Chile de nuevo ante los jueces de babero
por Rafael Luis Gumucio Rivas (Chile)
11 años atrás 4 min lectura
Sin los países latinoamericanos, los jueces y los abogados de la Corte Internacional de Justicia de La Haya se morirían de hambre, y sus pelucas, que se remontan al siglo XVIII, estarían apolilladas dentro de sendos roperos. Es fácil culpar a los españoles por el hecho de no haber definido las fronteras de tantos países que se desligaron de su imperio, luego de la guerra de la independencia de cada uno de ellos. A través de la historia, hay pocos países que se exceptúan de un conflicto con su vecino y, en no pocos, casos, la delimitación ha conducido a conflictos, incluso armados – casos, por ejemplo, el de la guerra del Chaco y el conflicto entre Ecuador y Perú, que se resolvió hace pocos años -.
Pretender que los señores de peluca, capa y babero fallen en derecho, me parece una aspiración ridícula, pues la experiencia ha demostrado que lo hacen abarcando la totalidad de la situación que, por cierta, involucra complejas variables de tipo histórico, social, económico y cultural, entre otros. En los últimos fallos, por ejemplo, Colombia quedó con un palmo de narices: los jueces le concedieron la parte terrestre de la Isla de San Andrés, pero reservaron el mar para Nicaragua; Chile tampoco contento con el dictamen del último fallo de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, por el cual el país salió claramente en desventaja.
No habla muy bien de nuestra política exterior el que seamos “caseros” del Tribunal de Justicia de La Haya debido a reclamos de dos de nuestros vecinos – Perú y, ahora, Bolivia -. A parir del fin de la Guerra del Nitrato, Chile ha aplicado a los países perdedores una política de dividir para reinar: ora, privilegia al Perú, ora lo hace con Bolivia. Previo al plebiscito de los años 20, que nunca se llevó cabo, Chile le ofreció a Bolivia la ciudad de Arica, a fin de que los ciudadanos del altiplano favorecieran la posición de nuestro país con la condición de que votaran en el referéndum a favor de Chile, pero el Tratado de Lima, firmado entre Chile y Perú, resolvió entregar Arica a Chile y Tacna al Perú. El dictador peruano, Nicolás, Piérola, proponía convertir a Bolivia en la Polonia de América del Sur y, al igual que el país europeo en la época, repartirse el territorio boliviano entre Chile, Perú, Argentina y Brasil.
El mismo Tratado entre los dos países hizo imposible cualquier solución al problema de la mediterraneidad boliviana, pues se exigía que cualquier cesión territorial a un tercer país, debería contar con el acuerdo de ambos firmantes.
En el período posterior a 1929, ha habido algunos intentos que, al final, han fracasado por el veto del Perú, por ejemplo, el del Canciller Horacio Walker, durante el gobierno de Gabriel González Videla, muy favorable para ambos países, pues Chile entregaba una franja de territorio, al sur de la Línea de la Concordia y, a cambio, Bolivia lo hacía con las aguas del lago Titicaca – de haber prosperado este intento de solución, Chile no tendría problemas de energía en el norte grande -; luego se llevó vino el famoso Acuerdo de Charaña, propuesto por los dos dictadores de entonces, Augusto Pinochet y Hugo Bánzer, por el cual Chile entregaría una franja al norte de Lluta y al sur de La Concordia, pero también fracasó debido a que Perú propuso la internacionalización de Arica, del todo inaceptable para Chile.
Estos dos intentos formales, más los trece puntos acordados entre Michelle Bachelet y Evo Morales, conforman la idea de los derechos expectaticios que constituyen el eje de la presentación la Memoria boliviana ante el Tribunal de la Haya.
Al no existir ninguna reclamación limítrofe entre los dos países, la demanda boliviana se centra en solicitar al Tribunal Internacional se exija a Chile dialogar lealmente con Bolivia para solucionar el tema de la salida marítima. Pienso que sería mucho más inteligente saltarnos esa demanda y volver a dialogar directamente entre los dos países, y no alimentar el poder y enriquecimiento de los “jueces de babero”. Es nuestra pésima política exterior, radicalizada especialmente por el chauvinismo del millonario Piñera y de la parejita Tarud-Moreira, que busca agitar la eterna adolescencia de los tontos nacionalistas. Como diría Albert Camus, “Amo demasiado a mi país para ser nacionalista”.
16/04/2014
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«To repeat a remark that is not mine, I love my country too much to be a nationalist.» [Cartas a un amigo aleman]