Dos hipótesis sobre la revuelta en Francia
por Emilio Cafassi (Uruguay)
7 años atrás 5 min lectura
El movimiento gilets jaunes viene conmoviendo a Francia y al mundo no sólo por la extensión temporal y la profundidad de su dinámica, sino además por las consecuencias políticas hasta cierto punto -aún- imprevisibles. En el acotado espacio de una página intentaré sintetizar en dos esferas (económica y sociológica) un documento de trabajo mucho más desagregado y extenso de conjeturas en éstos mismos planos y otros como el político. La secuencia que inicio aquí a nivel económico, no debería entenderse necesariamente como de un orden de determinación mecánico o absoluto sobre el resto. Antes bien sospecho una imbricación realimentada de todos ellos.
La hipótesis más estrictamente económica se remite al lugar que ocupan los combustibles en el conjunto de las economías domésticas, afectando el poder adquisitivo en general. El anuncio de su aumento ha actuado como disparador de las movilizaciones y piquetes, aunque la razón es más amplia. El paulatino deterioro del transporte público, la privatización capilar del mismo a través del automóvil particular (que retomaré en la hipótesis sociológica) hace que los gastos en combustible resulten determinantes en el conjunto del presupuesto familiar. Sufrió aumentos continuos en el transcurso de los últimos meses, siguiendo el precio del petróleo en el mercado mundial y el anuncio de su próximo aumento a partir del 1 de enero, incrementando más aún al gasoil que a la nafta a través de la elevación del impuesto que se suma al deterioro constante de las condiciones de vida de la gran mayoría popular. Las clases populares fueron forzadas al uso de automóviles diesel, al punto que el 60% o más de los coches individuales poseen este tipo de motor. Del litro de gasoil a 1,45 €, el 60% corresponde a impuestos. El gobierno de Macron también prevé incrementos para los años 2020 y 2021. En total, el consumo del gasoil representa el 80% del consumo de todo carburante que en lo que va del año sufrió un incremento del 23%. Justamente como el costo del transporte en coche, y sobre todo el diesel, ha explotado estos últimos años y se sitúa en un contexto en el que el índice de inflación oficial se ha utilizado como pretexto para no incrementar los salarios comprimiendo, abate el poder adquisitivo. La última fase de reformas fiscales del gobierno, con la supresión del impuesto sobre las fortunas, la reducción del impuesto sobre las rentas del capital, producirán el resultado económico inverso al de la gran mayoría social. El 1% de la población, verá incrementar sus fortunas en un 6% en 2019. Al mismo tiempo, el 20% de los más pobres, con las reformas de los subsidios para vivienda y la reducción de las pensiones, verán reducirse sus ingresos sin ver incrementadas las prestaciones sociales al mismo tiempo que los precios siguen incrementándose. No debe interpretarse como una debacle al estilo actual argentino, brasileño o venezolano, de carácter abrupto y demoledor. Ni siquiera es comparable a otras crisis europeas como la española o griega. Es antes bien, un deterioro paulatino, por goteo, que se remonta a las últimas 3 décadas. El estallido actual responde a la totalidad descendente.
En un plano más directamente sociológico las protestas resultan la expresión de un movimiento profundo de las clases populares, aunque no exclusivamente. Se caracteriza por la heterogeneidad en términos de estratificación social. Reconoce un carácter multiclasista, integrado esencialmente por proletarios (obreros y empleados, asalariados o no) a los que se añaden miembros de las capas inferiores de cierta tecnocracia o de oficios complejos cuentapropistas tanto como de empleos domésticos y de cuidado, inclusive de la pequeña burguesía (esencialmente artesanos, trabajadores autónomos, pero también chacreros e intelectuales. Puede llegar inclusive hasta pequeños empresarios. En Francia, todos los días, son 17 millones las personas que van a trabajar fuera de sus municipios de residencia. Se trata de las dos terceras partes de la población económicamente activa de la que una amplia mayoría utiliza su medio de transporte personal. Tanto en la región parisina (donde solo el 50% de las personas asalariadas utiliza el transporte público para ir al trabajo) como en el resto de regiones. La masa asalariada mayoritaria, se ve obligada a vivir cada vez más lejos de los centros urbanos, lo que acentúa, precarizando, el alejamiento del lugar del trabajo. El costo del transporte en coche, y sobre todo el diesel, incide decisivamente en un contexto en el que el índice de inflación oficial ha crecido aritméticamente, siendo utilizado por todos los gobiernos como pretexto para no incrementar los salarios. No es casual ante esto que el símbolo de identidad sea un chaleco obligatorio en el automóvil.
Es reconocible una ponderación a nivel de género y también etaria. La diversidad etaria refleja simultáneamente el lugar que ocupan las mujeres en las relaciones sociales de producción. Muchas de ellas son amas de casa, madres trabajadoras o jubiladas y en consecuencia abarcan un espectro desde los 30 a los 60 años o más. La principal demanda es el insuficiente poder adquisitivo y el deterioro de las condiciones de vida. Obviamente la combinatoria conlleva a la vez límites en virtud de que parte importante de población movilizada no ha tenido hasta hoy, mayoritariamente, ninguna experiencia ni formación política y participa de su primera movilización reivindicativa.
Aunque sólo pueda enunciarlo, un contexto previo de crisis política del gobierno, plagada de renuncias de ministros y escándalos personales, sumado a la salvaje represión, sólo puede contener momentáneamente el crecimiento de la magnitud de participantes. Pero en ningún caso contener la furia que sigue incubándose en las entrañas de la vida social.
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