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Sería un simplismo pensar que el vandalismo es una acción consciente en rechazo al neoliberalismo

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La marginalidad, las drogas, la comunidad invadida por las mafias son ingredientes reales del problema.

Sería un simplismo pensar que el vandalismo es una acción consciente de un supuesto rechazo al neoliberalismo. Eso sería válido respecto de esa clase media de sesgo intelectual que entiende el trasfondo de términos manidos como globalización y neoliberalismo. Pero, allí, en las poblaciones, lo real es que ese vandalismo se liga claramente a la ocupación que de los espacios públicos han hecho las pandillas, los agentes del microtráfico y sus esbirros, que son reclutados a través de la adicción y son zombis que actúan sin una mínima cuota de racionalidad.

Si no suma a esos ingredientes el dato macroeconómico de pésima distribución de la riqueza, con todo lo que ello implica, estaríamos aproximándonos a un fenómeno complejo, que para poder ser resuelto exige, aunque no sea políticamente correcto expresarlo, mano dura.

La democracia no tiene que ser débil para conducir el Estado. Las acciones contra el delito deben ser ejemplarizadoras y una de las debilidades de la actual administración es entramparse y confundirse cuando plantea "los derechos humanos", ya que, al final se termina privilegiando los derechos de los delincuentes, de los vándalos, antes que los derechos de las víctimas, de hombre y mujer de a pie, ese trabajador que otrora vivía una digna pobreza proletaria, que aspiraba a movilidad social por la vía de la educación, pero que hoy está arrinconado por la delincuencia que se apropió de su barrio.

Se confunde la libertad con libertinaje y en gran medida el Estado está pecando de omisión.

Posiblemente lo que planteo levantará polvareda. Pero está claro que no podemos confundir las organizaciones sociales legítimas, ligadas a las víctimas de la represión de Estado durante el régimen militar, con esta realidad de bandas sin ideología, que buscan arrancar un espacio a la fuerza para pertenecer al sistema al menos en sus símbolos de consumo. Y como no han asimilado para nada el camino del esfuerzo, están de lleno en el camino fácil del robo vandálico, el microtráfico y todos los ilícitos asociados.

Los hechos dolorosos de anoche, con Carabineros sobrepasados por delincuentes armados, con pobladores que no podían regresar a sus hogares, con armas de fuego de grueso calibre y delincuentes que actuaban, vaya uno a saber obedeciendo a qué siniestras directrices, es algo realmente preocupante.

Estamos frente a pandillas organizadas por fuera del sistema, que han buscado el caos por el caos. Sería ceguera y oportunismo político adjudicarles alguna carga ideológica, como normalmente se conciben las posiciones políticas. Allí, no hay nada de ideología, sólo un profundo resentimiento y una cultura de marginalidad que tiene otros vectores, responde a otras dinámicas de poder, que son leyes de la selva, lealtades mafiosas, totalmente alejada de lo que es una sociedad cívicamente organizada.

Lo cierto es que todo es, ni más ni menos, que una consecuencia de una malentendida libertad, de la desatención de un problema que se ha ido incubando a vista y paciencia: el consumo de pasta base en las poblaciones populares. En este cocktail se agregan los derechos sin deberes, lo que se traduce en ese libertinaje invasivo de jóvenes violentos que no respetan nada. Frente a eso se requiere una función policial fuerte. Cuando las sociedades pasan momentos de riesgo, en democracia hay resortes como para imponer el orden público.

¿Qué significaría poner ley marcial por la noche crítica y así actuar ipso facto contra los ejércitos del narcotráfico que mantienen en el terror a los barrios? ¿Sería menos democrático el gobierno si estableciera situaciones de excepción que contempla la institucionalidad para resolver momentos de crisis?

Es patético pensar que el país no tiene cárceles suficientes porque el Estado falló en el deber de gestionar su construcción a tiempo y que por ello la práctica de la puerta giratoria se haya hecho cotidiana, desprotegiendo a la comunidad.

Creo que nadie diría que no es democrático imponer con fuerza un orden social de convivencia segura, pero que la fuerza se direccione hacia quienes efectivamente corresponda.

Sería la señal que Chile espera de la democracia. El riesgo de no hacerlo es que se extienda la nostalgia del golpismo porque la gente recordará que "entonces sí había orden" aunque esa fuese la paz de los sepulcros.

Chile, 12 de septiembre de 2007

* Publicado también por Periodismo Independiente, Tribuna ciudadana para Periodismo Independiente

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