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Ernesto Che Guevara, el santo que jamás será canonizado

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«La única vez en mi vida en que vi a mi padre llorar, fue el 10 de octubre de 1967: la radio acababa de anunciar la muerte del Che », me contó un día un hombre de teatro del Kurdistán de Irán, que conocí en un café parisino. El montañés kurdo no fue el único que lloró. Pero no todos lloraron. Para los maoístas que éramos, la muerte del Che significaba la derrota – quizá definitiva – de la teoría del foco (foco de guerrilla rural creado por un pequeño grupo de combatientes), popularizada entonces en Europa por Régis Debray.

Partidarios de la « guerra popular prolongada» el modelo chino puesto en práctica  por los vietnamitas bajo la dirección del brillante general Giap, arquitecto de la victoria de Dien Bien Phu-, considerábamos que toda repetición de la experiencia cubana estaba condenada al fracaso. Los hombres del Granma se habían beneficiado del efecto de sorpresa, de la corrupción que gangrenaba el régimen de Batista y suscitaba un hartazgo generalizado, y de la neutralidad del Imperio yanqui. Su victoria había suscitado contramedidas de todos los aparatos de contrainsurgencia establecidos en las Américas bajo la dirección  de la CIA, la DIA* y la Escuela de las Américas, todavía instalada en Panamá.

El grupo de guerrilleros llevados por el argentino asmático a Bolivia iba a descubrirlo rápidamente siete años más tarde, como ya lo habían experimentado en el Congo dos años antes. El Imperio estaba decidido a no dejarse tomar por sorpresa. Y en Moscú, se había decretado el final de la guerra fría, inaugurando la era de la coexistencia pacífica con el enemigo atávico. Las consecuencias para los combatientes de la « zona de las tormentas» (Asia, África, América Latina) fueron devastadoras: todos los partidos comunistas alineados con el Kremlin eligieron la «vía pacífica al socialismo», renunciando a la lucha armada y excluyendo totalmente a los que, generalmente en sus organizaciones de juveniles, que la propagaban, tachándolos de «militarismo, izquierdismo, putschismo (golpismo), maoísmo, hitlero-troskismo, anarquismo» y otros epítetos infamantes.

En 1965, los generales indonesios hicieron un golpe de Estado contra el presidente Sukarno y se libraron a un verdadero genocidio, deportando  y masacrando a un millón de comunistas y supuestos como tales. El PKI, el partido indonesio, se había alineado con Moscú, gravando a los comunistas chinos y sus simpatizantes de aventureros, y había renunciado a la lucha armada, eligiendo apoyar «el aspecto positivo» del régimen Sukarno, representando a la «burguesía nacional». Rehicieron así la experiencia de los comunistas chinos, que en dos ocasiones, en 1923 y 1936, por orden del Pequeño Padre de los  Pueblos, el genial camarada Stalin, había constituido «frentes unidos» con el Kuomintang, representando también la burguesía nacional. Los dos frentes unidos habían resultado ser fracasos sangrientos.

En los cuatro rincones del Tercer mundo, y también del Primer Mundo, los jóvenes revolucionarios en la búsqueda de la «justa vía» se habían entusiasmado por las tomas de posición chinas contra el hermano mayor soviético. Contra el Imperio y sus vasallos locales, la lucha armada era la única vía. Pero no cualquier lucha armada.

Un día de enero de 1966 en La Habana, durante  la Conferencia de Solidaridad con los Pueblos de Asia, África y América Latina, un uruguayo se dirigió al delegado vietnamita que dejaba la tribuna al terminar su ponencia bajo aplausos frenéticos. «Camarada, admiramos su heroica lucha pero, por desgracia, nosotros no tenemos montañas», dijo el uruguayo. La respuesta del vietnamita fue: «Camarada, la montaña más alta, es el pueblo». Este fue un resumen genial de todo lo que implicaba la doctrina de la «guerra popular prolongada». Si los chinos y los vietnamitas habían ganado sus guerras de liberación, era porque habían estado como un «pez en el agua» entre el pueblo, porque habían organizado zonas liberadas y autogestionadas para proporcionar la base alimentaria a la resistencia y porque habían cercado las ciudades, controladas militar, política, económica y, sobre todo, ideológicamente por el enemigo, a partir de las campañas, basándose en las masas «fundamentales», campesinas y las minorías étnicas, los indígenas, resumidamente los «salvajes».

Esto, Che Guevara, blanco y urbano, no lo había comprendido. Lo pagó con su vida. Otros militantes blancos y urbanos que vinieron después de él  lo comprendieron y lo pusieron en práctica, sobre todo los zapatistas mexicanos, cuyo primer núcleo estaba constituido por sobrevivientes de grupúsculos de guerrilla urbana, pero también Álvaro García Linera, actualmente vicepresidente de Bolivia, que aprovechó los cinco años pasados en prisión, de 1992 a 1997, por su participación en el Ejército guerrillero Túpac Katari, para reflexionar sobre la experiencia colectiva de los movimientos populares bolivianos, mayoritariamente indígenas, y sacar conclusiones “gramscianas” (apuntando a la hegemonía cultural antes de considerar cualquier toma de poder).

Pero el fracaso militar del Che fue su victoria cultural. Se convirtió en el Mártir Supremo de la Revolución, y no solamente en América Latina. Los pueblos de tradición católica lo convirtieron en un santo, los de cultura musulmán en un shahid (=testigo, mártir). La dimensión humana, demasiado humana, humanista, de su combate, sigue siendo una fuente de inspiración en todas partes. Su última fotografía, la de un Cristo laico rodeado de asesinos y judas, marcó duraderamente la memoria humana. Y este santo seguirá siendo laico. Aun si João Pedro Stedile, el líder del Movimiento de los  Sin Tierra de Brasil, propusiera a su amigo al Papa argentino, ¡canonizar a Ernesto Che Guevara – ya le propuso al Vaticano canonizar… a Antonio Gramsci! -, es poco probable que la Curia romana corra el riesgo de seguirlo. No exageremos, por favor.

*DIA: Agencia de Inteligencia de la Defensa (del inglés: Defense Intelligence Agency, DIA) [NdlaT]



Gracias a: Tlaxcala
Fuente: https://bastayekfi.wordpress.com/2017/10/08/ernesto-che-guevara-le-saint-qui-ne-sera-jamais-canonise/
Fecha de publicación del artículo original: 08/10/2017
URL de esta página en Tlaxcala: http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=21732 

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