“El Evangelio leído de Sur a Norte” [Presentación]
por Salvador Santos Pacheco
6 años atrás 24 min lectura
Bajo el título «El Evangelio leído de Sur a Norte«, piensaChile presenta en 27 capítulos una versión extractada por Oscar Varela, del libro «Un paso,un mundo» de Salvador Santos Pacheco.
Una mujer negra, Desta, se aloja por unos días entre las paredes blancas de un pueblo escondido en la serranía de Ronda. Va de paso. Al calor del hogar, los amigos que la han acogido se interesan por la historia de la desconocida. Los detalles de su vida causan sorpresa tras sorpresa y acrecientan por momentos la fascinación que aquella mujer suscita. La curiosidad del grupo se desplaza hacia un viejo libro escrito a mano por su abuelo en un poblado africano. Incluye un análisis de los textos originales del primer evangelio escrito: Marcos. El deseo generalizado por conocer el contenido del libro vence la resistencia inicial de la mujer, que penetra en el texto traspasando sus forros y siguiendo minuciosamente cada puntada de sus costuras. Sus explicaciones resultan inauditas. Marcos da que pensar; quiebra la calma, invalida temores, denuncia complicidades y encauza la reflexión. No propone misterios; tampoco narra milagros. No hay quebrantamientos de leyes físicas; sí, de las injustas. Asombra la libertad y el efecto de su onda expansiva. La praxis y el discurso del Galileo -así llama la mujer al protagonista de Marcos-impresionan. El rebelde hombre laico presenta a sus coetáneos un proyecto largamente meditado que descarta la resignación como consuelo e ignora soluciones para un más allá. Él no cree en las reformas. Sólo admite el cambio que restituye la dignidad de los insignificantes. Por eso, planteará con audacia una alternativa de sociedad, a la que invita a adherirse con un paso que atraviese la frontera desde la neutralidad al compromiso; un paso que vale un mundo.
Autor: Salvador Santos
Ediciones El Almendro -742 páginas – Córdoba – España
(Destilado en fascículos: Oscar Varela)
PRESENTACIÓN
EL SUBSUELO: EXPERIENCIA y TESTIMONIO
Teófila extrajo de la bolsa un pequeño sobre blanco y nos mostró una fotografía oscura de tamaño carné, hecha en fotomatón.
Este es mi padre – afirmó al tiempo que nos la entregaba.
En ella se apreciaban con dificultad los rasgos de un hombre de un color de mestizo. La apertura exagerada de sus ojos destacaba el aire de sobresalto producido probablemente con el fogonazo del flash. Pero ni siquiera esa alteración en su semblante pudo disimular su expresión de pobreza y abandono.
Se la devolvimos y ella la guardó delicadamente en el sobre. Sacó, entonces, otra de mayor tamaño, también en blanco y negro, con aspecto de tener más antigüedad. La miró y dijo con ternura:
Éstos son mis abuelos, los padres de mi padre.
La foto reproducía sencillamente las figuras de un hombre y una mujer, de pie y tomados de la mano. El hombre era blanco y aparentaba unos cuarenta años. Aparecía con el torso desnudo; vestía un ancho pantalón y calzaba sandalias. Usaba gafas y miraba la cámara con una sonrisa franca.
La mujer contrastaba con el hombre por su color bronce oscuro. Su vestido se distinguía por su simplicidad. Sin más detalles que las aberturas para la cabeza y los brazos, cubría sus rodillas e insinuaba unas piernas descansando sobre sus pies descalzos.
Mi abuelo era blanco –siguió diciendo-. Cuando se hizo esta fotografía había nacido ya mi padre, el único hijo que tuvieron.
Mi abuelo recorrió varios países latinoamericanos antes de llegar al poblado donde vio por primera vez a mi abuela. Yo no lo conocí, pero sé perfectamente cómo pensaba, Mi padre me hablaba a menudo de él y, a partir de hacerme cargo de sus escritos, he podido revisarlos minuciosamente durante muchos años.
Acto seguido, sacó de la bolsa de plástico un grueso libro con una encuadernación manifiestamente casera, cerrada con unas rústicas tapas de piel ennegrecida y abrillantada por el uso. Lo sujetó sobre sus piernas y, al pasar su mano acariciándolo, dejó ver en la parte superior de la tapa unas letras en mayúsculas grabadas a fuego. Destacaba un nombre: MARCOS.
– ¿Cuál era la nacionalidad de tu abuelo?
Mi abuelo nació en un pueblo de España. Había salido de su terruño siendo muy joven. Por mediación de un pariente lejano de mi familia, director de una congregación religiosa en Madrid, ingresó interno y permaneció en la capital hasta que comenzó estudios universitarios específicos para hacerse sacerdote.
Una vez ordenado, le enviaron a complementar su formación a Roma. A su regreso le encomendaron tareas docentes que complementó con trabajos de investigación.
Pero a los pocos meses juzgaron perniciosas sus ideas por excesivamente avanzadas y optaron por enviarle durante unos años como misionero a Latinoamérica. Consideraron que en ese entorno perderían efecto nocivo sus opiniones y acabaría por moderar sus planteamientos.
Sin embargo, su experiencia por las distintas misiones en que estuvo destinado refrendó los principios que siempre mantuvo. Su percepción de la realidad latinoamericana impulsó el avance definitivo de sus investigaciones; aunque eso le acarreó no pocos problemas y disgustos.
UN ABUELO CON MUCHO CARÁCTER
He perdido muchos detalles de cuanto me contó mi padre –prosiguió Teófila-, aunque retengo lo esencial del tormentoso recorrido de mi abuelo hasta encontrarse con mi abuela.
Mi abuelo fue, ante todo, un hombre coherente hasta la desmesura. No falló en su lealtad consigo mismo y con sus propias convicciones. Nunca se adaptó a la horma con que se moldean las mentes irreflexivas. Su vida, sus reacciones, sus actitudes no respondían a clichés preconcebidos. Emanaban inesperadas del principio vital que conformaba su personalidad. Su manera de ser le ocasionó serios problemas. El choque entre el hombre inconforme y la resistencia a lo nuevo por parte de la inteligencia uniformada resultó inevitable.
Cuando comenzó la práctica docente aparecieron las primeras señales anunciadoras de la incomodidad que suscitaban sus ideas. Su manera tan singular de explicar el evangelio y la presentación que hacía de Jesús, el hombre de Galilea, se consideraron peligrosas. No pudieron ser rebatidas; tampoco, toleradas. No encajaban con la doctrina oficial. Volatilizaba sin remedio el carácter misterioso con que se ocultó durante siglos la realidad de un ser profundamente humano.
Él se distinguía por su alergia declarada a la práctica de proteger y alimentar la ignorancia. Antes bien, con una facilidad pasmosa, desmontaba el engaño como se quita el polvo con un plumero. Con dos frases, dejaba aparecer en todo su esplendor un mensaje y una persona, el Galileo, mucho tiempo escondidos.
Lo destinaron a América Latina como fórmula para alejar el riesgo de que sus ideas se propagasen. Justificaron la decisión bajo el criterio de que necesitaba completar su formación con entrenamiento práctico. En realidad, proyectaron apartarlo de la investigación y la enseñanza. Él comprendió que representaba un problema y no se resistió, sino que aceptó de buena gana su destierro.
En su primer destino los compañeros de la Misión dedicaron dos o tres días a ubicarlo, darle a conocer la zona, presentarle a las personas más representativas del contorno e insistirle en un elenco de cosas a tener en cuenta respecto a las peculiaridades propias del lugar y las gentes que lo habitaban, en ese corto espacio de tiempo comprendió el porqué de tan miserable realidad. Con un carácter como el suyo, no tardó mucho en tomar la decisión de enfrentarse a toda idea que colaborara activa o pasivamente a prolongar aquella desdicha humana.
Una tarde, al terminar el recorrido programado en esa jornada y estando reunidos todos los componentes de la Misión, le pidieron que comentara sus primeras impresiones. Muy tranquilo, resumió en dos hechos lo que había captado con su mirada crítica y rebelde. Manifestó que destacaba la evidencia histórica del expolio y el genocidio impune llevado a cabo por el blanco. Y, en medio de la tensión generada por tal afirmación, calificó de hipócrita y equivocada la actitud de aplicar árnica a las heridas del esclavo, consintiendo su servidumbre e intentando someterlo también al dios cruel de los invasores de sus tierras y sus vidas.
Entonces empezaron sus complicaciones. El responsable de la Misión le prohibió volver a exponer esas ideas que perturbaban el sosiego del grupo, exigiéndole retractarse y pedir perdón públicamente al colectivo misionero.
Él contestó, entonces, que el sosiego colectivo era síntoma manifiesto de la complicidad institucional con aquella inaceptable situación de degradación humana; que no se retractaba por lealtad al evangelio; que pedir perdón significaría dar la espalda a sus propias convicciones y aliarse con la injusticia. Que eso él no lo haría.
A partir de reiterar con firmeza sus convicciones en público, el caso fue denunciado a las autoridades religiosas españolas. Entretanto se conocía la determinación de éstas sobre el asunto, se le instó a no hablar de esos temas con los otros miembros de la Misión.
Conociendo el temperamento del abuelo, supongo que no obedeció. Mi padre me comentaba que para el abuelo la obediencia era una virtud recomendable y útil exclusivamente para lelos. Según su criterio, los necios necesitan la obediencia tanto como los que desean que los necios sigan siéndolo. Salvo en casos muy excepcionales, como puede ser un grave peligro inminente, la obediencia como principio admite la irracionalidad como método. Un auténtico proceso educativo para personas libres debe instruir en la desobediencia. El abuelo afirmaba que el hombre de Galilea estableció ese modelo de educación.
OTRA VISIÓN DE LA “CONQUISTA DE AMÉRICA”
Ciertamente que generaba dudas cuando hablaba del Dios cruel. Yo misma tenía esa incertidumbre. Y mi padre, para poder contestarme, me aportaba nuevos detalles de la experiencia de mi abuelo. Nada más llegar él a América constató la cruda realidad. Su análisis solo requería desempolvar los hechos que la habían producido. La excusa de la civilización valió para que el mundo de los blancos arrasara durante siglos un inmenso continente utilizando una violencia desmedida.
No hubo escrúpulos. Imperó el asesinato, la esclavitud, el expolio y la salvaje devastación. El blanco puso los pies en América bajo la justificación teórica de la exploración. El resultado práctico demostró la falsedad de ese pretexto. La ambición incontenible de exprimir tierras y vidas humanas para el enriquecimiento de personas, instituciones y naciones de Europa se delató como el verdadero objetivo.
Según el abuelo, en América se advierte a simple vista la correspondencia inversa entre violencia y sumisión, enriquecimiento y miseria, conocimientos e ignorancia, soberbia y humillación, hartura y hambre. Decía que dañaba a la vista, a la razón y a la conciencia el descomunal contraste entre las ropas elegantes de los blancos y los harapos miserables de los originarios; entre las casas señoriales de los menos y las pocilgas de los muchos; entre el exceso y la penuria.
En su opinión, tamaña desproporción se acrecentó a ritmos agigantados por el simple hecho de que los civilizadores europeos disponían de pistolas y los originarios del inmenso territorio, no. Las pistolas daban derecho a imponer la ley, el orden y la justicia. Y el abuelo aseguraba que no era posible la justicia mientras estuviera sustentada por la violencia.
Repetía frecuentemente que las mejores preguntas brotaban del inconformismo. Por eso, respecto a cualquier normativa legal con repercusión social, política o económica, animaba a preguntarse: ¿a quiénes benefician y a quiénes perjudican esas leyes? ¿Cómo deberían ser modificadas para evitar ese efecto de nociva correspondencia que engendra un obsceno beneficio para algunos a costa del perjuicio inhumano de muchos otros?
En el abuelo nació un pesar inconsolable al ver a los originarios como sombras sin porvenir. No dudó en meterse en sus pellejos para compartir sus mismos sentimientos. Su carácter indomable le condujo a adoptar una actitud de solidaridad extrema con ellos.
Por eso, desde su entrada en el continente se rebeló contra el hecho de que el Dios que pregonaban los misioneros fuera el mismo que adoraban los asesinos europeos. Los símbolos que utilizaban los primeros en sus enseñanzas pendían tallados en oro de los cuellos de los criminales. Consideraba que debía retirársele la carta de ciudadanía a un Dios partidario del atropello, el asesinato y el robo.
No soportaba la contradicción ni la injusticia. Me comentaba mi padre que para el abuelo solían andar cerca una de la otra, Su fuerte carácter le llevaba a desbocarse ante ellas.
Lo cierto es que no reconoció nunca al Dios que utilizaban como bandera los feroces usurpadores de tierras y bienes para justificar sus fechorías. Para él representaba una burla, un invento atroz de una organización humana sostenida por sus grandes beneficiarios: los acaparadores de la riqueza.
Según él, las potentes instituciones religiosas no eran sino ingentes comparsas manejando un discurso tan sagrado como rancio y falaz. Las tachaba de colaboracionistas con el orden establecido; encargadas de tener distraído al personal, reprimiéndolo con cuestiones sexuales y morales de baja talla; cómplices de la interminable esclavitud humana, obsesionadas en desviar la atención con promesas para más allá de la muerte para evitar el peligro de la mirada sobre lo que realmente importa: los verdaderos e históricos problemas que claman aquí, en el más acá, por soluciones de extrema urgencia.
El abuelo repetía a menudo que el único Dios en el que creía era aquél que incluso los ateos y agnósticos no tendrían inconveniente en tolerar. Debería ser, por tanto, mudo e impotente como manera inequívoca de demostrar su total compromiso con la libertad humana. Y añadía… que eso llegó a descubrirlo gracias a Jesús…, el hombre de Galilea.
Conoció a muchos hombres y mujeres que se dejaron el pellejo ayudando en América Latina. Algunos le ayudaron a complementar sus ideas. Uno de ellos llegó a ser su mejor amigo.
Estuvo en aquel lugar unos días nada más. Enseguida le llegó una orden de traslado. Lo destinaban a un gran centro misionero internacional por el que pasaban constantemente personas y materiales diversos. A su llegada, el Director lo recibió con cortesía, le dio a entender que estaba al tanto de su manera de pensar y se mostró satisfecho porque la misión contase con un especialista en los evangelios. Le encomendó, por tanto, la tarea de complementar la formación del personal misionero limitándose a la explicación técnica de los textos evangélicos. Le ofreció poner a su alcance los medios que necesitase.
Con la excusa de tener una conversación posterior con él, le solicitó que en los próximos días redactara un breve escrito reseñando los puntos que consideraba imprescindibles para desarrollar en el continente americano una acción evangelizadora. Además le encargó que preparara dos artículos mensuales para publicar en revistas misioneras.
Mi abuelo captó de inmediato que aquellas instrucciones respondían a una estrategia para mantenerlo controlado y obtener referencias escritas sobre sus extrañas ideas. No tardó ni dos horas en volver al despacho del Director. Le entregó un listado de libros que necesitaba traer de su anterior residencia en Madrid. En folio aparte le aportó un esquema con las ideas que previamente le había requerido. Decía lo siguiente:
PARA UNA ACCIÓN EVANGELIZADORA EN LATINOAMÉRICA
A.- Si el propósito de la actividad conlleva seguir tolerando el genocidio y el expolio del continente, no se modifique nada. Lo que se está haciendo es un procedimiento eficaz.
B.- Si, por el contrario, se quiere La Buena Noticia a los pobres, sugiero:
Invalidación de los símbolos y ritos relacionados directa o indirectamente con la religión de los blancos.
Compromiso total con los originarios, siendo uno más entre ellos y defendiendo sus culturas y sus maneras de manifestarlas.
Exigencia a personas, instituciones y Estados de los blancos:
1. devolución de todo lo robado durante siglos.
2. reparación de todos los daños causados en el continente.
3. indemnización por los asesinados, muertos, deportados y desaparecidos a consecuencia de sus acciones.
4. indemnización justa por los daños personales, psicológicos, económicos y sociales causados a sus familias y a sus pueblos.
5. íntegra devolución de intereses de demora y penalización consistente en ayuda técnica, tecnológica, formativa y organizativa, con el fin de recuperar la justicia, la paz y el desarrollo del continente.
6. Obligarse mediante pactos a la implantación de medidas claramente favorables a ese desarrollo y eliminación de otras que lo impidan.
7. Tarea práctica centrada en la constitución y desarrollo de grupos humanos formados por individuos cohesionados y comprometidos con un modelo alternativo de sociedad caracterizada por la igualdad, la justicia y la libertad.
Cuando el Director leyó estas líneas se quedó callado durante unos instantes. Luego, le contestó muy serio:
– «No creo que usted esté convencido de lograr estos objetivos. ¿Sabe que si lo intentáramos nos acarrearía una muerte segura?»
Él le contestó:
– «Que sea imposible conseguir lo que propongo no justifica nuestra persistente connivencia con el crimen ni impide que exijamos justicia con firmeza y coraje. Que nuestra postura nos llevaría a una muerte segura, también lo declaró convencido el hombre aquél de Galilea. Pero él se decantó sin vacilaciones por la opción B.»
Recuerdo perfectamente todo esto porque lo he leído muchísimas veces. Y, además, el abuelo conservó una copia, que mi padre guardaba en una caja grande de lata junto con otros muchos papeles llenos de anotaciones.
El abuelo hablaba de la Buena Noticia a los pobres porque esa es la traducción de la palabra griega Evangelio. Al decir, los pobres, se refería a la población indígena e indigente de América.
Los libros le llegaron en dos semanas. Entretanto, escribió varios artículos que nunca se publicaron. Se iniciaron clases para el reciclaje a misioneros basadas en la explicación del texto de los evangelios.
Hubo una fuerte demanda para acudir a ellas. Incluso fueron admitidos algunos blancos adinerados que contribuían económicamente al mantenimiento del centro.
Como cabía esperar, sus explicaciones duraron solamente dos o tres semanas. Sus charlas fueron suspendidas cuando no se había leído ni una página del texto del evangelio. Por una parte, algunos misioneros y misioneras jóvenes comenzaron a oponerse a los métodos tradicionales de actuación y exigían cambios muy profundos.
Por otra, la mayoría de asistentes, incluyendo a los opulentos, se enfrentaron con exceso de energía a la dirección por permitir semejante ofensa al dogma, a la tradición y a la moral. Las denuncias se extendieron por escrito a diferentes países. Calificaban al abuelo de ateo, descreído, blasfemo, satánico y elemento sumamente nocivo para la religión cristiana.
Ni siquiera entraron a fondo en el evangelio. Únicamente tuvo tiempo de explicar las primeras líneas del texto y las circunstancias históricas, políticas, sociales, económicas, religiosas y culturales del entorno donde se desenvolvió su principal protagonista, el hombre de Galilea o el Galileo, como él le llamaba. Insistía en la importancia de conocer ese contexto para entender sin equívocos su mensaje. Evidentemente, los asistentes captaron la coincidencia entre la situación de Palestina en el siglo I y la realidad latinoamericana de aquel momento.
No sentaron nada bien las ideas expresadas por el abuelo. Según él, para comprender el evangelio era necesario desechar la idea de que Dios había hablado. El concepto de que uno habla para que otro obedezca pertenece, decía, a mentes militares, no a Dios. Para él, pensar en una revelación divina suponía negar la capacidad mental y la libertad humanas.
Frente a los misterios, que se usan para achicar al ser humano, hacerlo dócil y dominarlo, afirmaba que el mensaje del hombre de Galilea destapaba los ojos a la verdadera grandeza humana y que su propuesta se acreditaba por su eficacia liberadora. Defendía con rotundidad que los evangelios, susceptibles de ser sometidos a crítica y análisis, no presentan ningún secreto o enigma sobre el más allá, antes bien, enseñan, adaptándose a las circunstancias del lector, una alternativa de vida social en oposición al modelo impuesto por los que durante la historia han poseído la pistola y el dinero.
Mi padre me comentaba que, durante las clases, los ánimos se encrespaban fácilmente, desembocando en insultos y violencia dialéctica contra el abuelo. En una de ellas un personaje muy considerado y con una enorme fortuna lo increpó públicamente con agresividad:
– »¡Usted se está cargando la fe!»
Él, sin perder la compostura, le respondió:
– «Habla así porque piensa que la fe es algo que se tiene en la cabeza. Pero la cabeza no puede albergar lo que no cabe en ella. En la de usted ni siquiera entra algo tan razonable como lo que estoy exponiendo. Si tuviera el coraje de seguir la lectura que haremos en estas clases comprendería por qué la fe no está en la cabeza…, sino en los pies.»
En otra ocasión, una monja le interpeló:
– «Diga usted claramente si cree que Jesucristo era Dios.»
Impertérrito, respondió:
– «¿Por qué dice «era», señora? Los que creían que… era Dios… han ocasionado estos resultados que usted misma puede observar. Creer que Jesucristo era Dios no compromete. Sin embargo, aceptar sin reticencias su humanidad y la de su mensaje obliga a tomar partido por los insignificantes, enfrentándose a los que han provocado este destrozo. ¿De qué lado está usted? No le quepa duda de que el mensaje humano del hombre de Galilea es la Buena Noticia que espera este pueblo.»
Y, en una ocasión, un misionero de prestigio creyó pillarle en contradicción y lo cuestionó:
– «¿No es usted sacerdote?»
Su contestación estuvo a la altura de sus conocimientos y su coherencia:
– «Jamás el Galileo llamó así a ninguno de los suyos. Yo soy simplemente un mensajero. Estoy seguro que si olvidara mi cometido, perdería mi condición humana”.
Las clases fueron suspendidas indefinidamente y la dirección sugirió al abuelo que dedicara todo su tiempo a continuar sus estudios y a escribir artículos que nunca llegaron a publicarse. Todos lo aislaron por completo, salvo Kurt, un misionero alemán muy mayor al que nadie prestaba mucha atención. Este hombre fue el gran amigo de mi abuelo. Decía de él que poseía una inteligencia superior y que dejaba constancia de ella en la huella de sus pisadas firmes y decididas.
EL AMIGO Y UNA ALTERNATIVA CREADORA
Os lo definiré como mi padre me lo describía. Con aspecto como de venir de vuelta, iba siempre muy desaliñado y caminaba descalzo por todos los suelos. Vestía un pantalón corto y una simple camiseta de tirantes. Su tez curtida por el sol contrastaba con una poblada melena blanca que le hacía inconfundible desde lejos. Poseía la virtud de que nadie lo tomara en cuenta. Afirmaba que esa ventaja tardaba en conseguirse, aunque animaba a lograrlo cuanto antes como requisito imprescindible para poder actuar como te diera la gana.
Kurt vivía en una Misión olvidada, a diez jornadas de camino en coche. Había venido a recoger unos materiales solicitados tiempo atrás. Durante los días que pasó en aquellas instalaciones acudía a la habitación del abuelo para que le explicara las claves de los evangelios. Estaba feliz; aseguraba que ya podía morir tranquilo al ver refrendadas por el Galileo las decisiones prácticas que él había tomado. Mostró a su amigo un hondo agradecimiento por haberle posibilitado entender lo que para él nunca tuvo explicación. Como muestra de ello, le propuso ir con él a su Misión. Él mismo se encargaría de convencer al Director rogándole que confiara en sus dotes persuasivas y en su dilatada experiencia. Eso hizo. Llegó a prometerle que en unos meses moderaría el pensamiento radical del abuelo.
Cuando llegaron a la Misión, mi abuelo se quedó prendado de lo que Kurt había logrado. El lugar no disponía de un solo espacio inútil y se detectaba un continuo movimiento de personas con alguna actividad entre manos. La capilla se utilizaba para cualquier cosa menos para celebrar actos religiosos. Servía como almacén, granero, escuela, lugar de reuniones, de industria para productos manufacturados, etc. Comentaba mi abuelo que resultaba agradable y emocionante oír el traqueteo de las máquinas de coser, y el sonido rítmico de instrumentos y herramientas, acompasados con los cánticos con que se humanizaba la actividad.
El poblado disponía de una gran extensión de terreno en el que se cultivaba gracias a los pozos y a un sistema de recogida de aguas de lluvia en aljibes subterráneos. Criaban gallinas y conejos. Contaban con un buen rebaño de cabras y vacas. Elaboraban quesos. Trabajaban la piel, la madera, fibras vegetales y barro con los que producían utensilios diversos… Y, sobre todo, se constataba la presencia de un extraordinario grupo humano de mujeres y hombres desempeñando cada uno una función de utilidad para el colectivo.
Todas las tardes se trataban los temas que importaban o requerían ser solucionados con mayor urgencia, decidiéndose sobre ellos por votación de todos los miembros del grupo. Allí se impartía formación práctica a personas de otros poblados relativamente cercanos. También se les visitaba para complementar la ayuda, que incluso llegaba a la entrega de materiales necesarios para poner en marcha los sencillos mecanismos productivos.
En ese lugar vio por primera vez mi abuela a mi abuelo. Ella vivía en un poblado a dos días de camino a pie y vino a recibir clases prácticas. Kurt y él estaban juntos, saludando a todos los recién llegados. Kurt, lleno de amabilidad, dio a mi abuela las gracias por venir. Le dijo que le gustaban sus manos. Le auguró un rápido aprendizaje y le aseguró que se convertiría en una buena maestra. Ella solamente sonrió agradecida y se marchó a sus cosas. Aquella misma noche destruyeron el poblado.
ARRASARON CON EL PUEBLO
Bien entrada la madrugada, llegaron unos camiones con un número indeterminado de desconocidos. Penetraron en las diferentes estancias y cabañas disparando indiscriminadamente a todo lo que se movía, incendiando todas las instalaciones y destrozando lo que encontraban a su paso. Se salvaron muy pocos. Mi abuela no recibió daño alguno porque se acurrucó tras el cuerpo inerte de un caballo. Kurt murió allí mismo, cosido a balazos.
A mi abuelo lo dieron por muerto después de propinarle una tremenda paliza que lo dejó desfigurado. Lo tiraron por un terraplén con un disparo que le entró por la espalda y le salió por el hombro y otros dos en una pierna. A la mañana siguiente mi abuela lo encontró inconsciente y en un estado lamentable. Confeccionó unas parihuelas, tomó comida y agua, y lo llevó a su poblado arrastrando la camilla durante varios días.
Respecto a quiénes lo hicieron, nadie conoce sus nombres. Pero se sabe que tenían camiones, armas, maldad para pensarlo, prepararlo y hacerlo, y, sobre todo, interés en que no prosperara ni el pensamiento libre ni una alternativa a la sociedad que ellos y sus armas representaban.
El abuelo no tendría otra casa que la choza de mi abuela donde nació el hijo que ambos tuvieron, mi padre. Con esfuerzo, lograron reconstituir la organización de Kurt, cuyo recuerdo les siguió dando fortaleza. Me decía mi padre que, sin haber llegado a conocerlo, muchos sentían su presencia constante en el poblado.
Pasados unos meses, un grupo de hombres de confianza marcharon con mi abuelo al centro misionero. Entraron de noche en su antigua habitación, recogieron sigilosamente muchos de sus libros y papeles, y volvieron con ellos al poblado. Allí, en la choza, día tras día, año tras año, con el recuerdo imborrable de su amigo Kurt y el amor callado y leal de mi abuela, escribió sus libros explicando palabra a palabra la propuesta del hombre de Galilea.
A su muerte, mi abuela entregó a mi padre los escritos de mi abuelo. Él mismo los encuadernó, forrándolos con piel de cabra,
La clave del pensamiento de mi abuelo es el mensaje contenido en los evangelios. Examinó a Marcos de cabo a rabo con minuciosidad de orfebre. Para leer a Marcos se necesita mucho tiempo.
Marcos es el evangelio más antiguo. Después de haber sido desmenuzado y analizado término a término, leerlo supone escuchar en toda su intensidad el mensaje del Galileo.
Si uno se fija, la brutalidad de los intolerantes se desató porque no soportaban la realidad social construida por Kurt. Son los hechos los que importan. Los responsables de la destrucción del poblado y la matanza cometieron esa barbaridad bajo el estandarte del crucifijo.
Hay que seguir recordando las palabras del abuelo: «Las mejores preguntas nacen del inconformismo«. A ver si somos capaces de plantearlo… A ver… ¿A quién beneficia que el evangelio se haya explicado como se ha explicado? Y… ¿cómo debería leerse para que nadie pudiera apropiárselo en beneficio propio?
Continuara
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