ALAi AMLATINA, 13/08/2014.- La producción industrial de carnes y sus derivados se está convirtiendo en un enorme problema de contaminación ambiental y despojo de tierras y agua. Es también uno de los mayores factores de cambio climático y el principal destino global de los cultivos transgénicos. Por si fuera poco, la cría industrial confinada de animales se caracteriza por la crueldad y debido al hacinamiento y la gran cantidad de antivirales y antibióticos que se aplican, es un criadero de nuevas enfermedades animales y humanas, como la gripe aviar y la gripe porcina. El origen de ésta última, por ejemplo, se detectó en Perote, Veracruz, en los criaderos de cerdos de Granjas Carroll.
Estos y otros datos que necesitamos conocer sobre esta industria, porque afectan nuestra vida, la naturaleza y el ambiente de muchas maneras, forman parte del Atlas de la Carne, una nueva publicación de la Fundación Heinrich Böll, elaborada en colaboración con otras organizaciones e investigadores.
El caso de Granjas Carroll en México es un ejemplo paradigmático de muchos de los impactos y modos de operación que caracterizan a esta industria.
La empresa fue comprada parcialmente en 1994, por Smithfield Company, trasnacional estadunidense que era la mayor productora mundial de carne de cerdo y que al llegar a México intensificó y aumentó su producción aún más. Smithfield se trasladó a México huyendo de varias demandas millonarias por la grave contaminación provocada por sus instalaciones en Estados Unidos. Llegó aquí aprovechando la falta de regulación y fiscalización que México ofreció, de facto, como ventaja comparativa en el TLCAN, a las industrias contaminantes de Norteamérica. La contaminación y las protestas de los habitantes de pueblos vecinos, afectados por el envenenamiento de sus suelos, aguas subterráneas y aire no tuvieron aquí consecuencias para Smithfield. Los gobiernos de Puebla y Veracruz se encargaron de criminalizar y perseguir a las víctimas que protestaron por la contaminación.
En 2013, la mayor procesadora de carne de China, Shuanghui, compró Smithfield, en una operación típica de la actual tendencia global de esta industria: megaempresas procesadoras de alimentos de Brasil, India y China han ido comprando empresas de producción, faena y procesamiento de carnes, lácteos y huevos en todo el mundo.
Actualmente, JBS SA, de matriz brasileña, es la mayor productora global de carne vacuna y luego de la adquisición en 2013 de Seara Brasil, también la mayor productora global de aves. JBS está entre los 10 procesadores de alimentos más grandes del planeta y es líder en capacidad de faenado. Supera en ingresos anuales a tradicionales gigantes de la industria alimentaria, como Unilever, Cargill y Danone.
JBS tiene capacidad para faenar diariamente 85 mil cabezas de ganado bovino, 70 mil cerdos y 12 millones de aves, que distribuye en 150 países. Le siguen en volumen Tyson Foods y Cargill. Esta última tiene un cuarto del mercado cárnico de Estados Unidos y es la mayor exportadora de carne en Argentina. En cuarto lugar está Brasil Foods (BRF), producto de la fusión de las megaempresas Sadia y Perdigão en 2012. Antes de la compra por parte de Shuanghui, Smithfield ocupaba el séptimo lugar entre los procesadores de alimentos a escala mundial.
México, con condiciones como las que otorgó a Granjas Carroll, ha pasado a estar entre los 10 países con mayor producción de carne vacuna, porcina y avícola a escala global. Empresas trasnacionales dominan la industria, desplazando en las pasadas dos décadas a muchos productores nacionales chicos y medianos.
La industria de la carne no se ha detenido y sigue buscando escalas cada vez mayores. La concentración se da en dos niveles: a través de fusiones y adquisiciones –creando empresas cada vez más grandes– e intensificando la producción: aceleran el crecimiento artificialmente, agrandan los centros de cría, aumentan la cantidad de animales por superficie y el ritmo de procesamiento.
Este tipo de cría confinada se basa exclusivamente en forrajes industriales. Han sustituido los diversos cultivos que se usaban antes, por soya y maíz transgénicos. Actualmente el 98 por ciento de la producción global de estos dos granos transgénicos va para forrajes y unos pocos usos industriales más. México no es la excepción: mientras que la producción nacional de maíz no transgénico es excedentaria para consumo humano y para varias otras actividades, las empresas de todas maneras importan maíz transgénico para forrajes de cría industrial animal, una necesidad creada por ellas mismas, que además de alimentar a esta devastadora industria, coloca en riesgo de contaminación al maíz, en su centro de origen.
Las grandes instalaciones de cría animal industrial eliminan fuentes de ingreso para millones de campesinos y pequeños ganaderos a escala mundial, al tiempo que reducen las opciones de los consumidores. Aumentan las ganancias de trasnacionales, accionistas e inversores, a costa de poner en riesgo la salud, causar sufrimiento animal, eliminar la diversidad de razas, minar la seguridad y soberanía alimentarias, contaminar y abusar del agua, entre otros impactos.
Seguiremos presentando aspectos de esta industria y también las alternativas a este nocivo desarrollo.
– La autora, Silvia Ribeiro, es Investigadora del Grupo ETC
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