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Berlin: Discutible gestión de la memoria

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Carta desde lejos
La gestión de la memoria, la invención de tradiciones, la destrucción del recuerdo, pueden llevarse a cabo mediante instrumentos explícitamente violentos, como hacen las dictaduras, o con un trabajo sutil y silencioso que busca consenso tácito y pasivo.

Han pasado ya quince años desde la reunificación de Berlín, nuevamente capital única de Alemania, y las cicatrices de la trágica historia del siglo XX germano siguen bien visibles en el centro de la ciudad y en todos los barrios de la metrópolis. No se puede decir que Berlín no cultive la memoria de su pasado reciente, las huellas de ese pasado están a la vista de cualquiera que recorra sus calles y plazas, muchas de ellas renovadas en la laboriosa búsqueda de una identidad compartida. Identidad quebrada aún entre los extremos representados por la zona occidental reconstruida en estilo americano de los ’60 y la parte oriental que conserva la monumentalidad del urbanismo socialista, algunas imponentes manzanas de la antigua Berlín prusiana, muchas obras de arquitectura contemporánea, como la Potsdamerplatz, y desolados espacios vacíos que esperan su turno en el proceso de reconstrucción.

Son bastante inquietantes, sin embargo, ciertos aspectos de la gestión de la memoria histórica berlinesa. Muy cerca del mítico Charlie Checkpoint -donde hacían pasar de un lado a otro a los espías y prisioneros canjeados durante la guerra fría- se ha conservado un trozo de muro de unos 100 metros de longitud. Pues bien, en este lugar hay una exposición permanente titulada “Topografía del terror”, la cual muestra una serie de fotografías, alineadas a lo largo de lo que queda de la pandereta, de jerarcas nazis, paradas presididas por Hitler y escenas del juicio de Nurenberg. Uno se pregunta, de entrada, cuál es la relación subliminal que se quiere crear entre el régimen nazi y la división de la ciudad en la posguerra como consecuencia de la agudización del enfrentamiento entre la Unión Soviética y Estados Unidos.

La respuesta, temo, es que este tipo de manipulación de la memoria se sitúa en la tendencia actual a crear imágenes de contraposición global absolutamente maniqueas: choque de civilizaciones, nosotros y ellos, buenos y malos, en las que los buenos somos los occidentales y los malos, todos los demás, en una suerte de continuo histórico incapaz de operar distinciones. En este caso, el régimen nazi y la Europa socialista no sólo aparecen colocados en una topografía paralela que induce la identificación, sino desplazados en un tiempo sincrónico que para las nuevas generaciones puede parecer perfectamente simétrico. Así, los que combatieron y derrotaron a los nazis pagando el precio de millones de muertos reaparecen hoy simbólicamente en la línea del muro como sus compañeros y cómplices en las terroríficas hazañas a las que alude la exposición.

Otro ejemplo de esta discutible gestión de la memoria es la presencia de la maqueta del proyecto de reconstrucción del Ground Zero de Nueva York al interior del Jüdische Museum, museo berlinés de la historia judía y el Holocausto, creando una asimilación del pueblo judío al Occidente agredido por el terrorismo islámico en un contexto histórico completamente diferente.

Esta experiencia algo alucinante, compartida con grupos de turistas que recorrían con expresión perpleja el parque temático de la topografía del terror (no olvidemos que hoy los “otros” son siempre potencialmente terroristas), lleva a reflexiones más generales sobre cómo se transmite la memoria histórica de un siglo tan denso de acontecimientos como el que apenas hemos dejado atrás. Entre nosotros la consigna ganadora es “miremos para adelante, es inútil seguir escarbando en el pasado”, lo que permite todo tipo de gatopardismos y elimina cómodamente la necesidad de las distinciones. ¿Tendremos ocasión de contemplar más temprano que tarde exposiciones y ceremonias en que Allende y Pinochet, los muertos y desaparecidos, los torturadores y asesinos, compartan codo a codo, como en el “Cambalache” de Discépolo, en un ofuscado altar memorialista acompañados de un tranquilizante hilo musical patriótico?

Todo puede ser, la ciencia histórica, pese a sus grandielocuentes pretensiones, siempre ha sido materia de opiniones y contraposiciones. La gestión de la memoria, la invención de tradiciones, la destrucción del recuerdo, pueden llevarse a cabo mediante instrumentos explícitamente violentos, como hacen las dictaduras, o a través de un trabajo sutil y silencioso que busca un consenso tácito y pasivo, pero eficaz, ayudado por el recambio generacional y por la necesidad que tenemos todos de ir hacia adelante y olvidar, por lo menos en parte, las tragedias de nuestra vida.

Por las calles de Berlín es fácil toparse con ancianos vestidos de harapos que arrastran indescifrables bolsas de plástico y que conservan en su triste expresión todos los horrores del siglo, y también con jóvenes que llevan pintada en la cara la total ignorancia de lo que vivieron sus padres y abuelos. No sé si se trata de una falsa impresión, pero todos ellos me parecían condenados.
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