Conmemoración de masacre obrera en la Oficina Salitrera Coruña
por Iván Vera-Pinto Soto (Iquique, Chile)
10 años atrás 6 min lectura
En la segunda década del siglo pasado, los obreros pampinos de las oficinas salitreras de Tarapacá empiezan a movilizarse en torno a antiguas y justas aspiraciones: solicitaban implantación de Ley Seca; jornada laboral de ocho horas; reemplazo de las “fichas” y “vales” para la “pulpería” por dinero y aumento salarial. Las huelgas de las distintas oficinas y campamentos obreros desembocan en un paro general que se prolonga por ocho días en la provincia de Tarapacá. Los amos del salitre solicitan una tregua para consultar a las oficinas centrales en Inglaterra y Estados Unidos.
Todos estos preliminares sucesos ocurren a consecuencia de la crisis del salitre que lleva a los empresarios a cerrar alrededor de sesenta salitreras y a expulsar a los obreros y sus familias hacia el sur del país.
Los obreros aceptan dicha pausa, sin embargo los patrones solicitan a las autoridades de turno garantías para resguardar sus intereses y el gobierno otorga “carta blanca” para que las fuerzas represivas sofoquen el levantamiento obrero, utilizando la fuerza más despiadada.
Tarapacá y Antofagasta son declaradas en estado de sitio y se designa como jefe de plaza al general De La Guarda. Fueron allanados los domicilios de los dirigentes obreros y, una vez detenidos, son embarcados a rumbo desconocido. Las listas negras en las oficinas circularon con rapidez y muchos dirigentes desaparecen de la escena sin dejar ningún rastro de sus paraderos. De esa manera, la “guerra sucia” había comenzado a tejerse secretamente. Se clausuran los diarios “El Despertar de los Trabajadores” y “El Surco”.
Los obreros organizados responden con un paro de veinticuatro horas. A esa altura del conflicto, el gobierno de Arturo Alessandri Palma, decide reprimir al movimiento con toda la furia oligárquica. El general De La Guarda moviliza sus tropas de infantería y artillería, también se despachan refuerzos desde el sur del país. Así, en la pampa, queda enfrentados cara a cara un ejército bien armado contra una masa de obreros que su única arma era la “conciencia de clase” que había alcanzado a fuerza de injusticia y dolor.
En la madrugada del 4 de junio de 1925, las autoridades de Tarapacá se enteraron alarmadas de lo acaecido horas antes en el poblado de Alto San Antonio, ubicado al interior de Iquique, en plena pampa salitrera. Un grupo de policías había intentado interrumpir la asamblea de la Federación Obrera de Chile (FOCH), encontrándose con una sorpresiva resistencia por parte de los trabajadores, quienes dispararon contra sus efectivos dando muerte a dos de ellos.
Era el preludio de una masiva insurrección que estremeció a todo el desierto tarapaqueño durante una semana y que tuvo como escenario principal la oficina Coruña. En ese marco de efervescencia, de movilizaciones y tensión, los obreros de Coruña, con el dirigente anarquista Carlos Garrido como conductor del levantamiento, se apropiaron de las instalaciones del lugar, especialmente de la administración, el polvorín y la “pulpería”, encontrando en esta última dependencia la oposición armada del administrador, quien fue ultimado por los trabajadores radicalizados.
Al llegar la tropa a Alto San Antonio a cargo del comandante Acasio Rodríguez, este ordena marchar contra las oficinas tomadas por los trabajadores. En una contienda desigual, los numerosos regimientos de infantería, caballería, artillería y marinos coparon la pampa y procedieron a la masacre de los obreros y sus familias.
En la tarde del 5 de junio la oficina Coruña fue bombardeada por el regimiento Salvo durante más de una hora y luego las metrallas del Lynch, la infantería del Carampangue y la caballería del Granaderos se encargaron de sepultar el alzamiento obrero. Al otro día, frente a las tumbas cavadas en el desierto, siguió el macabro “palomeo” (1) con todos los sobrevivientes y los prisioneros.
La masacre de Coruña, lamentablemente, no fue la única ni la última que enlutó al movimiento obrero chileno, la historia da cuenta de otros hechos terribles que cíclicamente han marcado nuestra conciencia nacional. Sin embargo, hay que poner en relieve que el levantamiento de los trabajadores en esta oficina no sólo marca el paso de una lucha reivindicativa, sino también hay que interpretarlo como un embrionario movimiento político revolucionario, puesto que esos hombres y mujeres se alzaron y enfrentaron a las fuerzas represivas, anhelando una sociedad mejor, más justa y solidaria para todos los pobres de esta parte de la tierra.
La masacre de Coruña, fue el último genocidio del orden oligárquico-parlamentario y la primera del naciente populismo, guió a la fórmula PC-FOCH a una etapa distinta, en donde las definiciones políticas e ideológicas comenzarían a primar mucho más de lo que pesaban en 1925, lo que marcaría un progresivo distanciamiento de sus praxis “economicistas”.
En definitiva, Coruña se convirtió en una señal de advertencia para el movimiento obrero en el resto del país: los cambios que se estaban produciendo en Chile no implicaban que se toleraría o se sería benevolente ante una explosión de demandas sociales. Es decir, Coruña actuó como paradigma de lo que no debían hacer los trabajadores.
Hoy, las nuevas generaciones, deben saber y no olvidar estos hechos luctuosos para reflexionar sobre las razones que llevaron a la radicalización del conflicto social en el país, contexto esencial para comprender las masacres que ocurrieron en nuestro Norte Grande en los inicios del siglo pasado. Hoy, debemos destacar era el verdadero carácter del movimiento popular pampino y cómo su realidad se vinculaba con la de los trabajadores organizados a nivel nacional, para superar cualquier actitud contemplativa y melancólica que habitualmente decaen estos acontecimientos de otrora.
Hoy, más que nunca, debemos develar esta experiencia histórica para despertar conciencia, para superar la pasividad social que está sumergido un considerable segmento social en nuestro país, para desenmascarar los discursos neoliberal y social demócrata que obstaculizan y frenan la lucha contra la opresión del actual sistema mercantilista y globalizador, disfrazada en mil máscaras (tarjetas de créditos, tecnologías, modas extranjerizantes, créditos usureros, dominio de los medios de comunicación masiva y la tecnología, entre otros.) que sigue con su dominio ideológico, político y económico asfixiando a los trabajadores nacionales.
– El autor, Iván Vera-Pinto Soto, es Antropólogo Social y Magíster en Educación Superior
Nota de la Redacción:
(1) Palomear: Fue un criminal invento de las fuerzas armadas chilenas en la Pampa salitrera. “Palomeo de rotos” llamaron ellos al sistema que consistía en imponer a cada trabajador detenido que cavara su propia tumba. Hecho esto, el minero debía pararse a cierta distancia de la zanja abierta, posición a la cual un militar le disparaba con arma de grueso calibre, haciéndolo «volar» en macabra voltereta para caer en la tumba recién abierta.
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Arturo Alessandri Palma también dio la orden de masacrar a 77 jóvenes nacistas, ya rendidos, en el edificio del Seguro Obrero (Morandé esquina de Moneda). Ahí está su estatua frente a La Moneda, con razón los jóvenes de Mayo de 1968 escribían en los muros: «cualquier asesino tiene su estatua».