La fábula de Las Abejas y la corrupción de la casta política
por Rafael Luis Gumucio Rivas, padre (Chile)
10 años atrás 4 min lectura
08.02.2016
Bernard Mandeville, famoso fabulista – de fines del siglo XVII y comienzos del 18 – tuvo una gran influencia en la escuela austriaca de F. Hayek, y bien podría servir para justificar la corrupción de la casta política, basado en el lema de que los “vicios privados son beneficios públicos”. En esta fábula de Las Abejas escribía:
“Había una colmena que se parecía a una sociedad humana bien ordenada. No faltaban en ella ni los bribones, ni los malos médicos, ni los malos sacerdotes, ni los malos soldados, ni los malos ministros. Por descontado tenía una reina. Todos los días se cometían fraudes en esta colmena; y la justicia, llamada a reprimir la corrupción, era ella misma corruptible. En suma, cada profesión y cada estamento estaban llenos de vicios. Pero la nación no era por ello menos próspera y fuerte. En efecto, los vicios de los particulares contribuían a la felicidad pública; y, de rechazo, la felicidad pública causaba el bienestar de los particulares. Pero su produjo un cambio en el espíritu de las abejas, que tuvieron la singular idea de no querer ya nada más que honradez y virtud. El amor exclusivo al bien se apoderó de los corazones, de donde surgió muy pronto la ruina de toda la colmena. Como se eliminaron los excesos, desaparecieron las enfermedades y no se necesitaron más médicos. Como se acabaron las disputas, no hubo más procesos y, de esta forma, no se necesitaron y ni abogados ni jueces. Las abejas, que se volvieron económicas y moderadas, no gastaron ya nada: no más lujos, no más artes, no más comercio. La desolación, en definitiva, fue general. La conclusión parece inequívoca: Dejad, pues, de quejaros: sólo los tontos se esfuerzan por hacer de un gran panal un panal honrado. Fraude, lujo y orgullo deben vivir si queremos gozar de sus dulces beneficios”
Sería una estupenda idea que la casta política, en especial la UDI, recurrieran al filósofo, fabulista y moralista Mandeville para justificar los altos niveles de corrupción en que están sumidas, hoy por hoy, tanto la clase empresarial como la política. El presidente de la UDI, al buscar el acuerdo con el gobierno, con el objetivo de echar tierra a las graves aristas de corrupción política, especialmente en el caso PentaGate – al parecer, el gobierno esta vez ni pisó el palito al declarar que la justicia debe cumplir su cometido, sin embargo, pasan los días y el Servicio de Impuestos Internos no formaliza a los implicados ante el fiscal de delitos de alta complejidad.
Como la UDI no tiene argumentos válidos y convincentes para defenderse de las graves acusaciones de delitos en que han incurrido los candidatos, van a buscar la vía de implicar transversalmente a todas las fuerzas políticas en estos asuntos de corrupción y ¡bienvenido sea!
En el fondo, la ley dictada por el acuerdo entre el Presidente profesor Ricardo Lagos y el profeta Pablo Longueira no pudo ser más inmoral, pues al mantener en secreto los aportes que distintas empresas dan a los políticos, sólo han logrado agregar más opacidad a una política, cada día más dependiente de los negocios, que convierte a los políticos en yanaconas, sirvientes y lacayos de los empresarios.
Es evidente que la única forma de poner una barrera entre el mundo de los negocios y la política es suprimir, radicalmente, el aporte de las empresas a las campañas electorales y, a su vez, combatir el lobby, penando drásticamente, incluso con la pérdida de su cargo, a aquel candidato que reciba prebendes de lobistas y empresas privadas.
Mandeville no sólo fue un gran moralista, que inspiró la idea de “dejar hacer, dejar pasar”, sino también, según autores, fue un consumado crítico de la hipocresía de su tiempo, sobre todo, del moralismo protestante, en la Holanda de fines del XVII. En los textos de este fabulista se puede encontrar una crítica muy radical a la interpretación de la caridad cristiana y, además, se puede encontrar la famosa idea de la derecha chilena, de la “puerta giratoria” que, según Mandeville, la blandura de los jueces era la causante de la propagación del delito. La derecha podría decir, con propiedad que solo los tontos se esfuerzan por “hacer de un gran panal, un panal honrado”. Fraude, lujo y orgullo deben convivir si queremos gozar de sus dulces beneficios.
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Letras
Un refugiado es un refugiado
Un niño es un niño y el miedo es el miedo
Destierro es destierro
Y una hipocresía es una hipocresía
No hay signo, no hay bando
No hay ideología ni misterio
No hay un solo fin
Que justifique cualquier medio
Un daño es un daño, del verbo dañar
Todos los daños son daños centrales
Un niño es un niño
No existen los daños colaterales
No hay meta, no hay causa
Ningún motivo, ningún premio
No hay un solo fin
Que justifique cualquier medio
El fin es un punto por siempre distante
Una cambiante ficción
Un ciclón a merced de una hoja
Una paradoja como la de Zenón
Donde algo parece que se va acercando
Y siempre se escapa, siempre se esconde
Siempre a la misma exacta distancia
De un mismo horizonte (mismo horizonte)
El dedo que aprieta el gatillo
Debería saber esto
No hay tuyos ni suyos ni míos
Si son niños, son nuestros (todos los niños son nuestros)
Ni patria ni credo hay
Ni diferencias de criterio
No hay un solo fin
Que justifique cualquier medio
No hay un solo fin
Que justifique cualquier medio
No hay un solo fin
Que justifique cualquier medio
No hay un solo fin
Que justifique cualquier medio
Las analogías no son siempre muy buenas, pero me parece que hasta ahora las abejas no se han corrompido, ni las termitas, ni los topos, simplemente porque no pueden hacerlo.
A nosotros, como individuo de la especie -Adán,Eva- o como organización de la especie para salir del mero estado animal, que, repito, no se puede corromper, tanto podemos darnos futuro como autoaniquilarnos.
¿Cómo haríamos para gestar un pueblo civilizado si nos negamos a usar el raciocinio tanto en la vida cotidiana como en la institucional?
Si dejamos que el cerebro emocional y el reptílico manejen nuestras acciones en un 70 %?
Los políticos empiezan bien pero se corrompen. Porque no aceptamos vivir sin la emoción que nos produce tener el bolsillo con mucho dinero.