24 de febrero de 2020
Resulta extraña, por no decir otra cosa, la unanimidad de los medios al informar casi de pasada sobre el atentado terrorista en Hanau, unanimidad en el sigilo que se corresponde punto por punto con la escasa repercusión que esta masacre ha obtenido en las redes sociales. Ni mensajes de apoyo ni recordatorios ni banderitas alemanas, a pesar de los cientos de manifestantes que guardaron vigilia en el lugar del atentado, en Berlín y en otras ciudades, conmemorando a las víctimas de la matanza. Debe de ser que los medios andan muy atareados con la aparición del coronavirus en Italia, donde se han cerrado colegios y se han cancelado carnavales, como para perder minutos y páginas en dos tiroteos con diez víctimas mortales entre los que, curiosamente, no se encuentra un solo europeo.
No hace falta remontarse muy atrás para recordar la avalancha informativa con la que televisiones y periódicos ilustraron los diversos ametrallamientos mortales en París o los apuñalamientos en Londres. No me hagan mucho caso, pero es muy posible que la razón estribe en que una cosa es el terrorismo islamista, que merece portadas, banderitas y miedo a toneladas, y otra muy distinta el terrorismo neonazi, que es un virus conocido en el continente desde hace un siglo y que no asusta a casi nadie, probablemente porque ya estamos acostumbrados.
También en Alemania, hace dos semanas, se procedió al arresto de un grupo de extrema derecha que planeaba una ola de atentados contra mezquitas y centros islámicos al estilo de la matanza de Christchurch, en Nueva Zelanda, que se llevó por delante a 51 musulmanes en marzo del año pasado. Poco después, en junio de 2019, un neonazi asesinó al alcalde de Kassel, Walter Lübcke, por su política favorable a la acogida de refugiados. Y en octubre fue detenido un negacionista del Holocausto tras intentar atacar una sinagoga en Halle y ametrallar a una mujer que paseaba por las inmediaciones.
Las estadísticas aseguran que durante los cinco últimos años el terrorismo de ultraderecha ha aumentado un 320% en Europa, Norteamérica y Oceanía. Ali Soufan, el mismo agente del FBI que intentó alertar en vano sobre la inminencia del atentado en las Torres Gemelas, lleva tiempo advirtiendo que la mayor amenaza a la que se enfrenta occidente son las células terroristas de extrema derecha cuyo epicentro se halla localizado en Rusia y en Ucrania. Hay una miríada de grupos paramilitares, desde el Batallón Azvov a la Legión Imperial, en estrecho contacto con organizaciones supremacistas de Estados Unidos, como el Rise Above Movement y la Atomwaffen Division.
Sin embargo, es mucho más cómodo pensar que Tobias R., el autor de la masacre de Hanau, no es más que un pobre chalado que odiaba a los musulmanes y que decía tener poderes telepáticos. Otro pobre chalado como Anders Breivik, que mató a 77 personas en la isla de Utoya animado por sus ideas xenófobas. Cualquier día nos vamos a despertar con unos rascacielos derrumbados o unos trenes reventados a bombazos en nombre de Hitler, no de Alá, y a lo mejor nos espabilamos un poco. Mientras tanto, sigamos con el coronavirus.
-El autor, David Torres, es escritor español. Columnista habitual del diario Público.es. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid, ganó su primer premio en 1999 (con Nanga Parbat) tras publicar diversos relatos y poemas en las revistas Cartographica, Poeta de Cabra y Ariadna, el título más traducido de Ediciones Desnivel, con versiones en francés, polaco e italiano. En Público.es , 24.02.20
*Fuente: OtherNews
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