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La caída del canciller: cómo Óscar Muñoz puso a la iglesia católica nuevamente en jaque

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¿Cómo quien parecía ser un simple archivero se puede convertir en el detonante del caso más complejo en los últimos años que ha vivido la Iglesia Católica chilena? Esta es la historia de Óscar Muñoz, el último sacerdote acusado por delitos sexuales y quien hasta hace meses tenía, además de Ezzati, acceso exclusivo a todos los documentos que entraban por las puertas del Arzobispado: estados financieros, contratos de trabajo, decretos que trasladaban a sacerdotes de un lugar a otro, denuncias de todo tipo.


Fue a las 6.47 cuando se abrió el portón. Un Hyundai blanco, un Chevrolet grafito y un Toyota gris oscuro con los vidrios polarizados tomaron la calle y comenzaron a avanzar. Podrían haber sido autos cualquiera, en un día cualquiera, con personas comunes y corrientes a bordo. Pero no era ninguna de esas cosas.

El color verde y blanco de las paredes eran la primera señal. Una comisaría. La baliza roja prendida lo confirmó. Era un operativo de Carabineros. Protagonizado por la institución que ha estado en el foco de las noticias hace meses: la Iglesia Católica chilena.

Arriba de uno de los autos iba el sacerdote y excanciller del Arzobispado de Santiago Óscar Muñoz Toledo. Un hombre poco conocido que, paradójicamente, tenía uno de los cargos con mayor poder de la Iglesia en Santiago.

Por sus manos pasaron todos y cada uno de los archivos del Arzobispado. Acceso total durante años. Pero el viernes 13, cuando ni siquiera amanecía y luego de la noche más larga del sacerdote al interior de un cuartel de Carabineros, Muñoz partió rumbo a Rancagua para encarar el destino que él mismo había trazado.

Ni siquiera su poder en las sombras pudo detener la caída.

¿Un simple archivero?

-No. Si había alguien que conocía absolutamente todo lo que pasaba en el Arzobispado de Santiago, ese era Muñoz -dice un cercano a la Iglesia.

Ser canciller podría ser resumido como una especie de archivero de papeles. De muchos papeles. Pero es bastante más que eso.

Fue en 2003 cuando comenzó su carrera. Algunos dirían que casi meteórica. Apenas tres años después de ser ordenado como sacerdote por el en ese entonces arzobispo de Santiago, Francisco Javier Errázuriz, fue el mismo Errázuriz el que le confió el cargo de vicecanciller. Al ser un puesto destinado a curas jóvenes no pareció un movimiento peculiar. Pero ocho años después, en junio de 2011, Ricardo Ezzati lo nombró canciller.

¿Extraño? Quizás sí, quizás no. Lo normal es que un canciller haga estudios superiores de Derecho Canónico. Pero la falta de sacerdotes en Santiago, dicen, fue la justificación para su elección.

Desde entonces, Óscar Muñoz tuvo acceso a todos los documentos que entraban por las puertas del Arzobispado.

Estados financieros, contratos de trabajo, decretos que trasladaban a sacerdotes de un lugar a otro, denuncias de todo tipo. En cada una de las reuniones que se realizaban, Muñoz debía estar presente. Porque es el canciller y notario quien prepara las notas y lleva las actas de cada encuentro. En simple: todo lo relativo a la arquidiócesis debía ser organizado y custodiado por Muñoz. Es un cargo de absoluta confianza del arzobispo.

No solo eso. Al ser canciller, Muñoz, además, ostentaba el rango de notario. Todo documento oficial de la Iglesia de Santiago lo firmaba el sacerdote. Una especie de notario del Vaticano en Chile.

A pesar de tener acceso único a material confidencial de la curia, tanto profesores que Muñoz tuvo en el seminario, sacerdotes e incluso quienes trabajaron con él al interior del Arzobispado lo describen así:

-Era un tipo bastante normal. Nunca, a nadie, se le hubiese ocurrido que Muñoz tuviese conductas impropias.

Simpático, bueno para la talla. Un cura que, como cualquier persona, de repente gustaba de disfrutar una copita de vino, dice un conocido.

Pero Muñoz no era cualquier persona y menos era cualquier sacerdote. Era la única persona que tenía, junto con el obispo, acceso al archivo secreto. ¿Qué hay ahí? Nadie más lo sabe.

Si había alguien poderoso en Santiago, además del mismo arzobispo, era Óscar Muñoz.

Un sacerdote tardío

En la Villa Santa Carolina, en la comuna de Macul, era común ver pasar a un joven flaco y alto dando vueltas en un auto.

Era un Fiat 147, color azul metálico, en el que Óscar Muñoz iba a trabajar.

Conocidos de la época dicen que hizo estudios de administración y así terminó trabajando en un banco, como encargado de los asuntos de comercio exterior. Pero fuera de los trajes, las camisas y las corbatas, Muñoz era otro. O al menos eso era lo que decía.

Fanático sin remedio de Phil Collins, Muñoz siempre comentaba que le encantaban las mujeres, que era un reventado, que andaba perdido por la vida. Un perdido por la vida que, sin embargo, asistía sagradamente a misa cada domingo. A la Capilla Santa Cruz, donde llegaba siempre vestido con una camisa blanca impecable.

Parco, pero querendón. No de esos que saludan de beso y abrazo, pero sí amable.

-Había algo que siempre hacía: te saludaba y te daba unos golpecitos en el hombro -dice un vecino del excanciller.

Fue a principios de los 90 cuando comenzó a sentirse, dicen, inquieto. Todo partió con un grupo de Confirmación que formó en la villa. Él era el monitor y guiaba a más de 15 niños.

En esa misma época comenzó a ir a charlas con seminaristas. Hasta que un día se lo dijo a todos: quería ser cura.

Y sin más entró, en 1991, a los 28 años, al Seminario Pontificio Mayor de Santiago.

¿Por qué? Nadie lo sabe. Pero la “vocación” y compromiso fueron tales, que incluso no asistió a la ceremonia de su primer y único grupo de Confirmación. La prioridad era ser cura.

Aunque los que lo conocían en su villa no lo entendieron.

-No era pastoral. Lo que le gustaba a Óscar era el poder, era la jerarquía. Y era súper conservador, derechista. Cuando se cerró el diario La Época lo celebró -dice un vecino.

¿Quiénes estaban en el seminario cuando Muñoz ingresó? En ese tiempo el rector del Seminario Pontificio Mayor de Santiago era Ignacio Ducasse, actual arzobispo de Antofagasta. Ese mismo año, también, el actual obispo auxiliar de Santiago, Andrés Arteaga, había sido nombrado director de formación de la misma institución, con novicios a su cargo. También hacía clases allí Rodrigo Polanco, uno de los sacerdotes más cercanos a Fernando Karadima cuando este era párroco de El Bosque.

Nueve años después, Muñoz cumplió su sueño. El 3 de junio de 2000, con 38 años, fue ordenado sacerdote por el arzobispo de Santiago de la época, Francisco Javier Errázuriz. El mismo que tres años después lo nombraría vicecanciller del Arzobispado y encaminaría su carrera en la jerarquía de la Iglesia en Chile.

Los pasos para Muñoz, de ahí en adelante, fueron rápidos. Antes de ordenarse sacerdote, como diácono, llegó a la Transfiguración del Señor, donde luego pasaría a ser vicario parroquial. En junio de 2003 se le designó párroco de la Inmaculada Concepción, en Maipú, y también ejerció su sacerdocio en la parroquia Jesús de Nazareth, en Estación Central.

Pero tal como comentan quienes lo conocieron, a Muñoz le gustaba el poder. Y lo tuvo en 2003, cuando, en paralelo a su labor pastoral, comenzó a trabajar en el Arzobispado de Santiago.

Cómo cayó la noche

Muñoz se vio acorralado cuando, en diciembre de 2017, la familia de una de las víctimas lo encaró. Llegaron a Estación Central afirmando haber sufrido abusos sexuales.

Días después, Muñoz se autodenunció.

Pero al contrario de lo que se presumía, de que el sacerdote había presentado la denuncia ante la justicia civil, lo hizo ante la Oficina Pastoral de Denuncias (Opade) del Arzobispado de Santiago. Una oficina que, luego, debía entregar los documentos al canciller. Al mismo Muñoz.

Óscar Muñoz nunca presentó su denuncia a la fiscalía.

El presbítero realizó el trámite en la Opade el 2 de enero, casi dos semanas antes de la visita del Papa Francisco a Chile. La denuncia llegó el 4 de enero al Arzobispado. Recién al día siguiente Muñoz fue relevado de su cargo en la Iglesia de Santiago y de su función en la parroquia de Estación Central.

Un gran afiche de San Alberto Hurtado, ubicado a la izquierda, recibe a todo quien llegue hasta la parroquia Jesús de Nazareth. Mitad rojo, mitad salmón, el recinto fue el último lugar que cobijó a Óscar Muñoz como párroco.

Pero en la Villa Alessandri, donde se ubica la parroquia, no existe sorpresa. Tampoco dolor. Una vecina del sector afirma que sospechaban de Muñoz desde hace aproximadamente un año. Habían escuchado rumores y les extrañaba que el sacerdote se rodeara de tantos niños. Hasta su llegada, los párrocos solían tener dos acólitos como máximo.

Muñoz aumentó ese número.

Los sábados, en los distintos encuentros que se llevaban a cabo, Muñoz solía reunir a varios jóvenes y les asignaba distintas tareas. Los felicitaba, les hacía cariño. La relación era muy cercana: les tocaba la cara, las mejillas. Esta situación alertó a los vecinos de la Villa Alessandri. De a poco, la gente comenzó a alejarse: cada vez son menos los feligreses de la parroquia. El actual párroco, al respecto, no quiso hablar con Reportajes.

Antes de Estación Central, el lugar de Muñoz fue la Parroquia Inmaculada Concepción, en Maipú.

-Era una persona excelente: muy correcto y muy formal para sus cosas. Nunca se le vio nada extraño. Acá reaccionamos muy mal, los vecinos lo querían harto. Lo invitaban a almorzar a sus casas, iba a los cumpleaños de las personas mayores -asegura Lucía Chacana Ramírez, secretaria de la parroquia desde hace 29 años y que compartió con Óscar Muñoz por 14 años, desde que llegara a Maipú en junio de 2002.

Tras la partida de Muñoz en marzo de 2016, la secretaria cuenta que prácticamente se perdió el contacto. En una de sus visitas a la cancillería, le extrañó no verlo. Cuando consultó, le dijeron que el sacerdote estaba con un año de permiso.

-Pensé que era el año sabático, como le dicen, y me quedé tranquila. Nunca imaginé esto. Hemos llorado todas acá. Por él y por su madre. Ella, que estaba tan orgullosa de su hijo sacerdote. No he tenido el valor de llamarla -dice Chacana.

Fue recién en junio, después de ver una publicación de prensa, que el fiscal regional de O’Higgins, Emiliano Arias, abrió una investigación penal contra Muñoz.

El 13 de junio, la fiscalía y Carabineros allanaron los obispados de Santiago y Rancagua, además del Tribunal Eclesiástico. En ese operativo, explican fuentes conocedoras del caso, se encontraron documentos con denuncias anteriores contra el excanciller.

Esos documentos estaban en el archivo secreto. Y el único con acceso al archivo secreto era, precisamente, Muñoz.

A las 9 de la mañana del viernes 13, el Juzgado de Garantía de Rancagua formalizó a Óscar Muñoz por el presunto delito de abuso sexual reiterado y estupro. A ellos se sumó el delito calificado como abuso sexual impropio o indirecto o exposición de menores a actos de significación sexual (art. 366 quáter del Código Penal).

La primera víctima de Muñoz tenía apenas 10 años cuando habría ocurrido el hecho. Peor aún, todo pasó en familia. El sacerdote es primo hermano de la madre del menor.

Todas las presuntas víctimas del excanciller actualmente tienen entre 20 y 30 años. Hoy son todos mayores de edad. Pero al momento de los hechos, que empiezan a ocurrir desde 2002 en adelante, las víctimas tenían entre 11 y 17 años. La prescripción no correría. Y Muñoz arriesga hasta 15 años de condena.

Pero aún resta esperar los 180 días que el tribunal decretó para investigar el caso. Mientras, Muñoz quedó en prisión preventiva.

Las esquirlas

Fuentes eclesiásticas explican que este puede ser el caso más complejo que enfrente la Iglesia Católica chilena en la actualidad.

No solo quedaron al descubierto denuncias contra quien hasta hace unos meses manejaba información crucial de la Iglesia chilena. Si se establecen los delitos, Muñoz -quien fue de los primeros en conocer las denuncias contra el expárroco de El Bosque- habría estado, al mismo tiempo que estallaba el caso Karadima, cometiendo delitos similares. Además, puede descubrirse que exista información que no fue entregada en el momento que correspondía a tribunales.

La detención de Muñoz abrió una caja de Pandora.

Por eso, las incautaciones ordenadas por el fiscal Arias el jueves 12 enfatizaron tres ejes clave: levantar evidencia desde las oficinas del Arzobispado de Santiago, el Tribunal Eclesiástico y desde la casa del excanciller.

Y fue en este lugar, en Macul, donde la policía incautó un computador, discos compactos y pendrives que, según fuentes de la indagatoria, podrían contener antecedentes reservados de la curia chilena.

Es por eso que durante la diligencia ordenada por el fiscal Arias, el OS-9 también revisó la oficina del arzobispo Ezzati. Quienes conocieron las pesquisas aseguran que la policía respaldó parte del computador y pendrives de Ezzati para ser analizados por los peritos de Carabineros.

Las interrogantes que se plantean ahora son varias: ¿Cómo se permitió que Óscar Muñoz ocupara el cargo de canciller? ¿A quiénes les interesaba que él estuviera ahí? ¿Es posible que si Muñoz tenía acceso a todos los papeles del Arzobispado, incluidas denuncias contra sacerdotes, estuviese involucrado en la destrucción de documentos?

Aún no hay respuestas. Pero sí pequeñas y simbólicas acciones.

Hace cinco meses, un presbítero recibió varias denuncias. Pese a que el camino formal habría sido tramitarlas en el Arzobispado de Santiago, el sacerdote hizo algo distinto. Los documentos le llegaron directamente al arzobispo de Malta, Charles Scicluna.

La señal fue clara: Muñoz ya no era alguien de confianza. Al menos un sacerdote lo pensó así y actuó.

Y no fue Ricardo Ezzati.

*Fuente: La Tercera

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