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El árbol de la libertad de Locquenolé

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Escribe Luis Casado – vísperas del 14 de julio de 2019

arbolAlgunas almas tristes se empeñan en empañar la memoria de la Revolución Francesa y, durante siglos, han vaciado sus odios y sus rencores en las figuras señeras de Robespierre, Saint-Just, Marat y otros revolucionarios. Lo cierto es que la República, o sea el rechazo al Antiguo Régimen que consagraba los privilegios de casta de la nobleza y el clero, caló muy hondo en el pueblo francés.

El año pasado, un día de esos, regresando a París desde el Finisterre, a la cuadra de Morlaix me nació el capricho de desviarme hacia la costa, para llegar hasta Carantec. En el camino me detuve en un pueblito de nada, algo más que una aldea, situada en la ribera sur de la bahía que el Mar de la Mancha prolonga tierra adentro en una ría estrecha, ya profunda, ya seca, al ritmo de las mareas bretonas.

Mi proyecto se limitaba a beber un café y a admirar los incomparables paisajes que un mar bravío esculpió en una región famosa por vivir del mar, hacia el mar, en el mar y con el mar. Así llegué a Locquenolé, o Lokenole si adoptamos la lengua bretona, cada vez más practicada a pesar de siglos de dominio del francés, lengua común impuesta por la escuela de la República.

En la pequeña plaza del lugar, apenas un square limitado por la infaltable iglesia, me topé a boca de jarro con “El Árbol de la Libertad”. El frondoso follaje ostentaba la canónica edad de 224 años, contando desde día de gloria en el que fue plantado para dejar un testimonio eterno de las motivaciones de quienes se dieron el trabajo de ponerlo allí, donde lo encontré. Una placa cercana al tronco añoso cuenta la Historia:

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“El Árbol de la Libertad. Gwezen ar frankiz.
Viva la montaña. En nombre de la ley, este día del 30 nivoso del año II de la República Francesa (19 de enero de 1794 en el calendario gregoriano. N del A), a las dos de la tarde, el consejo general de la comuna de Locquenolé, presidido por el ciudadano Christophe Jourdren, agente nacional provisorio, nos dirigimos, seguidos de los buenos ciudadanos de la comuna, al centro de la principal plaza de la villa, en donde una fosa había sido cavada con el proposito de plantar El Árbol de la Libertad, los campaneros habían sido enviados y habiéndose presentado un gran número de ciudadanos, fue plantado el árbol ante las aclamaciones del pueblo, sumergido de alegría al ver plantar un monumento que le dará testimonio a la posteridad del amor que la mencionada comuna siempre tuvo por la libertad, el amor de las leyes y el apoyo a la República. Ciudadanos y ciudadanas danzaron en torno al Árbol de la Libertad hasta la noche.
En Locquenolé, el mismo día y mes y año que más arriba, firmamos…”

Hoy por la tarde, tirando hacia la noche, asistiré a los fuegos de artificio y al baile popular que organiza el municipio de Blennes, la aldea en que vivo ahora. Toda la comuna, fundada hace más de mil años, y que a lo largo de su existencia viera pasar los soldados de Julio César y colmulgar en su pequeña iglesia al rey François I, no logra juntar, en sus 14 aldeas, más de mil electores inscritos.

Los festejos tienen el mismo propósito que la plantación del Árbol de la Libertad en Locquenolé hace 225 años: recordar con emoción y con gratitud a quienes hicieron posible el nacimiento de la más gigante utopía de los tiempos modernos: una sociedad presidida por los principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad por los que murieron ante los ejercitos de las monarquías de Europa miles de Sans-Culotte, esos hermanos nuestros, extraídos de las capas más pobres de la Francia de ese entonces.

El baile de esta noche, repetido en decenas de miles de comunas de Francia, será un homenaje a los revolucionarios de 1792, y un compromiso solar, luminoso y alegre a no permitir que tales ideas mueran jamás.

Citoyens… Salut!

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