto, sin el menor miramiento para el daño ecológico que pueda causarse. Las naciones deudoras también deben recortar los subsidios para la salud, la educación, el transporte y los alimentos, con el objetivo de gastar menos en su gente y para disponer de más dinero para satisfacer los pagos de la deuda. Apresados para aumentar los cultivos dirigidos a la exportación y disponer de ingresos, estos países se vuelven cada vez menos capaces de alimentar a su propia población.
Por estas razones en todo el Tercer Mundo han menguado los salarios reales, y la deuda nacional ha crecido tan vertiginosamente hasta el punto de que absorbe casi todos los ingresos por exportación de los países pobres, lo que crea más empobrecimiento hasta llevar al país deudor incluso a la imposibilidad de proveer a las necesidades de su población.
He explicado el “misterio”. No existe, por supuesto, tal misterio a no ser que se sea partidario de la mistificadora teoría del “goteo” [según la cual la riqueza de los ricos acaba beneficiando, “goteando”, a los pobres; según esta teoría los gobiernos deben ayudar a las empresas porque así se realiza el círculo virtuoso según el cual se crea riqueza, lo que a su vez crea empleo, que provoca mayor consumo… y todo el mundo sale felizmente beneficiado. N. del T.]. ¿Por qué la pobreza ha aumentado mientras la ayuda externa y los préstamos y las inversiones han crecido? Respuesta: préstamos, inversiones y otras formas de ayuda están diseñados no para combatir la pobreza, sino para el aumento de la riqueza de los inversores transnacionales a expensas de las poblaciones locales.
No hay tal goteo, sino un trasvase de los muchos que trabajan a los pocos adinerados.
En su permanente turbación, algunos críticos liberales concluyen que la ayuda extranjera y los ajustes estructurales del BM y el FMI “no funcionan”; el resultado final es que hay menos autosuficiencia y más pobreza para las naciones receptoras, aseguran. ¿Por qué los miembros de los estados ricos continúan aportando fondos al FMI y al BM? ¿Son sus líderes menos inteligentes que los críticos que les continúan advirtiendo que sus políticas están consiguiendo el efecto contrario?
No, son los críticos los que son estúpidos, no los líderes occidentales y los inversores que tanto poseen de este mundo y que disfrutan de inmensas riquezas y éxito. Continúan con su ayuda y los programas de préstamos extranjeros porque tales programas funcionan. La pregunta es, ¿para quién funciona? ¿Cui bono? [¿Quién se beneficia?].
El propósito detrás de sus inversiones, préstamos y programas de ayuda no es elevar el bienestar de las masas en otros países. Este no es el negocio que se traen entre manos. El propósito es servir a los intereses de la acumulación de capital mundial, poseer las tierras y las economías locales de la población del Tercer Mundo, monopolizar sus mercados, rebajar sus salarios, encadenar su trabajo con deudas enormes, privatizar su sector público e impedir a estas naciones que se conviertan en competidores comerciales no permitiendo que se desarrollen normalmente.
En lo que a esto se refiere, las inversiones, los préstamos exteriores y los ajustes estructurales funcionan muy bien.
El misterio real es: ¿por qué algunas personas consideran que un análisis como éste es muy improbable, una invención “conspirativa”? ¿Por qué son tan reacias a aceptar que los gobernantes de EE.UU. ejercen, de manera cómplice y deliberadamente, estas implacables políticas (contención de los salarios, reducción de la protección medioambiental, eliminación del sector público, recorte de los servicios humanitarios) en el Tercer Mundo? ¡Estos gobernantes están perseverando en muchas de estas políticas justamente aquí, en nuestro propio país!
¿No es ya hora de que los críticos liberales dejen de creer que la gente que posee ya una gran parte del mundo, y quiere apoderárselo todo, son “incompetentes” o “insensatos”, o que “yerran en la estimación de las consecuencias no intencionadas de sus políticas”? No se es muy avispado cuando se piensa que los enemigos no son tan inteligentes como uno mismo. Ellos saben donde están sus intereses, y nosotros también deberíamos saberlo.
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