Dossier: A cien años del asesinato de Rosa Luxemburgo, en Berlín, Alemania
por Varios autores
6 años atrás 34 min lectura
Son muchos los símbolos que encierra la figura de Rosa Luxemburgo, una teórica marxista, que militó en el Partido Socialdemócrata de Alemania, hasta que en 1914 se opuso a la participación de los socialdemócratas en la Primera Guerra Mundial, por considerarla un enfrentamiento entre imperialistas.
Su solo nombre implica un abanico de banderas que, a pesar de los cien años transcurridos desde su asesinato, el 15 de enero de 1919, siguen vigentes. Banderas que no han alcanzado la victoria y, sin embargo, no fueron arriadas.
Rosa Luxemburgo, la mujer a quien el líder soviético Vladimir Lenin llamaría el “Águila de la Revolución”, nació en un pequeño pueblo llamado Zamość, cerca de Lublin, en 1871, cuando Polonia era parte del Imperio Ruso. “No era nacionalista, ni creía en la autodeterminación de los polacos, pues quería que los trabajadores del mundo se unieran obviando las fronteras”, al decir de Jacqueline Rose, codirectora del Instituto Birkbeck para las Humanidades de la Universidad de Londres. “Sin embargo, el hecho de que nació en un país que estaba bajo el dominio de otro le hizo entender la necesidad y el potencial de la revolución y la resistencia a injusticias históricas“.
Mucho antes de la gran ola feminista, fue precursora de la lucha de los derechos de la mujer, en tiempos en los que todavía multitudes plurales podían imaginar un futuro sin capitalismo, podían entregar su vida a causas tan impersonales y colectivas como el sueño revolucionario.
A 100 años de su asesinato
Jörn Schütrumpf|
El 19 de marzo de 1919, la Asamblea Constituyente Prusiana elegida tras la Revolución de Noviembre instituyó la Comisión de Investigación para Determinar las Causas y Progresión de la Agitación en Berlín y otras Zonas de Prusia en el Año 1919. En los meses siguientes, los 21 miembros de la Comisión entrevistaron a docenas de testigos mientras se abrían camino a través de montañas de documentos. Para julio de 1919 había quedado sentado que los comunistas no habían provocado, y mucho menos dirigido, las revueltas de enero. Antes bien, los llamados Delegados [sindicales] Revolucionarios y la sección de Berlín del Partido Socialdemócrata Independiente (USPD) fueron en lo esencial los responsables de ambas cosas.
Los Delegados Revolucionarios eran en su mayor parte sindicalistas que habían estado tramando desde 1916 el derrocamiento ilegal de la monarquía en los arsenales de Berlín, y el 9 de noviembre de 1918 sacaron a las masas a la calle. La mayoría de los Delegados Revolucionarios era miembro del USPD, pero deseaba conservar su autonomía respecto a la dirección del partido. Con el desencadenamiento del a revolución, se convirtieron en contendientes por el poder en Berlín.
Los comunistas simplemente se vieron envueltos en los levantamientos, una conclusión que no podía satisfacer a ninguno de los miembros de la Comisión. Un veredicto público sobre lo que de veras había sucedido en enero de 1919 habría hecho mucho más difícil justificar por qué se había prohibido el Partido Comunista y se había puesto fuera del a ley a sus miembros desde marzo de 1919.
A pesar de todos sus floreos retóricos, el Comité de Investigación no pudo evitar la siguiente conclusión (aunque evitaran incorporarla a las llamadas Recomendaciones):
“El domingo que siguió a estos acontecimientos los Delegados Revolucionarios y sus hombres de confianza se reunieron de nuevo […] y decidieron convocar a una huelga general con el propósito de librar un ataque frontal contra el gobierno. En esto parece haber sido decisivo la implicación de [Heinrich] Dorrenbach [1888–1919] en la decisión de la division Volksmarine y la mayoría de las tropas regulares de la guarnición de Berlín para respaldar esta acción, y en el hecho de que se les uniera gente de Spandau y Frankfurt. […] Es verdad que tanto los independientes como los comunistas desempeñaron un papel destacado en la acción, y también que tanto los independientes como los comunistas avisaron advirtieron en contra de ello.
Así, por ejemplo, Rosa Luxemburg parece haber desaprobado el plan por completo, y el Comité Central del Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania declare explícitamente en su anuncio posterior que no mostraba su solidaridad con el proyecto dirigido por la sección de Berlín de Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania y la Liga Espartaco junto a los Delegados Revolucionarios, de los cuales a su vez más de sesenta 60 pertenecían al Partido Socialdemócrata Independiente y poco más de diez al Partido Comunista de Alemania. Es verdad que los dirigentes intelectuales del movimiento eran Karl Liebknecht, Georg Ledebour, Emil Eichhorn, y Dorrenbach. Esto no quiere decir que llevaran mucho tiempo planeando esta acción para el 5 de enero en concreto, o que fueran los únicos el 4 o 5 de enero que más gustosamente apremiaran al asalto. Dicho esto, fueron estos hombres los que creyeron que los diputados del pueblo de la mayoría socialista ocupaban ilegalmente sus oficinas y que era necesario con violencia”.
El Informe de la Comisión de Investigación está fechado el 8 de febrero de 1921, en mitad del receso parlamentario de Prusia: la Asamblea Constituyente se había disuelto el 14 de enero de 1921 tras concluir su labor, y el Parlamento Prusiano fue elegido de acuerdo con la nueva ley el 20 de febrero de 1921. La inmunidad de los nuevos parlamentarios quedó suspendida hasta entonces, permitiendo que les diera caza la policía.
No se hizo entrega a nadie del informe sino que se imprimió palabra por palabra en su totalidad en el volumen 15 de la Recopilación de Materiales Impresos de la Asamblea Constituyente de Prusia en algún momento de 1921. Como solía suceder con estas recopilaciones, sus contenidos no llevaban el complemento de datos bibliográficos. Así pues, los intentos de investigar sobre la Comisión de Investigación sin ayuda de soportes bibliográfico han sido en vano.
Los historiadores se han topado con este material impreso en los últimos casi cien años, pero a día de hoy ninguno los ha valorado seriamente. Aunque historiadores de importancia, como Heinrich August Winkler, han desechado la leyenda del Levantamiento Espartaquista bajo la dirección de la “sangrienta Rosa” desde 1984, se sigue difundiendo activamente esta leyenda.
*Historiador del movimiento sindical alemán, es en la actualidad director de investigación de la vida y obra de Rosa Luxemburg en la fundación alemana que lleva su nombre. Su libro Rosa Luxemburg oder:Der Preis der Freiheit [Rosa Luxemburg o el precio de la libertad] apareció en alemán en 2006 y en versión inglesa en 2008. Fuente: Rosa Luxemburg Stiftung, 3 de enero de 2019
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Rosa Luxemburgo y las mujeres
María Julia Bertomeu
Si las luchas del presente se alimentan de los combates del pasado, encuentro oportuno comenzar mi breve texto en homenaje a Rosa Luxemburgo con algunas reflexiones de Nancy Fraser –la activista y profesora de filosofía política de la New School for Social Research de New York- sobre la segunda ola del feminismo y su relación con el actual capitalismo, destructor del estado de bienestar de post-guerra.
En el año 2013, Fraser redactó un artículo para The Guardian, manifestando su profunda preocupación por los posibles usos –por parte del capitalismo neoliberal- de ciertas consignas históricas enarboladas por las luchas feministas. Se confesaba atemorizada ante la posibilidad de que por un ‘cruel giro del destino’, el movimiento de liberación de las mujeres se hubiera enredado peligrosamente junto a los esfuerzos neoliberales para construir una sociedad de libre mercado.
No sin razón decía la feminista norteamericana que tal cruel destino explicaría “por qué y cómo sucedió que las ideas feministas que formaron parte de una cosmovisión radical ahora se expresan mayoritariamente en términos individualistas… y también cómo sucedió que un movimiento que antaño priorizó la solidaridad social, ahora celebra a las empresarias exitosas… o que un movimiento que antes valoraba el cuidado y la interdependencia, ahora aliente el avance individual y la meritocracia. Según Fraser, se trata de una segunda ola del feminismo, que se corresponde con un capitalismo desorganizado, globalizado, neoliberal, y acaba mudando en la doncella de ese capitalismo contra-reformado, para decirlo con la certera expresión que acuñó Toni Domènech (fallecido irector de sinpermiso.info).
En un artículo de 2017 -a propósito de las marchas masivas y globalizadas de mujeres – Fraser se reveló menos temerosa y más optimista ante lo que denomina el comienzo de una nueva ola de luchas feministas militantes (¿la tercera?). En su opinión, ya no es suficiente con oponerse a Trump y a sus políticas agresivamente misóginas, transfóbicas y racistas, también se debería apuntar al ataque neoliberal en curso en contra de la previsión social y derechos laborales. Una agenda feminista internacionalista ampliada, nos decía Fraser, que conjugue el anti-racismo, anti-imperialismo, anti-heterosexismo y anti-liberalismo. En este punto generosamente reconoció que su “feminismo para el 99 %” se inspira en el potente movimiento argentino Ni una menos, cuya consigna es denunciar la violencia contra las mujeres en sus múltiples facetas: violencia doméstica, del mercado, de la deuda, de las relaciones capitalistas de propiedad y del Estado. (http://www.sinpermiso.info/textos/un-feminismo-para-el-99-por-eso-las-mujeres-haremos-huelga-este-ano)
Como he dicho al comienzo, los artículos de la perspicaz filósofa política norteamericana son oportunos para volver a traer la palabra de Rosa Luxemburgo, a modo de recuerdo en el centenario de ese 15 de enero de hace ya cien años, en el que el culetazo del rifle de un soldado destrozó su cráneo, y también asesinó a su camarada Karl Liebknecht junto a miles de trabajadores y trabajadoras.
Sabemos de una discusión teórica presente –no saldada ni posiblemente saldable- sobre la relación entre marxismo y feminismo, entre capitalismo y opresión de las mujeres, entre la clase social y el género. Es posible que la contundencia característica de la Rosa roja –en la lucha, en sus escritos, en la polémica y en el amor-, no contribuirá a disipar los ánimos de la contienda académica, aunque sin duda alguna sus textos nos recuerdan que la disputa tiene una historia escrita con sangre, y que si el presente se nutre del pasado, sus obras son un suelo nutricio para una mirada socialista sobre las luchas de las mujeres.
Rosa nunca habló del patriarcado, mucho menos -y por obvias razones- de género, pero tampoco habló de las mujeres como una categoría abstracta, transhistórica, por encima de las clases. Hablaba sí, al mismo tiempo, de la revolución de las mujeres proletarias, de la revolución rusa y de las mujeres en las huelgas de masas. Ella misma, en una carta enviada a Louise Kautsky invitándola a concurrir a la celebración del Primer día Internacional de las mujeres, manifestaba su asombro porque había recibido una credencial feminista por parte de los organizadores de la Conferencia en Jena, y preguntaba a Louise -en esa misma carta- ¿es que acaso ahora somos feministas?.
Su camarada Clara Zetkin –la directora del periódico Die Gleichheit, el principal órgano de difusión de los panfletos de Rosa en contra de la guerra y a favor de las mujeres (proletarias) – fue la impulsora de tal evento ante el Comité ejecutivo de la Segunda Internacional. Rosa bien supo y dijo que Clara cargaba con ‘tal cantidad de trabajo’… y siempre la acompañó con sus escritos y discursos, interviniendo públicamente en la disputa abierta entre los camaradas ‘reformistas’. Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin y Alexandra Kollontai lucharon –teórica, práctica y tácticamente- en contra de las alianzas oportunistas propuestas por los “políticos realistas” de la socialdemocracia alemana que en 1912 votaron en Bruselas a favor de ‘un hombre un voto’ y rechazaron otorgar la extensión del voto a las mujeres – sugiriendo fantasiosamente que la defensa de los principios políticos habría privado a la socialdemocracia de logros concretos-.
Es oportuno también recordar el texto de Rosa: “La huelga de masas, partido y sindicatos”, sobre los acontecimientos alemanes de 1905-1906 y las discusiones teóricas en torno a la conveniencia de tal tipo de medidas, en el que recordaba Rosa –la activista y teórica- que las huelgas de masas no se ‘fabrican artificialmente’, ni se deciden al azar, ni se propagan como una peste, son un fenómeno histórico que en un momento dado surge de las condiciones sociales con una inevitable necesidad histórica. El escrito es un manifiesto en contra de los sindicatos socialdemócratas alemanes, al decir de Rosa conservadores, cobardes y reformistas, pero también es una certera refutación de la vieja retórica conservadora sobre la ‘falta de madurez o sobre la debilidad’ de los grupos y las clases revolucionarias, en ese momento en boca de los dirigentes socialistas y parlamentarios alemanes. Salvando muchas distancias, el éxito de las convocatorias de los movimientos feministas de la nueva ola –Fraser dixit- tampoco ha sido producto del azar, ni la acción de los sindicatos conservadores, lo que más sorprende es que son una respuesta a condiciones sociales y económicas que causan los fenómenos de violencia sobre las mujeres y la desigualdad real, y muy especialmente de las mujeres pobres.
El movimiento “feminista” era para Rosa -en su tiempo y lugar- el de las sufragistas inglesas y el de las mujeres burguesas. Su juicio sobre tales movimientos es duro, implacable y consecuente con su posición política socialista revolucionaria: la reivindicación de los derechos iguales para la mujer es -en las feministas burguesas- pura ideología de grupos aislados sin raíces materiales, es un fantasma del antagonismo hombre-mujer, es un capricho (Luxemburgo (1914) ‘La proletaria’). La preocupación de Rosa -y de sus camaradas de lucha – era separar el voto femenino entendido como el objetivo de las luchas de mujeres en general, de la táctica para lograrlo, y esa táctica no era sólo tarea de mujeres, sino una responsabilidad común de clase de las mujeres y los hombres del proletariado. Según Rosa, en efecto
El voto femenino aterra al actual Estado capitalista porque tras él están los millones de mujeres que reforzarían al enemigo interior, es decir, a la socialdemocracia. Si se tratara del voto de las damas burguesas, el Estado capitalista lo considerará como un apoyo para la reacción. La mayoría de estas mujeres burguesas, que actúan como leonas en la lucha contra los «privilegios masculinos», se alinearían como dóciles corderitos en las filas de la reacción conservadora y clerical si tuvieran derecho al voto. Serían incluso mucho más reaccionarias que la parte masculina de su clase. A excepción de las pocas que tienen alguna profesión o trabajo, las mujeres de la burguesía no participan en la producción social. No son más que co-consumidoras de la plusvalía que sus hombres extraen del proletariado. Son los parásitos de los parásitos del cuerpo social. Y los consumidores son a menudo mucho más crueles que los agentes directos de la dominación y la explotación de clase a la hora de defender su «derecho» a una vida parasitaria. (Luxemburgo, 1912)
Rosa habla de proletarias y burguesas, de sexo y clase social; nunca se le ocurrió hablar de sexo sin clase social, y mucho menos hablar del trabajo doméstico en abstracto, independientemente de la clase social. Rosa nunca pensó en una marcha de sólo mujeres e interclasista, e incluso confesó que toda su vida había luchado en contra de la idea de la “la unión de las mujeres”.
La pregunta queda planteada: ¿será posible cumplir con la ambiciosa agenda del movimiento Ni una menos o con la propia agenda de Fraser en contra del capitalismo contra-reformado, pero sin hablar de clases sociales? ¿marcharán juntas -las pobres y las ricas, las empresarias y las trabajadoras domésticas feministas- en contra de las políticas económicas neoliberales y la conculcación de derechos económicos de todos por parte de Trump y de Macri? El tiempo lo dirá y Rosa siempre será quien fue: una grande, defensora socialista y revolucionaria de los derechos de mujeres y hombres proletarios, desposeídos y condenados a emigrar en busca de pan y trabajo.
Bibliografía
Ciriza, Alejandra (2017) “Tras los pasos de mujeres en tiempos de revolución. Alexandra Kollontai, Rosa Luxemburg y Clara Zetkin”. En Caminos de revolución, reflexiones sobre el proyecto socialista y su vigencia. Buenos Aires, Ediciones La llamarada.
Dunayevskaya, Raya (2017). Rosa Luxemburgo, la liberación femenina y la filosofía marxista de la revolución. Cuba, filosofí@.cu.
Fraser, Nancy https://www.theguardian.com/commentisfree/2018/jan/27/we-need-a-feminism-for-the-99-thats-why-women-will-strike-this-year
https://www.theguardian.com/commentisfree/2017/feb/06/women-strike-trump-resistance-power.
En archivo https://www.marxistsfr.org/espanol/luxem/index.htm
1912: El voto femenino y la lucha de clases
1913: Proyecto de Resolucion presentada en el congreso de Jena de 1913
1914: La proletaria
*Miembro del comité de redacción de Sin Permiso.
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Actualidad revolucionaria de Rosa
Michael Löwy|
Una verdadera refundación del comunismo en el siglo XXI no puede ahorrarse el mensaje revolucionario, marxista y libertario de Rosa Luxemburgo
Si hubiera que destacar el rasgo distintivo de la vida y del pensamiento de Rosa Luxemburgo, tal vez sería el humanismo revolucionario. Tanto en su crítica del capitalismo como sistema inhumano, en su combate contra el militarismo, el colonialismo, el imperialismo, o en su visión de una sociedad emancipada, su utopía de un mundo sin explotación, sin alienación y sin fronteras, este humanismo atraviesa como un hilo rojo el conjunto de sus escritos políticos y también su correspondencia, sus emocionantes cartas desde la prisión, que han sido leídas y releídas por generaciones sucesivas de jóvenes militantes del movimiento obrero.
¿Por qué esta figura de mujer –judía y polaca, marxista y revolucionaria, tierna e intransigente, militante e intelectual– nos sigue fascinando? ¿Cómo permanece tan cercana 90 años después de su muerte? ¿En qué consiste la asombrosa actualidad de su pensamiento, precisamente ahora, en este comienzo de siglo XXI?
Veo al menos tres razones para ello:
En primer lugar, en una época de globalización capitalista, de mundialización neoliberal, de dominación planetaria del gran capital financiero, de internacionalización de la economía al servicio del beneficio, la especulación y la acumulación, la necesidad de una respuesta internacional, de una mundialización de la resistencia, en resumen, de un nuevo internacionalismo está más que nunca a la orden del día. Ahora bien, pocas figuras del movimiento obrero han encarnado, de manera tan radical como Rosa Luxemburgo, la idea internacionalista, el imperativo categórico de la unidad, de la asociación, de la cooperación, de la fraternidad de los explotados y oprimidos de todos los países y continentes.
Como es sabido, ella fue, junto a Karl Liebknecht, uno de los pocos dirigentes del socialismo alemán, en oponerse a la Unión Sagrada y al voto de los créditos de guerra en 1914. Las autoridades imperiales alemanas –con el apoyo de la derecha socialdemócrata– le hicieron pagar caro su oposición internacionalista consecuente a la guerra, encerrándola tras los barrotes durante la mayor parte del conflicto. Confrontada al fracaso dramático de la II Internacional, soñó con la creación de una nueva asociación mundial de trabajadores y sólo la muerte, esto es, su asesinato en enero de 1919 por los “Cuerpos Francos” llamados a Berlín por el ministro social-demócrata Noske para aplastar la revuelta de la Liga Spartakus– le impidió participar, junto a Lenin y a Trotsky, en la fundación de la Internacional Comunista en 1919.
Pocos como ella comprendieron el peligro mortal que representa para los trabajadores el nacionalismo, el chovinismo, el racismo, la xenofobia, el militarismo y el expansionismo colonial o imperial. Se puede criticar tal o cual aspecto de su reflexión sobre la cuestión nacional, pero no se puede dudar de la fuerza profética de sus advertencias. Utilizo el término “profeta” en el sentido bíblico original (bien definido por Daniel Bensaïd en sus recientes escritos), no el de quien pretende “prever el futuro”, sino el de quien enuncia una anticipación condicional, quien advierte al pueblo de las catástrofes que ocurrirán si no toma otro camino.
En segundo lugar, en este siglo XX que fue no sólo el de los “extremos” (según la expresión de Eric Hobsbawn) sino el de las manifestaciones más brutales de la barbarie en la historia de la humanidad, no se puede dejar de admirar un pensamiento revolucionario como el de Rosa Luxemburgo, que supo rechazar la ideología cómoda y conformista del progreso lineal, el fatalismo optimista y el evolucionismo pasivo de la social-democracia, la peligrosa ilusión -a la que se refirió Walter Benjamin en sus “Tesis” de 1940- de que bastaba con “nadar con la corriente” y dejar hacer a las “condiciones objetivas”. Al escribir en 1915, en su folleto “La crisis de la social-democracia” (firmado con el seudónimo Junius), la consigna “socialismo o barbarie”, Rosa Luxemburgo rompía con la concepción –de origen burgués, aunque adoptada por la II Internacional- de la historia como progreso irresistible, inevitable, “garantizado” por las leyes “objetivas” del desarrollo económico o de la evolución social.
Una concepción maravillosamente resumida por Gyorgy Valentinovitch Plekhanov, cuando escribía: “La victoria de nuestro programa es tan inevitable como que mañana salga el sol“. La conclusión política de esta ideología “progresista” sólo podía ser la pasividad: nadie habría tenido la descabellada idea de lucha, arriesgar su vida, combatir para asegurar la aparición matinal del sol…
Volvamos por un momento al alcance político y “filosófico” del lema “socialismo o barbarie”. Se encontraba sugerido en algunos textos de Marx o de Engels, pero fue Rosa Luxemburgo quien le dio esta formulación explícita y tajante. Implica una percepción de la historia como proceso abierto, como serie de “bifurcaciones”, donde el “factor subjetivo” de los oprimidos –consciencia, organización, iniciativa– se vuelve decisivo. No se trata de esperar a que el fruto “madure”, según las “leyes naturales” de la economía o de la historia, sino de actuar antes de que sea demasiado tarde.
Porque la otra parte de la alternativa es un siniestro peligro: la barbarie. Con este término, Rosa Luxemburgo no designó una imposible “regresión” a un pasado tribal, primitivo o “salvaje”: se trataba, en su forma de ver, de una barbarie eminentemente moderna, de la cual sería un ejemplo contundente la 1ª Guerra Mundial, mucho peor en su inhumanidad criminal que las prácticas guerreras de los conquistadores “bárbaros” del final del Imperio Romano. Nunca antes en el pasado, semejantes tecnologías –los tanques, el gas, la aviación militar– se habían sido puesto al servicio de una política imperialista de masacre y de agresión a tan inmensa escala.
Desde el punto de vista de la historia del siglo XX, la consigna de Rosa Luxemburgo ha sido profética: la derrota del socialismo en Alemania abrió la vía a la victoria del fascismo hitleriano y, en consecuencia, a la 2ª Guerra mundial y a las formas más monstruosas de barbarie moderna que la humanidad nunca haya conocido, simbolizadas y resumidas con el nombre de “Auschwitz”.
No por casualidad la expresión “socialismo o barbarie” sirvió de bandera y signo de reconocimiento a uno de los grupos más creativos de la izquierda marxista de postguerra en Francia: reunido en torno a la revista del mismo nombre, animada durante los años 50 y 60 por Cornelius Castoriadis y Claude Lefort.
El dilema y la advertencia indicada en la consigna de Rosa Luxemburgo siguen estando a la orden del día en nuestra época. El largo período de repliegue de las fuerzas revolucionarias –del que poco a poco se empieza a salir– ha venido acompañado de la multiplicación de guerras y de masacres de “purificación étnica”, desde los Balcanes hasta África, el ascenso de racismos, chovinismos, integrismos de todo tipo, incluso en el corazón de la Europa “civilizada”.
Pero se presenta un nuevo peligro, no previsto por Rosa Luxemburgo. Ernest Mandel había subrayado en sus últimos escritos que el dilema del siglo XXI para la humanidad ya no sería, como en 1915, “socialismo o barbarie”, sino “socialismo o muerte”. Designaba con ello el riesgo de catástrofe ecológica resultante de la expansión capitalista mundial, con su lógica destructiva del entorno. Si el socialismo no viene a interrumpir esta carrera vertiginosa hacia el abismo –el ascenso de la temperatura del planeta y la destrucción de la capa de ozono son sus signos más visibles–, la supervivencia misma de la especie humana estará amenazada.
En tercer lugar, ante el fracaso histórico de las corrientes dominantes del movimiento obrero, por un lado el poco glorioso derrumbamiento del pretendido “socialismo real” –heredero de los sesenta años de estalinismo–, y por otro lado la sumisión pasiva (¿o se trata de una adhesión activa?) de la social-democracia a las reglas -neoliberales- del juego capitalista mundial, la alternativa que representaba Rosa Luxemburgo, un socialismo a la vez auténticamente revolucionario y radicalmente democrático, aparece más pertinente que nunca.
Como militante del movimiento obrero del Imperio zarista –había fundado el Partido Socialdemócrata de Polonia y Lituania, afiliado al Partido Obrero Socialdemócrata ruso– había criticado las tendencias, en su opinión demasiado autoritarias y centralistas, de las tesis defendidas por Lenin antes de 1905. Su crítica coincidía, en este punto, con la del joven Trotsky en “Nuestras Tareas Políticas” (1904).
Al mismo tiempo, como dirigente del ala izquierda de la socialdemocracia alemana, peleó contra la tendencia de la burocracia sindical y política, o de las representaciones parlamentarias, a monopolizar las decisiones políticas. La huelga general rusa de 1905 le pareció un ejemplo a seguir también en Alemania: tenía más confianza en la iniciativa de las bases obreras que en las “sabias decisiones” de los órganos dirigentes del movimiento obrero alemán.
Al tener noticias en prisión de los acontecimientos de Octubre de 1917, se solidarizó inmediatamente con los revolucionarios rusos. En un folleto sobre la Revolución Rusa, redactado en 1918 en prisión, que no fue publicado hasta 1921, después de su muerte, saludó con entusiasmo este gran acto histórico emancipador y rindió un caluroso homenaje a los dirigentes revolucionarios de Octubre:
Todo el valor, la energía, la perspicacia revolucionaria, la lógica de que puede dar prueba un partido revolucionario en un momento histórico, han sido mostrados por Lenin, Trotsky y sus amigos. Todo el honor y toda la facultad de acción revolucionaria que han faltado a la socialdemocracia occidental, se vuelven a encontrar entre los bolcheviques. La insurrección de octubre no sólo habrá servido para salvar a la revolución rusa, sino también el honor del socialismo internacional.
Esta solidaridad no le impidió criticar lo que le parecía erróneo o peligroso en su política. Si algunas de sus críticas –sobre la autodeterminación nacional o la distribución de tierras- son muy discutibles, y bastante poco realistas, otras en cambio, sobre la cuestión de la democracia, son completamente pertinentes y de una notable actualidad. Aún reconociendo la imposibilidad, para los bolcheviques, en las dramáticas circunstancias de la guerra civil y de la intervención extranjera, de crear “como por arte de magia, la más bella de las democracias”, no por ello Rosa Luxemburgo dejó de llamar la atención sobre el peligro de un deslizamiento autoritario, y reafirmó algunos principios fundamentales de la democracia revolucionaria:
La libertad sólo para los partidarios del gobierno, sólo para los miembros de un partido –por numerosos que sean- no es la libertad. La libertad es siempre la libertad del que piensa de otra manera (…). Sin elecciones generales, sin una ilimitada libertad de prensa y de reunión, sin una libre lucha de opiniones, la vida se debilita en todas las instituciones públicas, vegeta, y queda la burocracia como único elemento activo.
Es difícil dejar de reconocer el alcance profético de esta advertencia. Algunos años más tarde, la burocracia se apoderaba de la totalidad del poder, eliminando progresivamente a los revolucionarios de Octubre de 1917, a la espera de poder exterminarlos despiadadamente en los años 30.
Una verdadera refundación del comunismo en el siglo XXI no puede ahorrarse el mensaje revolucionario, marxista, democrático, socialista y libertario de Rosa Luxemburgo.
* Sociólogo y filósofo marxista franco-brasileño. Actualmente es director de investigación emérito del CNRS y profesor de la EHESS de París.
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Mujer, marxista, pacifista
En el hotel Eden de Berlín, el soldado Runge le destroza el cráneo y la cara a culatazos; otro militar, también al servicio del capitán Pabst, la remata de un tiro en la nuca. Atan su cadáver a unos sacos con piedras para que pese y no flote, y es arrojado a uno de los canales del río Spree, cerca del puente Cornelio. No aparecerá hasta dos semanas después. El Gobierno del socialdemócrata Friedrich Ebert acababa así con la vida de Rosa Luxemburgo (RL), la más importante dirigente marxista de la historia, antigua militante del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), la líder más significativa de la Liga Espartaquista y fundadora del Partido Comunista de Alemania.
Unos minutos antes, los mismos personajes habían asesinado al principal compañero de RL en su larga marcha. Karl Liebknecht, el único parlamentario que en primera instancia (año 1914) votó en el Reichstag (Parlamento) en contra de los créditos de guerra para financiar la presencia de Alemania en la Primera Guerra Mundial, iba a ser trasladado a la cárcel desde el mismo hotel, pero antes de abandonar el local donde había sido interrogado le dan dos culatazos que lo dejan aturdido y se desmaya; arrastrado hasta un automóvil, es trasladado al Tiergarten, el gran parque berlinés, donde es rematado a sangre fría con disparos de pistola y abandonado en el suelo hasta que alguien lo encuentra. “Intento de fuga”, dirá la nota oficial; la de Luxemburgo rezará: “Linchada por las masas”.
Era la noche del 15 de enero de 1919. Este martes se cumplirá el centenario de la detención y asesinato de los principales líderes de la Liga Espartaquista e iconos históricos de la revolución alemana de 1918-1919, que estalla inmediatamente después de que el Ejército germano fuese derrotado y humillado en la Gran Guerra. RL había pasado los cuatro años largos de la guerra en prisión, después de que en un mitin, en Fráncfort, hubiera pedido a los soldados, con su arrolladora oratoria, que se negasen a combatir, hermanos contra hermanos, y a los trabajadores de su país, que iniciasen una huelga general que se debía contagiar a los trabajadores de los otros países en el bando contrario, para que todos confluyesen bajo la misma bandera más allá de las patrias. Sale de la cárcel a principios de noviembre de 1918 y se une a la oleada revolucionaria que inunda las calles de las principales ciudades y, sobre todo, de Berlín. Dos años antes, en otro mitin, el 1 de mayo de 1916, en medio de la conflagración, Liebknecht finaliza su arenga al grito de “¡Abajo la guerra, abajo el Gobierno!”. También es detenido y pasa en prisión dos años y medio. Sale el 23 de octubre de 1918.
A partir de ese momento, a los dos dirigentes espartaquistas les quedaban apenas dos meses de vida, y dedican sus fuerzas a publicar un periódico (La Bandera Roja) y a fundar el Partido Comunista de Alemania (KPD). Se convierten en objeto del desprecio y del odio de sus antiguos compañeros de la socialdemocracia, que gobernaban en Alemania desde unas semanas antes. Odio mortal. El historiador Sebastian Haffner (La revolución alemana de 1918-1919; Historia Inédita) escribe que el asesinato de RL y de Liebknecht se planeó, como tarde, a principios de diciembre de 1918 y se ejecutó de forma sistemática. Aparecieron carteles en los postes de las calles que decían: “¡Obreros, ciudadanos! ¡A la patria se le acerca el final! ¡Salvadla! Se encuentra amenazada y no desde fuera, sino desde el interior, por la Liga Espartaquista. ¡Matad a sus líderes! ¡Matad a Liebknecht! ¡Entonces tendréis paz, trabajo y pan!”. Firmado: “Los soldados del frente”. A pesar de las generalizadas amenazas, ninguno de los dos abandonó Berlín ni llevaba guardaespaldas; simplemente cambiaban de domicilio.
¿Quiénes fueron los autores intelectuales del asesinato? El protagonista material fue el capitán Pabst (quien décadas más tarde, en 1962, protegido por la prescripción del delito, habló abiertamente de lo sucedido) y su escuadrón de la muerte, pero —según el historiador Haffner— no actuaron como simples ejecutores que obedecían con indiferencia una orden, sino como autores voluntarios y convencidos de lo que hacían. La prensa burguesa y socialdemócrata difundió sin pudor sucesivas incitaciones al asesinato, mientras que los responsables socialdemócratas —Ebert, Noske, Scheidemann…— miraban hacia otro lado y permanecían callados.
Cuando RL y Liebknecht salen de la cárcel, los frentes alemanes de la guerra se van desmoronando y se extiende la desmoralización en las trincheras. El káiser Guillermo II se refugia en Holanda. El mismo día en que RL es liberada, el socialdemócrata Scheidemann proclama la república alemana desde un balcón del Reichstag. Ebert ocupa la presidencia, forma un Consejo de Ministros socialdemócratas moderados y pide al pueblo que abandone las calles y vuelva a la normalidad.
El ala mayoritaria del SPD quería la república y las libertades, mientras que los espartaquistas pretendían la revolución proletaria, como indican las proclamas: “Ha pasado la hora de los manifiestos varios, de las resoluciones platónicas y las palabras tonantes. Para la Internacional ha sonado la hora de la acción”. Ambas facciones, reformistas y revolucionarios, lucharán encarnizadamente en las calles de Berlín, a veces edificio por edificio. El Gobierno de Ebert confía la represión de los insurrectos al socialdemócrata moderado Noske, que organiza una fuerza militar en la que permite la integración de los oficiales del antiguo Ejército monárquico. El 13 de enero había sido sofocada la insurrección espartaquista. Dos días después, acaban violentamente con la vida de sus principales líderes
RL no llegó a cumplir los 50 años. Nacida en la Polonia rusa en el año 1871 en el seno de una familia judía, pronto se dio cuenta de que la lucha por su ideario marxista sería muy reducida si se quedaba en su país y que para tener influencia debía traspasar la frontera de Alemania, donde existía el Partido Socialdemócrata (SPD) más fuerte del mundo. Para ser ciudadana alemana legal, firmó un matrimonio de conveniencia con un socialista alemán, lo que le dio derecho a la nacionalidad de ese país. A partir de ese momento, Alemania fue su principal campo de acción. En el seno de la socialdemocracia y de la Segunda Internacional, aunó teoría (multitud de artículos y libros muy importantes) y praxis (intervención en congresos, debates con muchos de los popes del marxismo —su amigo Franz Mehring la definió como “la mejor cabeza después de Marx”—, clases en la escuela de formación del partido…). En cambio, no tenía dotes organizativas.
Su presencia física era una mezcla de fuerza y de ternura, de decisión y de prudencia, dicen sus biógrafos. Un dirigente judío la describe del siguiente modo: “Rosa era pequeña, con una cabeza grande y rasgos típicamente judíos, con una gran nariz, un andar difícil, a veces irregular debido a una ligera cojera. La primera impresión era poco favorable, pero bastaba pasar un momento con ella para comprobar qué vida y qué energía había en esa mujer, qué gran inteligencia poseía, cuál era su nivel intelectual”.
De su vasta producción teórica destacan los temas que forman parte de su legado y que constituyen lo que, una vez muerta Rosa, se denominó “luxemburguismo”, una escuela marxista de características propias: su pacifismo, su lucha contra el revisionismo y la defensa de la democracia en el seno de la revolución. Sus posiciones, a veces intransigentes, le hicieron polemizar con las figuras más relevantes del socialismo marxista, como Lenin, Trotski, Bernstein, Kautsky…
Reivindicándose del mejor marxismo (aunque también polemizó con algunas de las ideas del Marx economista en el libro La acumulación de capital), argumentó en favor del internacionalismo como forma de pensar y de vivir. El Manifiesto comunista terminaba con la célebre fórmula de “¡Proletarios de todos los países, uníos!”, y RL y Liebknecht la hicieron suya relacionándola con la Gran Guerra. Los partidos socialdemócratas habían defendido tradicionalmente que en caso de conflicto bélico entre potencias capitalistas, los trabajadores se negarían a combatir y llamarían a la huelga general (la “huelga de masas” en la terminología luxemburguista). Pero en el momento decisivo, el SPD, el partido más grande y más influyente de la Segunda Internacional (más de un millón de afiliados), votó a favor de los empréstitos de guerra, y el resto de los partidos socialistas siguió sus pasos. Cada uno de ellos se puso detrás de sus Gobiernos. Prevaleció la patria sobre la clase social.
Ya a principios del siglo XX, en un congreso de la Internacional en París, RL presentó una ponencia de convicciones profundamente antimilitaristas, las que mantendría hasta el final de sus días. En ella se defendía que los ataques armados entre potencias imperialistas devendrían en formidables coyunturas revolucionarias. Diecisiete años después, la revolución bolchevique fue un testimonio irrefutable de esta tesis. RL recomendaba no solo una crítica abierta al imperialismo, sino que se preparase a las masas con vistas a aprovechar las crisis internacionales y las eventuales crisis nacionales generadas por aquellas para asaltar el poder. Consideraba imprescindible intensificar la acción de todos los partidos socialistas contra el militarismo.
Siete años después, en otro congreso de la Internacional, RL presenta una enmienda firmada conjuntamente con Lenin y Mártov (que luego sería el líder menchevique) que sostiene que, si existe la amenaza de que la guerra estalle, es obligación de la clase trabajadora y de los representantes parlamentarios, con la ayuda de la Internacional como poder coordinador, hacer todos los esfuerzos por evitar los enfrentamientos violentos; en el caso de que a pesar de ello se multiplicase el conflicto armado, era su obligación intervenir a fin de ponerle fin enseguida y aprovechar la crisis creada por la guerra para agitar los estratos más profundos del pueblo para “precipitar la caída de la dominación capitalista”. Estas palabras suponían una llamada a la insurrección, que fue lo que hicieron los espartaquistas en 1919, con la participación de RL.
Esa Rosa Luxemburgo, asesinada por los soldados prusianos, más que posiblemente con la complicidad activa o pasiva de sus antiguos compañeros socialdemócratas, fue despedida en su entierro por su amiga Clara Zetkin (otra espartaquista) con las siguientes palabras: “En Rosa Luxemburgo, la idea socialista fue una pasión dominante y poderosa del corazón y del cerebro; una pasión verdaderamente creativa que ardía incesantemente. (…) Rosa fue la afilada espada, la llama viviente de la revolución”.
Lenin, Stalin y los marxismos
El núcleo de aliados políticos de Rosa Luxemburgo fue siempre muy pequeño. Todo lo contrario que el de sus adversarios, entre los que se encontraron muchos de los dirigentes del ala derecha de la socialdemocracia y los sindicalistas burocratizados, a los que atacó sin piedad. Pero ambos núcleos fueron blancos móviles: dependían de los momentos y de los temas. Lenin, Trotski, Kautsky, Jaurès, etcétera, fueron algunos de los marxistas legendarios que compartieron y disintieron del ideario y la práctica política de la alemana. Un ejemplo de ello fue la relación con Lenín, el líder soviético; ambos se admiraron y pactaron, pero también se criticaron.
En 1918, apenas unos meses después del triunfo de la revolución bolchevique, RL publica un folleto titulado La revolución rusa que reivindica los acontecimientos de Leningrado y Moscú, pero que critica algunos aspectos que pueden torcer su futuro, sobre todo los relacionados con el terror revolucionario (que protagonizaría en buena parte un amigo polaco de RL, que dirigiría la Cheka y la sede de la Lubianka, el sangriento Félix Dzerzhinski) y la supresión de la democracia.
En el folleto citado, RL escribe que sólo la libertad de los que apoyan al Gobierno, sólo la libertad para los miembros de un partido, “no es libertad en absoluto. La libertad es siempre libertad para el que piensa de manera diferente”. Creía que el socialismo sólo puede ser resultado del desarrollo de la sociedad que lo construye, y para ello se requiere la más amplia libertad entre el pueblo (lo que no quiere decir que no sea necesario el control político). Si se sofoca la vida política, la parálisis acabará afectando a la vida de los sóviets; sin elecciones generales, sin libertad de prensa y de reunión, sin la libre confrontación de las opiniones, la vida de cualquier institución política perecerá, se convertirá en una vida aparente en la que la burocracia será el único elemento vivo.
En su libro sobre la revolución rusa, la revolucionaria RL acierta premonitoriamente con lo que iba a suceder en la Unión Soviética, sobre todo a partir del momento en que se inicia el futuro estalinista. Algunas decenas de dirigentes del Partido, animados por una energía inagotable y por un idealismo sin límites, dirigirán y gobernarán; el poder real se encontrará en manos de unos pocos de ellos, dotados de una inteligencia singular. La aristocracia obrera será invitada de cuando en cuando a asistir a las reuniones para aplaudir los discursos de los dirigentes y votar por unanimidad las resoluciones propuestas; en el fondo será un gobierno de camarillas, una dictadura en verdad, pero no la dictadura del proletariado, sino una dictadura de un puñado de políticos. En muchos casos la realidad superó a los pronósticos luxemburguistas.
A pesar de este severo cuestionamiento, reivindica el papel histórico del partido de Lenin, siempre en contraposición con sus camaradas alemanes: “Por eso los bolcheviques representaron todo el honor y la capacidad revolucionaria de la que carecía la socialdemocracia occidental. Su insurrección de octubre no sólo salvó la revolución rusa; también salvó el honor del socialismo internacional”.
Con esta idea de la democracia se explica que Stalin no subiese nunca a Rosa Luxemburgo al altar de la iconografía máxima del socialismo. Fue una heterodoxa hasta el final de su vida.
*Periodista español. Publicado en El País
*Fuente para piensaChile: SurySur
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