Publicado el 28 Enero 2014
El solo hecho que Chile y Perú hayan resuelto su controversia marítima a través de la Corte Internacional de Justicia constituye un triunfo para ambos países. En un mundo en que todavía se suele recurrir a la matanza colectiva entre seres humanos –la guerra- para “resolver” conflictos internos o internacionales; haber utilizado un método civilizado, pacífico y justo como recurrir a La Haya significa un gran beneficio para los pueblos de ambos países.
La sentencia misma de la Corte aparece también bastante equitativa. Combina dos hechos indiscutibles:
Primero, que Perú reconoció por muchos años como chileno el mar patrimonial al sur de la proyección del paralelo del límite terrestre entre ambos países. Y segundo, que el derecho del mar contemporáneo postula una bisectriz como el justo método para delimitar fronteras marítimas en que se solapan las proyecciones de 200 millas de mar patrimonial. De este modo, Chile conserva una porción menor del mar patrimonial disputado; pero que es adyacente a su territorio y –sobre todo- que concentra la inmensa mayoría de los recursos pesqueros que explota hace décadas. Y Perú adquiere la mayoría del mar disputado el cual, al sumarle el triángulo exterior que no era chileno pero tampoco peruano, le reporta más de 50.000 kilómetros cuadrados adicionales a su mar patrimonial.
Pero ciertamente que el bien mayor para ambos pueblos lo constituye el hecho de que lo que consiguieron -o aseguraron- está validado por el derecho internacional. No ha sido obtenido por una mayor eficacia en el “arte” de matar colectivamente a otros seres humanos o de destruir bienes ajenos. No ha sido, tampoco, el resultado del terror, la tortura o la desaparición de personas. No ha sido, en definitiva, el producto de la barbarie, la soberbia o el odio entre los pueblos. De tal manera que su resultado final augura una mejor relación entre ambos países; sin prospectos de revanchas, venganzas o “irredentismos” futuros.
Lamentablemente nos falta bastante todavía para consolidar una buena relación con nuestros vecinos del norte. Esto pasa indudablemente por una negociación satisfactoria –con Chile y Perú, de acuerdo al Tratado suscrito entre ellos en 1929- de salida soberana al mar de Bolivia; y por un acuerdo –también entre los tres países- para terminar con todos los resabios enojosos que aún envenenan nuestras relaciones. Por cierto que es deseable y posible llegar a tener buenas relaciones con Bolivia y Perú. ¡Lo lograron Francia y Alemania luego de dos guerras terribles en que se mataron millones de personas entre sí!¡Y esto mucho después de la guerra del Pacífico!
¿Por qué no podríamos llegar con Bolivia a un canje territorial mutuamente satisfactorio y que no afecte intereses esenciales de Perú?¿Por qué no podríamos elaborar textos escolares comunes respecto de nuestros conflictos del pasado?¿Por qué no podríamos terminar con los arcaicos “trofeos de guerra”; o diseñar efemérides de modo que no sigamos alimentando rencillas decimonónicas? Por cierto que con un mínimo de sabiduría y voluntad política podríamos lograr lo anterior; y, luego de ello proyectar niveles de amistad e integración económica, social y cultural análogas a la de Europa de post-guerra.
¿O preferiremos la alternativa de seguir alimentando indefinidamente los resentimientos y desconfianzas; y de continuar armándonos, distrayendo recursos esenciales para el bienestar de los chilenos; sin darnos cuenta siquiera que nuestra mala relación con dos de nuestros vecinos, nos significa per se una desventaja permanente respecto del tercero?
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