«..Me siento celoso como norteamericano con lo que he visto en Cuba»
por Rosa Miriam Elizalde (Juventud Rebelde ? Cuba)
18 años atrás 23 min lectura
—Francamente, yo creía que nuestro esfuerzo expansionista había terminado en 1898. Que era apenas un paréntesis entre 1846 y 1898, cuando destrozamos al Imperio español y tomamos el Caribe y las Filipinas, que era lo que verdaderamente queríamos. Habíamos terminado vencedores en la Segunda Guerra Mundial. Conquistamos a Alemania y a Japón. Ocupamos ambos países —cada uno un mundo, y no simplemente una nación. éramos los dueños del primer imperio global y se lo debíamos también a otro Roosevelt imperial, Franklin Delano, que sabía muy bien lo que hacía. Quería destruir al colonialismo europeo donde estuviera, y en compensación a sus «esfuerzos», los Estados Unidos recibían el mandato de «cuidar» a los países «liberados», como a él le encantaba decir. Eso nos metió formalmente en el negocio de Imperio.
REPúBLICA BANANERA
—En su novela La Edad Oro usted asegura que Franklin Delano Roosevelt pudo haber evitado el ataque a Pearl Harbor, que sacó a los norteamericanos de su pacífico aislacionismo y decidió la entrada de los EE.UU. en la guerra. ¿Hasta qué punto eso fue así?
—Las naciones, como los individuos, tienden a seguir determinadas recetas. Si un plan que tienen en la cabeza funcionó una vez, quizá funcione de nuevo. Cada vez que un presidente es asesinado, la primera conclusión es que lo hizo un «asesino enloquecido y solitario», por pura maldad. Jamás se ofrece un por qué, una razón, un motivo. Y no lo hacen, porque quizá pudiéramos enterarnos entonces de los oscuros entretelones de la política, y al pueblo estadounidense nunca se le habla nada de política.
«Fue un plan brillante y funcionó. Los japoneses acababan de firmar un acuerdo con Alemania e Italia, la Alianza Tripartita. Si alguien atacaba a uno de los tres, los otros dos vendrían en su defensa. No era una alianza que garantizara apoyo ante planes de agresión, y Roosevelt tenía bajo un cerco a los japoneses, que habían ocupado la Manchuria, después de históricos intentos de ocupar China. Desde 4 000 millas de distancia, el Presidente norteamericano dio un ultimátum a los japoneses: salgan de China. “Si no se van de ahí, no le vendemos más chatarra y le cortamos la bencina”, en particular el combustible que Japón necesitaba para sus aviones y sus buques de guerra.
«La reacción de Japón fue lógica, dar un gran golpe que pusiera a los norteamericanos a pensar por un rato en otra cosa que no fuera China. Atacarían y hundirían la flota estadounidense en Pearl Harbor. Creían que los Estados Unidos tardarían más de un año en construir otra flotilla. Ellos podrían entonces ir hacia el sur, a Java y a Sumatra, y tomar los campos petroleros holandeses, Singapur, Malasia y todo lo que apareciera por el camino. Japón no tenía idea de la velocidad en que podíamos rearmarnos. Roosevelt sí lo sabía. Fuimos una gran potencia industrial —cosa que ya no somos. Las primeras señales de ese poder habían sido los automóviles ensamblados en línea y las plantas de acero. Podíamos hacerlo todo muy rápido. Sacamos miles de bombarderos B-17, verdaderas fortalezas volantes que ganaron la Segunda Guerra Mundial para los Estados Unidos».
—Usted fue un observador privilegiado de ese período previo a la guerra.
—Yo me crié en Washington D.C. en la época del gobierno de Roosevelt, que salió elegido cuatro veces como Presidente —toda una marca. Recuerdo los largos recesos del verano en esa edad dorada. El calor era tan grande que el gobierno entero se iba de la ciudad. No hemos tenido tanta paz y prosperidad desde que el gobierno de los Estados Unidos se iba de vacaciones. En los años 40, el desempleo se acabó. Franklin Delano Roosevelt era ambicioso e imperial pero sacó al país de la depresión económica. Todos estaban contentos por primera vez en años y el Presidente aprovechó la coyuntura para invertir 8 mil millones de dólares en el rearme de los Estados Unidos. Nos pusimos directamente en el camino de construir la más grande máquina de guerra del planeta, que luego se convirtió en nuestra maldición.
—Recuerde algo: la mayoría de los norteamericanos no tienen información sobre la historia, la geografía y lo que pasa en el mundo. Roosevelt hizo todos los arreglos para que pudiéramos arrancarles las colonias a Francia, Holanda y Portugal, después de la Segunda Guerra Mundial. Los estadounidenses todavía no se han enterado de esto. Lo que saben de Truman es que era un hombre pequeñito y bonachón, que tocaba el piano. No sabía nada de nada. Detrás de él estaba un Príncipe Metternich, el secretario de Estado Dean Acheson, abogado internacional que sabía de todo. Fue él quien diseñó el estado militarizado que emergió a partir de 1949 con Harry Truman, con la CIA incluida. Todo giró en torno a un documento: el Memorando número 68 de 1950, del Consejo de Seguridad Nacional, que se mantuvo secreto hasta 1975 y resolvía estar perennemente en guerra contra alguien. íbamos a luchar contra el comunismo donde quiera que se encontrara sobre la Tierra, aunque este no nos amenazara. Establecía de facto una guerra santa, como la que ahora tenemos contra el terrorismo y el Islam, igual de estúpida e igual de irrelevante.
«De modo que terminamos con un terrible presidente al frente del gobierno. Era tan malo que lo convirtieron en un ídolo. Todos los ignorantes admiran a Harry Truman, y no saben por qué. él terminó con la República y nos colocó en esta ola de conquista. Truman le gritaba a la gente que la Unión Soviética estaba avanzando. Que estaban a punto de tomar Grecia y que inmediatamente después iban a Italia, y entonces a Francia, y luego cruzarían el Atlántico. Escuchamos los ecos de Truman en este pequeño hombrecito de ahora, el señor Bush quien dice (imitándolo): “Tenemos que luchar contra ellos allá, o de lo contrario tendremos que combatirlos a ellos aquí…”. Y tales enemigos no tienen manera de llegar a los Estados Unidos para empezar una guerra. Pero ningún estadounidense puede poner en duda semejante delirio, sin que le pongan la etiqueta de anti-patriota o de tonto».
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—«El atentado terrorista ocurrido en Oklahoma en 1995 se explica según leyes de la Física: no hay acción sin reacción». Son sus palabras. Aludía al odio que ha sembrado Estados Unidos en el mundo y en su propio país. ¿Era una profecía?
—No conectaría este hecho con lo que ocurrió el 11 de Septiembre, al menos no directamente. Sabemos ahora que Timothy McVeigh no estaba solo, que había más gente involucrada. La administración Clinton —un gobierno muy norteamericano en el mejor sentido de la palabra— redactó regulaciones dacronianas sobre el terrorismo, simplemente para exorcizar el fantasma de Timothy McVeigh. Cuando ocurrió el atentado del 11 de Septiembre, sacaron de la gaveta estos papeles y los activaron todos.
«Hasta un niño de cinco años podría darse cuenta de que la solución a los ataques terroristas es simplemente policial. Fuimos atacados por una mafia. No puedes tener una guerra sin un país contrincante. Trate usted de explicar esto a los estadounidenses: ni siquiera saben lo que es un país. Han logrado que el 80 por ciento de ellos todavía no se haya enterado de que Saddam Hussein no es precisamente el mejor amigo de Osama Bin Laden. Creen que funcionan como una misma persona y que ambos nos atacaron el 11 de Septiembre. Todo es una gran bobería. No había conexión ninguna entre Saddam y Bin Laden, pero Bush quería completar el trabajo de su padre y mostrar que él era el más audaz de los dos. Quería ser recordado como el “Bush de Bagdad”, algo así como un Lawrence de Arabia».
—Esta semana, una encuesta de CBS registraba que el 75 por ciento de los estadounidenses desaprueban la gestión del gobierno en Iraq, mientras bajaba a niveles históricos el índice de aceptación del Presidente. ¿Será Bush el mandatario más odiado de la historia de Estados Unidos?
«Desde que Woodrow Wilson dejó el despacho oval en 1921, ningún presidente ha escrito sus propios discursos. El presidente lee lo que otros escriben. A veces está de acuerdo; a veces, no. Eisenhower leía sus discursos haciendo todo un descubrimiento. Durante su primera campaña electoral, el país se quedó asombrado cuando él, a mitad del discurso, dijo: “y si resulto elegido, iré a… ¡¿Corea?!” Estaba furioso. Nadie la había comentado nada antes de aquella promesa. Pero de todas formas, fue a Corea.
«Si tuviéramos unos medios de prensa interesados en la República y no en las ganancias, la historia habría sido diferente. Hay alguna esperanza. Después de todo Albert Gore ganó la elección en el 2000 por el voto popular, con 600 000 votos más que Bush. La intervención de la Corte Suprema y el truco en el conteo de los votos falsificaron el resultado de las elecciones. Nos convertimos de la noche a la mañana en una república bananera, sin bananas que vender. Ese es nuestro mayor problema ahora».
—Recientemente, Fidel afirmó que el gobierno de Bush ha conducido a su país «a un desastre de tal magnitud que, casi con seguridad, el propio pueblo norteamericano no le permitará concluir su mandato presidencial». ¿Lo cree usted?
—No me extrañaría. La administración Bush es tan extremista y hay gente ahí con las mentes tan vacías que serían capaces de comenzar a bombardear a Rusia, a Irán…, simplemente para desviar la atención de la otra guerra y para que el gobierno no se desmorone antes de tiempo. Ellos son expertos en fabricar los pretextos para crear el pánico.
«Espero que los demócratas que ahora toman posiciones de presidentes de comités legislativos, especialmente el judicial, lleven a estos generales al Congreso, los pongan bajo juramento y los hagan responder seriamente nuestras preguntas.»
—¿Qué es necesario para restaurar la República?
—Recuperar la gran advertencia de Franklin Delano Roosevelt, nuestro mejor presidente, en el discurso inaugural de su mandato, cuando el país colapsaba, el dinero escaseaba y los bancos quebraban. él dijo (imita a Roosevelt): “We have nothing to fear but fear itself” (No tenemos nada que temer, salvo al propio miedo.) Esa es la base de nuestra República. Le diría al pueblo norteamericano: no te dejes engañar por el miedo. Hay mucha gente en los Estados Unidos que gana dinero gracias al temor. Ese es su trabajo: asustarte.
«En estos días uno de los grandes titulares decía que el ejército le rogaba al gobierno que le diera dinero. ¡No tienen suficiente dinero para seguir haciendo el ridículo en Bagdad! Van a recaudar el dinero como sea, y no a costa de los ricos. Los ricos no tienen la obligación de pagar impuestos. Tampoco las corporaciones. Antiguamente el 50 por ciento de los ingresos de los Estados Unidos venían de los impuestos a las ganancias corporativas. Ahora pagan menos del 8 por ciento. Han liberado a todos sus amigos ricos de pagar impuestos para que hagan donaciones al Partido Republicano, con el compromiso de que éste seguirá diciendo mentiras al país y certifique que los patriotas son traidores. Ha sido un magnífico truco desde el punto de vista económico para ellos, pero un malísimo plan para nosotros, los estadounidenses. Y no nos gusta. Perdimos el Bill of Rights (Carta de los Derechos fundamentales) y la Carta Magna, en la cual se sustentaron todas nuestras libertades por más de 700 años. No, no ha sido esta ni será una época divertida».
TENEMOS UNA CRISIS DE DERECHO
—En sus memorias ha contado que John Kennedy le habló de los planes de la CIA para asesinar a Fidel y que la relación con los cubanos extremistas se convirtió en una pesadilla para él y para su hermano Robert. ¿Están vinculados estos grupos en la muerte de los dos hermanos?
—Jack (John) Kennedy perdió su vida por eso. Hay evidencias de que el asesinato de Kennedy lo cometió la mafia de Nueva Orleans y que en el crimen de Dallas estuvo involucrado un hombre llamado Carlos Marcello, que también trató de matar a Bobby Kennedy. Marcello fue un capo de los casinos en La Habana, amigo de Meyer Lansky y Santos Trafficante, que manejaba la mafia en Tampa, Florida. En una grabación del FBI, Trafficante dice: «Tenemos que deshacernos de Bobby». Marcello le dijo en septiembre de 1962 al investigador privado Edward Becker que un perro continuaría mordiéndote si le cortas su cola (refiriéndose al Procurador General de la República, Robert Kennedy), mientras que si le cortas la cabeza al perro (el Presidente John Kennedy) dejaría inmediatamente de molestar. Fue la sentencia de muerte para Jack. Robert Kennedy nunca investigó la muerte de su hermano por temor a verse involucrado en turbios asuntos en los que estaban entrelazados los cubanos de Batista y la mafia.
—Ellos llegaron a tener una enorme influencia en el país, y creo que esta es mucho menor ahora. Desde el principio, la Florida ha sido muy corrupta, desde los días de la Confederación. Si a eso le añades un montón de enojados seguidores de Batista, la situación allá empeoró con gente que tenía mucho dinero o se hicieron de muchísimo dinero. Se podía contar con ellos para apoyar cualquier cosa que sirviera para odiar más al Presidente Castro y para odiar lo que se estaba haciendo en la Cuba moderna.
«La Florida es un estado grande, un estado clave, con colegio electoral, que a veces decide las elecciones. A eso se suma la complicada maquinaria del siglo XVIII, que nos impide tener una democracia. A nuestros próceres no les gustaba la democracia. No me canso de repetir eso, y nadie me escucha, porque la prioridad es que le llevemos la “democracia” a Iraq y a todos los pobres países que la añoran».
—¿Está al tanto del caso de los cinco cubanos presos en Estados Unidos, por informar al gobierno de la Isla de planes terroristas en el sur de la Florida?
—Conozco el caso a través de los abogados, pero no por lo medios. Parece ser otra de las cosas idiotas que está haciendo nuestro gobierno. Tengo entendido que el Presidente Clinton y el Presidente Castro intercambiaron mensajes para detener a los terroristas de Miami, que habían puesto bombas en hoteles y en oficinas que enviaban turistas a la Isla. Los dos presidentes estaban de acuerdo con que esta situación debía ser detenida. Clinton le pidió al FBI que viniera a Cuba y Castro estuvo de acuerdo con eso. En vez de apresar a los terroristas, el FBI arrestó a los cubanos.
«Así que los Cinco —“The Cuban Five”, que es como se les conoce en los círculos legales de los Estados Unidos— están presos, cumpliendo cadenas que parecen eternas por haber obedecido a dos presidentes: uno de aquí, de la Isla, y otro, de Estados Unidos. Dos Presidentes que quisieron evitar que terroristas locos siguieran poniendo bombas y matando a civiles inocentes.
«La Junta que los apresó y los condenó, lo hizo sabiendo muy bien las consecuencias. La Junta de Gas y Petróleo Bush-Cheney no es tan estúpida como parece. Hace cosas malvadas, porque es así como mantiene todo bajo control. No creas que no aprendieron de las dictaduras del siglo XX. El caso de los Cinco es una prueba más de que tenemos una crisis de derecho, una crisis política y una crisis constitucional».
—Oliver Stone ha sido sancionado por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos por violar el bloqueo contra Cuba. Su delito es haber viajado a la Isla para realizar sus dos documentales sobre Fidel. ¿Es constitucional este tipo de medidas?
—Por supuesto que no. Es una violación. Pero el 11 de Septiembre hubo un golpe de Estado en los EE.UU., el primero en nuestra historia. Un golpe en el cual un grupo de gente deshonesta de una Junta petrolera usurpó el poder del Estado y tiró abajo el Congreso. Es un hecho único y los detalles conformarán algún día una gran historia.
—Suelo estar preparado para que no guste nada de lo que haga, diga o escriba sobre ese gobierno.
—¿Estás loca? ¡No! Nos dicen siempre que los cubanos detestan estar aquí. Que todos se mueren de hambre. Sacan esos cuentos que dicen que los hospitales son terribles y que nadie acude a ellos. Que los cubanos que se enferman van a la clínica Mayo en Estados Unidos. No hay mentira que nuestro gobierno no nos cuente cuando habla de Cuba. En Estados Unidos, la mentira es la lengua franca de la nación.
«Estuve conversando con 8 o 9 norteamericanos de Nueva York y Massachussets, que estudian Medicina en Cuba. Les pregunté si la preparación que recibían era tan buena como me habían dicho, y me respondieron que sí, que es mejor que cualquiera que pudieran obtener en EE.UU. ¿Por qué no hacemos nosotros lo mismo por nuestra gente y por la salud de otros pueblos? Los médicos cubanos están en los lugares más olvidados, desde áfrica hasta la jungla amazónica. Solamente si reponemos la Constitución, podríamos tener un país con aspiraciones y con éxitos como los de Cuba. No crea que no me siento celoso como norteamericano con lo que he visto en Cuba. Yo soy un gran patriota y tengo celos».
—¿Volverá?
—Jamás hago predicciones.
(Traducción: Margarita Alarcón)
Correo: digital@jrebelde.cip.cu
17 de diciembre de 2006 00:35:19 GMT
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