Que el partido de Recabarren es un partido popular (no al estilo UDI, sino vinculado a la memoria de nuestro pueblo) nadie lo puede poner en duda: en todos los rincones de Chile, habrá siempre alguien que se identifique con el partido de Gladys Marín, seguramente aludiendo a la historia, no importa cuán lejanas puedan ser dichas menciones. Tampoco podríamos, con un mínimo de sensatez, dejar de situar a dicha colectividad dentro del variopinto espectro de las izquierdas, también más allá de la discusión, muchas veces retórica, de la actualidad o vigencia del concepto.
Sin embargo, hilando un poco más fino, también debemos reconocer que esta instancia, desde sus comienzos (1922), ha tenido una relación compleja con la institucionalidad: desde fines de los años 30 formó parte del Frente Popular, en una coalición que llevó al poder a González Videla, participando activamente en su gobierno, antes que éste decretara la Ley Maldita. O recordar que entre 1973 y 1980 el PC priorizó por propiciar un infructuoso acercamiento al PDC, distanciándose de una política de resistencia, impulsada por otras fuerzas de izquierda. Y que, si bien fue correcto el viraje de 1980, con la política de la rebelión popular de masas, ésta perdió vigencia ocho años más tarde, pues no sintonizó con el giro que dio la lucha antidictatorial, al instalarse con mucha fuerza la opción del NO entre las fuerzas que bregan por el fin de la dictadura. El PC, junto a otras organizaciones (como el MIR) no fueron capaces de insertarse activamente en este anhelo de la ciudadanía, cediendo la conducción del proceso a las fuerzas políticas del centro, quienes terminaron negociando toda aquella energía democrática en lo que posteriormente serían los pactos de la transición.
Hay que mencionar, a la vez, que la lealtad del PC con Allende durante el gobierno de la UP fue a toda prueba, quizás hasta un extremo que llevó a un sector mayoritario del movimiento popular a tener posiciones defensivas (con la consigna de “no a la guerra civil”) en momentos en que la brutal arremetida de la oposición de ese entonces llegaba a provocar un vacío en la conducción política. Ello debilitó la posibilidad de tener un papel más activo tras el 29 de Junio de 1973 (fecha del Tanquetazo), en que las fuerzas golpistas fueron derrotadas con una alianza de hecho entre militares constitucionalistas, con Prat a la cabeza y el pueblo movilizado en las calles.
Por ende, el integrar el gobierno de la Nueva Mayoría tiene antecedentes que podrían llevarnos a comprender más ampliamente tal decisión, sobre todo si tomamos en cuenta la alianza con el PS, de antigua data. Distinto es el rol de extrema fidelidad a la mandataria, autoasignado por dicha colectividad, que lo llevó a que durante más de un año no se escuchara una sola crítica a la conducción del gobierno, o a que en el famoso “caso Dávalos”, Teillier haya optado por respaldar a la presidenta en su primera declaración, a todas luces insuficiente y elusiva. O a que, ante el gesto de Cristián Cuevas de renunciar a su cargo diplomático en la Embajada de España por la muerte, aun no aclarada, del trabajador Nelson Quinchillao, el secretario general se haya apresurado a señalar que ésta era “a título personal”. O a respaldar la conducción de Gajardo en el paro del magisterio, la cual apareció ante los ojos de todo el mundo como bastante errática, con una postura inicial contra el proyecto de carrera docente, para concluir llamando a apoyar dicho proyecto. Y a levantarlo sin consultar a las bases, las que sólo se pronunciaron a los dos días posteriores.
Lo cierto es que el sacar la voz cuando ya no queda otra, le está significando graves tensiones internas a la tienda amaranto, y una evidente pérdida de gravitación en el mundo social: en el sector estudiantil, por ejemplo, si en el 2011 el PC tenía la conducción de 11 Federaciones, este año sólo cuenta con cuatro, en un proceso constante de incorporación de nuevos gobiernos estudiantiles a la CONFECH. Y en el Colegio de Profesores aparecen dos sectores (al menos) claramente diferenciados, como se percibió nítidamente en las vocerías durante el paro.
De ahí que no podemos dejar de preguntarnos qué espacio real tiene el PC en un gobierno cuyos partidos políticos (a excepción del MAS, la IC y el mismo PC) sólo esta semana se preguntaban incluso si la frase del segundo tiempo “realismo sin renuncia” no sería un tanto exagerada, dada la necesidad de apostar a la moderación y a la gradualidad, aunque fuera declaradamente a costa del ya agonizante programa. Pese a la satisfacción por los logros partidarios, lo cierto es que el PC se ha subido a una embarcación que está a la deriva y a punto de naufragar, como la Nueva Mayoría.
No obstante, desde sus bases y más allá de la línea oficial, en el marco de la articulación política y social de las izquierdas y fundamentalmente desde los espacios territoriales, se ha comenzado a producir una convergencia en torno a banderas como la AC (Asamblea Constituyente), que bregan por profundizar y ciudadanizar nuestra débil democracia. Bien por ello.
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