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La caricia de Fidel

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Un oficial de la seguridad cubana se acercó a Michelle y le informó algo al oído. Era el mediodía del jueves 12 de febrero. La Presidenta corrió alegre y entusiasmada a reunirse con Fidel, dejando a su comitiva con los crespos hechos, puesto que acudió a la intempestiva cita completamente sola.

Esa tarde se la vio entusiasmada y hasta dicharachera durante la ceremonia nocturna de inauguración de la Feria del Libro de La Habana.

Bachelet continuó con una sonrisa de oreja a oreja en el ágape privado al que asistió esa misma noche, en la fastuosa casa del empresario Max Marambio, a la que fueron invitados un selecto grupo de elegidos.

Allí, en el hermoso y apacible barrio Miramar, la Presidenta estaba particularmente distendida, chocha por el encuentro con Fidel, festejando los excelentes resultados de la visita presidencial que culminaba al otro día.

Mientras tanto, en otro punto de La Habana, el director del periódico Granma, Lázaro Barredo, recibió en sus manos el texto de Fidel que esperaba con impaciencia.

Poco antes de la medianoche, Barredo revisó la nota y sonrió. Al igual que Fidel, el director del periódico del Partido Comunista Cubano, sabía con exactitud el efecto que tendría la declaración.

El líder revolucionario la había escrito recién concluida la reunión con Bachelet, sobre un punteo diseñado previamente por él mismo.

La redacción fue cuidadosa, detallista y de corrido. Sólo dos veces interrumpió la escritura para chequear datos en Internet. Había decidido hacerse escuchar justo antes de que Bachelet y su canciller demócrata cristiano abandonaran la Isla.

-¿Dónde está ella ahora?, interrogó Barredo por teléfono.

-En la casa de Marambio, según lo previsto, le respondieron.

El periodista y su equipo político recordaron en ese momento el viaje de Fidel a Chile, aquel en que Tencha de Allende se salió de protocolo -y de la buena educación elemental que debería mantener la viuda de un ex Presidente- y se permitió exigir al gobernante cubano “elecciones libres” en su país.

El mismo país que protegió y alimentó a gran parte de la familia Allende durante décadas, el mismo país cuyos ciudadanos se sacaron la comida de la boca para cederla a los exiliados chilenos tras el Golpe, el mismo país que entregó gustoso sus escasos departamentos en Alamar, para alojar a las familias de perseguidos políticos, en fin, el país cuya solidaridad con nuestro dolor y nuestra derrota no tuvo medida ni final hasta hoy.

Otra persona presente en la sala editorial de Granma recordó el capítulo más reciente ocurrido también en suelo chileno, en que el rey de España intentó hacer callar a Hugo Chávez. En esa oportunidad Bachelet no sólo no solidarizó con su equivalente venezolano, sino que optó por salir persiguiendo a Juan Carlos cuando éste decidió abandonar la sala de plenarios para consumar su prepotencia.

Lázaro Barredo se aseguró de que la foto que acompañaba la opinión de Fidel mostrara la cercanía que hubo durante la breve reunión con Bachelet y ordenó imprimir el diario.

A las dos de la mañana, cuando Granma ya estaba impreso, Raúl Castro consideró oportuno que Michelle conociera el texto que el mundo entero leería al día siguiente.

Como la inteligencia chilena no caería en cuenta de lo que venía sin un poco de ayuda, un alto personero del gobierno cubano telefoneó entonces a Max Marambio y le indicó que mostrara a sus invitados la primera página del Granma virtual.

Las veinte personas que estaban en la animada reunión social fueron testigos del momento en que Bachelet leyó la declaración de Fidel, que no alteró en lo más mínimo su exultante estado de ánimo.

Hasta ese momento, todo era regocijo. Pero no fue lo mismo cuando Foxley leyó las palabras de Fidel mientras tomaba desayuno. Un soponcio le desbarató la taza de café y las tostadas.

Comenzó un frenético tira y afloja de llamados y retos, intentó localizar a Bachelet, que a esa hora estaba ya rumbo a su última actividad oficial en Cuba, todavía sin captar lo que se le venía por delante.

En sintonía con su correligionario Patricio Walter –guaripola de la histeria en este capítulo- Foxley compitió palmo a palmo con la UDI, para imponer la pobretona tesis de la supuesta “intromisión cubana”.

Ese fue el análisis que se impuso finalmente en el avión presidencial, de regreso a Chile, por medio de la amenaza a Bachelet de que sería llamada a dar explicaciones al Parlamento, cosa completamente absurda, puesto que si habrían de llamar a alguien, este sería Fidel que es el autor de las declaraciones que tanta polémica han suscitado.

Sin embargo, luego de decir en Cuba que la visita fue estupenda y que Fidel tiene el derecho de opinar lo que se le frunza, Bachelet llegó a Chile con el discurso cambiado, para mi gusto, perdiendo miserablemente la posibilidad de terminar su período con un acto ético y épico que la sacaría de la mediocridad de su gobierno.

La alharaca de los pinochetistas, Piñera incluido, y los democratacristianos, es parte del paisaje chilensis y no nos inmuta. Todos sabemos que Foxley, Walker, y cinco personajes más, vienen hace rato con esta majadería de poner pelos en la sopa en las relaciones de Chile con Cuba.

Lo de Foxley responde a su posición política: él es un señor bastante reaccionario, que está participando de un gobierno de centro-derecha y quiere desmarcarse del inquietante clima izquierdista que crece en el continente.

Lo de Walker es un problema más psiquiátrico que político –además de doméstico- y corresponde más bien a que en dos oportunidades le han negado la visa para conocer Cuba, sus mulatos y sus palmeras. Es decir, está motivado por un encono turístico.

Lo que sí me parece impresentable, es el cobarde y oportunista silencio de los dirigentes del Partido Comunista chileno, el paso al lado en que permanecen Tellier, Arrate, Navarro y Hirsh, la complicidad derechista de Marquitos de Doggenweiller-Ominami.

Aún más lamentable me parecen las declaraciones del compañero Manuel Cabieses, a quien aprecio y respeto, que afirma que “esta vez el Comandante Fidel Castro se equivocó y sus reflexiones han causado grave daño político al resultado de la visita a Cuba”.

Es vergonzoso ver la falta de roce y mundo que tienen mis compatriotas, cómo pierden la dimensión histórica de los acontecimientos, cuán anquilosados están sus métodos, la distancia abismal de sus posturas con la del mundo popular chileno. Porque mientras ellos guardan cauto silencio, se multiplican las expresiones populares de apoyo a las palabras del líder cubano.

También es curioso observar cómo los mismos dirigentes que gritaban “¡Mar para Bolivia!” a voz en cuello durante la visita de Evo Morales a Chile, hoy callan para no perder los cupos parlamentarios que intentan negociar con la Concertación, de espaldas al pueblo.

Pero la sobreactuación de nuestra clase política no resiste análisis. Aunque los medios de comunicación de la oligarquía –uso a propósito la palabrita que huele a bosta de vaca cuando se es dueño de fundo o se aspira a serlo- han hecho un diluvio de dos buenos goterones, el compañero Fidel ha dicho la verdad y tiene toda la razón.

Aunque la izquierda extraparlamentaria haga gala de un grado vergonzoso de cobardía política, Fidel no sólo no metió la pata, sino que nos regala una maravillosa oportunidad de hacer una discusión que se ha eludido y erigirnos en vanguardia.

Aunque Bachelet cambiara de opinión en vuelo como niña veleidosa, Fidel no sólo ha sido veraz y exacto en su apreciación sobre lo que tenemos pendiente con Bolivia, sino que nos estremece con la extraordinaria vitalidad y oportunidad de sus reflexiones sobre nuestro querido país.

Es absolutamente cierto que “esa misma oligarquía hace más de cien años le arrebató a Bolivia, en la guerra desatada en 1879, la costa marítima que le daba amplio acceso al Océano Pacífico”.

Desafío a cualquier ser humano a demostrar que una sola sílaba de lo anterior no es estrictamente verdadero. Las palabras de Fidel, todas y cada una de ellas –menos las que alaban el librito de Marambio- son veraces y certeras.

Además de la cobrada de cuenta que puedan contener en algún nivel, lo que siempre es legítimo en política, son un raspa-cacho necesario a la indecisión sostenida del gobierno de Chile respecto a sus vecinos inmediatos, que nos convierte en el punto negro de Sudamérica, los únicos genuflectos al imperio junto con Colombia, pésima compañía, y el más desagradecido y ominoso de los vecinos del barrio.

Me pregunto con qué ropa los xenófobos chilenos afirman que no van a aceptar ninguna intromisión de otro país, en circunstancias que esos mismos políticos no pierden oportunidad de inmiscuirse en asuntos internos de Cuba desde hace cinco décadas.

Las palabras de Fidel nos recuerdan algo que debimos tener en cuenta siempre: un revolucionario lo es las veinticinco horas del día, no se vende por una plantilla parlamentaria ni por un cargo público bien remunerado ni por un crédito extranjero.

Los actos y las palabras de un revolucionario suelen dejar la escoba, y así debe ser. Son una bomba de racimo en medio de la escoria derechista y la complacencia del supuesto progresismo. Un revolucionario no se queda callado ni se hace el sordo cuando le conviene, porque su existencia está destinada siempre a denunciar lo que está mal y cambiar el estado injusto de las cosas.

Así, mientras el director de La Tercera se paseaba con el seño fruncido por La Habana, y la diputada Isabel Allende declinaba la invitación –según cuentan las malas lenguas, porque no se le daría el tratamiento de jefa de Estado que ella exigía- en el luminoso fondo de esta revolución se gestaba una fraternal caricia: la invitación a que recuperemos lo mejor de nosotros, de que volvamos al camino correcto, tal cual lo sostuvo Salvador Allende el 12 de noviembre de 1970, cuando nos dejó esta tarea:

“En este plano de reparar injusticias, también he resuelto que el hermano país de Bolivia retorne al mar. Se acabe el encierro que sufre desde 1879 por culpa de la intromisión del imperialismo inglés. No se puede condenar a un pueblo a cadena perpetua. Ahora no somos gobierno de la oligarquía minoritaria, somos el pueblo. No nos guían intereses de clase dominante. No le pedimos nada al sufrido pueblo boliviano, queremos solamente reparar el despojo cruel del que ha sido víctima. Un pueblo que esclaviza a otro pueblo no es libre. Busco el entendimiento de los pueblos hermanos en el mutuo respeto y en la paz”.

Con tan nobles y poderosas razones, sugiero a la Presidenta Bachelet revivir a la que fue cuando curaba heridas de los compañeros del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, exijo a los dirigentes de la izquierda chilena que se pongan a la altura de los acontecimientos y levanto mi voz para decir, junto a Allende y Fidel: ¡¡¡¡Mar para Bolivia!!!!!!.

– Publicado el 17 de febrero de 2009 en el diario electrónico de Radio Universidad de Chile

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