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50 Años del Golpe de Estado, Cultura, Historia - Memoria

Un charango para Felisa

Un charango para Felisa
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15 de febrero de 2024

Esta figura de madera y otros materiales adosados a su estructura, tiene la pretensión de representar un charango. Es diminuto, mide apenas 10 cm. Luce en uno de sus costados una inscripción, aún más diminuta, que los años no han conseguido borrar: A Felisa con cariño – 1974”.

Sí, recuerdo bien que fue a inicios de ese año que, a partir de un trozo de madera, emprendí la ambiciosa misión de transformarlo en un simbólico instrumento musical. Para mis torpes manos y casi sin ninguna destreza para trabajos manuales, la tarea me exigió una ardua y paciente labor. Pero, había tiempo y sobraba la incertidumbre. Un tiempo, es cierto, inestable y ensombrecido de malos presagios y, por lo mismo, había la necesidad de intentar atraparlo y dotarlo de algún sentido y contenido.

La rutina, esa repetición mecánica de acciones conformada de rituales de la cotidianidad, que en otras condiciones de lo que llamamos normalidad resultaría fastidiosa y hasta agobiante, se podía usar en situaciones de opresión como un recurso válido y necesario para atenuar la inseguridad. Entonces, en las circunstancias que vivía, me sostenía la ingenua ilusión que al tiempo sí se le podía imprimir alguna certeza, un pequeño control que yo podía manejar a mi voluntad, y dependía solo de mí alterarlo.

Era necesario fijarse acciones mínimas o simples de hacer para que nuestro tiempo inmediato, el de hoy, de la tarde o de mañana, estuviera determinado por una tarea a realizar, determinación que podía trisarse de manera imprevista por el arbitrio o el capricho de quienes se sabían dueños de decidir sobre tu seguridad y tu vida.

Debo decir que no era el único empeñado en avanzar en una tarea asumida por voluntad y decisión personal. Había otros, al igual yo, que también se aferraban a una rutina básica, que aliviara tensiones, que atenuara temores, y proporcionara una mínima estabilidad emocional para enfrentar una realidad hostil e imprevisible derivada del confinamiento.

Con ese objetivo en mente yo elegí la tarea de construir un pequeño instrumento que representara un charango. Algunas razones, que detallaré más adelante, ayudaron en tal definición.

Para que la representación revistiera cierta fidelidad con dicho noble y autóctono instrumento, fue menester dotarlo de los accesorios necesarios: caja de resonancia, clavijeros y cuerdas, agregándole, además, como se estilaba, algunos adornos pictóricos.

A medida que la tarea avanzaba, y el trozo de madera iba lentamente adquiriendo la fisonomía del instrumento musical, mi confianza en el producto final crecía a la par. Algunas de sus partes constitutivas fue necesario resolverlas con ingenio, sobre todo las cuerdas de nylon. Un desechable cuesco de durazno fue modificado para cumplir la función de caja de resonancia, imitando lo mejor posible el caparazón de quirquincho que antiguamente se usaba en su fabricación

La ex-cárcel de Arica fue declarada Monumento Nacional

Hace 50 años me encontraba junto a otros 200 detenidos en la cárcel de Arica, cuya capacidad para albergar una determinada población, de pronto fue desbordada por numerosos e involuntarios nuevos inquilinos, hombres y mujeres, adherentes del gobierno popular que había encabezado con convicción y valentía Salvador Allende. Durante el día ocupábamos lo que era una cancha destinada a la práctica deportiva y, al atardecer, nos recluían, un tanto apretujados, en dos dependencias habilitadas como dormitorios.[1]

Las condiciones ese 1974, aunque precarias, eran un poco mejores en comparación a las que había el año anterior, y quienes habíamos sido detenidos a partir del mismo 11 de septiembre podíamos dar testimonio de ese cambio. Lo que no había variado un ápice era la más absoluta incertidumbre en la que vivíamos respecto de nuestras vidas en manos de una dictadura que, a sangre y fuego, se había apoderado del control y destinos del país.

Desde Pisagua, el puerto más cercano, nos llegaban preocupantes y lacerantes noticias, cuyo sello distintivo era la brutalidad sin control ni miramientos por la vida humana. También desde el exterior de la cárcel, recibíamos testimonios de acciones represivas y masivas detenciones, obligando al exilio a miles de chilenos y chilenas para salvar sus vidas.

Exterminar el “cáncer marxista”, fue la orden perentoria e implacable dictaminada por un rudo general del aire, y para liquidar tamaña amenaza cualquier método y recurso, despiadado y brutal, era válido y necesario si de “salvar la patria” se trataba. Ese concepto “patria”, excluyente y discriminador, manipulado a conveniencia, una vez más, por las elites retrógradas a lo largo de la historia de Chile.

Sí, fue ese año que inicié y terminé la tarea de construir una réplica en miniatura de un charango, y recientemente, en virtud de un penoso suceso que nos golpeó dura y afectivamente como familia, me he reencontrado con él nuevamente después de 50 años.

Lo tengo en mis manos, como en ese lejano 1974. Lo examino minuciosa y críticamente con la distancia de los años transcurridos. No me parece para nada un trabajo fino ni riguroso para su fin representativo. Sus imperfecciones son más notorias. Con los años algunas cuerdas han desaparecido y uno que otro clavijero está irremediablemente roto. Son los estragos inevitables del tiempo que todo lo deteriora y marchita.

Pero, cuando releo las letras escritas en uno de sus costados “A Felisa con cariño. 1974”, siento que el hilo invisible que me une a él se tensa nuevamente en mis recuerdos, removiendo en mi memoria tiempos intensos y sombríos, caracterizados por la fragilidad extrema de nuestras vidas, y en ese equilibrio precario entre la vida y la muerte, emerge renovada, como en ese tiempo, la misma confianza y determinación que me proporcionó su confección en esos días oscuros y amenazantes de encierro y desesperanza en una cárcel del norte chileno.

Entonces me parece un agrado repasarlo con mis manos nuevamente, y siento que, después de todo, fue una efectiva y terapéutica tarea cumplida. Lo froto cuidadosamente con un paño, para que se vea reluciente, como hace ya medio siglo cuando me aprestaba a enviarlo a Felisa, su destinataria, imaginando por anticipado la alegría que experimentaría al recibirlo y advertir el mensaje implícito que portaba a la familia, a mi madre y hermanos.

El charanguito, con el vuelo ilimitado de la imaginación, les contaría y cantaría con su cristalina voz, que su creador estaba bien y con ánimo para sobrellevar el opresivo peso de un encierro y, aunque sonara a excesivo e ingenuo optimismo, preparado también para enfrentar los tiempos de terror e incertidumbre que se abatían desde el año anterior sobre un país, reconocido hasta antes del golpe, como una de las democracias más estables del continente.

Felisa, mi hermana mayor, sufría también en esos años los rigores de la represión, en su caso un severo arresto domiciliario que se extendió hasta mediados de 1975. Fue en esas condiciones de confinamiento que Felisa recibió con alegría el presente que yo había confeccionado para ella y, como bien lo supuse, entendió con claridad el mensaje de esperanza que el charanguito portaba, testimonio concreto de la reafirmación de mantenernos unidos como familia, con la frente en alto y decididos a no claudicar frente al desaliento y al temor generalizado provocado por las acciones represivas de la dictadura.

Ahora visualizo mejor las razones que me impulsaron a su construcción, solo que en ese entonces algunas eran más bien intuitivas. Años después, con fundados antecedentes, tales razones adquirieron consistencia, evidenciando que la escalada represiva abarcó no solo el ámbito del arte y la cultura, incluida las expresiones musicales y sus intérpretes, sino también a la increíble medida de prohibir algunos de sus instrumentos.

“Nada de flauta, de quena, ni charango porque se identificaban con la lucha social”, así le narraba el destacado cantautor Héctor Pávez al conocido gestor cultural René Largo Farias, las prohibiciones y restricciones a tener en cuenta dictaminadas por una obsecuente autoridad civil de la dictadura, quien les “rayó la cancha” a conocidos folcloristas, respecto de la “música que no se debía interpretar ni programar”.

Pero, la advertencia no era suficiente, había que ser más drásticos y perentorios. La cruzada contra el contagioso “cáncer”, que había contaminado también la música, no admitía debilidades ni concesiones. La frontal arremetida fue ratificada por el oficial de ejercito Pedro Ewing, a representantes de sellos discográficos obligándoles a dejar de grabar, editar, y publicar música que atentara contra la nueva institucionalidad». Dicho militar, que fungía como ministro asesor del dictador, fue más allá aún, y ordenó enfáticamente, “que se dejara de difundir folclor nortino” [2]

Hubo, además, otra razón ligada a la familia, y es que uno de mis hermanos menores había adquirido en ese entonces habilidad y destreza en la interpretación del charango, instrumento propio de la tradición indígena, cuyo uso de había masificado en grupos musicales que emergieron con fuerza durante los últimos años de la década del 60, impulsados por un potente movimiento musical ligado y comprometido con el ascenso de las luchas sociales y políticas, que precedieron al triunfo de Salvador Allende, y le acompañaron posteriormente después durante su breve mandato.

Tanto Felisa como toda la familia apreciaba y disfrutaba de estas expresiones musicales, donde el protagonismo del charango, la quena y el bombo, constituían el principal soporte sonoro identitario del folclor del norte chileno, una expresión musical que un individuo como Ewing había ordenado prohibir por su contenido “atentatorio con la nueva institucionalidad” de la dictadura.

Así fue, entonces, que una diminuta y modesta figura de madera y otros materiales, construido pacientemente tras rejas carcelarias, con la pretensión de representar un charango, era no solo un acto de modesta rebeldía sino también en las adversas condiciones de la época, portador simbólico de la belleza y el compromiso social del arte musical, cuyas expresiones no serían nunca acalladas ni silenciadas por la represión, porque pese al odio y a los crímenes, en  las voces y manos de otros creadores e intérpretes, continuarían sembrando esperanzas y abriendo caminos para superar la oscura noche de la dictadura.

A fines de octubre de 1976, y luego de recuperar mi libertad pude reencontrarme con Felisa en Santiago, ciudad a la que se había trasladado una vez concluido su arresto domiciliario. Habían transcurrido tres largos y difíciles años desde la última vez que nos vimos y hablamos: la fatídica mañana del 11 de septiembre de 1973.

Me sumerjo un poco abrumado en estas reflexiones mientras sigo examinando el charanguito, con el que me reencontré, lo decía antes, derivado de un penoso suceso que nos golpeó dura y afectivamente como familia.

Una fría noche del invierno pasado, y faltando un par de meses para conmemorar 50 años del golpe cívico militar, Felisa, nuestra querida hermana mayor, destinataria del “proscrito” charanguito, se marchó definitivamente de nuestras vidas. Se durmió plácidamente a la eternidad un sábado de junio cerca de la medianoche, estando próxima a cumplir 84 años.

Como familia nos ha costado asumir que ya no estará físicamente presente en nuestras vidas, como lo hizo desde que tenemos memoria en este mundo, acompañándonos con su figura protectora, su palabra sabia y orientadora, y su inagotable optimismo frente a las vicisitudes de la vida.

Su entusiasmo contagiante, su vitalidad irreductible, siempre activa y laboriosa, con rasgos que a veces me evocaba a la Mamadre de Neruda, se fueron apagando imperceptiblemente. Ahora pienso que quería marcharse así de la vida, sin aspavientos, con una cierta conformidad, como para que nos fuéramos acostumbrando y aceptando de a poquito que tenía que irse, cumplido su ciclo en este mundo, concluido su camino iniciado a la vida en plena pampa calichera, en el ex campamento Alianza.

Panorámica de la ex.Oficina Salitrera Chacabuco, tomada al calor del sol del desierto de Atacama

Felisa se fue, y como mujer siempre previsora, herencia de sus vitales raíces pampinas, siento que nos dejó a modo de consuelo, quizá para atenuar su irreparable ausencia, un legado de amor y lealtad a la familia; nos dejó su invencible fortaleza, y su actitud siempre positiva para encarar y superar tiempos oscuros y difíciles, como el que vivimos en el periodo de la dictadura.

Por ello, junto al dolor por su viaje al infinito, como familia nos asiste un sentimiento de gratitud por haberla tenido entre nosotros, y compartido con ella los inevitables sinsabores de la subsistencia, pero, sobre todo, hermosas e inolvidables experiencias de vida.

Y nos dejó también la figura representativa de aquel charanguito, creado con mis manos, en tiempos de cárcel y represión, como declaración de resistencia y testimonio de esperanza, y que ella supo apreciar y conservar siempre entre sus pertenencias personales más valiosas, lo que permitió me reencontrara con él después de su partida.

Felisa se ha marchado, y todo lo que diga acerca de ella, no alcanzará para describir con fidelidad la tremenda y beneficiosa influencia en las vidas de nuestra familia.

Por ahora el charanguito continuará entre nosotros. Como hace 50 años, nos seguirá cantando y recordándonos día a día, con su imaginaria y cristalina voz, el mensaje de mantenernos unidos como familia, la que ha crecido y enriquecido con savia fresca y pujante de nuevas generaciones.

Por eso confío que no faltarán manos y voluntades, dispuestas a  acoger este mensaje, para seguir sembrando esperanzas y abriendo caminos, con la frente siempre en alto, y sosteniendo con dignidad y valentía los principios y convicciones que inspiraron la trayectoria de vida de Felisa, por una nueva sociedad, por un Chile mejor.

Como un bolero que le encantaba cantar, Felisa “No te digo adiós, te digo hasta siempre”…Por qué no, quien sabe, nos reencontremos “más tarde que temprano”, en alguna calichera del universo infinito, para seguir cantando y “charangueando”…Por la vida siempre…

Notas:

[1] Con fecha 11 de septiembre de 2023, el edificio de la ex cárcel pública de Arica fue declarado Sitio de Memoria.

[2] Extracto de reportaje de la periodista Marisol García, en La Nación, año 2006.

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