“El Choclo” tiene con diarrea a la UDI
por Rafael Luis Gumucio Rivas (Chile)
10 años atrás 4 min lectura
El Grupo PENTA es uno de los oligopolios más poderosos y diversificados de Chile: es dueño de la Isapre Banmédica, Vida Tres, Help, Clínica Santa María, Penta Inmobiliaria, Penta Security, Banco Penta y Penta Vida. Sus dueños son Carlos Alberto Délano (Alias “El Choclo”) y Carlos Eugenio Lavín, amigos inseparables, que se han enriquecido sin límites, en este paraíso de los cacos de cuello y corbata que les dejo la dictadura.
Los “niños” de la UDI apodan a Délano como “el choclo”, debido a su cabello rubio y abundante, cuando era alumno del Colegio Saint George – ahora luce como cualquier hijo de vecino que ha pasado los sesenta años, una respetable calvicie -.
Este respetable personaje, sin militar en la UDI ha sido siempre su principal financista. Dentro de sus amistades se cuenta a Joaquín Lavín, a quien inventó, en una de sus campañas presidenciales, uno de los mejores slogans, el referido al “cambio” – que le permitió empatar en primera vuelta con el mismísimo prepotente Ricardo Lagos -, y también el más malo, aquel de las famosas “alas”, que nadie, hasta ahora, ha descifrado su significado, que podría interpretarse de mil maneras – incluso, como el mejor método para hacer “volar la plata” hacia el bolsillo de los ricos -.
“El Choclo” también es un íntimo amigo de Sebastián Piñera – rey de los plutócratas – con quien sólo ha tenido una desavenencia pública cuando Piñera se presentó como candidato a la presidencia de la república, comiéndole “la color” a Joaquín Lavín. Cuando Sebastián Piñera ascendió a La Moneda, Delano hizo parte del “tercer piso”, junto a Andrés Navarro, y otros, donde los millonarios de este pobre país discutían sobre el destino de su dinero y de la suerte de los engañados “rotitos”.
Como ocurre con Al Capone, los millonarios siempre caen por una imprudencia que, en muchos casos, termina por ser descubierto por los fiscalizadores de Impuestos Internos. El Grupo Penta tenía un hombre “de confianza”, encargado de velar por el reparto equitativo de platas entre los candidatos clientes de la UDI, pero al parecer, el señor Hugo Bravo se enojó con sus amos y se fue de boca ante un inspector de Impuestos Internos; debió cancelar la suma de mil millones de de pesos y, hasta ahora, figura como perdonado de sus pecados – para los millonarios, es más fácil confesarse con el padre Karadima y, así, convertir la sinvergüencería en virtud -.
Según Impuestos Internos, estos delitos habrían costado al fisco más de $400 millones, una verdadera bagatela si se considera el patrimonio de Penta. El SII se ha querellado contra los dueños de Penta por fraude al FUT, sobre la base de la presunta falsedad ideológica de boletas de servicio, emitidas por sus cónyuges, por un valor de $5.000.000 mensuales por servicios inexistentes.
Este escándalo de impacto público ha destapado una nueva arista, consistente en el reparto del dinero de Penta a diversos candidatos de la UDI al parlamento, entre quienes figuran Laurence Golborne – tipo muy sonriente, hijo de ferretero de Maipú, que ostenta un triste récord de escándalos económicos -, Ena von Baer – una alemana que se hace la buena, pero que se las lleva -, Iván Moreira – un canuto fascista, que no ha sido habido -, Pablo Zalaquett, ex alcalde de Santiago – cuya única gracia es haber sido imitado por Stefan Kramer -; capítulo aparte es Andrés Velasco, ex ministro de Economía de Michelle Bachelet, que se las estaba dando de predicador moralista, rechazando “las malas prácticas” en la política – este personaje, especie de Savonarola o de Martín Lutero, ha quedado en el más penoso de los ridículos, predicando la virtud con el marrueco abierto -.
Ahora, sólo Osvaldo Andrade puede mostrar extrañeza con la actitud de Andrés Velasco, quien cada día se acerca más a los muchos pillines de la Concertación -¡Y dizque pretende ser candidato a la presidencia de la república! -. No sería raro que Penta hubiera invertido alguna suma de dinero en este caballero cuando compitió con Michelle Bachelet, pero hasta ahora no se ha probado nada.
Más allá de platas van y platas vienen, lo más triste es comprobar que la casta política está corrompida hasta la médula y en no pocos casos se ignora si los representantes de los electores emanan de la soberanía de la soberanía popular o del voto de las grandes empresa, entre ellas Penta – por cierto no es la única -. La democracia chilena padece un cáncer terminal a causa de la repugnante mezcla entre la política y los negocios.
27/09/2014
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