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Periodismo de muerte y periodismo a flor de vida

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Los últimos datos de la Federación Latinoamericana de Periodistas enuncian los riesgos que sigue comportando el ejercicio de la libertad en aquellas latitudes, que la expresan con nosotros en una misma lengua. Mientras en Iberoamérica no se den unas condiciones que garanticen la vida de quienes están llamados a contarla en su cotidiano discurrir, de poco vale que plumas tan potentadas como la de Vargas analicen la realidad desde la gloria de sus aislados y confortables castilletes. Esa realidad es sólo teórica porque elude las contingencias a pie de calle.

Nueve periodistas han sido asesinados en lo que va de año en seís países de América Latina. El ritmo de producción de aniquilamiento amenaza con equipararse al registrado en 1995, con un total de veinte asesinatos a lo largo de todo el año. No parece pasar el tiempo ni la sinrazón en aquellas tierras cuando se trata de acabar con las voces que estorban.

A la pena capital impuesta por lo común por el contubernio de las bandas de narcotraficantes en comandita con la corrupción política, hay que añadir las innumerables agresiones o golpizas de las mafias y los cuerpos policiales, así como los atentados de tipo gubernamental o legislativo.

Contrastan tales riesgos del oficio en Iberoamérica con las propuestas del joven periodismo en Europa. Francia ha sido la nación pionera en ofrecer una prensa para niños a través de Mon Quotidien, un diario para lectores entre diez y quince años que después de 11 años de edición ha logrado una tirada de 200.000 ejemplares. El éxito de la iniciativa ha propulsado después la de otros periódicos para diversas franjas de edad. Le Petit Quotidien se dirige a niños de entre ocho y diez años, Quoti lo leen menores de siete y L’Actu se difunde entre chicos mayores de 14 años.

De ese modo los más jóvenes ciudadanos entran a formar parte, por acción y recepción, en la base substancial de una democracia participativa, fundamentada en el derecho a la información y a la opinión como atributos esenciales de su personalidad social a través de la crítica y la libre y plural expresión de ideas y noticias.

El día en que los periodistas no tengan que contar el asesinato de sus colegas en América Latina, los niños iberoamericanos serán conscientes del poder de las palabras aprendidas, capaz de vencer a la muerte. Será ésa la mejor lección para que ellos sigan adelante, escribiendo un periodismo a flor de vida que la luzca y estimule de libertad sin las vigentes sombras.
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