Democracia de derecho divino
por Rafael Luís Gumucio Rivas (Chile)
16 años atrás 8 min lectura
El título es una paradoja imitando a aquellas que usaba Miguel de Unamuno. La legitimidad del poder surge, según Max Weber, de la tradición, monarquía de derecho divino, del carisma o de la ley y el sufragio.
En la democracia chilena, a pesar del sufragio popular, podemos hablar de un poder que surge del derecho divino: desde 1833 hasta 1891, el gran elector era el presidente de la república, que designaba a los sucesores a su amaño, como también al senado y a la cámara de diputados; Chile se podía llamar república solamente porque la continuidad de la monarquía no era por derecho de sangre, sino por la sagrada voluntad del presidente de la república. El cambio principal, en la revolución de 1891, fue la elección de la presidencia y las cámaras, ahora por una pluto-oligarquía, que repartía los puestos entre sus miembros. De 1925 para adelante, son los partidos políticos quienes determinan los miembros del Ejecutivo y del Legislativo, con la sola diferencia de que los partidos tienen mayor inserción en la sociedad civil. Sólo en el corto período 1964-1973 puede hablarse, con propiedad, de una democracia participativa de masas.
En la actualidad se da el hecho que de los tres candidatos con mayor posibilidad, dos de ellos hijos de falangistas, Eduardo Frei Ruiz-Tagle y Sebastián Piñera Echenique y, el tercero, José Miguel Insulza – antes demócrata cristiano, luego Mapu y, finalmente socialista- podría decirse, sin temor a equivocarse, de que, al menos, tiene misma fuente histórico-genética. Además, los tres candidatos se han desarrollado políticamente durante el período de la democracia tutelada. Es completamente inútil pedir a la democracia de derecho divino que renueve sus cuadros nobiliarios: una vez conquistado un sillón parlamentario, un cargo ministerial o la presidencia de la república, se supone que son ad eternum, como el sacerdocio. Tal ridícula es esta situación que la diputada Isabel Allende propuso una moción por medio de la cual se limitara la edad de los parlamentarios a 75 años, al igual que los cardenales.
Es que la democracia tutelada, semi-dictadura, o de los acuerdos, como usted la quiera llamar, a construido un perfecto sistema político, cuya ingeniería garantiza el poder monárquico al presidente de la república, casi sin contrapeso parlamentario, y un sistema electoral donde todos los sillones parlamentarios tienen nombres y apellidos. La sucesión entre demócrata cristianos y ejes progresistas, al menos en la Concertación, ha sido matemática y perfectamente armónica: diez años para los primeros y otros diez para los segundos, lo equivale a decir que, en veinte años, no ha habido ninguna sorpresa: todo ha funcionado muellemente, en acuerdos entre castas.
En la historia de la Concertación sólo ha habido dos primarias, cuyo resultado podía preverse anticipadamente: en la primera, Eduardo Frei ganó, de lejos, a Ricardo Lagos Escobar, que fue apuñalado por sus camaradas socialistas y, en la segunda, Lagos aniquiló a Andrés Zaldívar. Ahora, al parecer, nuevamente quiere hacerse una primaria ex jerarcas de la Concertación: Eduardo Frei Ruiz-Tagle y, posiblemente, José Miguel Insulza, además del radical José Antonio Gómez. No sabemos cuál será su característica y, los chilenos como son casi siempre copiones, quieren imitar el éxito del Partido Demócrata, con su líder, Barack Obama. Lo más posible es que se convierta en comedia, lo que en Estados Unidos era una tragedia de grandes proporciones, dada su importancia.
No faltan candidatos que propongan primarias abiertas para elegir a todos los candidatos a cargos que emanen de la soberanía popular, lo que sería avanzar un grado en la democracia. Personalmente, dudo de que las castas de esta democracia de derecho divino estén dispuestas a competir en primarias, salvo que les aseguraran que, aun llegando segundo, algo similar a lo de Pinochet, que” compitió solo y llegó de segundo”, o como Frei y Allamand, que tenían los cargos cocidos antes de presentarse.
El 13 de diciembre, los partidos que se definen como de inspiración cristiana, la Junta Nacional Demócrata Cristiana y el Consejo ampliado de la UDI, realizaron sus rituales religiosos: supongo que el primero, presidido por los Jesuitas y, el segundo por los Legionarios de Cristo; ambos muy poco democráticos, pues reunían solamente, a los cardenales de los partidos. La Junta Nacional de la DC fue un poco más abierta- al menos aceptó la Prensa, la UDI, completamente cerrada. En las Juntas Nacionales de la Democracia Cristiana predominaron los padres fundadores de la Falange, hoy se trataba de reencontrar al gutismo con el freismo, con mutuos perdones por las ofensas propinadas.
En todas las Juntas Nacionales, los participantes – casi todos- hablan creyendo, cándidamente, que la perorata del más “pequeño” de los miembros va a tener alguna influencia en los acuerdos; en general, siempre predomina la opinión de los viejos líderes del partido. Hay que ser muy cándido para creer que el debate va a cambiar en algo la línea del partido. En la Junta del pasado sábado 13 de diciembre ya estaba cocinada la concordia entre freistas y gutistas.
Los golpes de efecto siempre son necesarios en estos rituales. Recuerdo, por ejemplo, que Eduardo Frei Montalva esperó, en la casa de un militante para, posteriormente, volver a la sala e influir en los empleados públicos en la votación de la Junta Nacional de Peñaflor. En el caso del sábado último no fue preciso tan dramático gesto, pues al comienzo lo proclamó Alvear, y las serpentinas y pitos estaban preparados de antemano; a nadie le extrañó que se gritara “Presidente, Presidente…” Frei se marchó a su casa, ya no para influenciar a la Junta, sino para compartir con las mujeres de su gineceo las glorias del efímero triunfo.
El intento de los llamados “príncipes”, hijos de falangistas, tenían que fracasar en una Junta que estaba solamente dispuesta a lavar y curar las heridas, producto de las múltiples divisiones y desaciertos del partido, más que a discutir seriamente la idea de un cambio o una especie de renacimiento, como el que proponía el ideólogo Emmanuel Mounier; se trataba de lograr una directiva que contuviera a todas las tendencias, presidida por Juan Carlos Latorre. En el fondo, la Democracia Cristiana no estaba dispuesta a cambiar, al menos por ahora, su forma de actuar; siempre los jerarcas son los últimos en darse cuenta del derrumbe.
La UDI es un partido que desprecia la democracia, por consiguiente, siempre funciona en consejos, compuestos por los fundadores, seguidores de Jaime Guzmán, un ideólogo del neo conservantismo cristiano. La UDI tiene algo del populismo de la primera Falange, de José Antonio Primo de Rivera y, en la actualidad, intenta imitar a alguno de los populismos de derecha latinoamericanos y europeos. Es un partido que pretendía ser mesiánico, pero que con los años se ha ido convirtiendo en una parte del establecimiento apitutado. Poco a poco, las diferencias entre los dirigentes de la UDI y RN se van haciendo mínimas.
Al igual que la Democracia Cristiana, el Consejo Ampliado de la UDI debía decidir el apoyo a Sebastián Piñera, por muy mal que este personaje cayera en algunos militantes; en estas circunstancias, todo se le perdonaba a Sebastián Piñera: el ser hijo de falangista, el haber votado por el NO en el plebiscito, el haber pactado con la Concertación las reformas constitucionales y las pocas ganas que tenía de rendirse a la familia dictatorial – aun cuando una vez lo hizo, aconsejado por Sergio Onofre Jarpa-.
En el caso de la UDI, mucho más autoritaria que la Democracia Cristiana, los díscolos hicieron un acto de contrición perfecta, algo similar al auto de fe – de la Inquisición-. Hay que dejarse de tonterías: lo que une a la derecha no es una concepción ideológica, ni menos un proyecto de país, sino la ambición desmedida de apropiarse de la única parte del botín que le ha sido esquivo hasta ahora, desde 1958, en base a elecciones. Este tesoro no es despreciable: consiste en una serie de cargos gubernativos, en los cuales se come bien sin trabajar, todas las intendencias y gobernaciones, además de los cargos parlamentarios. Sebastián Piñera deberá convertirse en el capitán de la legión que reparte entre sus soldados las joyas, que antes pertenecían a la Concertación.
Toda la habilidad de los condotieri de Milán consistía en repartir, equilibradamente, el botín para evitar que sus soldados se robaran y se mataran mutuamente. Al parecer, la UDI logró ya una buena hegemonía, una vez que la empresa de mudanzas de Andrés Allamand logre desalojar a la Concertación, lo que hasta hoy parece ser el sueño del pibe, pues la derecha no ha aprendido a desconfiar de las encuestas, que en dos ocasiones sucesivas la llevaron a la derrota -1970, con Jorge Alessandri, y en el plebiscito de 1988, con el SÍ a la dictadura.
Conclusión
Lo único que mueve a los partidos políticos actualmente es el reparto armónico de los distintos cargos de poder, es decir, como en las legiones romanas, buscar la mejor forma de utilizar el botín para pasar el Rubicón. Ojalá la ambición y el carácter atragantado de Sebastián Lúculo Pñera, junto a un falso reparto de bienes entre los pobres, que es una de las formas más sutiles del viejo cohecho, lo lleven al mismo destino de derrota que el ambicioso Pompeyo de la antigua Roma. 15-12-08
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