Socialismo y Democracia (II Parte)
por Hermes H. Benítez (Canadá)
19 años atrás 14 min lectura
A contrapelo con las consideraciones anteriores, ¿cuál sería la conexión existente entre socialismo y democracia". ¿Es efectivo que existiría una correlación negativa entre socialismo y democracia? De ser esto así, ¿se trataría de una conexión esencial, o de una de carácter puramente factual? Así como más arriba hemos examinado en general la relación entre capitalismo y democracia, examinaremos a continuación, también en términos generales y abstractos, la conexión existente entre socialismo y democracia. No debe caerse, sin embargo, en el error de medir ambos sistemas con la misma vara histórica. Porque mientras es posible llegar a establecer la naturaleza de la relación entre capitalismo y democracia a partir de un examen de lo que ha sido la realidad histórica de dicha formación social en los últimos dos o tres siglos, no nos parece legítimo utilizar un procedimiento semejante para poder determinar la relación entre socialismo y democracia. Ello por una razón fundamental. El capitalismo es una formación social madura, consumada, que ha existido históricamente ya por tiempo suficiente como para mostrar su naturaleza esencial, así como la dirección general de sus posibles desarrollos futuros. El socialismo, por el contrario, representa una realidad históricamente mucho más reciente, y aún en proceso de constitución. Cada día es más claro que "el socialismo realmente existente", en la célebre expresión popularizada por Rudolf Bahro(11), que irrumpiera en la historia en 1917, consiguió encarnar de modo muy precario y problemático los ideales y teorías socialistas, cuando no las desvirtuó y traicionó. Esto fue así por diversas y complejas causas que examinaremos brevemente a continuación. Por tales motivos nos parece inadecuado todo intento de determinar el carácter de la conexión entre socialismo y democracia, simplemente a partir de una lectura de aquellas limitadas experiencias históricas. O dicho de otro modo, mediante un simple contraste entre la teoría y la realidad del socialismo. Tal procedimiento es inaceptable porque se basa en el indemostrado supuesto de que el socialismo sería reductible a aquellas realidades. Que en su corta existencia el socialismo habría demostrado ya de modo inequívoco que posee un carácter irrevocablemente antidemocrático y autoritario. O para decirlo con terminología filosófica: que la esencia del socialismo se reduciría a lo que hasta ahora ha sido su existencia histórica. Tal afirmación es, por cierto, enteramente infundada, y en última instancia indemostrable.
En realidad, lo que a menudo se ha entendido como una simple predicción de Marx, en el sentido de que la revolución socialista se produciría primero en los países europeos más altamente industrializados, puede entenderse, más bien, como el establecimiento de un criterio de factibilidad, que fijaba las "condiciones de posibilidad" de la instalación y superviviencia del socialismo. Como en Rusia no se dieron históricamente estas condiciones, entre otras razones, por la derrota de la revolución européa, por el atraso de la base material de la sociedad rusa, por la debilidad numérica de su clase obrera urbana, por la ausencia de una tradición política democrático-liberal, etc., etc, la revolución desembocó a corto andar en una forma de sociedad autoritaria y burocratizada, que si bien no era feudal ni capitalista, tampoco era socialista. Como lo han mostrado Deutscher, Colletti, Bahro, y otros criticos marxistas del "socialismo real", el movimiento socialista ruso se vio a principios del siglo XIX enfrentado a una tarea y objetivo inmediatos que eran completamente diferentes de los que se creyera llamado a realizar y que, paradojalmente, representaba el entero opuesto de lo que su formación marxista elemental le enseñaba. Porque mientras la interpretación materialista de la historia postulaba la prevalencia de la base material por sobre la conciencia ideológica o política, al término de la guerra civil los bolcheviques se encontraron con que la base material de la emergente sociedad soviética estaba a prácticamente destruida. Esta situación la incapacitaba no solo para servir de fundamento al socialismo, sino incluso para reestablecer las condiciones materiales de la sociedad prerevolucionaria. De manera tal que la tarea immediata que se les impuso a los bolcheviques fue la de dedicar la totalidad de sus esfuerzos a la acelerada construcción de un mecanismo capaz de servir de palanca para poder elevar las condiciones materiales rusas a la altura requerida por los principios socialistas. Como lo pusiera tan certeramente Luccio Colletti, porque, "aunque Rusia disponía del regimen político más avanzado del mundo, no estaba en 1920-21 en condiciones de ponerlo en correspondencia con una base material mínimamente adecuada. De este modo, los términos de la célebre formula del materialismo histórico acerca de las relaciones entre estructura y superestructura, aparecían completamente invertidos"(12). En otras palabras, en Rusia los bolcheviques tuvieron que emplear la fuerza de la superestructura política socialista para poder, a partir de ella, construir la estructura material que hiciera posible, a su vez, la construcción del socialismo.
Una ironía histórica haría que los bolcheviques tuvieran que echar mano precisamente de aquel mecanismo o instrumento que el socialismo se suponía abolir, esto es, del estado. Esa fue, en última instancia, la tarea que Lenin y los bolcheviques le asignaron al estado: elevar la precaria base material soviética al nivel de la superestructura política erigida por la revolución. Desgraciadamente lo que ocurrió fue algo completamente distinto. Porque, como lo ha señalado Mosche Lewin, "…el estado se dedicaría a una apresurada y compulsiva transformación de la estructura material y social rusa, formando a sus grupos y clases dentro de un molde en el que la maquinaria administrativa retuvo siempre su superioridad y autonomía. De modo que en vez de "servir" a su base material y social, el estado, haciendo uso de los poderosos medios a su disposición, consiguió por la fuerza poner a su servicio a la totalidad del cuerpo social".(13)
Si hay algo que el colapso de los socialismos reales vino a demostrar, es que tales sociedades podían definirse como "de transición", "postcapitalistas", o como "socialismos de estado", pero que ellas no fueron nunca efectiva o auténticamente socialistas, por mucho que hayan contenido en sus estructuras algunos de los elementos necesarios, pero no suficientes, del socialismo. Es decir, que el hecho de que en estos países se hubieran establecidos mecanismos tales como el control y la propiedad estatal de los medios de producción y una economía planificada, no garantizaba por sí mismo el carácter socialista de sus sistemas socio-económicos. Porque en realidad no hay ni puede haber una sociedad efectivamente socialista allí donde, simultáneamente, no se han abolido los grandes particularismos de clase; allí donde no existe la gestión democrática de las principales decisiones políticas y económicas, ni donde siguen dominando las relaciones mercantiles, por más que lo hagan bajo formas disfrazadas. Tampoco puede haber socialismo allí donde existe una escaséz crónica de bienes de consumo, o donde impera una distribución desigual y jerquizada de ellos, o donde le trabajo sigue siendo una carga, en vez de ser la expresión espontánea de las potencialidades creadoras de los individuos controlando colectivamente su propio destino.
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Como es manifiesto, esta última conclusión invalída todo intento de establecer el vínculo entre socialismo y democracia por obra de una simple lectura crítica de las experiencias de los así llamados "socialismo reales". Porque tal como lo hicimos antes con el capitalismo, lo que a continuación intentaremos es simplemente determinar en abstracto las principales consecuencias políticas y sociales que se derivan de ciertas especificidades del modo como funcionan las relaciones económicas bajo el socialismo. Esto implica, a su vez, que cualquiera de las expresiones históricas del socialismo, en la medida en que no han conseguido implementar, por diversos motivos, relaciones económicas y sociales efectivamente socialistas, no pueden considerarse aquí como pruebas refutatorias del carácter democrático del socialismo.
Tanto bajo el socialismo como el capitalismo puede aspirarse a la igualdad material de los individuos, pero como lo indicamos más arriba, el capitalismo posee un mecanismo generador de desigualdad material que no se encuentra en el socialismo, a saber: la asignación diferencial de ingresos en función de la propiedad privada de los medios de producción. De manera que el socialismo, en cuanto aspira a la abolición de la propiedad privada de aquellos medios (los que no deben ser confundidos con las posesiones personales que el socialismo busca incrementar), estaría en condiciones de eliminar de raíz este mecanismo inductor de desigualdad material propio del capitalismo. Sin embargo, bajo el socialismo, especialmente en su forma no desarrollada, pueden existir, y han existido, por cierto, otros mecanismos generadores de desigualdad. Por ejemplo, el hecho de que cierto tipo de trabajos sean remunerados de manera especial. Pero además, como lo señala Andrew Levine, "bajo el socialismo burocrático de estado, tal como existiera por largos años en la Unión Soviética, un mecanismo adicional [inductor de desigualdad] llegó a ser especialmente importante: aquellos individuos que ocupaban altas posiciones dentro del estado o la burocracia emplearon su poder para extraer compensaciones monetarias mayores que las que recibían aquellos a los que dominaban".(14) Tanto este mecanismo como el arriba indicado no son privativos del socialismo de estado, porque existen y operan igualmente bajo el capitalismo, aunque en él adopten formas diferentes.
Bajo el socialismo desarrollado, se habría abolido, entonces, aquel mecanismo generador de desigualdad distintivo del capitalismo, esto es, la existencia de ingresos diferenciales en función de la propiedad de los medios de producción.
Por cierto, la abolición de este mecanismo no produce automáticamente relaciones efectivamente democráticas entre los miembros de la comunidad socialista, pero remueve, por cierto, un obstáculo fundamental para su implementación, en la medida en que elimina la principal causa generadora de desigualdad política. Esto es, el hecho de que aquellos que dispone de más poder material, tengan, al mismo tiempo, más poder para hacer prevalecer sus intereses por sobre los de las mayorías. En este sentido, entonces, puede decirse que, en general, el socialismo tendería a ser más democrático que el capitalismo. Pero existe, además, otra característica específica del socialismo que lo haría potencialmente más democrático que el capitalismo, y es aquella que dice relación con su capacidad para extender la esfera de control colectivo más allá de los estrechos límites que le son impuestos bajo el capitalismo. Porque una sociedad es más democrática mientras mayor sea el número de materias de interés público que puedan ser debatidas y decididas por el propio público. Bajo el capitalismo aquellas decisiones que afectan el uso que se le da a los recursos productivos, o las que se refieren a la asignación y distribución del producto derivado de dichos recursos, se encuentran bajo el dominio exclusivo de los capitalistas. Sin embargo es evidente que tales decisiones, por el simple hecho de que afectan directamente los intereses y el bienestar colectivo, deberían estar bajo control público. En el capitalismo este tipo de decisiones se encuentran, por cierto, en manos privadas, de allí que muchas cuestiones de carácter público nunca llegar a ser conocidas por la comunidad; y por lo tanto nunca llegan, tampoco, a ser objeto de decisiones colectivas democráticas. El caso de Pascua Lama ilustra de modo dramático la necesidad de sustraer las decisiones de gran importancia económica o ambiental al control de los capitalistas privados, o de las burocracias estatales coludidas con sus intereses privados, y de ponerlas bajo cautela pública.
Fue el filósofo alemán G.W.F. Hegel (1770-1831), el primero en comprender cabalmente que uno de los razgos distintivos de la moderna sociedad capitalista lo constituye la separación radical entre las esferas de los privado y lo público. Haciendo uso de la terminología introducida por los economistas clásicos ingleses, Hegel denominó "sociedad civil" a la esfera privada, y "estado" a la esfera pública. Ahora bien, como lo indica Andrew Lavine, en el capitalismo la sociedad civil constituye lo fundamental, "aquello que es de primera importancia para los individuos es, en general, entendido como siendo esencialmente no-político. … No es el estado sino la sociedad civil la esfera de la autorealización humana, la arena donde las energías humanas son empleadas de la manera mejor y más productiva. Dedicar tiempo y preocupación a materias especificamente políticas implica, por lo tanto, distraer la atención de aquello en lo cual el tiempo puede ser mejor empleado"(15) El socialismo, por su parte, en la medida en que rechaza esta dicotomía, que el capitalismo tiende a generar entre las esferas de los estrictamente político (lo público), y lo estrictamente económico (lo privado), poniendo, por el contrario, toda materia de interés publico bajo el escrutinio de la comunidad, tiende a extender la esfera de las decisiones públicas y democráticas mucho más allá de los estrechos límites establecidos por los particularismos de clase y las desigualdades estructurales propias del capitalismo. En este sentido puede decirse que el socialismo es, potencialmente, no solo políticamente más democrático que el capitalismo, sino que incluso es capaz de extender la aplicación de los principios democráticos al reino mismo de las relaciones económicas, al permitir el ejercicio de la libertad y la soberanía popular en las esferas de la producción, la inversión y el intercambio.
Sobre la base de los argumentos y antecedentes hasta aquí examinados, podemos extraer las siguientes conclusiones:
1. Que la historia de las relaciones entre capitalismo y democracia estaría mostrando, no que el capitalismo tendería simplemente a favorecer el desarrollo de formas democráticas de gobierno, sino que éste se ha asociado siempre a sus expresiones oligárquicas y elitistas. Es decir, a aquellas que se constituyen sobre el fundamento de marcadas desigualdades economicas, las que hacen posible que grupos minoritarios de la sociedad puedan ejercer un dominio prácticamente indisputado sobre las mayorías, bajo la cobertura jurídica de derechos políticos formalmente iguales.
2. Que si bien es cierto que en su relativamente corta existencia histórica el socialismo ha aparecido asociado a manifestaciones politicas autoritarias y antidemocráticas, ello no significa que éste sea esencial y necesariamente autoritario. En otros términos, que la incapacidad de las sociedades socialistas que han existido hasta nuestros días para garantizar las libertades políticas de sus ciudadanos no le puede ser i
mputada a su socialismo, sino a su falta de desarrollo, y a las precarias condiciones materiales, políticas y militares en que las experiencias socialistas se han dado históricamente. Por el contrario, puede afirmarse que en la medida en que el socialismo consiga alcanzar un cierto nivel de desarrollo, removiendo efectivamente las causas materiales generadoras de desigualdad, estará en condiciones de demostrar que puede ser mucho más democrático que el más democrático de los capitalismos. Es cierto que este socialismo auténtico carece aún de existencia real, pero ello no puede interpretarse como que sea, en principio, irrealizable.
3. Una de las acusaciones más comunmente empleadas por los enemigos del socialismo es aquella según la cual éste no solo no sería democrático, sino esencialmente totalitario, que más allá de sus promesas de liberar al hombre y la mujer de las cadenas de la opresión económica, en realidad el socialismo no habría hecho otra cosa que someterlos a la más inicua dominación estatal. Tal afirmación parece casi una obviedad, poco más de una década después del colapso de los "socialismos reales". La astucia de esta crítica consiste en reducir el concepto de socialismo a su tosca caricatura stalinista. A partir de todo lo anteriomente dicho podemos afirmar que la correlación negativa que hasta ahora ha existido entre el socialismo realmente existente y democracia , no sería la expresión de ninguna característica esencial del socialismo como tal, sino que correspondería a una conexión histórica puramente factual. Esta correlación se explicaría a partir de las condiciones particularmente inadecuadas en que se dieron los primeros intentos de construccion socialista en naciones atrasadas, económica y militarmente sitiadas por las potencias capitalistas (16), que antes que nada debieron embarcarse en proceso de acelerada modernización, difícilmente compatibles con el establecimiento de relaciones políticas democráticas. Al no darse históricamente en la Unión Soviética, (ni tampoco en ninguna de las revoluciones marxistas de los siglos XIX y XX), las "condiciones de posibilidad" estipuladas por Marx, el socialismo real devino en una especie de desfiguración de la teoría socialista. Pero del mismo modo como uno no debe tratar de formarse una idea de lo que sería una gran obra de arte terminada, a partir de sus imperfectos e inacabados bocetos originales; tampoco deberíamos juzgar el socialismo sano y adulto, a partir del examen de sus expresiones históricas defectuosas y no desarrolladas.
11. Véase: Rudolf Bahro, THE ALTERNATIVE IN EASTERN EUROPE, London: Verso, 1978.
12. Lucio Coletti, LA CUESTION DE STALIN, Barcelona, Editorial Anagrama, 1977, pág. 25.
13. Mosche Lewin, "The social background of Stalinism". En Robert Tucker(ed.), STALINISM. Essays in Historical Interpretation, New York: Norton & Co., 1977, pp. 17-18.
14. Andrew Levine, Op. Cit., pág. 63.
15. Andrew Levine, Op. Cit., pág. 140
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