El canibalismo en la derecha política
por Rafael Luis Gumucio Rivas (Chile)
11 años atrás 4 min lectura
Además de ser derrotada por paliza en cuatro elecciones – la municipal de 2012, la parlamentaria, en 2013, y en la primera y segunda vuelta presidencial, en 2013 – la derecha hoy ni siquiera es una minoría políticamente respetable pues, al poco andar, luego de estos sucesivos fracasos, se agudiza y profundiza un proceso de balcanización, cuyo fin aún no se vislumbra.
Rodrigo Hinzpeter fue, ha sido y será el operador político del ex Presidente, Sebastián Piñera. No pocos mal pensados – qué niños más malos – sostienen, razonablemente, que detrás de todas las renuncias hasta ahora, así como las por venir, al zarandeado partido Renovación Nacional está la mano peluda del ex monarca millonario, Sebastián Piñera.
En nuestro reino, no es raro que el rey-presidente termine apropiándose de una combinación política, sobre todo si carece de ideología y de una estrategia clara. En el partido Renovación Nacional la presidencia ha sido comprada, durante varios años, especialmente por la riqueza de Carlos Larraín quien, generosamente, financiaba dirigentes y, preferencialmente, campañas parlamentarias. Aparentemente, el ciudadano Piñera no va a imitar la fórmula de Carlos Larraín – es bien conocida su avaricia en este plano – más bien pensamos que va a seguir el camino de potenciar una fundación que, seguramente, en su calidad de financista, le dará más rédito políticamente que adueñarse de un Partido en decadencia.
Históricamente, los partidos políticos de derecha no han sido capaces de equilibrar el poder personal de sus líderes con la dirección de los partidos. Jorge Alessandri, por ejemplo, nunca quiso supeditarse a los liberales y conservadores que integraban su gobierno pues, majaderamente, insistía en su carácter independiente de su gobierno con respecto a los partidos políticos; el resultado final fue la destrucción de ambos partidos tradicionales de la derecha – se podría decir que Alessandri fue un “terminator” -.
Confidencialmente, varios decenios después del gobierno de Alessandri, el ex Presidente Piñera repite la misma hazaña que su antecesor destruyendo así a su propio Partido y, por extensión, a la UDI. En su ambición por repetirse el plato, en 2017, no duda en aniquilar los sustentos políticos de una derecha anquilosada, cuyo único éxito la obtuvo con la dictadura de Augusto Pinochet. Dígase lo que se quiera, los dos gobiernos democráticos más recientes de la derecha han sido un verdadero fracaso desde el punto de vista político al menos, razón por la cual la ciudadanía ha hecho imposible su sucesión al “trono”.
Los medios de comunicación, en su mayoría adalides de la derecha, se han dedicado a inventar una imagen beatífica de Sebastián Piñera. tal vez con el objetivo de rescatarlo de las cenizas del olvido. Si los méritos de la persona del ex mandatario y, en general, de su gobierno, correspondieran a la realidad, lo lógico hubiera sido que alguno de sus “delfines” continuara su trayectoria, pero ocurre todo lo contrario: en su mayoría, son personajes de una mediocridad sin límites y lo peor, es que carecen de carisma y de liderazgo político – véase Andrés Allamand, Alberto Espina, y otros como Manuel José Osandón hacen profesión de anti-piñerismo, como si fuera su “ballena blanca”.
Al considerar este triste panorama de la derecha, carente de doctrina y sin rumbo, es obvio que el único candidato posible del conglomerado es Sebastián Piñera y, hacia esa meta se orientan movimientos como Amplitud, Evópoli y Horizontal, que no tienen nada de derecha liberal, si esta entelequia aún existiera en Chile. A mi modo de ver, estos nuevos intentos de agrupaciones políticas, no son más que chalupas de gran Trasatlántico del piñerismo personalista.
Si pudiéramos definir, en pocas palabras, al gobierno que terminó recientemente, lo calificaría como la “banalidad de la política y del poder”, y a su Presidente como a un humorista que se dio el lujo de agregar a sus millones de dólares la banda presidencial, con el propósito de para mostrarla a sus nietos.
Si en algo se parece Piñera a José Joaquín Pérez, Ramón Barros Luco y Juan Luis Sanfuentes, entre otros mandatarios, es el convertir el ejercicio del poder – que se supone formal, solemne y republicano – en algo frívolo, banal, mundano y vulgar; bastaría de sus abundantes malos chistes aquel cuando dijo que “iba a inaugurar- luego de dejado el poder- el living y el comedor de su casa”. En este sentido, el humor de Ramón Barros Luco era muy superior – como aquel de un gobernador que le mandó decir que “todas las fuerzas vivas de la provincia pedían que continuara en el cargo – a lo cual respondió el Presidente – no les haga caso”.
Ante el derrumbe actual de la derecha, al gobierno no le queda más que oposición de los movimientos sociales que, de seguro, van a luchar por poner fin al modelo neoliberal.
16/03/2014
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