Muy tranquilo, resumió en dos hechos lo que había captado con su mirada crítica y rebelde. Manifestó que destacaba la evidencia histórica del expolio y el genocidio impune llevado a cabo por el blanco. Y, en medio de la tensión generada por tal afirmación, calificó de hipócrita y equivocada la actitud de aplicar árnica a las heridas del esclavo, consintiendo su servidumbre e intentando someterlo también al dios cruel de los invasores de sus tierras y sus vidas.
Entonces empezaron sus complicaciones. El responsable de la Misión le prohibió volver a exponer esas ideas que perturbaban el sosiego del grupo, exigiéndole retractarse y pedir perdón públicamente al colectivo misionero.
Él contestó, entonces, que el sosiego colectivo era síntoma manifiesto de la complicidad institucional con aquella inaceptable situación de degradación humana; que no se retractaba por lealtad al Evangelio; que pedir perdón significaría dar la espalda a sus propias convicciones y aliarse con la injusticia. Que eso él no lo haría.