Ecuador: El berrinche de la derecha y la máquina de post verdades
por Irene León (Ecuador)
8 años atrás 9 min lectura
ALAI AMLATINA, 13/04/2017.- Lentas son las reacciones de las gentes ‘progre’ frente a las post verdades pues hasta que ellas se indignen al conocer la tergiversación o la mentira, se pongan de acuerdo, escojan el argumento y nombren la vocería adecuada para posicionar la verdad, ya las raudas maquinarias de falsificar verdades para provocar emociones en la opinión pública, pasaron a otra mentira.
Es un círculo vicioso interminable, para desgastar desmintiendo, mientras a través de los medios de comunicación y las redes sociales se multiplica al infinito el deslumbramiento efímero que producen las mentiras constantemente renovadas. Por su parte la verdad es desmantelada en público, cuestionada y minimizada, a tal punto que hasta las evidencias tangibles se relativizan, dependiendo de quien las mire y desde que ángulo lo haga.
Es un golpe a la ética en la política que los movimientos progresistas han procurado generar a través de sendas búsquedas de horizontalidad y transparencia. Es también un atentado a las culturas diversas, no inmersas en la inmediatez de la comunicación consumista, que siguen creyendo en la validez de lo relacional y en la palabra dada, mientras los cálculos de la post verdad hace de estas una presa fácil.
Decenas de ‘post verdades’ configuran el escenario post electoral ecuatoriano, donde la derecha insiste en posicionar la versión de un fraude en la segunda vuelta (2 de abril 2017) de unas elecciones presidenciales observadas con lupa por propios y ajenos, que concluyó con la victoria de la candidatura de la Revolución Ciudadana, el binomio Lenín Moreno – Jorge Glas.
La pieza central de esta avalancha de ardides es un postulado que, más allá de lo electoral, apunta a deslegitimar las instituciones públicas y la institucionalidad democrática, para suplantarlas por instancias privadas y reglas del juego producidas por y para los poderes fácticos.
Así, en el reciente ballotage, la derecha ecuatoriana pretendió colocar por encima del Consejo Nacional Electoral un ‘sistema electoral’ propio, que tenía que anunciar su victoria como único resultado posible. De hecho, con un guion previamente anunciado, se produjo la puesta en escena de una victoria apócrifa del banquero Guillermo Lasso (CREO), conferida por un medio de comunicación privado, sobre la base de los datos de una encuestadora también privada.
Fue una suerte de reality show, en el que se consumó en vivo la designación presidencial mediática y su fugaz celebración, interrumpida por el retorno a la realidad que impuso el resultado del conteo de votos verídicos y los resultados oficiales. En el mismo programa de televisión, el banquero desacreditó al Consejo Nacional Electoral e invitó al segundo episodio del reality, también previamente anunciado: la batalla en las calles para denunciar un supuesto fraude.
Desde las calles, sin ningún impedimento institucional de por medio, se puso en escena una tarima permanente para canalizar diversas aproximaciones de lucha contra la “dictadura” de la Revolución Ciudadana y por la “recuperación de la democracia”, allí se evidenció inclusive que el plan era desalojar al presidente Rafael Correa y no sólo impedir la asunción de Lenín Moreno a la presidencia, para lo cual hasta se insistió en llamados a las Fuerzas Armadas a vulnerar la institucionalidad democrática.
Con los medios y las redes sociales como co protagonistas, las post verdades pasaron a convertirse en referente, lo falso se mostró como más sugerente que la verdad. En la escena siguiente, se enarboló la figura del ‘resistente heroico’, en lucha callejera para “defender el voto e impedir el fraude” y, más aún, para echar a los “fraudulentos corruptos de Alianza País”, o quizá mejor encarcelarlos a todos antes de que escapen. El odio capturó mentes y corazones de un grupo pequeño pero proyectado mediáticamente, sin proporción alguna, como representativo de la mitad del país.
Nunca llegó la derecha a documentar debidamente las presuntas irregularidades para sustentar el fraude, de modo que la impugnación a los resultados planteada ulteriormente, también se presentó como un episodio adicional del show mediático.
En esa misma línea, los llamados a la violencia de Guillermo Lasso y su binomio, son invariablemente seguidos de un post que invita cordialmente a lo contrario, con una imagen siempre cuidadosamente trabajada. Es el reino del simulacro, pues el mismo Lasso que en una bravuconada machista llama agresivamente a la movilización hablando de ‘huevos’ metafóricos y reales, aparece en otra escena como una sosegada víctima. La ambivalencia es usada para lanzar mensajes autoritarios, con juegos de imagen y apariencias que tienen que convencer. Así, casi todo el mundo sabe que la versión de fraude es ficticia, pero es parte del juego aferrarse a cualquier argumento fraguado para conservar esa parodia. Es fraude y punto, afirma alguien que convoca en las redes sociales.
Bajo esas modalidades, mientras más se comunica más los contenidos se banalizan, los conceptos y los símbolos se vuelven lugares comunes, la democracia y las libertades son evocadas para exigir a la autoridad electoral que exhiba unos resultados similares a los que fueron mostrados en el reality show que patrocinó el banquero. Pero como eso no sucede, arden las redes sociales y a través de ellas se estimula la adhesión grupal, que es una de amistades virtuales, invitadas a sumarse a algo y sublevarse por algo. Son revueltas de red social, que en campaña política se convierten en un vertedero para arrojar los insanos sentimientos despertados por las post verdades, como también para botar simples mentiras, odios y otras inmundicias.
Con las emociones removidas por las post verdades, la adhesión a los llamados a la violencia se potencian, la adhesión digital se amplifica y hasta se pretende suplantar, por esa vía, a las causas de verdad, con gente de verdad, con movimientos y procesos organizativos de verdad. A fuerza de tweets y otros mensajes, las afirmaciones de red se convierten en verdades y cualquier trending topic se posiciona como más relevante que un hecho genuino.
Es con ese `acumulado´ virtual y con gente pagada para movilizarse, como se evidenció en Quito en el campamento armado por la oposición frente al Consejo Nacional Electoral, que la derecha construye el simulacro del país movilizado para denunciar el ‘fraude’ y respaldar al banquero.
Paradójicamente, al amparo del respeto al derecho a la resistencia y a la libertad de expresión, afianzados por la Revolución Ciudadana, la violencia crece y se multiplica, las demandas de la oposición incluyen llamados a incendiar Quito, a arrastrar al presidente Correa, a emplazar a las Fuerzas Armadas a tomar el poder, entre otros. El ex candidato a la vicepresidencia, Andrés Páez (CREO), que en 2015 lideró unas movilizaciones de camisas negras para desestabilizar al gobierno de Rafael Correa, no cesa de repetir que se trata de erradicar al `correismo´ y que para lograrlo esta es una ocasión irrepetible.
Para sustentar esto último, aparecen a diario los más sensacionalistas inventos, que se suman a las decenas de “post verdades” que se fraguaron en campaña, entre ellas: que se habían vendido la provincia de Galápagos y la región amazónica a China, o que mercenarios caribeños atacaron a Lasso. Pero, sin duda, una de las post verdades más influyentes apareció en el marco de las eliminatorias del mundial de fútbol, con la exhibición de un cheque que se presentó como la evidencia de una supuesta compra de entradas por parte de “una entidad del gobierno” que nunca llegó a ser nombrada. La mentira fue posicionada en la campaña electoral como una evidencia de la corrupción de la Revolución Ciudadana e incluso fue usada como prueba de un “complot” para agredir al candidato de la derecha, que el sí había organizado una presencia proselitista en ese escenario deportivo. El revuelo mediático hizo lo suyo al punto que, cuando la Federación Ecuatoriana de Fútbol explicó que el mencionado cheque nada tenía que ver con esos hechos, ya casi nadie le hizo caso. Es más, la falacia sigue repitiéndose en los medios, obviando toda información sobre la verdad.
Pero si los ejemplos anteriores pueden ser catalogados como simples rumores y mentiras, también hay post verdades más ideológicas, que se construyen desde alguna fracción de la verdad, es un ejemplo aquella que posiciona que el presidente Rafael Correa deja un país dividido, mientras todo registro histórico reconoce que la República nació dividida y hasta escindida por los rezagos del colonialismo, por el racismo y ulteriormente por las fuerzas del capital que potenciaron el clasismo y la exclusión. Claro está, cualquier índice confiable mostraría que las polarizaciones han disminuido en estos diez años, así: la disminución de la pobreza de 36.7% a 23.3%, mientras la pobreza extrema disminuyó en más de 8 puntos en el mismo periodo.
Una ‘post verdad’ post electoral muy popular en los medios, posiciona como imperceptible y por lo tanto se insinúa como reversible, la diferencia de 2.3% de votos que otorga la victoria presidencial a Lenín Moreno, obviando que el registro histórico muestra que los ballotages casi siempre concluyeron con mínimas diferencias. La excepción de esta constante fue Rafael Correa, que se alzó con victorias en primera vuelta y con históricos márgenes de diferencia.
En fin, si bien la falacia como elemento consustancial de las estrategias de la derecha para bregar por el poder no es nueva, si lo son los alcances y la legitimación política que se quiere lograr con el posicionamiento estratégico de la impostura, el show mediático y la adhesión en redes.
Del lado de la izquierda y el progresismo, con la ética como línea básica para la construcción de una nueva cultura política, se abren todos los espacios para que brille la verdad, se exhiben datos y cifras, se muestra que cientos de observadores nacionales, internacionales y hasta la OEA, invitada por pedido de la derecha, certificaron y hasta felicitaron al sistema electoral ecuatoriano. Se presenta como un número importante de gobiernos e instituciones internacionales reconocen y felicitan la victoria presidencial de Lenin Moreno, pero la derecha y sus dinámicas de post verdad reiteran: hubo fraude y punto.
Desde otro ángulo de mirada: ¿se podrá llamar lucha por la democracia a la pretensión de suplantar la institucionalidad pública y democrática por una privada, pagada por un candidato?, ¿se podrán registrar como derecho a la resistencia las amenazas de muerte al presidente del Consejo Nacional Electoral o los llamados a incendiar Quito, en lugar de documentar lo que se denuncia sin pruebas?…
Mientras se desmienten las mentiras y se llega a la evidencia de que no se trata de protesta ni de derecho a la resistencia, sino de una estrategia sostenida para deslegitimar la institucionalidad democrática del país impulsada por la Revolución Ciudadana, el presidente Moreno iniciará su mandato con conatos de violencia, como no se habían visto en Ecuador desde hace una década, pues la apuesta de la derecha consiste, además, en impedir que Correa regrese, a tal punto que sus calentamientos de calle, a más de buscar el poder a toda costa, siguen apuntando a destruir la imagen del presidente en funciones, pues temen que en cuatro años vuelva a ganar en primera vuelta, con distancias inapelables y que la revolución se afiance como proyecto histórico.
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Esta cultura «líquida» como la llaman los sociólogos ha usado como herramienta la «liquidación» del lenguaje sustituyendo las antiguas expresiones éticas por otras reblandecidas que no hacen blanco en nuestras emociones. Y la Ética se sostiene en nuestros valores usando las emociones como camino. Me explico Mentira versus Post Verdad. Son lo mismo pero uno sabe lo que es una mentira en cuanto a objetivo y quién es un mentiroso, Y no es lo mismo si me llaman del colegio de mi hijo para decirme que es un mentiroso, que decirme que es un «creativo de la Post Verdad».
Esta liquidificación del lenguaje hace que comulguemos con ruedas de carreta, sin derecho ni siquiera a enojarnos. Así la antigua «mentira» que estaba codificada como una falta grave desde los tiempos de Hammurabi, es tomada livianamente como posible y absolutamente perdonable.
Lo mismo los robos y los ladrones. Lo mismo los asesinatos y los asesinos, que si pasan de 100 es una «masacre» y nadie carga con la culpa.