Articulos recientes

Al navegar en nuestro sitio, aceptas el uso de cookies para fines estadísticos.

Noticias

Cultura

Algo tarde, pero vale la pena. Pendiente la sonrisa, faltan otros mal nacidos

Compartir:
Yo te vi en la Plaza Italia. Venías de la mano de los otros 118. Pero no sonreímos del todo. Nos miramos, sí. Y nos estrechamos en un abrazo con sabor a mar y montaña. No te conocí, era apenas un niño cuando pregonabas rebeldía, pero eras el mismo Bernardo (*) de esos años que no desapareció. Tu bigote, tu mirada, tus pasos rebeldes, el gigante hombre de siempre. Pero no sonreímos del todo. Luego te perdiste entre la muchedumbre jubilosa, entre los brazos ardientes de ese domingo. Fuiste el flaco de la bandera frente a Palacio, cuando la muerte del tirano que opacó nuestros juegos infantiles, nuestros besos adolescentes y de hurtadillas, esa juventud tan potente con la que nos rebelamos, no fue suficiente. Y lo supimos de inmediato. Pese al desenfreno, un nudo en nuestras gargantas sigue advirtiéndonos que nada ha cambiado, que la desaparición física del genocida no es más que una aún escasa manera de sacudirnos de ese mal aliento con el que nos gritoneó tantos años. Cuando era omnipotente, intocable, un semidiós. “Era necesario”, me dijo “El Nano”, en plena Alameda. Era necesario para que su verborrea maloliente y su inocua presencia fantasmal de gafas oscuras no toquen jamás a nuestros hijos ni a los que vendrán. Pero no sonreímos del todo.

Todavía no salimos del asombro, quizá incrédulos aún de esas 14:15 (“La hora del postre de Don Sata”), pero te recuerdo nítido allí en la Plaza Italia, en medio de las burbujeantes miradas que adornaban la Alameda a sus anchas, dichoso mirando de reojo tantos “hociquitos de ratón” asomados bajo las poleritas compañeras, y todos refelices; perfumado de un clamor de justicia histórica a la que nadie podrá hacerle zancadillas ni acuchillarla por la espalda, porque el tirano se ha vuelto cenizas, y punto. Tu colorido rostro blanco y negro fue la melodía que entonaron una y otra vez los invitados. Pero no sonreímos del todo. Y cuando tu mirada se hizo fuego allí en la Alameda, Bernardo, e iluminó la noche dominical de la fiesta, Bernardo, fuiste uno más frente a la represión, Bernardo. No todo sería champaña y la rabia no faltó a la cita; también lo sabíamos. No todo sería brindis y jolgorio. La Alameda se encendió como nunca y te vi nítido, Bernardo. Ibas seguro de ti y de todos detrás de las capuchas martillando en la hedionda conciencia del tirano dando vueltas en el lado ricachón de Santiago. Agazapado franqueaste sus honores de estado maquillados de un reglamento milico que no moleste, que no divida lo injuntable. ¡Qué absurdo!

Te seguí con mi lente hasta que caíste y el policía te tomó del cuello. Quiso asfixiar tu semblante, saltó sobre tu rostro memorioso y no pudo vencerte. Como pude te alcancé de un brazo, te traje hasta mi regazo cómplice y nos pusimos a salvo. El bicharraco arremetió contra ambos por esa peligrosidad que seguimos siendo, pero logramos eludir la bruta “persuasión”. Y no sonreímos del todo. Pero allí ibas, Bernardo de Castro López, esquivando las patadas en el hocico de ese holgazán y sus botas de mierda. Te vi entero, como siempre, como no pudieron desaparecerte. Decidido en los puños y las piedras, copando con tu fragancia esa Alameda vestida una vez más de gases disuasivos y chorros de cloaca. Y quedé tranquilo de saber que en la cabeza hueca de ese raro bicho verde no cupo tu rostro de colorido blanco y negro ni tu viva existencia aquí en las venas. El sólo sabe de patadas en el hocico y lumazos en el culo. Por la noche, en su casa, acaricia a sus hijos.

Por eso tampoco sonreímos del todo. Pues nada alterará las cosas. No acaba el olvido con las cenizas de un mal nacido metidas en un ánfora. Es ahí donde se oculta ahora. Desde allí evitará ahora los fallos de la mojigata justicia. Desde allí reirá temerario,  santificado por los ignotos. Esa es hoy la parcela de agrado desde la que –en cada cumpleaños- levantará la mano sangrienta con que “rehizo” a Chile a la medida de los poderosos y chupasangres, los que tras su podrido deceso alabaron su “obra”. Los que a cambio de sucias monedas callaron tu crimen y rieron viendo a ese maldito policía saltando sobre tu rostro de papel y memoria.

Ya ves, Bernardo, hasta ahora todo fue en la medida de lo posible, de medios días. El nauseabundo cadáver  fue venerado por los de siempre. El cura fascista le ungió libre de pacado y bendijo otra vez su legado de muerte. Fue elevado a categoría de fürhercillo hediondo, genuflexo; un payaso callejero llegó para que continuara riéndose de nosotros, allí desde la fina urna en la que no economizaron esta vez sus lacayos.

¿Cuántos cabrían en ella, mi general? ¿Cuántos lingotes? ¡Qué economía!, ¿No lo cree? Y un general de mala extirpe cómo él lo ensalzó con mentirosos elogios: “El 23 de agosto de 1973 fue designado comandante en jefe del Ejército”, dijo compungido.

Olvidó, claro está, mencionar al que sin sospechar, sació la traidora avaricia de ese soldadito de plomo baboso y lo puso en la madriguera desde la que disparó a mansalva y por la espalda.

¿Y viste, Bernardo? La bestia sin su bestia la escoltó por los patios de la Escuela Militar, el búnker burgués. El único lugar donde podían salvarlo de la todavía efímera alegría del pueblo, pero no del escupitajo de desprecio. No de esas ráfagas de saliva tiranicida, justiciera. Esta vez, no hubo ninguna ventanilla blindada de divina imagen ni sus capangas dando empujones, patadas y manotazos que le salvaran el pellejo. ¿Habrán quemado los lingotes de oro junto a él la tarde del martes? ¿Habrá que quemar también la mala semilla llamada Augusto III y su rancia pachotada?. Tal vez con “esa llama de la libertad que encendiste el 11 de septiembre para siempre”, como dijo la Lucía chica. “¿Qué hizo el infierno para merecer esto?”, escribió mi amigo Palma en Página 12. ¿Qué hicimos nosotros aquí en la tierra para merecer a un ‘Tercero’?, ¿Qué hicieron los fumones de pasta base para merecer esa ceniza?, pregunto yo.

Un helicóptero que surcó los cielos. Eran las 14 y 30 de la tarde del martes y allí iba  “el general” de la traición, “inmortal”, “plenipotenciario”, a cumplir su última orden. A convertirse en la nada que fue, camino hacia la involución misma como el asqueroso “Guatón Romo”. Fue su última “Caravana de la Muerte” a bordo de la libélula de hierro, esta vez comandada por él mismo. Su paso mortal enmudeció las nubes y crispó la piel de nuestro mar al asomarse. Y nosotros no sonreímos del todo. Ciertamente nos dolió también su muerte, su burlona partida, Bernardo. Como a aquel hombre digno que blandía tu fotografía en la Alameda, cuando un enjambre de brutalidad vestida de botas y trajes antiflamas cayó sobre él para arrastrarlo al grito de “¡camina perro conchetumadre!”. Allí ibas tú, Bernardo. Aferrado a su puño exigiendo justicia y ese raro bicho verde te tomó del cuello, pisoteó tu rostro de colorido blanco y negro, pero no pudo vencerte. Como tampoco ese pobre muerto de mierda que hoy yace en el vacío de su bestial serenidad al fondo de su féretro, vuelto cenizas, intangible, nada, simplemente nada.

¿Ya ves, Bernardo?. Hasta ahora el ladrón que nos robó la historia y la depositó ensangrentada en “paraísos fiscales”, no pagó su deuda. Por eso, por ahora no sonreiremos del todo, Bernardo. Como el domingo último allí en la Plaza Italia.  Por esta vez pondremos un “pendiente” en la esquina de nues
tra memoria e iremos por los otros mal nacidos. Pero no sonreiremos del todo. Antes recogeremos las cenizas del tirano para librar a la tierra de la infamia que hiede. Porque aunque el tirano no tuvo donde caerse muerto y gravite ya en el limbo de su putrefacta somnolencia de muerto de mierda, la verdadera y ancha sonrisa la dibujaremos en la historia. Y tú, Bernardo, vendrás con tu fragancia de júbilo a curar tus heridas abiertas. Y ese policía estúpido no volverá a pisotear tu rostro de colorido blanco y negro que hoy renace al pie de un árbol en cada plaza del pueblo. Como desde ese domingo, cuando te vi en la Plaza Italia y a pesar de ese respiro tan merecido que nos hacía falta, no sonreímos del todo.

(*) Bernardo de Castro López es uno de los 119 compañeros ejecutados y detenidos desaparecidos en la “Operación Colombo”. El domingo rescaté su fotografía de las manos asquerosas de un cochino policía de las Fuerzas Especiales. Entonces decidí simbolizar en él el recuerdo de todos los compañeros que esa tarde inolvidable rondaron mi cabeza, mientras registré con mi cámara fotográfica el rostro contento de mi querido pueblo, pasando de los abrazos y el champaña a la rebeldía máxima con que necesariamente había que adornar la jornada, tan hedionda de un muerto inservible, y tan perfumada de esperanza a la vez.

A HACER MIERDA EL KAPITALISMO, CARAJO
EL PODER SOMOS NOSOTROS, PUEBLO QUE LUTXA
Garver,hlvs
Compartir:

Artículos Relacionados

Deja una respuesta

WordPress Theme built by Shufflehound. piensaChile © Copyright 2021. All rights reserved.