‘Experimentos naturales’ y el descubrimiento del hilo negro
por Luis Casado (Chile)
3 años atrás 6 min lectura
12 de octubre de 2021
Según Karl Popper, “el criterio de cientificidad de una teoría reside en la posibilidad de invalidarla, de refutarla o de probarla.” Siempre según Popper, “la observación de un solo hecho experimental que no corrobore la teoría, la refuta”. Dicho de otro modo, las teorías, las hipótesis, las conjeturas, deben ser sometidas a la observación experimental con el propósito de juzgar su pertinencia.
Ya la tenemos liada. Galileo, fundador de la ciencias Físicas, sostuvo que todos los cuerpos, independientemente de su forma y de su peso, caen a la misma velocidad en el vacío. Ahora bien, entre los siglos XVI y XVII nadie sabía cómo hacer el vacío. Para más inri, aun hoy se discute la existencia del vacío, y el hallazgo del bosón de Higgs no simplifica las cosas. Sin embargo Galileo tenía razón. Incluso cuando definió su principio de inercia. Nadie, nunca, vio un movimiento inercial como el descrito por Galileo: ¿cómo realizar la experiencia de un movimiento rectilíneo y uniforme en ausencia de toda fuerza exterior? Sin embargo Galileo tenía razón.
Étienne Klein dice que las experiencias realizadas por Galileo –y más tarde por Einstein– fueron ‘experiencias de pensamiento’.
Imaginando la caída de dos objetos disímiles, que luego unió en su imaginación, Galileo concluyó en que ambos solo pueden caer a la misma velocidad. A Aristóteles –que había afirmado lo contrario– le podían dar morcilla. Con una ‘experiencia de pensamiento’ llevada hasta sus últimas consecuencias Einstein determinó que la ley de la gravedad universal de Newton estaba errada. No hay fuerzas en juego, sino una deformación del espacio-tiempo. La Ley de Newton le cedió el paso a la Relatividad General. Corrían los años 1915-1916, y las mediciones que probaron que Einstein tenía razón se hicieron décadas más tarde. ¿Cómo experimentar la curvatura del espacio-tiempo provocada por la masa de los objetos que lo pueblan? Y por si fuese poco ahora sabemos que la masa ni siquiera es una propiedad intrínseca de la materia (tú ya sabes, el bosón de Higgs…).
Para las experiencias científicas también hay criterios. Uno de ellos sostiene que debes poder realizarlas una y mil veces, en condiciones similares, con personas diferentes, y obtener los mismos resultados. La mal llamada ‘ciencia económica’ encuentra aquí uno de sus principales escollos, una suerte de Cabo de Hornos en el que se hunden lastimosamente sus numerosas hipótesis y abundantes teorías.
¿Cómo hacer para realizar ‘experiencias científicas’ en economía? Cada minuto que pasa, cada segundo si tomamos en cuenta las transacciones bursátiles computerizadas (cientos de miles por segundo), la realidad cambia irremediablemente: es imposible encontrar ‘condiciones similares’.
Conscientes de ello, los economistas inventaron un chiste llamado ceteris paribus sic stantibus, lo que en buen romance significa algo así como ‘espérate un rato y no te muevas, a ver si me vuelven las ganas…’.
Escudados tras esa pillería los economistas han creado innumerables teorías, teoremas, leyes y paradojas, así como una buena dosis de mitos, fábulas, ficciones, leyendas y cuentos varios, gracias a los cuales vienen a la TV a explicar hasta la superposición y la intrincación cuánticas en menos de 30 segundos cronometrados.
Tal día como hoy la prensa internacional anunció en primera página que el Banco Central de Suecia le otorgó le premio Nobel de Economía que –como el vacío– no existe, ‘a David Card, Joshua Angrist y Guido Imbens. Que el Nobel de Economía no existe es la pinche realidad. La prensa lo pone claro:
“Aunque coloquialmente se le conoce como Nobel de Economía, en puridad no se trata de un Nobel como tal. La Economía no figuraba entre las disciplinas originales a las que se concedía anualmente el premio, dado que el propio Alfred Nobel, su impulsor, no la incluyó entre las cinco categorías elegidas: Física, Química, Medicina, Literatura y Paz. Sin embargo, en 1969, casi 70 años después de la primera ceremonia de entrega de los premios, el banco central sueco decidió crearlo, bajo el nombre de Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en Memoria de Alfred Nobel, para celebrar su 300º aniversario.”
Alfred Nobel tampoco se dignó ofrecerle un premio a los matemáticos, decisión cuyas razones el pudor y una cierta elegancia me impiden evocar en estas líneas.
Lo cierto es que el Banco de Suecia reconoce a Card por sus “contribuciones empíricas en el campo de la economía del trabajo”, entre ellas la que rebate la idea generalizada de que una subida del salario mínimo conspira contra el empleo. Angrist e Imbens fueron premiados porque –con varios siglos de retraso– inventaron el principio de causalidad ya conocido por los filósofos de la Antigüedad griega hace más de 2.500 años.
En la imposibilidad de proceder a ‘experiencias científicas’ por las razones ya expuestas,
“la Academia valora los avances cosechados en el campo de los llamados experimentos naturales, aquellos que extraen conclusiones de situaciones que surgen en la vida real y que se asemejan a experimentos controlados.”
David Card observó ‘experimentos naturales’ en vez de sacar la cabeza por la ventana y mirar la realidad empírica. Pero no seamos aguafiestas visto que en estos días hay muy poco que celebrar: Card ‘descubrió’ lo que ya sabíamos todos: el salario mínimo, –definido como ‘la remuneración que impide justo, justo, que el currante no muera de inanición’–, nunca disuadió a nadie de contratar muertos de hambre y por lo tanto nunca generó ningún impacto negativo en el ‘mercado del trabajo’, como asegura el FMI desde su fundación.
Si lo que precede te genera dudas, saludos te mandan las “situaciones que surgen en la vida real y que se asemejan a experimentos controlados”. La insigne Academia no ofrece la más mínima pista que pudiese permitirnos identificar tales “situaciones”. En realidad, como de costumbre, el Banco de Suecia distingue la práctica de la casuística más rupestre.
Desafortunadamente, la ciencia exige pensar contra el propio cerebro, desconfiar de la evidencia, no adoptar la primera interpretación de cada fenómeno.
Galileo, Einstein y la mayor parte de los científicos tuvieron que abandonar lo que aparecía como una verdad indestructible e interrogar una y otra vez su propia interpretación de todos los fenómenos físicos. Si Copérnico no hubiese puesto en duda lo que cualquier hijo de vecino veía con sus ojos, que el sol parece girar en torno a la Tierra, el heliocentrismo no se hubiese impuesto, y el conocimiento del universo aun estaría en las cavernas.
La llamada ‘ciencia económica’ está precisamente allí: en las cavernas. Y ahora acaba de descubrir los ‘experimentos naturales’ para suplir las ‘experiencias controladas’ (o de laboratorio) que nunca pudo –ni podrá– realizar.
Como queda dicho, el año 2021, en pleno siglo XXI, un trío de economistas recibe un premio por descubrir el principio de causalidad (cada efecto tiene causas que lo determinan…), y haber concluido en que pagar salarios mínimos caracterizados por ser exactamente eso, mínimos, no tiene como efecto disuadir la generación de empleo.
El año próximo, te lo doy firmado, descubrirán la rueda. O el hilo negro. Gracias a los ‘experimentos naturales’.
*Fuente: Politika
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