¿Redistribución filantrópica o la caja negra de la política?
por Emilio Cafassi (Uruguay)
11 años atrás 8 min lectura
Cuando hace algo más de un mes me propuse discutir con mayor detenimiento algunos institutos políticos que permitieran –al menos- morigerar la concentración del poder decisional y la profesionalización de los políticos (junto con la brecha entre dirigentes y dirigidos), y así desbrozar algunas naturalizaciones y justificaciones ideológicas del statu quo concentrador del poder, no sospechaba que el azar le adicionaría algunas dosis de actualidad. Y una casualidad mayúscula es que se planteara esta semana precisamente desde los ingresos de los políticos, cuya sugerencia institucional alternativa dejé abierta el pasado domingo en este diario y que pospondré nuevamente en atención a ciertas intervenciones polémicas al respecto. En los medios encontramos dos ejemplos significativos en Chile y Uruguay (no por azar, los dos países de la región con más bajos niveles de corrupción) aunque de naturaleza dispar. Uno en el mismo plano conceptual que los profesores secundarios uruguayos, aunque en diferente magnitud, y otro que se asienta sobre la ética individual.
En Chile, dos de los nuevos parlamentarios surgidos del ascendente y combativo movimiento estudiantil (Jackson y Boric) propusieron reducir la dieta parlamentaria a valores aproximados a la mitad, cosa que surgiría de limitar la dieta de diputados y senadores a un máximo “equivalente a veinte veces el ingreso mínimo mensual”, además de descontar el proporcional por inasistencias o sustracción de quórum. Cuando fue consultada por un canal televisivo, la ex presidenta de la federación estudiantil y actual diputada, Camila Vallejo, de quien se esperaba particular acompañamiento, produjo cierto desconcierto: “La desigualdad no se combate disminuyendo la dieta de los parlamentarios. Creo que la discusión sobre la desigualdad es mucho más profunda y mucho mayor y no va a cambiar la desigualdad porque nosotros bajemos de una dieta líquida de cinco millones a tres millones y medio, porque eso igual nos deja muy lejos del promedio de la gente, que son 250 mil o 300 mil pesos”. Perogrullo seguramente acordó con la desvinculación entre la desigualdad social general y la reducción de la dieta, aunque no sin preguntarse ¿y entonces? Por twitter Boric aclaró la aparente desavenencia. «Estamos en misma línea con @camila_vallejo. Nuestro proyecto no soluciona desigualdad pero es señal ética contra ella».
A la vez, en su audición radial del 8 de abril (disponible en la página de presidencia) el presidente Mujica, con su habitual capacidad comunicativa, sencillez y contundencia, realizó varios subrayados que interceptan la problemática y ratifican tanto sus generosas actitudes como su espíritu conservador y sus insalvables contradicciones. Sin eludir precisamente el “peligro” de los privilegios materiales y de la “sensibilidad de bolsillo” de los políticos y los legisladores en particular, parte de premisas por mí compartidas para arribar luego a impotentes conclusiones. Las primeras aserciones de su alocución subrayan los aspectos más valorables –y valorados- de su autenticidad. Ratificó por ejemplo la idea de dar importancia prioritaria a los hechos en desmedro de las palabras y de vivir como se piensa y no inversamente, “pensar como se vive”. Reiteró la donación de buena parte del salario de legislador que se impusieron los parlamentarios de su sector (aunque sin nombrarlo, deduzco que alude al MPP) para la creación de lo que luego fue el Fondo Raúl Sendic y para ayudar a los compañeros enfermos, quedando para sí, sólo una magnitud equivalente al salario de la mayoría de los trabajadores. No sin conflictos internos, ya que produjo aparentes resistencias al interior de su propio espacio, que juzga encubiertas por debates más programáticos o ideológicos. Concluye por lo tanto que tales conflictos opusieron a quienes practican una solidaridad meramente verbal con aquellos que la sostienen con sus actos mediante la resignación de dinero.
Sin embargo, luego de exponer la propia filosofía que personalmente comparto y reconocer las implicancias de la distancia entre los emolumentos de los políticos respecto a la mayoría de la sociedad civil, concluye que no es algo que demandaría a las derechas, lo que es lo mismo que decir que no es institucionalizable, sino un mero gesto personal voluntario. Sería sólo una recomendación moral, que -entiendo además- no abarca siquiera a la totalidad del Frente Amplio. Aquello que resultó y resulta valorado por buena parte de la sociedad uruguaya y la opinión pública internacional representa una concepción y estrategia propia del período de resistencia y paulatina inserción en el poder legislativo bajo hegemonía derechista, de la que emana su indiscutible autoridad moral. Pero parece olvidar que tal período culminó hace 9 años y que la iniciativa la tiene, o debería tenerla, la izquierda. La solución de Mujica es solidaridad de un sector de la sociedad política (el propio) hacia otro de la sociedad civil (el más postergado) a través de la filantropía. Esta idea es consistente con otras intervenciones peyorativas hacia los sectores políticos más radicales o críticos, el feminismo o los intelectuales, a quienes reprochó -se recordará- no ejercer estas formas solidarias “haciendo un guiso” o “comprando medio kilo de chorizos” para compartir. Su propuesta no es de transformación del “estado de cosas”, sino a lo sumo de tenue morigeración -por vías informales y carentes de control ciudadano- de la incapacidad del Estado para contener las marginaciones que el régimen produce, económica, social y políticamente. Un reactivo voluntarista ante la impotencia en la gestión. ¿No es más eficaz profundizar y universalizar aún más la reforma de la salud para que los compañeros enfermos reciban la debida atención por derecho propio y no por dádivas? ¿Es concebible que haya aún quiénes requieran del auxilio de un guiso o de un micropréstamo para “inventarse un trabajo”, en un contexto de indisimulables mejoras en todos los indicadores económicos, aún por encima de las expectativas? Aún si transitoriamente lo fuera, ¿no es más justo -y sobre todo educativo- que toda la sociedad aporte para mitigar las penurias de los desheredados proporcionalmente a la magnitud de los beneficios materiales que obtiene del propio sistema económico y político?
Precisamente la consagración de derechos, la fijación de impuestos con fines redistributivos, las limitaciones al poder y los controles sobre él, en suma, las medidas económicas y políticas institucionalizadas, son hechos y no meras palabras. Hechos -potencialmente al menos- perdurables e independientes de la buena o mala voluntad de los actores y del carácter de sus discursos. Paradójicamente, la crítica de Mujica y su llamamiento a la generosidad y a la solidaridad, son sólo palabras (autorizadas y fundadas en la coherencia de actitudes individuales, pero palabras al fin), de las que tanto desconfía. No hace mal en desconfiar, ya que si se confiara en que las palabras y sus intenciones produjeran mecánicamente hechos, se podría llegar al absurdo de dejar librada la magnitud de la contribución impositiva a la conciencia ética de los ciudadanos. Si, como sostiene, “el bolsillo es el órgano más sensible” (aún más que el corazón) ¿por qué no recetarle limitaciones institucionales que le eviten excesos y tentaciones? El individualismo moralista, en vez de moralizar la institucionalidad, desmoraliza la capacidad institucional de alentar la solidaridad social y naturaliza los límites y la ineficiencia de la política bajo este régimen fiduciario.
Sin embargo, el debate es la punta de un iceberg sumergido en silentes profundidades cuya verdadera caladura es la del financiamiento de la política. En ausencia de institutos y leyes que transparenten los mecanismos de financiación necesaria de los partidos políticos, que otorguen cuotas de publicidad y difusión gratuita en los medios, que sostengan infraestructura para reunión y organización, entre otras, se recurre al perverso mecanismo de otorgar altos privilegios pecuniarios a los políticos para que éstos deriven parte de ellos a sus estructuras organizativas, contribuyendo de este modo a su propia reproducción objetiva y subjetiva como políticos. Constituye una parte de la llamada “caja negra” de la política, de cuya preservación y utilización las izquierdas no están exentas. En lugar de subvertir el régimen, se intenta aprovechar las desigualdades y privilegios que genera, aunque con fines loables. La perversidad de los dispositivos de poder del régimen político, no la altera la participación en él de las “almas bellas” que Schiller concibió en el siglo XVIII.
En modo alguno me opondré al ejercicio solidario individual o ceñidamente colectivo y menos aún dejaría de destacar la estatura moral y la coherencia de quienes lo practican. Bajo cualquier régimen o circunstancia. Pero el don, la entrega, la generosidad, no pueden librar con éxito una lucha libre, sin reglas ni jueces, contra la agigantada hegemonía de su antonimia sistémica: la depauperación ajena, la codicia, la desigualdad como medida del éxito. Equilibrar fuerzas, requiere mucho más que temple moral.
Así como en la esfera económica, la ideología dominante incorporó entre otras falacias la mano invisible de Adam Smith para legitimar la desigualdad y la barbarie, en la esfera política uno de los auxilios conservadores se lo presta el individualismo.
– El autor, Emilio Cafassi, es Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. cafassi@sociales.uba.ar
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