Permítanme comenzar citando un fenómeno siquiátrico entre las múltiples anomalías mentales que, por desgracia, desquician el juicio de muchos seres humanos: la piromanía, muy de trágica moda, sobre todo cuando arrecian los calores veraniegos que sirven de eficiente ayudante a quienes presentan la patología. No me corresponde adentrarme en la psiquis del pirómano; primero porque no es mi área ni tampoco usted, querido lector, espera un análisis de este espinudo tema siquiátrico en un comentarista de política contingente. Lo utilizo como ejemplo de aquellos sujetos que suelen contaminar la noble profesión de los bomberos, aquellos que subrepticiamente provocan las llamas para luego llegar antes que nadie al sitio del suceso y llevarse las palmas y la admiración del público y de sus jefes, pero por sobre todo del público que los hacen sus héroes. Entonces, ¿a propósito de qué viene todo esto dirá usted? Paciencia.
Ese ser detestable y peligroso que en muy mala hora a los norteamericanos se les ocurrió elegir de presidente, desde que inició su mandato ha ido cayendo de provocación en provocación, haciendo que no sólo sus aliados, sino que toda la Humanidad contengan el aliento con las bravuconadas guerrerista del malhadado sujeto. No sólo desencadena una verborrea plagada de presagios de muerte amenizada con groseros insultos a los que considera sus enemigos, sino que en algunas ocasiones mueve sus tenebrosas piezas de ajedrez, que son sus portaviones, bombarderos cargados de ojivas nucleares, amén de miles de soldados, que son sus peones, haciendo creer que falta sólo su dedo caprichoso sobre el botón del misil para desencadenar el horror. Pero ¿qué tiene que ver esto con el bomberito pirómano?. Tiene que ver porque si usted se ha fijado, en cada uno de los casos a última hora aparece él mismo como el milagroso distendedor que aleja la tensión con una comprensiva “vuelta de chaqueta”, es decir el gran “estadista” que resuelve el nudo gordiano con el filo de su generosa comprensión y sabiduría, lo que, según sus cálculos, lo deja como príncipe ante su pueblo del que espera un admirativo reconocimiento a tamaña grandeza.
Ha ocurrido en varias ocasiones, siendo la más notoria su sorprendente reculada en el caso de Siria y en el de Corea del Norte. En el país árabe, luego de amenazar incluso a Rusia, por apoyar a Bashar-Al-Assad, líder del pueblo sirio en su lucha contra los yihadista del Estado Islámico, súbitamente se desentiende del asunto llegando a retirar el 19 de diciembre del año pasado a buena parte de sus soldados desplegados en territorio de Siria. Ante las críticas internas de políticos y militares por este acto incomprensible en su papel de matón del mundo que se creó en la campaña presidencial, respondió textual, mostrándose ahora como un gran pacifista en los álgidos momentos del conflicto: “Soy la única persona en Estados Unidos que podría decir esto: estoy trayendo a nuestras tropas de vuelta a casa con la victoria y obtengo mala calificación. ¡Si me quedara en guerras interminables ellos seguirían siendo infelices!” En el otro caso, el de las amenazas que levantó contra Corea del Norte, luego de llevar el conflicto a un punto casi insostenible al borde de la guerra que esta vez sería inevitablemente nuclear, amenizando la tensión otra vez con una sarta de groserías, ahora contra Kim Jong-Un, de pronto el entonces secretario de estado de Trump, Rex Tillerson, aparece mostrando gran interés de Washington en negociar con Pyongyang. El resto ya usted lo sabe: miel sobre hojuelas, besitos por aquí y besitos por allá, siendo Kim Jong-Un el “chinito” más simpático que existe para el travesti de la Casa Blanca. Se adjudica así otro punto para candidatearse al Nobel de la Paz; total, hoy en día se lo dan a cualquiera que vaya pasando por afuera del Parlamento noruego.
¿A qué conduce todo este preámbulo? Pues a la tensa situación vivida hasta la semana pasada entre Washington y Teherán, que es la última de las payasadas de Mr. Trump. Luego de varios años de acusaciones yanquis contra Irán por los trabajos de los científicos del país árabe que estaban empeñados en el enriquecimiento de uranio, finalmente en 2015 concurren cinco países, Francia, Inglaterra, Alemania, Rusia y China, más los buenos oficios de EE.UU. bajo el mandato de Obama, a plasmar el 14 de julio de 2015 un tratado con Irán en el cual éste se comprometía a renunciar al enriquecimiento del 98% de su uranio, y por lo tanto renunciar a la fabricación de armamento atómico. Enriquecer uranio significa potenciar este elemento, U238 es su símbolo químico, al punto de convertirlo en un isótopo, el U235, altamente fisionable, es decir con capacidad de ruptura del átomo liberando enormes cantidades de energía, cuya reacción en cadena es de gran poder destructivo, y constituye la base de la construcción de armas atómicas. ¿No cachó mucho? No importa, olvídelo. Lo importante es saber porqué este condenado uranio está en el centro del conflicto mundial.
La Agencia Internacional de Energía Atómica constató y avaló el cumplimiento a cabalidad de Irán en el compromiso, lo que significó que en enero de 2016 se levantara el bloqueo económico que durante diez años los capataces del mundo habían impuesto a Teherán. Todos felices como perdices…hasta que llegó el que algunos irrespetuosos llaman el viejo de mierda. Nuestro bombero pirómano volvió a atizar el fuego de la guerra, se salió del acuerdo y, como se ha vuelto habitual en él, mandó sus barquitos al golfo pérsico amenazando con desatar el infierno cuya antesala es ¡oh, inefable mundo yanqui! reponer las sanciones económicas sobre Irán. Sólo que esta vez el Crazy de la Casa Blanca ha repartido amenazas a todo el planeta, incluidos sus aliados de Europa: ¡pobre del que compre un solo litro de petróleo a estos arabitos o que les venda mercadería e insumos que necesite el pueblo iraní! Europa ha reaccionado, aunque con la debilidad que les significa que su economía dependa en gran medida de sus relaciones con EE.UU. Aún así Ursula von der Leyen, ministra de defensa de Alemania, ha instado a la Unión Europea a que demuestre de una vez por toda su fuerza y se oponga a los designios de Washington.
Pero he aquí que el pirómano vuelve a mostrar la cola. Hace unos días, en otra demostración de sus piruetas, el secretario de estado de Trump, Mike Pompeo dijo que su país está dispuesto a dialogar con Teherán “sin condiciones previas”, a lo que el Presidente de Irán Hassan Rouhaní, respondió que eso es posible siempre que Estados Unidos muestre respeto por los acuerdos internacionales. En todo caso, esto que aquí hemos planteado acerca de la conducta aparentemente errática de Mr. Trump, es sólo teoría. Jugar con fuego, “arrastrar el poncho” como decimos en Chile, es siempre un pasatiempo peligroso que se vuelve extremo si se trata de la paz mundial. El tablero político y militar del mundo se ha vuelto a equilibrar con la irrupción del poderío de Rusia y China, luego de decenas de años en que, tras la desaparición de la Unión Soviética, el planeta ha estado sujeto a la hegemonía sin contrapeso de EE.UU. Es paradójico que la equiparidad nuclear de las potencias sea garantía de paz en el mundo, como ocurría en tiempos de la guerra fría, pero, usted, yo y toda la Humanidad sabe que es un statu quo extremadamente peligroso, más aún si está sujeto a la insania de un sujeto al que esa paz, como diría un mexicano, “le vale madre”.
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