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Cinco hebras de una madeja

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Los hilos ocultos del miedo
La eterna pregunta filosófica sin respuesta es, qué fue primero, el huevo o la gallina. En ciertas corrientes de pensamiento se habla de causa y efecto, queriendo significar que hay una línea de continuidad en los fenómenos o procesos, No siempre se toma en cuenta que una causa fue antes un efecto y este antes fue una causa producto de otro efecto y así.

En el Manifiesto Comunista se afirma que la partera de la humanidad es la violencia, violencia entendida como un efecto de algo anterior (causa). Los procesos de la historia son vistos como un resultado derivado de otro resultado anterior. Si lo proyectamos al futuro podemos prever los más probables resultados, ahorrándonos el pormenorizado análisis de identificación de causas y efectos. Si queremos ver el hilo conductor del quehacer humano podremos asegurar que la violencia es un resultado externo, la materialización exterior de otro hilo conductor interno, el miedo. Miedo de unos a perder sus privilegios, miedo de otros a perder sus migajas; los unos se atemorizan por la "inseguridad" del mañana sin los poderes de hoy, los otros por la "seguridad" de que sin lo poco de su presente, mañana podría ser peor. El miedo no deja a unos ver el presente que nos conduce a un callejón sin salida, pues ante los problemas del presente, la respuesta preferida es dejar la solución a las generaciones que vienen; El miedo no deja a otros ver a sus iguales y verse en su fuerza colectiva para implementar soluciones ahora, conducentes a un mañana distinto al que nos reservan los oscuros dirigentes.
Por miedo callan unos, por miedo actúan otros, por miedo postergamos, por miedo reaccionamos, por miedo se recurre a la violencia. Hablo de la violencia de unos "valientes" militares asesinando gente indefensa. El miedo de unos les hace reaccionar con violencia, ese insoportable presente eterno de postergaciones a los otros les hace reaccionar con violencia, previo haber soportado lo indecible, por miedo. El miedo actúa como una fuerza invisible que, paradojalmente, cierra o abre los caminos, que ciega o alumbra con destellos, que amordaza u obliga a apurar el paso.
En este punto pudiéramos preguntarnos que es la vida y que somos los seres humanos en la vida. Es un fracaso la vida, pues termina en la muerte, dirán los escépticos; una concatenación infinita de pequeños azares, una frenética combinación de átomos, una variante del movimiento y así. Ya sea vista la vida como hecho filosófico o como hecho físico, genético, químico o político nos enfrentamos al infortunio de intentar una tarea imposible: ver la totalidad desde la transitoriedad o ver la transitoriedad desde la totalidad. En cuanto a qué somos, podemos esgrimir el argumento, en realidad recurrir al atajo, de la segmentación: la vida (humana) es un intento transitorio de alcanzar la felicidad.
En este intento, que es la esencia de la vida, muchas veces se nos va la vida, lo cual nos dice que la vida bien merece una segunda oportunidad. Segunda oportunidad imposible de alcanzar sin romper las barreras del miedo. Aquellos hilos invisibles que como poderosas telas de araña nos impiden movernos para avanzar y nos dejan la ilusión del movimiento en el mismo lugar sin nunca salir del rincón asignado. Romper la barrera del miedo es tanto un acto individual como social, es tanto un acto ético como liberador, un acto de conciencia con fuerza revolucionaria capaz de mover montañas o alcanzar el cielo con la mano, en el decir de los mayores que se fueron antes. La pregunta revolucionaria del momento pudiera ser a qué le tengo miedo, a qué le tenemos miedo. Sin echar fuera estos dioses del fatalismo no podemos aspirar a la liberación del ser humano ni habrá cambios sociales duraderos. Cambios que permitan la felicidad del género humano.

Las razones del descoloramiento
Algunos estudiosos de lo social nos muestran fenómenos sociales desprovistos de las individualidades que lo componen, otros estudiosos de la conducta nos muestran individualidades desprovistas de lo social que las forman, rodean y adornan. Son los ciegos que nos alumbran el camino haciéndonos tropezar a cada paso. Luchamos contra las leyes de la dinámica de los seres humanos en caótico movimiento por la sobrevivencia: la ley del menor esfuerzo, la ley de la autocompensación, la ley de la ideología del dominante que produce una ideología del dominado.

En el terreno de la física comprobamos el incesante arte de la combinación de los átomos. El paso del tiempo no es otra cosa que la corrupción de unos que se transforman en otros. El oxígeno, fundamental para la vida, también la oxida y termina por transformarla, matando la esencia de lo que en un momento es, para transformarla en otra esencia, con existencia en otro momento. Decimos esto no para aplicarlo a los hechos sociales sino para entender que el movimiento es uno en su infinitud y múltiple en su forma y estado. Lo que ocurre en una parte, ocurrió, ocurrirá en otra, salvo que nada será igual, pues hay otros movimientos en curso que hacen irrepetible la repetición.

Todo cambia dice la canción, el cambio permanente es la constante del movimiento. Lo que aplicado a lo socio-político pudiera ilustrarnos a unos y servir de justificativo a otros. Quienes están en el poder, quienes tienen una cuota de poder, tienden a justificar lo que hacen con el fácil argumento de que todo ha cambiado y por lo mismo ellos deben acomodarse a los tiempos. Muchas veces actúan desde el desprecio y acusan a quienes no comparten sus argumentos, de no haber evolucionado con los tiempos. Quienes no estamos en la necesidad de justificar nada, por el contrario, tenemos el deber ineludible de argumentar desde el movimiento con una visión de la totalidad y la individualidad, de lo general y de lo particular, entendiendo que el movimiento en si no existe, pues el movimiento son en realidad una multitud de movimientos con su propia dinámica. Es decir el bosque está compuesto de árboles.

El sistema tiene la facultad de adornar todo cuanto toca y ocultar, en la sombra o el olvido, lo que no admite adorno. Bajo luminarias y esperanzas de éxito fácil o el cuento de que todo es cosa de saber construirse una oportunidad, se ocultan los falsos valores, se distorsiona la realidad, se hace aceptable la inmoralidad de un mundo que produce una menor cantidad de ricos, pero mucho más ricos; mayor cantidad de pobres, pero mucho más pobres.

El sistema tiene "expertos, consejeros, consultantes, doctores y pesos pesados del pensamiento" encargados de acomodar el discurso y diseñar las estrategias cuyo objetivo central es mantener a sus patrones en el poder y al resto del mundo en la conformidad, en la creencia de que todo va bien, en el justificativo de la inacción y hasta en el acomodo de que se avanza o que el bienestar está a la vuelta de la esquina. En ese mundo no hay ética ni apego a la verdad.

¿Qué nos queda a quienes vemos el mundo desde otra óptica, a quienes pensamos que es urgente cambiar de rumbo? La salvación de inventar desde la necesidad, inventar el órgano que nos permita transformar el mundo y hacerlo vivible para todos. Juega en contra el hecho de que nuestro tiempo útil sea poco, corto y, peor aún, que no siempre la experiencia de otro sirva para corregirnos o ayudarnos a tropezar con menos obstáculos. Esto que parece un fatalismo, es simplemente el escenario en que debemos actuar. La historia ha demostrado muchas veces que en la lucha se desarrollan capacidades para implementar los cambios, como también muestra que en la dinámica de la lucha se producen enfrentamientos apasionados cuyo resultado no siempr
e significa ir por el mejor de los caminos. A los medios y capacidades de ellos para adornar su discurso y descolorar el nuestro, se suman, muchas veces, los discursos de quienes están dejando o han dejado de ser lo que aun dicen ser.

Moverse sin avanzar o la intrascendencia de no tener ideas
¿En qué medida se expresan en nuestros actos las ideas, los pseudos valores del sistema? es una pregunta que debiéramos enfrentar para desterrar de nuestra práctica su perniciosa influencia, para actualizar nuestras ideas, para encontrar caminos que nos permitan proyectar una imagen fiel de lo que pregonamos como futuro posible.

Hay una diferencia sutil en la apariencia y abismal en el contenido entre actuar sin avanzar y actuar para avanzar. Moverse sin salir del mismo sitio es simplemente bailar sin preocuparnos de que quien ejecuta la música- Movernos hacia adelante es avanzar, es confrontar cada día situaciones nuevas que van transformando dialécticamente nuestro accionar.

A cada paso nos enfrentamos a dilemas nuevos. En cada instante, con una u otra decisión, ponemos a prueba nuestras capacidades de ver el mundo real y actuar de acuerdo a un plan general de cambio revolucionario. A cada paso nos enfrentamos a la sutileza o la brutalidad de las fuerzas del sistema, a cada paso tendemos a olvidar que para vencer una fuerza debemos oponerle otra mayor. Lo cual no significa que a las fuerzas brutas, trucos y argucias de ellos debemos responder con lo mismo pero ampliado. Todo acto es la realización material de una idea motriz, una ideología. Todo acto nuestro debe tener la fuerza motriz de unas ideas superiores.

Todo acto nuestro puede, y debiera, tender a convertir esas ideas superiores en las ideas movilizadoras de la gente con la que interactuamos. En este sentido la principal falencia del quehacer político de la izquierda, es que hemos perdido terreno en la lucha de ideas, pues, en esencia, nuestras ideas no se conocen en la amplitud y profundidad en que debieran ser conocidas para ser movilizadoras.

En definitiva es nuestra práctica la que nos dice si bailamos o caminamos, si nos movemos en el mismo sitio o si avanzamos. En un caso puede bastar con luchar, en el otro hay un punto hacia el cual nos dirigimos y luchamos para llegar allí. Resulta simple enunciarlo, sabemos que es más complejo implementarlo, sin embargo ya es un paso adelante el admitir que este problema existe. Lo que venga después depende en gran medida de lo que logremos proyectar como modelo de convivencia humana alcanzable, de las ideas que pongamos en juego y de los métodos y las formas de organización.

El cambio diluido, los efectos sin trascendencia
Sabemos que la hierba crece, pues lo comprobamos visualmente a grandes rasgos, lo que no podemos asegurar con la misma convicción es que percibamos como la hierba crece. Podemos ver que hay cambios, podemos admitir su complejidad, no siempre advertimos el pequeño cambio que conduce otros mayores. En esta no percepción perdemos la iniciativa que nos debiera permitir responder adecuadamente a la nueva situación. Luego actúa la ley de la autojustificación y enumeramos como justificativo, las condiciones adversas en que hemos debido luchar.

El cambio se nos presenta diluido, cambio de las condiciones, cambio de las ideas en juego y también cambio de la influencia. En un momento dado se introduce la primera distorsión, la primera idea que socava, luego viene una sucesión de pequeños cambios diluidos hasta que ya estamos en un discurso que no es el original. Se actualizan unos cambiando la esencia de lo que antes defendían, se actualizan otros entendiendo mejor la realidad y actuando en ella para cambiarla.

Lo extremo es que en estos tiempos de mayor vigencia de lo fundamental del pensamiento revolucionario, surgen corrientes de pensamiento que tienen por fin el cambio social, negando las herramientas y los agentes transformadores. En este coro polifónico se diluyen quienes, en teoría, tienen las mejores herramientas de análisis y de implementación de nuevos escenarios. Es como un autoflagelo ideológico.

Luego del cambio diluido vienen los efectos sin trascendencia o lo intrascendente de no poner ideas en movimiento. Se detiene el flujo, la confrontación de ideas. Los mensajes del mundo real son interpretados, más de acuerdo a los deseos, que a lo que realmente significan. El análisis frío pierde vitalidad.

Un problema una solución
Entre las muchas lecturas, hay cosas que en el acto se olvidan, otras que nos caen encima como un bloque de cemento y algunas que casi sin darnos cuenta nos acompañan un buen trecho hasta que se abren como una verdad destellante. He olvidado la fuente, quizá por creer que las palabras no pertenecen a nadie, la frase nos recordaba que el ajedrez tiene sus reglas y, como corolario agregaba: o se cambian de raíz, o se juega a otra cosa.

La vida es un Tango dicen los argentinos, lo cual nos permite asegurar que en realidad todo tiene sus reglas, que todo es un tango, que todo es un juego, en fin lo que hacemos o lo que dejamos de hacer nos conduce a algo. El problema del problema parece ser que no siempre dominamos las reglas, algunas veces nos las cambian en el camino o preferimos mirar para otro lado y autoconvencernos que no hay reglas. La regla primaria es el movimiento, pero los turbios del poder aseguran que todo es foto, que somos islas, que vamos bien, cuando la luz se desplaza a trescientos mil kilómetros por segundo, cuando el universo se expande, cuando sus decisiones nos afectan hasta el aliento, cuando en un lugar llueve como diluvio en otro hay sequía, cuando sufrimos los efectos (anuncios de un desastre mayor) de su desprecio por la vida, cuando el fatalismo de la inacción, la verdad transgredida o las palabras desprovistas de su valor semántico y nosotros en los afanes de correr hacia ninguna parte.

En algún momento, un instante fugaz, que nuestras capacidades de percibir no perciben, la hierba crece, las leyes se aprueban, las reglas cambian y nos quedamos fuera del baile. Supongo que cuando el escupible señor Gorvachov interrumpió su viaje por Inglaterra y su plática con la entonces dama de hierro (hoy señora con un pie en el cajón) para devolverse a Moscú, ya tenía el aroma o el tufo de que ese era su cuarto de hora. Lo que vino después fue el juego (con sus reglas de talentoso actor) de cambiar las reglas para terminar jugando a otra cosa.

Ahora, si en plena conciencia ese innombrable puede sentirse contento con los resultados de su obra, era un traidor, si por el contrario algo le remuerde, era un inepto y es hoy un incapaz de reconocer sus errores. De una u otra forma es un simple artefacto viejo, bueno para nada bueno. La cruda realidad muestra hoy que resultó peor el remedio que la enfermedad, pues simplemente al enfermo no le dieron el remedio adecuado. Lo que nadie puede  discutir en su sano juicio es que allí había una enfermedad.

He leído unas cuantas páginas que, no sé si decir, anuncian o enuncian un cambio en las reglas del juego. En este caso aplicadas al partido que en casi cien años de historia ha luchado en diversas, y muchas veces adversas, condiciones por la democracia, por los cambios sociales, por implementar en Chile un proceso revolucionario. Confieso que me han dejado en la duda. Cambiar en pleno juego las reglas ha de suponer una capacidad superior para adaptarnos a las nuevas reglas, esto es en lo mínimo; en lo máximo, corremos el riesgo de terminar jugando a otra cosa. Ser o no ser se preguntaba el príncipe en sus extravíos. Y precisamente esta es la cuestión.
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