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Armas que no defienden

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Carrera armamentista versus mitigación de catástrofes

Pakistán tiene armas atómicas pero carece de mantas para socorrer a los miles de ciudadanos afectados por un gigantesco terremoto. Sus militares dirán que en otros lugares no hay mantas ni armas. No les falta razón. Según esa lógica las cobijas no compiten con los rifles.

Tampoco en Centroamérica donde se utilizan más de 600 millones en gastos militares y existen cerca de 300 mil hombres sobre las armas, alcanzan las frazadas ni pueden conseguirse las carpas.

En Pakistán las armas son para defenderse de la India y en la India por temor a Pakistán, en Guatemala por si acaso al El Salvador se le ocurre amenazarlos y en El Salvador por temor a Nicaragua y a la subversión interna. Chile por la Argentina y en la Argentina por Chile, en Bolivia por ambos y por antecedentes geopolíticos.

En Estados Unidos la carrera de armamentos tiene otro sentido. Hay que seguir una superpotencia para proteger al mundo libre y en y en Rusia para no dejar de ser lo que era la Unión Soviética aunque ahora sin ideales. En todas partes porque es un gran negocio.

La pobreza injustificada y la fuerza desproporcionada se conjugan para crear las sociedades incoherentes y contradictorias del Tercer Mundo.

Ante tragedias de la magnitud de las que ocurren en el sur de Asia y en Centroamérica que causan un inenarrable dolor a quienes la sufren y promueven la compasión de los enterados, se tiende a la indulgencia que suprime la crítica y paraliza el análisis de las causas que han conducido a situaciones semejantes.

En estas circunstancias cuando toda reflexión crítica parece inoportuna y se corre el riesgo de ser percibido como inhumano u oportunista, nadie se acuerda de que las condiciones sociales y políticas para tales desastres estaban allí antes de que temblara la tierra o lloviera en demasía.
En el caso de Asía y de todo el Tercer Mundo concurren antecedentes históricos.
Al marcharse, presionados por la lucha de liberación nacional de los pueblos de la región, las potencias coloniales dividieron caprichosamente a países, regiones y culturas, crearon naciones que no existían y condenaron al sometimiento a las grandes masas que habitan en vastos territorios, generando las rivalidades étnicas y territoriales que parecen eternas.

Esos precedentes han llevado a frecuentes y violentos enfrentamientos armados y a guerras interminables que convierten a los países subdesarrollados en polígonos de tiro, explican aunque no justifican el armamentismo en la región.
Desde luego que no se trata sólo de las armas y del militarismo y mucho menos de culpar eternamente al legado colonial, sino de elementos presentes en el orden social, capaces de generar la pobreza, la incapacidad de los gobiernos y la indiferencia de las sociedades ante la injusticia y la pobreza.

El dominio de las oligarquías nativas, la exclusión de las mayorías, los regimenes autoritarios y despóticos y las confusas metas nacionales vigentes, son fenómenos presentes con y sin desastres naturales.

Los ambientes internacionales, diseñados por el comportamiento de las grandes potencias y de los países desarrollados, vendedores de armas, de sistemas y de tecnologías nucleares, crean las monstruosas circunstancias que conducen a estas realidades.
La inmadurez del Tercer Mundo era visible hace cuarenta años, pero lamentablemente no parece tener fin. Es como una criatura que no crece y aunque pierde la inocencia, no adquiere la responsabilidad que caracteriza a los adultos.

No se trata sólo de lamentos y de solidaridad espiritual de los que nada podemos hacer con los desvalidos, sino además de denunciar vigorosamente al orden social y a los sistemas políticos que alimentan tragedias como las de Pakistán y Centroamérica.

Nadie puede dormir tranquilo cuando se sabe que en la próxima temporada habrá otros huracanes y que en cualquier momento las capas tectónicas de la tierra pueden moverse.
La naturaleza actúa según sus propias leyes, alguna de las cuales no es posible y tal vez ni siquiera conveniente cambiar.
Adaptarse al medio geográfico y convivir con él son tareas de los humanos dotados del talento, los recursos y la sabiduría necesaria.
Se necesitan muchos menos capitales para mitigar el hambre y conseguir mantas que para almacenar cañones, aviones, fragatas y bombas atómicas y utilizarlas para amenazar o contener a los vecinos.
Cordura, sensatez y no fuerza es lo que necesita un mundo con ansias de justicia.

Fue Fidel Castro quien lo proclamó ante la ONU hace cuarenta años: «Cese la filosofía del despojo y cesará la filosofía de la guerra» .

El autor es profesor universitario, investigador y periodista cubano, autor de numerosos estudios sobre EEUU.
Artículo enviado a PiensaChile por Altercom
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