Tres horas no es nada, qué febril la mirada: sobre la fugaz visita Papal a La Araucanía
por Diego Ancalao Gavilán (Chile)
7 años atrás 4 min lectura
13 enero, 2018
Cuando vino el Papa Juan Pablo II en 1987 dijo: “… me alegro de saludar al pueblo mapuche, que cuenta con su lengua, su cultura propia y sus tradiciones peculiares”. Y su alegría de saludar no pasó más allá que eso, un simple saludo, y continuamos sin reconocimiento de derechos colectivos. También dijo que “los pobres no pueden esperar”, a pesar que el Vaticano cuenta con uno de los tesoros más grande del mundo en oro, los pobres siguen esperando. Ni siquiera es capaz de financiar los viajes de su Jefe político, por lo menos a países pobres. Su visita a Chile tiene un costo de 11.000 millones de pesos, gran parte de los que deberemos aportar todos los chilenos, seamos católicos o no.
La pregunta que surge es: ¿cuántas viviendas sociales, atenciones médicas o becas indígenas se podrían financiar con estos recursos? Esta discusión no es un asunto de fe, respecto de si el Papa es o no el Vicario de Cristo, es decir, si representa a Cristo en la tierra; el asunto es en cuanto Jefe de Estado. Cuando un Jefe de Estado viaja su país lo financia, sobre todo si su Estado posee abultadas reservas financieras, patrimonio, acciones y otras participaciones en capitales en importantes plazas financiaras y sociedades, incluyendo una de las mayores industria de armamento del mundo, Pietro Beretta.
Mientras tanto en La Araucanía el obispado de Temuco, preocupado por los pobres y la segregación de los pueblos indígenas, ha reunido a voluntarios para trabajar en “los ornamentos que acompañarán al Papa en su visita y que se han inspiran divinamente en las culturas ancestrales de Chile”; por su parte, el director de la Comisión Nacional de la Visita del Papa dijo que este va a La Araucanía por ser esta la región más pobre, donde se registran más episodios de violencia, más mapuches detenidos y donde se han producido ataques contra iglesias. Si bien es cierto que no estamos hablamos de un líder espiritual como Gandhi, que tenía muy clara la liberación de los pueblos oprimidos, o Martin Luther King, que afirmaba que somos todos iguales ante los ojos de Dios y que no tenía por qué un grupo de hombres arrebatar los derechos políticos, civiles y económicos, cabe preguntarse: ¿en qué podría ayudar la vista del Papa a La Araucanía?
Nos bastaría con que el Papa, como representante del Estado Vaticano, diera un mensaje sobre su propia Carta Pastoral hacia los Pueblos Originarios. Esta Carta reconoce los derechos colectivos de los pueblos indígenas (punto 25), promueve la modificación del marco normativo de los Estados para que superen el integracionismo y reconozcan efectivamente a los indígenas como pueblos (punto 27) y pide hacer lo posible para que se garantice a los indígenas una educación adecuada a sus respectivas culturas, comenzando con la alfabetización bilingüe (punto 26).
Lo mínimo entonces que se esperaría es que conmine, en primer lugar, a los políticos católicos que defienden posturas ultra conservadoras o fundamentalistas, como José Antonio Kast, al verdadero cristianismo del amor y la compasión, que reconozcan constitucionalmente a los pueblos originarios y que proclamen a Chile como un Estado Plurinacional; y, en segundo lugar, que exija a la Iglesia Católica que devuelva los títulos de Merced y que termine los litigios de tierras que esta tiene con comunidades indígenas, como el Seminario San Fidel, sector de Licanko en Padre Las Casas, donde la comunidad cuenta con el título de merced respectivo pero la Iglesia sólo ha respondido con la solicitud de desalojos y cárcel o el caso de llayipulli en Teodoro Smith, donde comunidad sólo después de largas movilizaciones logró que la Iglesia devolviera la escuela a la comunidad.
La Iglesia Católica aún tiene una gran deuda con los pueblos indígenas del mundo. Basta recordar que fue la Iglesia Católica la que mediante una Bula del Papa Nicolás V autorizó y fomentó el comercio de esclavos, la mayoría indígenas americanos y africanos, el 18 de junio de 1452 exhortando a “… subyugarlos y obligarlos a una eterna servidumbre”, sistema ignominioso que perduró por siglos en las haciendas y en las propiedades de la propia Iglesia. A este respecto, el Papa Juan Pablo II pidió perdón por la esclavitud pero culpó a los colonizadores como si estos no fueron acérrimos católicos, obviando que el tesoro en oro acumulado por el Vaticano fue a costa del trabajo y la muerte de millones de indígenas.
Los actos de justicia son el camino para el buen vivir, sin justicia ninguna sociedad puede vivir en paz, la pobreza y los derechos arrebatados a los pueblos originarios son una violenta injusticia: nunca será tarde para que la Iglesia Católica contribuya a la justicia más allá de las buenas intenciones.
*Fuente: El Mostrador
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